Han sido pocos los sorprendidos por las revelaciones del ex magistrado
del TSJ, Aponte Aponte, hasta hace poco considerado un prócer de la revolución
chavista, encumbrado a tan alta responsabilidad gracias a una de las más
abyectas y repugnantes conductas como militar
y juez.
Todo lo denunciado por él era vox populi. Quienes por profesión estamos
de cierta manera cerca de cómo se bate el cobre en los tribunales, lo oído en
TV el día 18 de abril por boca de este personajillo, era más que sabido y
sufrido.
La descomposición moral e institucional a la que han llevado el poder
judicial los que hoy detentan el poder es pasmosa. Es difícil comparar esta
situación con anteriores en nuestro país. El envilecimiento nunca llegó a los
extremos de perversidad que han impuesto los bárbaros que gobiernan.
Porque no es sólo el tema de la carencia cierta de independencia de la
institución judicial respecto del autócrata y sus secuaces, algo de por sí ya
de extrema gravedad; no es solo la notoria pobreza profesional y vasta
ignorancia de los jueces y demás empleados, una calamidad sobrecogedora; es
también la baja catadura moral de quienes están al frente de estos mecanismos
cruciales para toda sociedad, lo que más alarma. Es de vómito.
Ayer quedó al descubierto en toda su magnitud la podredumbre que está
corroyendo la institucionalidad que como venezolanos construimos algún día.
Y no es que la que teníamos fuera perfecta, ni que no hubiera mostrado
sus máculas, algunas también graves.
Pero al extremo que hemos llegado, no puede haber contraste alguno, a
menos que nos remitamos a los procesos estalinistas de Moscú o del nazismo.
Lo que estamos presenciando es un espectáculo en que todos los poderes
constituidos se agrupan en gavilla, para delinquir, violar los derechos
humanos, perseguir al opositor, con el único propósito de mantenerse
ilegítimamente en el poder.
En un país serio, las autoridades denunciadas ya habrían formalizado las
renuncias a sus cargos. No es para menos.
Pero esperar una conducta honrosa mínima, de pudor, en los que se han
colocado reiteradamente al margen de la ley, irrespetándola a diario de la
forma más inescrupulosa, es ilusorio.
Con la denuncia pública, el desconcierto que se ha apoderado del gang que
gobierna es tal, que ya no hayan qué inventar para atribuirle a la oposición
vínculos con quien era hasta hace poco uno de sus verdugos más conspicuos.
Ahora que el compinche violó el código de silencio, l’omertá de la mafia,
es blanco de todos los denuestos.
Indignos Aponte y sus compañeros que lo condenan con desvergüenza.
Así, oímos de nuevo el disco rayado. Un discurso ajado que pretende ligar
a la oposición y su candidato a unos demoníacos y torvos planes del
imperialismo.
La creatividad está llegando a cotas insospechadas y estrambóticas.
Nicolás Maduro, en una demostración de caradurismo sin límites, pone
también lo suyo.
Tiene el tupé -por no decir otra cosa- de decir que el delincuente
chavista Aponte Aponte, uno de los brazos ejecutores de los deseos
inconfesables del déspota de Miraflores, es un
vocero de la oposición.
¡Ay Maduro Maduronzón¡ Esa mentirota no te la creerán ni en tu casa, por
mucho esfuerzo que hagas.
No lo podrán negar nunca. Aponte Aponte cometió delitos en conchupancia
con el poder, y éste es cómplice de las acciones más horrendas que este juez
pudo realizar. Eso no lograran esconderlo, ni Chávez ni el nuevo caporal del
chavismo, Diosdado.
Para éstos, llegó la hora del ajuste de cuentas, como es costumbre en
grupos de esta calaña, aunque sólo sea, por ahora, mediante el “sapeo”.
Los jerarcas en el poder traicionaron a quien les sirvió diligentemente,
cometiendo las peores tropelías, las violaciones más repugnantes a los derechos
humanos. Actuaron como lo hizo el tirano Fidel Castro con el incómodo general
cubano Arnaldo Ochoa.
Aponte Aponte se muestra ahora arrepentido, después que le destruyó la
vida a varios venezolanos opositores y sus familias, hundiéndolas en el dolor y
las penurias materiales, sólo para complacer los caprichos del autócrata.
Este episodio ignominioso de nuestro país no puede quedar sin
consecuencias. Las fuerzas democráticas emergentes están obligadas a dar una
respuesta contundente y adecuada a tan graves hechos, que no por sabidos, dejan
de ser serios.
La mayoría de los venezolanos, opositores y simpatizantes del
gobierno, pudimos presenciar las
revelaciones de Aponte Aponte, aguantándonos las ganas de vomitar. Porque lo
que vimos es nauseabundo, repugnante.
Venezuela no es la cloaca putrefacta en la que han querido convertirla.
El 7 de octubre será la oportunidad para expulsar del gobierno a estos
impresentables.
@ENouelV
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