Los controles de precios y cada intento de
intervención a la economía no son un fenómeno nada novedoso. En todo caso se
podría afirmar, sin temor a equivocarse, que abundan ejemplos de este tipo en
la historia mundial y muchos de ellos datan de varios siglos atrás.
No menos cierto es, que por estas latitudes
también disponemos de antecedentes en el pasado, algunos de ellos inclusive de
unas cuantas décadas atrás.
Pero lo cierto es, que en el presente ya
convivimos con ellos desde hace años, tal vez en estrategias más específicas y
enfocadas, pero no por ello menos vigentes.
Muchos mecanismos se implementan para
intervenir la economía y manipularla para supuestos fines loables.
A estas alturas de los acontecimientos
suponer que los que lo imponen desconocen sus efectos sería demasiada
ingenuidad.
En todo caso aspiran a que los efectos
negativos puedan ser demorados, postergados o bien solo minimizados, y afloren
los supuestos beneficios de corto plazo de la intervención directa con más
vigor que sus consecuencias.
Subsidios otorgados con arbitrariedad,
amenazas oportunas en las diferentes etapas de los procesos de producción,
distribución y comercialización, compensaciones que intentan disimular ciertos
efectos, ventajas impositivas asignadas con discrecionalidad, todos ellos
mecanismos enredados, que elevan el poder de negociación de los gobiernos
cuando pretenden convertirse en los dioses de la economía.
En ese contexto, y luego de negarlo hasta el
cansancio, los gobernantes parecen estar dispuestos a asumir que la inflación,
o algo que se le parece mucho a su definición, existe como tal, ya no porque
ellos la perciban de ese modo, sino porque en las encuestas de opinión aparece
como una innegable preocupación, cada vez mayor, de la sociedad toda.
Esos sondeos muestran como la gente relaciona
el aumento de precios generalizado, pero fundamentalmente lo hace cuando se
trata de los productos de primera necesidad, esos que obtienen a través de las
cadenas de supermercados.
Por eso, esta vez, el anunciado “acuerdo”
implica una acción que busca concentrarse en este punto, con pretensiones de
atacar la sensación, más que el problema de fondo. Y es por ello que se puede
afirmar que la estrategia esta vez no es tan inocentemente infantil.
Se podría suponer que apunta a lo que la
gente percibe, pero en realidad se trata de un mero ardid algo más elaborado,
que pretende por un lado intentar disminuir el impacto real del incremento de
precios en el corto plazo, inclusive tal vez con algún efecto positivo
esperable por el cual el consumo pueda ser alentando por una aparente
estabilidad transitoria de precios, pero en el fondo se trama algo más perverso
que no aparece a simple vista.
Si la estrategia de corto plazo resulta
aceptablemente efectiva, traerá consigo interesantes réditos electorales,
mostrará un alivio y al mismo tiempo cierta confirmación de donde está el
poder, que el gobierno siempre prefiere hacer evidente porque refuerza una
imagen que le seduce.
Pero el moderno populismo contemporáneo, no
da puntadas sin hilos, es decir que no se metería en algo cuyo fracaso no les
permitiera al menos una salida elegante y tácticamente valida.
Ellos, definitivamente, se preparan para lo
irremediablemente evidente, es decir para el esperable fracaso de estas
políticas, que matemáticamente solo traen siempre desabastecimiento y la
proliferación de mercados informales en desarrollo, que son más abundantes aun,
en tanto la política de control es más restrictiva y dura.
Pero no son nada originales a la hora de
buscar enemigos. Nuevamente intentarán que “malos de la película” sean los
empresarios, en este caso, más específicamente, los supermercadistas,
intermediarios, distribuidores y hasta productores de alimentos.
Ya han decidido que si la economía no les
hace caso como caprichosamente quieren, pues pagarán los platos rotos los
empresarios, y pondrán en el centro de la escena a los “formadores de precios”.
Ese repetido argumento siempre funciona a la hora de seducir a los más
desprevenidos y desinformados. Después
de todo, parece verosímil que existan los villanos, y en este caso los
gobernantes, desean ponerle nuevamente ese sombrero a ese sector de la economía
que no les simpatiza y que casi nunca los apoya electoralmente.
Sigue siendo difícil imaginar que realmente
desconocen el problema, mucho más aun que no saben acerca de su verdadera
causa, pero no menos cierto es que necesitan seguir utilizando la causa real
como factor de poder.
El populismo demagógico sin emisión
monetaria, se las vería en problemas. Eso lo obligaría a administrar con
responsabilidad los recursos del Estado, y de eso realmente no saben demasiado,
en todo caso prefieren emitir sin límite alguno y lidiar con la consecuencia
más nefasta y perversa que se deriva de la herramienta elegida, es decir la
inflación.
No están dispuestos a hacer lo correcto, a
atacar las causas profundas de la inflación, dejando de emitir sin respaldo.
Sin esos recursos no podrían hacer demagogia electoral, ni distribuir
artificialmente dinero, con dádivas subsidios y fondos para amedrentar a todos,
aunque cada vez tenga menos valor la moneda.
En definitiva, ellos ya decidieron dar su
próximo paso y lo están ejecutando al pie de la letra. Y también saben que, o
bien consiguen su objetivo de disminuir el aumento de precios, o ya tienen
preparada la trampa para que la gente señale a los culpables que ellos
precisan. En fin, solo una emboscada para ocultar la causa.
albertomedinamendez@gmail.com
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