viernes, 20 de junio de 2014

SAÚL GODOY GÓMEZ, EL TAMAÑO DEL ESTADO,

Cuando escogemos un gobierno, lo hacemos bajo el supuesto de que las personas que lo componen tienen el conocimiento para saber lo que es mejor para nosotros, lo cual es una estupidez ya que de entrada sabemos que los políticos son egoístas y hacen de las promesas una forma de vida, no son más honestos que la media de la población, ni más inteligentes, pero aún así los escogemos creyendo que estas personas podrán elevarse por encima del común y darnos un país mejor; lo malo del negocio, es que les otorgamos el derecho de prácticamente imponer su voluntad sobre el resto de la población, 

Les entregamos las armas de la República y el monopolio sobre la violencia.
Cuando tenemos suerte, el gobierno permite que la sociedad trabaje en paz y se desarrolle buscando sus propios caminos y soluciones, pero cuando llegan al gobierno los políticos creyentes en el Estado todo poderoso, entonces estamos en problemas.
La discusión sobre las prácticas de conducción gubernamental llenan páginas de estudios y tratados y se debaten entre dos extremos, la del Estado burocrático-autoritario fascista, dueño y señor de la nación y en el otro, la del Estado liberal en su expresión mínima que solo corrige las injusticias que provoca el capitalismo en su decurso.
Para los que militamos en las doctrinas políticas de la derecha, que somos conservadores y creemos en el capitalismo, la existencia del Estado es un mal necesario, por lo que debería ser pequeño, eficiente, justo, equilibrado y que esté al servicio de la sociedad.
Pero esos Estados hipertrofiados como los que se ha cultivado en Venezuela en los últimos veinte años, solo indican la existencia de una grave enfermedad socio-política provocada por ideologías desfasadas, cuya raison d’ État es el dominio absoluto del poder.
El crecimiento tumoral que ha experimentado el Estado venezolano con el gobierno comunista a partir de Hugo Chávez, va en paralelo con los grados de corrupción, burocratismo e ineficiencia que el mismo gobierno reconoce como graves.
El tratar de convertir al Estado en el mayor empleador del país, en el único terrateniente, empresario, financista, comunicador, constructor, productor de alimentos, educador, médico, pulpero y líder del mundo alternativo ha llevado al gobierno a inflar el Estado a proporciones grotescas, creando ministerios, institutos autónomos, fondos, misiones y otras formas corporativas en el afán, poco realista, de controlarlo todo.
Con la modalidad del presupuesto paralelo, el Presidente Chávez inauguró un estilo de gobierno que se basa en la redundancias en el sistema de salud (con las misiones) y educativo (privada vs. Pública), en una doble Fuerzas Armadas (con las milicias) y una doble administración municipal con la incorporación de los Consejos Comunales en el manejo de recursos financieros de las alcaldías y vemos la verdadera intención de los mismos, brazo ejecutor de las políticas totalitarias del gobierno central bajo el disfraz de lo que llaman “Poder Popular”.
Con esta inmensa torta administrativa, por supuesto hay mucha corrupción, excesivo burocratismo y enorme ineficiencia, lo que aumenta bárbaramente el gasto público con presupuestos que nunca alcanzan y obras que nunca se ven, conduciendo al país a una crisis tanto de gobernabilidad como de calidad de vida.
Pero si a esto le añadimos el multimillonario gasto en ayudas internacionales, inversiones y el enorme lobby que el gobierno sostiene en el mundo explicando sus obvias contradicciones, entonces tenemos una abultadísima nómina de empleados públicos en el país y afuera que simplemente es insostenible.
Esa concepción del Estado se deriva de la concepción Hegeliana- Marxista, que propugna por un Estado centralizado, planificador, interventor, controlador y totalitario que en la experiencia histórica a probado ser un fracaso, además, es una fórmula de Estado que contradice los principios democráticos y alimenta una nueva forma de imperialismo.
Las cuentas son fáciles de sacar, a mayor tamaño del Estado, mayor gasto público, menos participación ciudadana, menos oportunidades empresariales, menos bienes y servicios, menos control mayor corrupción, mayor cantidad de trámites, alcabalas, comisiones e injusticias, mayor abuso de poder, mayor descontento social, perdida de oportunidades, incremento en la pobreza, retardos, más corrupción…
Los espacios que ocupa el Estado son espacios que la sociedad organizada pierde, que la empresa privada pierde, que el ciudadano pierde, el Estado de pronto se convierte en el peor enemigo de la paz social, en una entidad omnipresente y odiosa, los funcionarios del Estado en gente insensible, lejana, privilegiada que depende de una propaganda mentirosa y de falsear informes y auditorias para justificar su existencia y de unos sueldos estrambóticos llenos de bonos, aumentos, comisiones, viáticos y partidas especiales.
El ciudadano está en una posición de minusvalía frente a este tipo de Estado que pretende atender solo a los grandes grupos sociales y sus intereses, a los que domina por vía del financiamiento o la política. Ante el poder del Estado el individuo está indefenso, todo esos recursos ilimitados, tiempo y dinero se conjuran para que se violen con impunidad todos los derechos humanos, por eso es que es fácil abusar e imponerse al ciudadano desde el gobierno.
Los gobiernos tienen una tendencia natural a crecer, a concentrar poder y si no hay oposición, al control absoluto del país; de allí que se aprovechen de las crisis, de los desastres naturales, de los miedos y amenazas para incrementar el gasto público, para crear nuevas dependencias y más burocracia, por ello, si no hay crisis, las crean, pues en estados de excepción el Estado puede: legislar en emergencia, devaluar la moneda, imponer nuevos impuestos, suspender garantías, violar con impunidad libertades públicas y usar vías rápidas (juicios, detenciones, citaciones a declarar a la fiscalía o a la policía política) para neutralizar a sus opositores.
Cuando todo esto sucede el Estado se convierte en una pesada carga para los ciudadanos, al punto que los hombres y mujeres de un país  son subyugados y con cada vez menos libertad; viven y mueren a su servicio, rindiéndole culto como si se tratara de una nueva versión de un dios pre-colombino ávido de sangre y sacrificios. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

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