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miércoles, 28 de diciembre de 2011

DIARIO RIO NEGRO: CUBA Y LOS CUBANOS. EDITORIAL (DESDE ARGENTINA)

Parecería que al dictador cubano Raúl Castro le gustaría "reformar" la política migratoria de la isla para que por fin sus compatriotas pudieran disfrutar del derecho, consagrado por la ONU y por un sinnúmero de tratados internacionales, de todos a salir de su país sin tener que superar antes una serie de obstáculos destinados a impedirlo, pero luego de pensarlo decidió que sería prematuro. Como afirmó ante la Asamblea Nacional, se trata de una "compleja temática". El hermano menor (tiene 81 años) de Fidel Castro está en lo cierto: de eliminarse las restricciones que rigen desde hace más de medio siglo, podría producirse un éxodo masivo equiparable con el que experimentó Alemania oriental poco antes de la caída definitiva del Muro de Berlín, cuando centenares de miles de "turistas" aprovecharon la apertura de la frontera entre la Hungría todavía comunista y Austria para trasladarse al oeste. Aunque para muchos que quisieran emigrar, la extrema pobreza –se estima que el salario mensual promedio es de apenas 20 dólares– constituiría una barrera eficaz, quienes cuentan con familiares en Estados Unidos o Europa podrían esquivarla. Asimismo, las organizaciones creadas por los exiliados cubanos estarían en condiciones de ayudar a los deseosos de probar suerte en el exterior.
BALSEROS CUBANOS
Como ya es habitual, Castro atribuye la violación institucionalizada de lo que en el mundo democrático es un derecho básico a "las circunstancias excepcionales en que vive Cuba bajo el cerco que entraña la política de injerencia subversiva del gobierno de Estados Unidos", lo que no sólo tendría sentido si los norteamericanos lo presionaran para permitir la entrada de una multitud de "gusanos" con el propósito de poner fin a "la revolución". La realidad es distinta. Lo mismo que otros países comunistas antes de producirse la debacle soviética, Cuba es admirada desde lejos por intelectuales izquierdistas, políticos nacionalistas y militantes hostiles a Estados Unidos, pero por motivos comprensibles el grueso del pueblo cubano preferiría no tener el privilegio de participar de lo que según tales "progresistas" es una epopeya romántica.

En América Latina, buena parte de Europa e incluso el mundillo académico norteamericano, la actitud frente al calvario de los cubanos de quienes se califican de progresistas suele ser complaciente. Si bien todos se proclaman defensores insobornables de los derechos humanos en sus propios países, minimizan los crímenes sistemáticamente perpetrados por el régimen comunista, como en efecto ha hecho una larga serie de presidentes argentinos, incluyendo a Raúl Alfonsín, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, además de Eduardo Duhalde, de tal modo actuando como cómplices de una tiranía asesina. Para los muchos que piensan y actúan así, el que el régimen cubano haya estado en la mira de Washington desde hace tanto tiempo importa muchísimo más que la vida, bienestar o libertad de los demás cubanos. Cuando estas personas hablan de su "solidaridad con Cuba", lo que tienen en mente es su propia voluntad de apoyar a una dictadura hostil a Estados Unidos por razones en el fondo nacionalistas, puesto que los sufrimientos de los cubanos de carne y hueso no les interesan en absoluto.
De todos modos, a esta altura es muy poco realista imputar la catástrofe cubana a la "injerencia" de Estados Unidos. El famoso "embargo" al que aluden los simpatizantes del régimen no ha impedido el comercio con el resto de mundo, pero sucede que a partir de la revolución de 1959 la economía cubana ha sido esencialmente parasitaria; para mantenerse a flote ha dependido de subsidios primero de la Unión Soviética y últimamente de Venezuela. Pero no sólo ha sido cuestión de la ya tradicional inoperancia económica de los comunistas; también lo ha sido del desprecio de la elite partidaria por la libertad del individuo, de la corrupción que es característica de todos los sistemas totalitarios y de la represión feroz de cualquier manifestación de disenso. Aunque Raúl Castro parece haberse dado cuenta tardíamente de que "el experimento socialista" que con su hermano sigue reivindicando ha resultado ser un fracaso calamitoso, no sabe cómo finalizarlo, de ahí su resistencia a abrir las puertas del laboratorio para que puedan salir las víctimas.

http://www.rionegro.com.ar/diario/opinion/editorial.aspx?idcat=9542&idArt=783065&tipo=2

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