El miedo es libre. Se puede acumular en
cantidades industriales y no paga impuestos. Pero sí es una pesada carga a la
hora de la valoración que los ciudadanos deben hacer sobre las actitudes
básicas de sus dirigentes.
Lo menos que debe exigirse a quienes aspiran la
presidencia de la república es exigirle que debatan pública y directamente,
cara a cara, sus ideas, ejecutorias, lineamientos políticos e ideológicos que
los orientan y confronten las ofertas concretas que prometen en materia
programática. Esto fortalece la conciencia de la nación. Es lo usual y esperado
en todas las elecciones de cualquier país medianamente democrático.
Hugo Chávez
no es un demócrata. Es una persona de temperamento subversivo. No tiene la
preparación mínima para bien gobernar a un país como el nuestro. Pero, es
astuto, audaz, guapo cuando está respaldado por la fuerza bruta o institucional
y, en definitiva, un maestro en el arte del disimulo y la mentira. Ejemplos hay
a montón.
Él mismo se ha encargado de referir como mentía desde que estaba en
la Academia Militar, o cuando servía como mediocre oficial activo, o las
maromas que ha tenido que hacer antes y después de los golpes de estado del 92
y para mantenerse en el poder en estos catorce años. Las historias del 4F-92 y
del 11-12-92, no lo proyectan como un héroe, ni aquellas jornadas como la
epopeya, de la cual carece, que lo elevaría a los altares que la izquierda
revolucionaria ha levantado a otros en varias partes del mundo.
Por lamentables fallas y complejos, no
del todo superados, en el mundo democrático venezolano se le dejó correr hasta
donde le dieran las fuerzas. La mayoría se cerró sobre su propio mundo en busca
de sobrevivencia frente a la barbarie. Los resultados han sido dramáticos. La
peor gestión de la historia. Nada funciona bien en Venezuela. Ineficacia y
corrupción son señalados por propios y extraños, bajo el amparo de una
impunidad jurídica y política que ya es una vergüenza. Las fuerzas se le
acabaron. Luce agotado física, mental y éticamente. Campaña limitada, sin
ofertas creíbles, sobre la base de la calumnia y el insulto.
Es hora de exigir un debate serio, con
reglas claras y definitivas entre Enrique Capriles Radonsky y Hugo Chávez. Éste
dice que aquel es “la nada”. Entonces, ¿a que le teme Chávez? Habla, insulta,
descalifica, ofende a kilómetros de distancia, hace promesas incumplibles y
proyecta sus intenciones cuando acusa a la oposición de desconocer los
resultados electorales.
Resulta que esa “nada” está en el corazón del pueblo.
Le quitó la calle. El extraordinario esfuerzo de Capriles, su prudente pero
firme mensaje y el acierto de las políticas de la alternativa democrática, son
garantías de triunfo. Se acerca el final de la entrega comunistoide, de las
alianzas abiertas y encubiertas con gobiernos y organizaciones forajidas y la
vergüenza de ser señalados como país de primera importancia para crímenes de
lesa humanidad como el narcoterrorismo, la trata de seres humanos y de armas.
Los pueblos no votan por agradecimiento ni por el pasado. Votan por la
esperanza.
oalvarezpaz@gmail.com
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