En países tan diferentes como pueden serlo Venezuela, EE.UU. y Noruega hemos podido observar como surgen fanáticos capaces de cualquier acto, por criminal que pueda ser, si eso representa la justificación de una determinada ideología o de una fobia particular.
El fanatismo y el extremismo político han existido siempre en la historia de la humanidad y aunque han representado a un segmento minoritario de la población , el daño que han causado ha sido terrible.
El 11 de septiembre de 2001 fue una fecha en la que perecieron aproximadamente tres mil personas en las Torres Gemelas y sus aledaños producto del odio y del fanatismo religioso. Pero, si bien este hecho resulta emblemático de lo que puede ocurrir cuando la incomprensión y el odio prevalecen en las relaciones internacionales, no es esa la única forma de expresión de ese nihilismo social.
En países tan diferentes como pueden serlo Venezuela ,EE.UU. y Noruega hemos podido observar como surgen fanáticos capaces de cualquier acto, por criminal que pueda ser, si eso representa la justificación de una determinada ideología o de una fobia particular. Algunas pueden ser absurdamente letales como la masacre ocurrida en la pequeña isla noruega, otras pueden ser potencialmente catastróficas como lo son algunas ideas mantenidas, con fe de carbonero, por algunos miembros del Tea Party del partido republicano, y otras como las que vivimos en nuestro país en la que una pequeña banda de militares y algunos civiles conducidos por Chávez está dispuesta a ir, si necesario, a una guerra civil con tal de no entregar el poder a los escuálidos contra-revolucionarios; también hay especímenes parecidos del otro lado de la barricada en los que su odio es tal magnitud que no dudarían en prescindir de los métodos democráticos con tal de erradicar de raíz al chavismo.
Ojalá la gente sensata, que no dudamos que sea la mayoría en ambos bandos, se de cuenta de que nadie ganará con una guerra civil. Ya nuestra historia tiene demasiados ejemplos del daño que eso le hizo a nuestra nación y que sólo culminó con la larga y tenebrosa dictadura de Juan Vicente Gómez.
Hemos insistido en nuestros editoriales que para evitar mayores males en el futuro hay que emprender el camino del diálogo, aislar a los extremistas de ambos lados, y luchar por establecer un clima de tolerancia política en el país. Estamos conscientes de que la tarea no es fácil, hay que primero desmontar el mensaje de odio y entender que nadie es dueño de cien por ciento de la verdad y de la razón. Pero el futuro de nuestros hijos nos los exige, no podemos seguir viviendo en una sociedad en la que cada día por motivos triviales se asesina y se destruye moralmente a un número creciente de ciudadanos. Sólo un clima de paz, de tolerancia y de respeto podrá permitir reconstruir un país que de verdad sea de todos y no de una secta.
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