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jueves, 25 de junio de 2015

RONNY PADRÓN, VENTAJAS DE UNA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA

Ello en referencia al intenso debate hoy vigente en la opinión pública democrática en torno al modo adecuado para concretar “La Salida”. Es indudable que las condiciones infrahumanas que caracterizan el día a día del venezolano de a pie, llevan a muchos a decantarse por una salida extra-constitucional que nos libre de esa desgracia llamada socialismo, hoy en gobierno. Y tal preferencia no es casual, más bien consecuencia de una muy justificada desconfianza en los factores políticos llamados a liderar la mencionada salida del socialismo, por vía constitucional.

Veamos. La dirigencia demócrata nacional, más allá de su evidente esfuerzo por constituirse en oposición organizada, algo loable pero inútil frente a dictaduras socialistas cuando lo que bien corresponde es la consolidación de una resistencia democrática activa; con ese su empeño de cumplir la ruta electoral solo acatando a pie juntillas los designios de la tiranía, garantiza sin dudas la cómoda permanencia del régimen en el poder, muy a pesar del caos gubernativo siempre inherente al socialismo cuando tiene el poder. Así entonces, el repudio popular vigente contra la dictadura socialista en gobierno aún no se configura en sólido apoyo electoral para el movimiento demócrata organizado, sino más bien constituye una fuerza popular in crescendo en espera de la oportunidad más propicia de hacer manifiesto su poderío político.
Este fenómeno de desconfianza política tuvo su cenit ante la falta de concreción demócrata en los comicios presidenciales del 14 de abril de 2013, reconcomio este que no pudo superarse con el proceso político denominado “La Salida” en el año 2014, ni tan siquiera con el actual escenario de protesta política mediante la “huelga de hambre” en cabeza de importantes líderes demócratas nacionales, que exigen solo algunas condiciones elementales de un Estado de Derecho (Fecha para los comicios parlamentarios, libertad de todos los presos políticos, cese de la persecución política) indispensables para brindar validez a los comicios parlamentarios nacionales pautados para este año.

La protesta política, mediante manifestaciones públicas, pacíficas y no armadas conforme al artículo 68 de la Carta Magna, adolece del necesario liderazgo, uno capaz de canalizar la indignación popular ante el hambre, la enfermedad y el crimen reinante, que resultare suficiente como para activar los artículos 333 y 350 de la Ley Fundamental, tal como cabría esperar en una sociedad en proceso de exterminio a manos del socialismo en gobierno. Ello denota un control socio-político eficiente por parte de la tiranía, que mediante un esquema de violencia física y psicológica, continua neutralizando a la protesta popular como vía expedita para “La Salida”, a remedo del 11 de abril de 2002, inicio formal de esta dictadura.

En cuanto a “La Salida” por vía de la fuerza militar, conforme al artículo 328 de la Constitución, debemos resignarnos ante el hecho cierto de un socialismo gobernante cuya fuerza armada se mantendrá al servicio del partido oficial hasta el momento cierto en que la salvaguarda de la soberanía nacional, hoy arrasada, vuelva a resultar conveniente para su interés grupal.

Sin embargo cabe destacar la pertinencia de insistir en la llamada “Vía Democrática” para concretar “La Salida” en el entendido que sólo esta garantiza el inmediato y pleno restablecimiento del Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia en los términos de la Constitución, que haría posible un proceso político de Justicia y Reconciliación sin impunidad, indispensable al éxito de la República, y de ello todos los venezolanos podemos ser los más eficientes guardianes. Porque el nuevo gobierno democrático de la República de Venezuela, ante los desafueros de esta dictadura debe garantizar con rigor la prisión para quien delinquió, el cumplimiento del pago para el deudor del Estado, y el repudio popular para el que ofendió, humilló y abusó, prevalido de privilegios con el socialismo en el poder. Un nuevo liderazgo demócrata nacional, guiado por el patriotismo y lejos del colaboracionismo vigente, lo puede concretar

¡Fuera el socialismo, fuera Nicolás¡ Ora y labora.

