por John
Stuart Mill se quejó alguna vez de aquellos espíritus “superficiales“ que
despreciaban la filosofía especulativa por considerarla ajena a los asuntos de
la vida diaria. Para Mill, estos personajes ignorantes no entendían que la
filosofía, las ideas, eran a largo plazo
la fuerza más aplastante que pudiera existir sobre los asuntos humanos. Mill,
por cierto, no está solo en esto. En su famosa Teoría General, John Maynard
Keynes alertó que las ideas de economistas y filósofos políticos, correctas o
equivocadas, eran más poderosas de lo que comúnmente se creía. Incluso más,
según Keynes, el mundo se rige por poco más que ideas.
El curso de
la evolución social entonces, si Keynes y Mill estaban en lo correcto, lo
definen las ideas que en ella predominan. En consecuencia, el avance de ideas
de una u otra naturaleza llevarán a la sociedad por el camino de la decadencia
o el de la prosperidad.
Históricamente
no ha habido grupo de ideas más contagioso y destructivo que el colectivismo.
El mejor ejemplo de ello es Alemania. Desde medidados del siglo XVIII
hasta principios del siglo XX, el mundo
germano fue el faro intelectual, cultural y científico del mundo occidental. En
su bestseller The German Genius, el británico Peter Watson explica cómo, la
alemana, más que cualquier otra cultura moderna, fue la que forjó el mundo que
conocemos hoy. El hecho de que hacia 1910 más de la mitad de la literatura
científica del mundo se publicara en alemán y que en 1933 Alemania contara con
más premios Nobel que Inglaterra y Estados Unidos juntos, son un reflejo de la
pasada preeminencia intelectual germana.
Todo eso se
evaporó con el avance de las ideas socialistas. Como bien explicó Friedrich von
Hayek en Camino de Servidumbre, fue el ataque sistemático de intelectuales
alemanes a la filosofía indvidualista sobre la que se fundó la civilización
occidental, lo que proveyó las bases para que el nacional socialismo se hiciera
del poder. Y así, una nación de la que se llegó a argumentar que constituía la
verdadera heredera de la civilización romana y griega, se sumiría en el
barbarismo y la oscuridad del colectivismo.
El mismo colectivismo que bajo el nombre de "marxismo" sacrificaría a
más de 100 millones de seres humanos.
La lección
que debemos extraer de esta historia es que nada de todo aquello de lo que
disfrutamos hoy en Chile gracias a la revolución liberal iniciada hace más de
tres décadas está asegurado. Si continúa avanzando el discurso estatista
redistributivo, la ideología igualitarista, la retórica anti empresarial y la
moralina anti lucro, veremos severamente dañado nuestro sistema de libertades.
Esto llevará a Chile al fracaso en su proyecto de alcanzar la paz y prosperidad
que han logrado otros países, sumiéndolo en un nuevo período de estancamiento y
conflictividad. Quienes piensan que mientras haya consumo las mayorías
defenderán el sistema caen en una simplista ilusión. Las mayorías —ni hablar de las minorías bien organizadas—,
infectadas por la demagogia estatista, pueden perfectamente optar por destruir
un sistema que las beneficia. Las malas ideas, así lo prueba el socialismo,
pueden y suelen triunfar frente a toda evidencia. Pues el problema, como bien
ha explicado Douglass North, es uno de fe y no de racionalidad. Y las
ideologías, como advirtió el mismo North, son materias de fe antes que de razón
y subsisten pese a las abrumadores pruebas en contrario.
Hoy, a
nuestro sistema de libertad económica se le ataca desde la oposición, desde el
gobierno, desde la academia y desde las calles. Mientras tanto, salvo
excepeciones, sus partidarios guardan silencio o transan derechamente sus
principios. Creen que pueden cosechar los beneficios de la libertad sin
comprometerse con su defensa. Se equivocan. Thomas Jefferson advirtió que hay
un precio que pagar por nuestra libertad y prosperidad: la eterna vigilancia.
No basta con el cheque a fin de mes, pues nadie quedará libre de las
consecuencias cuando lo alcanzado hasta ahora se haya perdido.
*
investigador del Instituto Democracia y Mercado (Chile) y columnista de
ElCato.org. Axel obtuvo el primer lugar en nuestro primer concurso de ensayos,
Voces de Libertad 2008.
Este
artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 20 de marzo de
2012.
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