Hugo
Chávez no da puntada sin dedal. Esa es la verdad. La decisión de nombrar a
Maduro para la vicepresidencia no fue tomada a la ligera. En ella tuvieron que
coincidir los intereses de la revolución comunista mundial, de Fidel Castro y
del propio Hugo Chávez. Es imposible entender el significado de esta
designación si antes no se determina con
alguna precisión el estado de salud de Hugo Chávez.
No es fácil hacerlo. Ha
sido rodeado de demasiado misterio. De todas maneras, existe un indicio que
puede servir para aclararlo: la forma curiosa de enfrentar la reciente campaña
electoral, con su limitado contacto popular y sus esporádicas apariciones. Ese
no es su estilo. En definitiva, la designación de Maduro para la
vicepresidencia sólo se puede explicar si se reconoce que la salud de Chávez
está deteriorada y existen reales riesgos de que pueda morir.
Si
se acepta esta verdad, se debe ahora profundizar en las razones por la cual el líder
seleccionado fue Nicolás Maduro. Claro está, que toda persona enferma siempre
tiene la ilusión de poder mejorar de salud. Así ocurre con Hugo Chávez. De
todas maneras, las presiones de todo orden lo obligaron a tomar esa decisión.
Es demasiado lo que significa el proceso venezolano para los intereses de la
revolución comunista mundial. Esas presiones surgieron del preciso conocimiento
que tienen los Castro de la evolución del cáncer de Hugo Chávez. No pudo
negarse. Nicolás Maduro había logrado convencer a ese liderazgo internacional
que él sería segura garantía de todos los intereses en juego. Antes que nada,
es un hombre de confianza de Chávez. Le ha demostrado lealtad, en todas las
formas, en particular durante su gravedad en Cuba.
En
realidad, esa no es la razón de fondo de su escogencia. La lealtad a Hugo
Chávez se encuentra más que generalizada entre todos los líderes del PSUV.
Surge de una realidad: ninguno es capaz de reemplazar el liderazgo popular de
Hugo Chávez. El éxito de Nicolás Maduro se originó por otras circunstancias.
Logró, en sus funciones de canciller, demostrar a los hermanos Castro y a otros
líderes comunistas mundiales que, de fallecer Hugo Chávez y ser su
heredero, sería una leal garantía de
continuación de la revolución bolivariana dentro del marco ideológico
comunista. De inmediato surge una pregunta: ¿Existen en la revolución
bolivariana líderes no comunistas? La respuesta es sí. Esa división proviene de
la propia logia militar que se insurreccionó el 4 de febrero contra la democracia venezolana.
Los
venezolanos, con ese instinto que tienen los pueblos, han vinculado esa
tendencia no comunista con la figura de Diosdado Cabello: "Le gustan los
reales"; "hace negocios";
"tiene una gran fortuna". Todo esto es verdad, pero no es la razón de
fondo. Otras frases, sí nos dan la
pista: "Nunca ha ido a Cuba"; "el sector militar no acepta como
vicepresidente a Nicolás Maduro". El problema es ideológico: el grupo
militar del chavismo es nacionalista; el grupo civil es marxista. Los dos son
antidemocráticos. El comunismo internacional está convencido de que Maduro
garantiza los grandes intereses que representa el chavismo: la preservación de
la revolución cubana, nicaragüense y boliviana y la consolidación de las
elecciones como método para que los sectores radicales de izquierda puedan
alcanzar el poder en la América Latina.
Por
el momento, el enfrentamiento fue resuelto. Se impuso la voluntad de Hugo
Chávez y su visión geopolítica: la destrucción del imperialismo norteamericano
y el establecimiento en la América Latina
del "socialismo del siglo XXI". El conoce perfectamente que
sólo alcanzando el segundo objetivo es que podría tener alguna importante
figuración histórica. De allí que ese aspecto sea innegociable. En este
momento, la situación es irreversible: el heredero de Hugo Chávez es Maduro. En
caso de su muerte, el vicepresidente tendría que convocar a elecciones en
treinta días. ¿Correrían los intereses comunistas internacionales ese riesgo?
Estoy convencido que no. Aprovecharán la victoria del 7 de octubre para tratar
de imponer una enmienda constitucional que permita al vicepresidente terminar
el período presidencial sin convocar a elecciones.
Esta
realidad debe evaluarla con detenimiento la oposición democrática. El primer
punto difícil de precisar es la fecha. Puede realizarse el referendo
aprobatorio de esa enmienda constitucional durante las elecciones para
gobernador, alcaldes o durante el año 2013.
Decidirán lo más conveniente para sus intereses. Creo que este riesgo no
debe ocultarse, sino crear, lo antes posible, una matriz de opinión contraria a
esa posibilidad. Ya tenemos experiencia. Logramos que el pueblo rechazara la
reforma constitucional al demostrarle los riesgos que corría la democracia si
se aprobaba. Al contrario, nos derrotaron
en el referendo revocatorio para aprobar la reelección indefinida. No
pudimos convencer a nuestro pueblo de su inconstitucionalidad. En realidad
fuimos sorprendidos. Ahora, no nos pueden volver a engañar.
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