Ronny Padron
caballeropercivall@gmail.com
@caballeroperci

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jueves, 19 de junio de 2014

MARIO VARGAS LLOSA, CAMBIO DE GUARDIA

El pueblo español no era monárquico cuando murió Franco. Volvió a serlo gracias al protagonismo del Rey en la democratización de España y la tarea de Felipe VI es mantener viva esa adhesión

La firma de la abdicación del Rey Juan Carlos I
Vi el discurso de abdicación del rey Juan Carlos en un pequeño televisor de un hotelito de Florencia y me emocionó escucharlo. Por el visible esfuerzo que hacía para mantener la serenidad y presentar su apartamiento del trono como algo natural, sabiendo muy bien que daba un paso trascendental, lo que suele llamarse un “hecho histórico”. Y porque esta renuncia en favor de su hijo, el príncipe Felipe, cerraba un período durísimo para él, de quebrantos de salud, escándalos familiares y personales, unas excusas públicas y unos esfuerzos denodados en los últimos tiempos a fin de recuperar, para él y para la institución monárquica, la popularidad y el arraigo que había sentido resquebrajarse. El discurso fue impecable: breve, preciso, persuasivo y bien escrito.

Desde entonces, el Rey ha recibido múltiples manifestaciones de cariño en todas sus presentaciones públicas y muy pocos ataques y diatribas. Yo estoy seguro que, a medida que discurra el tiempo, el balance de los historiadores irá haciendo crecer su figura de estadista y terminará por reconocerse que los 39 años de su reinado habrán sido, en gran parte gracias a él, los más libres, democráticos y prósperos de la larga historia de España. Y nada me parece tan justo como decir –lo ha afirmado Javier Cercas en un artículo- que sin el rey Juan Carlos no hubiera habido democracia en este país. Ciertamente que no, por lo menos de la manera pacífica, consensuada e inteligente que fue la transición.

Espero que, en el futuro, algún novelista español de aliento tolstoiano, se atreva a contar esta fantástica historia. El régimen de Franco había urdido, con las mejores cabezas de que disponía, su supervivencia, mediante la restauración de una monarquía de corte autoritario, para la cual el Caudillo y su entorno habían educado, desde niño, apartándolo de su familia y sometiéndolo a una celosa formación especial, al joven príncipe, al que las Cortes franquistas, luego de la muerte de Franco, entronizaron Rey de España. Pero en su fuero íntimo, nadie sabe exactamente de qué modo y desde cuándo, el joven Juan Carlos había llegado a la conclusión de que, asumido el trono, su obligación debía ser exactamente la opuesta a la que había sido prefacturada para él. Es decir, no prolongar –guardando ciertas formas- la dictadura, sino acabar con ella y conducir a España hacia una democracia moderna y constitucional, que abriera su patria al mundo del que había estado poco menos que secuestrada los últimos cuarenta años, y reconciliara a todos los españoles dentro de un sistema abierto, tolerante, de legalidad y libertad, donde coexistieran pacíficamente todas las ideas y doctrinas y se respetaran los derechos humanos.

Espero que en el futuro, algún novelista español de aliento tolstoiano, se atreva a contar esta fantástica historia. 

Parecía una tarea imposible de alcanzar sin que los herederos de Franco, que controlaban el poder y contaban todavía –para qué mentir- con un fuerte apoyo de opinión pública, se rebelaran contra esta democratización de España que los condenaría a la extinción, y se opusieran a ella con todos los medios a su alcance, incluida, por supuesto, la de una violencia militar. ¿Por qué no lo hicieron? Porque, con una habilidad extraordinaria, guardando siempre las formas más exquisitas, pero sin dar jamás un paso en falso, el joven monarca los fue embarcando de tal modo en el proceso de transformación que, cuando advertían que ya habían cedido demasiado, confundidos y desconcertados, en vez de reaccionar estaban ya haciendo una nueva concesión. La opinión pública, transformada en el curso de esta marcha hacia la libertad, se alistaba en ella y apoyaba de manera cada vez más dinámica los cambios que, semana a semana, día a día, fueron cambiando de raíz la realidad política de España.

