“El
que revela el secreto de otros pasa por traidor; el que revela el propio
secreto pasa por imbécil” Voltaire
Todos
sabíamos que eso pasaba, pero no deja de impactar que un protagonista de los
que podemos llamar un “peso pesado”, por su cercanía a la cúpula del poder y
sus graves responsabilidades, nos lo diga en la cara, con todo desparpajo, y
con una sonrisa cínica que revela su complacencia al paladear el dulce sabor de
la venganza.
Aquellos
que lo acusan de traidor se traicionan a sí mismos, ya que están admitiendo que
sus secretos fueron revelados, y pasan automáticamente a la otra categoría que
define Voltaire.
Este
hecho comunicacional, en mi opinión, tiene dos caras, dos noticias: una buena y
una mala.
La
mala, para salir de eso, es que los traicionados tienen más argumentos para
aferrarse a toda costa al poder, y ya sabemos de qué son capaces. Es indudable
que redoblarán sus esfuerzos, desde el ministerio de elecciones y el resto de
los “poderes”, para asegurar su permanencia, porque de lo contrario, tendrán
que pagar aquí en la tierra por sus innumerables pecados. Los demócratas, bajo
el liderazgo de nuestro candidato, debemos esforzarnos aún más para evitar el
sin fin de sinvergüenzuras que se están gestando, la cuales conoceremos en
detalle cuando otro “peso pesado” se atreva a decirnos lo que ya sabemos en el
campo electoral.
La
buena noticia, gracias a lo que Voltaire tilda de imbecilidad, es que por fin
tenemos a un delincuente confeso de crímenes contra los derechos humanos,
algunos de ellos considerados por el Estatuto de Roma como de lesa humanidad.
Los demócratas, y en especial las víctimas de los delitos confesados, hemos
recibido en bandeja de plata a un personaje que debe ser llevado a las últimas
instancias internacionales para que pague por sus delitos y deje servida la
mesa para los otros comensales, aquellos que se aferran al poder a toda costa.
El
estatuto de Roma (7.1.e) define como crimen de lesa humanidad, entre otros, la
“encarcelación u otra privación grave de la libertad física en violación de
normas fundamentales de derecho internacional”. Es evidente que el delincuente
confeso confirma que sus actuaciones forman parte de un ataque sistemático,
como política de estado, contra un grupo de compatriotas cuyo delito es
disentir. A los juristas les tocará decidir qué hacer en este caso, pero me
parecería inconcebible que se desperdiciara la oportunidad que nos ha brindado
este delincuente.
Los
traicionados, por su parte, ya tienen en marcha su estrategia de minimizar,
descalificar y hasta de echarnos la culpa a nosotros, estrategia harto conocida
que cada vez es menos efectiva. Razón tiene el candidato de la unidad cuando
afirma que algunos voceros oficialistas "están hundiéndose en su propio
pantano".
gyepesp@gmail.com
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