La encrucijada que ubica a los venezolanos en el momento de darnos una nueva Asamblea -nuevos diputados- se convierte en esperanza para todos, tanto para quienes aceptan llamarse oficialistas, como para quienes nos calificamos de opositores al régimen. También es esperanza para aquellos que prefieren no ser identificados en ninguna de las anteriores dos categorías. Todos tenemos esperanzas de que las cosas sean mejores, de que el cambio sea para bien.
Se vence el quinquenio de los diputados electos en 2005. Venezuela se pronuncia. Cada quien hace balance de lo que ha visto, percibido y experimentado en ya casi sesenta meses de ejercicio de la representación popular. El voto de los electores conscientes, como es lógico, guarda relación con el juicio que haga de la gestión que concluye, y con la esperanza que abriga sobre lo que ha de venir y vendrá.
“La esperanza es goce anticipado de futuro, así que a gozar muchachos, porque el futuro está cada vez más cerca, tiene fecha y hora”, así lo escribieron el pasado domingo en “ellibrepensador”, los bien reconocidos Laureano, Mara, Claudio y Zapata. Esa verdad que comparto es absolutamente cierta. Antes de ver el cambio en marcha, la esperanza nos hace disfrutar con anticipo el futuro que esperamos. Los oficialistas tienen la esperanza de que el Presidente continúe, como hasta hoy, con respaldo parlamentario incondicional, entiéndase sin condición alguna, donde se apruebe, se haga o deje de hacer, lo que el Presidente de la República indique. Para otros la esperanza está puesta en diputados que cumplan cabalmente la triple responsabilidad que la Constitución les otorga: representar, legislar y controlar.
En el quinquenio que concluye los diputados han sido, en lo fundamental -y así se definen ellos mismos- representantes del proceso en marcha, siendo así que constitucionalmente, en nuestro Parlamento unicameral, “Los diputados o diputadas son representantes del pueblo y de los estados en su conjunto, no sujetos o sujetas a mandatos ni instrucciones, sino sólo a su conciencia. Su voto en la Asamblea Nacional es personal”. En un Parlamento Bicameral los senadores representan las entidades federales, tal como ocurrió en nuestros primeros ciento noventa años de vida republicana -de conformidad con las veinticinco Constituciones que entonces tuvimos- mientras que los diputados representan al pueblo elector.
Los venezolanos están exigiendo y quieren representantes, voceros suyos, que con independencia del Ejecutivo Nacional velen por sus intereses y derechos, que no necesariamente coinciden siempre con los del Ejecutivo Nacional.
Los diputados son legisladores, y los instrumentos legales que sancionan deben corresponderse con los intereses del pueblo y de los estados que representan. No deben ser legisladores de mero nombre, que dan forma constitucional a leyes elaboradas en el Gabinete Presidencial. Además, como no se ha hecho en este quinquenio, los diputados deben consultar las leyes en discusión “a la sociedad civil”, como lo establece la Constitución.
Los diputados ejercen función de control a través de los mecanismos que la propia Constitución indica: “las interpelaciones, las investigaciones, las preguntas, las autorizaciones y las aprobaciones parlamentarias…En ejercicio del control parlamentario, podrán declarar la responsabilidad política de los funcionarios públicos o funcionarias públicas y solicitar al Poder Ciudadano que intenten las acciones a que haya lugar para hacer efectiva tal responsabilidad” . Lamentablemente esa función contralora no se ha visto en los últimos cinco años, en detrimento de todos, también de aquellos que son socialistas, porque son igualmente victimas de un Parlamento que no atiende sus obligaciones y los representa.
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