Cuando escogemos un gobierno, lo hacemos bajo el supuesto
de que las personas que lo componen tienen el conocimiento para saber lo que es
mejor para nosotros, lo cual es una estupidez ya que de entrada sabemos que los
políticos son egoístas y hacen de las promesas una forma de vida, no son más
honestos que la media de la población, ni más inteligentes, pero aún así los
escogemos creyendo que estas personas podrán elevarse por encima del común y
darnos un país mejor; lo malo del negocio, es que les otorgamos el derecho de
prácticamente imponer su voluntad sobre el resto de la población,
Les
entregamos las armas de la República y el monopolio sobre la violencia.
Cuando tenemos suerte, el gobierno permite que la
sociedad trabaje en paz y se desarrolle buscando sus propios caminos y
soluciones, pero cuando llegan al gobierno los políticos creyentes en el Estado
todo poderoso, entonces estamos en problemas.
La discusión sobre las prácticas de conducción
gubernamental llenan páginas de estudios y tratados y se debaten entre dos
extremos, la del Estado burocrático-autoritario fascista, dueño y señor de la
nación y en el otro, la del Estado liberal en su expresión mínima que solo
corrige las injusticias que provoca el capitalismo en su decurso.
Para los que militamos en las doctrinas políticas de la derecha, que somos conservadores y creemos en el capitalismo, la existencia del Estado es un mal necesario, por lo que debería ser pequeño, eficiente, justo, equilibrado y que esté al servicio de la sociedad.
Pero esos Estados hipertrofiados como los que se ha
cultivado en Venezuela en los últimos veinte años, solo indican la existencia
de una grave enfermedad socio-política provocada por ideologías desfasadas,
cuya raison d’ État es el dominio absoluto del poder.
El crecimiento tumoral que ha experimentado el
Estado venezolano con el gobierno comunista a partir de Hugo Chávez, va en
paralelo con los grados de corrupción, burocratismo e ineficiencia que el mismo
gobierno reconoce como graves.
El tratar de convertir al Estado en el mayor
empleador del país, en el único terrateniente, empresario, financista,
comunicador, constructor, productor de alimentos, educador, médico, pulpero y
líder del mundo alternativo ha llevado al gobierno a inflar el Estado a
proporciones grotescas, creando ministerios, institutos autónomos, fondos,
misiones y otras formas corporativas en el afán, poco realista, de controlarlo
todo.
Con la modalidad del presupuesto paralelo, el
Presidente Chávez inauguró un estilo de gobierno que se basa en la redundancias
en el sistema de salud (con las misiones) y educativo (privada vs. Pública), en
una doble Fuerzas Armadas (con las milicias) y una doble administración
municipal con la incorporación de los Consejos Comunales en el manejo de
recursos financieros de las alcaldías y vemos la verdadera intención de los
mismos, brazo ejecutor de las políticas totalitarias del gobierno central bajo
el disfraz de lo que llaman “Poder Popular”.
Con esta inmensa torta administrativa, por supuesto
hay mucha corrupción, excesivo burocratismo y enorme ineficiencia, lo que aumenta
bárbaramente el gasto público con presupuestos que nunca alcanzan y obras que
nunca se ven, conduciendo al país a una crisis tanto de gobernabilidad como de
calidad de vida.
Pero si a esto le añadimos el multimillonario gasto
en ayudas internacionales, inversiones y el enorme lobby que el gobierno
sostiene en el mundo explicando sus obvias contradicciones, entonces tenemos
una abultadísima nómina de empleados públicos en el país y afuera que
simplemente es insostenible.
Esa concepción del Estado se deriva de la
concepción Hegeliana- Marxista, que propugna por un Estado centralizado,
planificador, interventor, controlador y totalitario que en la experiencia
histórica a probado ser un fracaso, además, es una fórmula de Estado que
contradice los principios democráticos y alimenta una nueva forma de
imperialismo.
Las cuentas son fáciles de sacar, a mayor tamaño
del Estado, mayor gasto público, menos participación ciudadana, menos
oportunidades empresariales, menos bienes y servicios, menos control mayor corrupción,
mayor cantidad de trámites, alcabalas, comisiones e injusticias, mayor abuso de
poder, mayor descontento social, perdida de oportunidades, incremento en la
pobreza, retardos, más corrupción…
Los espacios que ocupa el Estado son espacios que
la sociedad organizada pierde, que la empresa privada pierde, que el ciudadano
pierde, el Estado de pronto se convierte en el peor enemigo de la paz social,
en una entidad omnipresente y odiosa, los funcionarios del Estado en gente
insensible, lejana, privilegiada que depende de una propaganda mentirosa y de
falsear informes y auditorias para justificar su existencia y de unos sueldos
estrambóticos llenos de bonos, aumentos, comisiones, viáticos y partidas
especiales.
El ciudadano está en una posición de minusvalía
frente a este tipo de Estado que pretende atender solo a los grandes grupos
sociales y sus intereses, a los que domina por vía del financiamiento o la
política. Ante el poder del Estado el individuo está indefenso, todo esos
recursos ilimitados, tiempo y dinero se conjuran para que se violen con
impunidad todos los derechos humanos, por eso es que es fácil abusar e
imponerse al ciudadano desde el gobierno.
Los gobiernos tienen una tendencia natural a
crecer, a concentrar poder y si no hay oposición, al control absoluto del país;
de allí que se aprovechen de las crisis, de los desastres naturales, de los
miedos y amenazas para incrementar el gasto público, para crear nuevas
dependencias y más burocracia, por ello, si no hay crisis, las crean, pues en
estados de excepción el Estado puede: legislar en emergencia, devaluar la
moneda, imponer nuevos impuestos, suspender garantías, violar con impunidad
libertades públicas y usar vías rápidas (juicios, detenciones, citaciones a
declarar a la fiscalía o a la policía política) para neutralizar a sus
opositores.
Cuando todo esto sucede el Estado se convierte en
una pesada carga para los ciudadanos, al punto que los hombres y mujeres de un
país son subyugados y con cada vez menos
libertad; viven y mueren a su servicio, rindiéndole culto como si se tratara de
una nueva versión de un dios pre-colombino ávido de sangre y sacrificios. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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