He leído posiciones que afirman que Maduro ha
destruido la herencia que le dejó, el que le aparece constantemente. También he
conocido reacciones airadas de lectores, que rechazan que se hable de una
herencia, al referirnos al desastre en que nos sumió, el que se fue para siempre.
Son estas posiciones encontradas, la que hoy
motivan mis reflexiones. En primer lugar sé que un heredero puede recibir los
activos y los pasivos de su deudo. Lo que es lo mismo que se heredan los
beneficios y las deudas. Lo bueno y lo malo.
Así va con la genética también, ya que los
hijos heredan hasta la propensión a sufrir algunas enfermedades.
Pues sí, lo que el país esta viviendo y cada
venezolano sufre, es la herencia del difunto. La obra de destrucción del
sistema productivo del país, el estado de corrupción generalizado, la
delincuencia desatada y dueña de la ciudad, el saqueo ordenado de manera
oficial, la obra que realizó, el que quieren convertir en héroe póstumo.
El que Maduro acompañó durante los 14 años de
este régimen, no fue más que un resentido que entregó a los hermanos Castro la
soberanía nacional.
Que tengamos un sistema judicial sometido a
un proyecto partidista, un árbitro electoral al servicio del gobierno, un Poder
Legislativo apoyando la corrupción gubernamental y unas Fuerzas Armadas
observando impávidas en silencio, forman parte de lo que el “jefe de Maduro”
decidió para este país colonizado.
Esa es la mitad de su legado, la otra parte
la componen: las empresas básicas arruinadas, la destrucción de la producción
agrícola y pecuaria con su consecuencia directa: la escasez. La expropiación de
empresas privadas y la eliminación del empleo respectivo, las universidades
doblegadas y la libertad de prensa confiscada.
Completado con la entrega de parte de nuestro
territorio, de las facilidades brindadas a guerrilleros, extremistas de “todo
pelo” y a los traficantes de droga. Con la carrera diplomática destruida, las
refinerías cayéndose a pedazos, el abandono de las fuentes productoras de
energía eléctrica, los guisos millonarios en empresas fantasmas de maletín, los
millones de dólares regalados a su banda de aduladores internacionales, la
desaparición de la inversión nacional e internacional.
Y tantas cosas más que dan nauseas recordar.
¡Esa es la herencia que necesitamos rechazar!, figura jurídica que también
existe.
No estamos obligados a aceptar la herencia
maldita, la que acabó con la harina, el pollo, la leche, la luz y que lleva la
“tontería” de 200.000 muertos, sin autores conocidos.
En Venezuela se viene gestando un clamor
desde el interior del propio pueblo, comienza a escucharse el ruido que
produce, la gente está cansada, sin paciencia. Es necesaria una respuesta.
Los venezolanos juntos, civiles y militares,
hombres y mujeres, jóvenes y adultos, tendrán que actuar para salvar y
reconstruir al país, antes de que sea demasiado tarde.
Los que rechazamos la herencia, sentimos la
urgencia ante el enemigo oculto que ya nos tiene invadidos, la reacción debe
ser contundente, definitiva, para sacarnos de la vergüenza que nos humilla y
que ha hecho de nuestra Patria el hazmerreír internacional.
La ficha que los Castro colocaron en el
gobierno, es tan solo el brazo ejecutor de su política, el que se “formó” allá,
que trabaja por y para ellos.
Carece de valores nacionales, necesita más
poder, para finalizar el trabajo que le dejaron. A su lado los PSUVISTAS, los
enchufados, los “boliburgueses”, las fichas del partido colocadas en puestos
oficiales y la masa tarifada transportada en buses rojos, prefieren presenciar
la destrucción de Venezuela, antes que abandonar el poder, que les permite
lucrarse y vivir con privilegios personales.
El “heredero” necesita escapar de cualquier
control venezolano, para servir los intereses de su mentor. Están conscientes
que el tiempo es corto antes de que se produzca la debacle total, tristemente
lo que viene es peor. Pasada la euforia navideña, los saqueos de la poca
mercancía que queda, los aguinaldos con moneda inorgánica y la parálisis social
que se avecina, solo quedará la desolación, la escasez, las huelgas, las
manifestaciones y la represión.
La fuerza bruta aparecerá para intentar
doblegarnos como al pueblo cubano, victima desde hace 50 años de los
“hermanitos”.
Los venezolanos sentimos que vamos en la
dirección equivocada, sufrimos la inflación desbocada, padecemos la disparidad
del dólar dentro de un país que todo lo importa y nos encontramos sometidos a
la especulación generalizada.
Observamos la escases acelerada de productos
básicos, consecuencia de la disminución de la producción, que produce el temor
a los arrebatos gubernamentales. Un panorama que va demostrando la ausencia de
ideas y que define la banda que gobierna.
Maduro promueve el conflicto, desde ese caos
le es fácil crear un clima de confrontación que el siente puede ganar con las
armas. Mientras tanto pierde la confianza de los venezolanos y la posibilidad
de aplicar la verdadera solución.
El cambio de rumbo, indispensable para salir
de esta situación y recuperar la normalidad, jamás será implementado por él y
en el fondo todos lo sabemos. No forma parte de sus intruciones.
Al contrario Madura anuncia e implementa
medidas que generan mayor control del Estado. Busca el caos, abusa del poder y
actúa contra la oposición como cualquier régimen comunista, cercenando espacios
de libertad, despreciando el estado de derecho, aunque con ello termine por
hundir el país.
Lo que los Venezolanos enfrentamos es la
última oportunidad de salvar la democracia, de conseguir el oxígeno necesario,
para no sucumbir en manos de la traición nacional.
La salida de esta situación implica la
participación de todos, implica coraje, entregarse para salvar lo que somos.
Venezuela necesita un liderazgo nacionalista, positivo, que no se detenga ante
el temor y a los riesgos que implica.
Un liderazgo rodeado de expertos, con
soluciones prácticas, realizables y efectivas. Donde la gente sea convocada por
sus capacidades y no con la tarjeta de afiliación, Un equipo que nos devuelva
la esperanza de que “es posible”. Sin improvisados inexpertos.
La tormenta se anuncia en el horizonte, la
ineficacia y la represión se dan la mano, la inestabilidad presagia momentos
duros, de definición. Conscientes de que el ciclo de los iluminados se cierra,
la salida tiene el presagio del dolor.
Quizás necesario para que nazca algo nuevo,
probablemente una tragedia que sacuda la fibra intima de cada quien. El ejemplo
lo tuvimos hace 2.000 años, enfrentar la “crucifixión” para conseguir la
redención.
nelsoncastellano@hotmail.com
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