Sábado
14 de diciembre de 2013. La prensa reseña el asesinato de un obrero de la
construcción, ocurrido en la parroquia La Vega, Municipio Libertador. “Si el
muerto fuese alguien famoso ya lo hubieran capturado, pero como es pobre y una
persona común, nadie va a hacer nada. Venezuela es roja rojita de la sangre que
se está derramando”. Son palabras de una hermana de la víctima.
Ese homicidio
fue simplemente uno más en la aterradora cifra de casi 25 mil ocurridos en el
2013, según el Observatorio Venezolano de Violencia. El pasado 6 de enero,
fueron asesinados Mónica Speer y su pareja,
dada la notoriedad procurada por su condición de Miss Venezuela y
artista de televisión, la repercusión de la tragedia alcanzó dimensiones
mundiales colocando a Venezuela en un indeseable primer plano.
Nada chévere
ministro Izarra. El régimen lució como un desentonado cambote de cocodrilos,
llorando la tragedia. Se hablo de una ley de cursi denominación, de nuevos
planes de seguridad (van más de veinte en 15 años) y como siempre, para ocultar su fracaso en todo, repartieron
las culpas.
La violencia es producto del capitalismo, de la programación de la
televisión, del imperio y ¡hasta del gobierno anterior!.¿Dónde queda la
responsabilidad de un régimen que inicio con el gigante destructor a la cabeza,
la instauración del odio como política de estado? Han sido 15 años exacerbando
los bajos instintos “vengadores” de la especie, han llegado al colmo de exponer
en afiches a luchadores venezolanos, instigando al odio contra ellos. Han
estimulado toda forma de violencia. Han entronizado la barbarie.
Hoy, el terror
a la lotería de la muerte es tan grande, que solemos omitir en las
conversaciones cotidianas la ristra pavorosa de otros delitos que agobian y
destruyen a la sociedad venezolana.
Violaciones, secuestros, robos, cobro de
vacuna, atracos con lesiones de por vida etc. El fanatismo ideológico, la
ineficiencia, la corrupción y la ausencia de una mínima sindéresis durante 15
años, solo podía producir este resultado, un país destruido.
Y ahora, cuando
hasta el techo de la casa se le cae encima,
Maduro llama a dialogar. Eso luce lógico y civilizado en un país
tan dividido y con una crisis tan
profunda. Pero hay que definir muy bien
de que se trata, pues el gigante destructor también utilizaba la palabra
dialogo, pero solo como coartada, como añagaza, para solventar situaciones
adversas en un momento dado.
¿Sobre qué vamos a dialogar?
¿Sobre el nefasto modelo económico que han
impuesto y ha arruinado tanto las empresas del estado como las del sector
privado?
¿Sobre la necesidad de dotar al estado de instituciones que no sean oficinas del gobierno?
¿Sobre la
necesidad de respetar la descentralización y devolver a las alcaldías sus
atribuciones?
Una cosa es dialogar y otra servir de comodín al gobierno. Este
país esta destartalado, gracias a los disparates, improvisaciones y locuras de
Hugo Chávez y sus continuadores.
¿Diálogo y rectificación? Bienvenido. Hay que
escuchar al gobierno, pero viéndole las manos.
Freddy
Ignacio Nuñez Martinez
freddynm6311@gmail.com
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Ante la actitud remolona de esos diálogos, estoy recordando un hecho. En los comienzos del gobierno de Chávez, una comisión opositora le solicitó un espacio de diálogo y él respondió: "Yo no dialogo con bandidos". Esto lo dijo textualmente tal como lo cito, y debe estar grabado en alguna parte. Ahora.¿quién nos garantiza que Maduro no recuerde también esta frase y, en su fidelidad al Comandante, no esté respondiendo tácitamente lo mismo para sus adentros?
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