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miércoles, 8 de agosto de 2012

ANDRÉS SIMÓN MORENO ARRECHE, CIUDADANOS O MILITARES

Democracia y ciudadanía:
Más allá de las épocas, las filosofías y las religiones, la historia de las naciones está indefectiblemente unida a dos cosmovisiones de la realidad social: La que asume su dirección desde un cónclave ungido y la que considera la participación de sus miembros en la toma de las decisiones y la selección de su futuro. Fue precisamente Toynbee quien demostró que las civilizaciones nacen por una razón determinada, y descartado el criterio racial y el ambiental, surge el proceso ciudadano de incitación y respuesta, según el cual una comunidad es estimulada o presionada por un problema frente al cual ofrece una respuesta creativa, que en el caso de un pueblo sin historia será el surgimiento de una nueva civilización.
Uno de los referentes históricos, a mi entender el más “civilizado” de esas respuestas creativas, es el surgimiento de la República, que en sentido amplio es un sistema político que se fundamenta en la igualdad ante la ley como la forma de frenar los posibles abusos de las personas que tienen mayor poder, del gobierno y de las mayorías, con el objeto de proteger los derechos fundamentales y las libertades civiles de los ciudadanos, de los que no puede sustraerse nunca un gobierno legítimo. Visto así, el gobierno republicano no es otra cosa que la organización para la administración de “la cosa pública” o propiedad colectiva de los ciudadanos, que entre muchos otros asuntos, aborda la necesaria defensa de sus intereses frente a otros colectivos, y de allí nace la necesidad de un instrumento de acción coercitiva, organizada y subordinada a los ciudadanos, que desde el comienzo de la historia se conoce como ejército, o fuerzas armadas, como le parezca a Ud. mejor. Estas fuerzas armadas de una república equivalen a los glóbulos blancos y a la flora intestinal en las personas: Apestan, son potencialmente nocivas para todo el organismo, pero colocadas en el lugar que se necesitan, cumplen una función vital: El combate a las bacterias invasoras y la disolución de las ingestas “pesadas” para que el organismo pueda asimilarlas o excretarlas, lo que más convenga.
El origen de las naciones está fuertemente unido a esas dos cosmovisiones: La del cónclave del ungido, que dio pie a las teocracias originarias –como los Reyes de la antigüedad, o  los patriarcas judeocristianos,  y la de la participación de los miembros civiles, que surge en la Grecia antigua como una forma de organización de grupos de personas, cuya característica predominante es que la titularidad del poder reside en la totalidad de sus miembros, haciendo que la toma de decisiones responda a la voluntad colectiva de los miembros del grupo. Posterior a los griegos, el desarrollo de la humanidad en Occidente marca una clara distinción entre ciudadanos y militares. Entre quienes ejercen la civilidad como forma de vida social y política, y aquellos otros que por la naturaleza del ejercicio de sus acciones militares, les está prohibido ejercerla como aquéllos, aún cuando la estructura vertical de sus mandos esté subordinada a la voluntad del colectivo ciudadano que se expresa en la asamblea de ciudadanos.
La ciudadanía es, entonces, el conjunto de derechos que tienen las personas como sujetos y los deberes que de ellos se derivan, y que a partir de su ejercicio ha ido transformándose y evolucionando paralelamente al desarrollo de la sociedad. Así, el ciudadano es la persona que, por su condición natural o civil de vecino, establece relaciones sociales de tipo privado y público como titular de derechos y obligaciones personalísimo e inalienable, reconocidos por el resto de los ciudadanos bajo el principio formal de igualdad. Tales principios y tales derechos son ajenos a la condición del militar, aún cuando sus miembros provengan del mundo civil, porque la condición de militar hace referencia a los individuos (miembros), instituciones, instalaciones, equipamientos, vehículos y todo aquello que forme parte de forma directa e inseparable de las Fuerzas Armadas o ejército; creado y organizado con la misión fundamental, pero no exclusiva, de defender la integridad territorial y la soberanía del país al que pertenezca, por medio del uso de la fuerza y las armas en caso de ser necesario.
Autocracia y “militaridad”
La “militaridad” (barbarismo del que nos excusamos ex-ante) tiene como piso filosófico la cultura de la violencia para dirimir de las desigualdades de opinión. Allí no hay cabida para el diálogo ni la participación igualitaria de sus miembros. No sólo que no hay tal posibilidad: es inconcebible que pudieran existir esas virtudes ciudadanas porque la naturaleza intrínseca de la “militaridad” requiere de una estructura fundamentada en tres principios básicos: La verticalidad de la relación entre sus miembros como forma de organización, la obediencia a la jerarquía como modelo de acción y el uso de la fuerza para zanjar las discrepancias como instrumento de ejecución. Tales principios orientan el accionar de la militaridad hacia el ejercicio de la autocracia, que es una forma de gobierno en la cual la voluntad de uno es la ley para los otros que jerárquicamente están por debajo de aquél.
Salvo honrosas excepciones históricas, el militar está exclusivamente entrenado para la obediencia debida (no para el debate civilizado), para la ejecución de misiones específicas (no para la organización de proyectos) para el uso del armamento letal como instrumento de implantación de la voluntad (no para el diálogo constructivo). Tal entrenamiento desmonta los principios y los valores de la civilidad, y en su lugar coloca a la obediencia jerárquica y a la ejecución de la fuerza como valor y atributo de su condición. En estas circunstancias, el militar deja de ser ciudadano (en la concepción grecolatina del término) para trashumarse en ejecutor de órdenes, quedándole como borroso resquicio de aquella civilidad el porte nominal de un documento de identidad que lo vincula con el país-nación al que pertenece la Fuerza Armada en la que ejerce su rol de soldado en cualquiera de sus jerarquías.
Por estas consideraciones conceptuales es que esta forma de gobierno que tenemos en Venezuela nada tiene que ver con los conceptos de democracia de Platón (“el gobierno de la multitud”) o el de Aristóteles (“el gobierno de los más”) porque se trata de un gobierno autocrático y militarista, que a partir de uno de los muchos ejercicios de la democracia –la participación de los ciudadanos en una elección-  secuestró para sí el ejercicio de los demás poderes republicanos y subsumió sus acciones a la voluntad de un autócrata con profunda raigambre militar y de vocación totalitaria. El venidero 7 de octubre Venezuela tiene la oportunidad de reencontrarse con su civilidad al decidir su futuro entre dos modelos: El de la civilidad activa y participativa, representado en el candidato único de las oposiciones democráticas, y el de la militaridad mandona y recalcitrante, que está vívidamente expresada en la propuesta continuista de un teniente coronel.
andresmorenoarreche@gmail.com

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