El presente se ha tornado pasado. Catorce
años después del ascenso al poder del presidente Chávez, todo luce detenido y
apolillado: ni los pretextos contienen ya alguna novedad. Cada gran anuncio
viene empaquetado con su propia excusa. Los proyectos más ambiciosos, junto a
los más modestos, tienen el mismo destino: unos y otros conforman una rutina
circular en la cual los buenos propósitos se ven abortados por causa de
incompetentes hábiles en la evasiva. Ese es justamente el campo en el que la
revolución destaca con esplendores: puesta a prueba por sus fracasos más
embarazosos, los subterfugios nunca le han escaseado, aunque ninguno de ellos
destaque ahora por su originalidad.
El gobierno venezolano es líder en la
fabricación de coartadas. Las hay de todos los formatos: grandes, para
incumplimientos de relevancia y pequeñas para las de poca envergadura. La
demanda está perfectamente cubierta: cada promesa viene acompañada de su
respectiva disculpa, en una dinámica donde "el proceso" tiene
asegurado un amplio abanico de escapatorias, mientras los ciudadanos merodean
alrededor de la misma expectativa. Así es como está Venezuela: estancada en el
punto en que se hallaba cuando la revolución le hizo su primera promesa,
augurio de este extenso camino de desengaños digeridos a punta de estratagemas.
El negocio ha sido tan redondo que comprende,
incluso, a la propia caracterización del régimen. La memoria nos lleva a su
fase introductoria, cuando le fue conferida una falaz naturaleza
revolucionaria, con la cual se apologizó la arbitrariedad y la devastación
institucional. Aquella pretendida excusa ideológica consiguió neutralizar los
reproches -sobre todo internacionales- que en ese momento hubieran entorpecido
la viabilidad del proyecto perpetuista del comandante... Bien sabemos que el
estilo del mundo favorece con su benevolencia los atropellos de los gobiernos
de izquierda, a los que se absuelve de pecados duramente penalizados si fueren
cometidos por mandamases de la derecha.
Esa primera coartada comprobó que las
mentiras más creíbles son paradójicamente las más grandes, del mismo modo como
las coartadas más estrafalarias han resultado verosímiles en el desprevenido
auditorio venezolano...
Así, de excusa en excusa, Venezuela se mantiene
estacionada, a la espera de unos beneficios revolucionarios que, de tanto ser
aplazados, conforman un presente convertido en pasado sempiterno... Las
opciones que se enfrentarán el próximo 7-O son muy claras: una, la que ha
prolongado el pasado en este largo festín de pretextos, y otra, la del futuro
que busca abrirse paso para demostrar cuánto provecho puede obtener una
sociedad comprometida con el refrescamiento constante del poder y la política.
Argelia.rios@gmail.com
Twitter @Argeliarios
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