Con motivo de su fallecimiento, se ha recordado hace poco y con mucha justicia, la notable labor que cumplió Adolfo Suárez en la transición. Claro que sí. Pero hay que recordar que fue el rey Juan Carlos quien, con olfato infalible, eligió para que fuese su colaborador en esta extraordinaria operación, a quien era entonces nada menos que Ministro Secretario General del Movimiento, es decir, del conjunto de organizaciones e instituciones políticas del régimen franquista. Nadie debe menoscabar, desde luego, la importancia que alcanzaron en la transición pacífica de España de la dictadura a la democracia, de un régimen vertical a un sistema plural y abierto, prácticamente todas las fuerzas políticas del país, de la derecha a la izquierda, y que todas ellas estuvieran dispuestas, en aras de la paz, a hacer concesiones que hicieran posibles los consensos de los que resultó el gran acuerdo constitucional. Pero nadie debería tampoco olvidar que quien, desde un principio, concibió, impulsó y llevó a buen puerto este proceso, fue el monarca que, prestando un nuevo gran servicio a su país, acaba de abdicar a fin de que herede el trono el príncipe Felipe y con él se abra para España “una nueva etapa de esperanza en la que se combinen la experiencia adquirida y el impulso de una nueva generación”.

Si, de este modo, el rey Juan Carlos contribuyó de manera decisiva a que la democratización de España se llevara a cabo de manera pacífica, con su conducta clara y firme que hizo debelar el intento golpista del 23 de febrero de 1981 consiguió para la monarquía una legitimidad que había perdido vigor y calor popular. Porque lo cierto es que el pueblo español no era monárquico cuando murió Franco. Empezó a ser, o a volver a serlo, gracias al protagonismo que tuvo el Rey apoyando y liderando la democratización de España. Pero fue luego del aplastamiento del intento golpista del 23/F que el rey Juan Carlos devolvió a la Monarquía el respaldo resuelto y entusiasta de la gran mayoría de la población, lo que ha sido factor decisivo de la estabilidad política e institucional de la España de estas últimas décadas.

Sin el rey Juan Carlos no hubiera sido posible una transición pacífica, consensuada e inteligente
Esta historia, que he resumido en pocas líneas, está todavía por contarse. Es una historia fuera de lo común, de una complejidad y sutileza sólo comparable con las de las más grandes novelas, en la que, en la soledad más absoluta, un joven prisionero de una maquinaria casi invencible, se libera de ella y decide, ejerciendo unos poderes que entonces sí tenía el Rey, rebelarse contra el sistema que estaba encargado de salvar, deshaciéndolo y rehaciéndolo de pies a cabeza, cambiando sutilmente todo el libreto que debía aprenderse y ejecutar y reemplazándolo por su contrario. Mucha gente lo ayudó, desde luego, pero él fue, él solo, desde el principio hasta el final, el director del espectáculo.

Por eso la España sobre la que va a reinar don Felipe VI es, hoy, esencialmente distinta de aquella que era cuando murió Franco: una democracia moderna y respetada, un país libre, solvente y culto, que figura entre los más avanzados del mundo. Conviene no olvidar cuánto de todo ello se debe al monarca que ahora se retira para que lo sustituya su heredero.

Es verdad que el príncipe Felipe ha sido muy bien preparado para la difícil responsabilidad que va a asumir. También lo es que España vive hoy problemas enormes –el primero y el más grave de ellos, las amenazas de secesión que podrían hundirla en una crisis de incalculables consecuencias- y que, por más que el monarca en una monarquía constitucional reine pero no gobierne, los desafíos que va a enfrentar van a poner a prueba todos los conocimientos y experiencias que ha adquirido en el curso de su exigente formación. Lo más importante es que el nuevo rey, mediante sus gestos, iniciativas, tacto y comportamiento, mantenga viva la adhesión que es hoy aún muy profunda en la sociedad española hacia la monarquía constitucional. No es cierto que, mientras haya democracia, importe poco si un régimen es republicano o monárquico. No cuando el problema de la unidad de un país es tan grave como hoy día en España. La monarquía es una de las pocas instituciones que garantiza esa unidad en la diversidad sin la cual podría sobrevenir la desintegración de una de las más antiguas e influyentes civilizaciones del mundo. En todas las otras la división, el encono, el fanatismo y la miopía política han sembrado ya las semillas de la fragmentación. Ayudemos todos a Su Majestad don Felipe VI a tener éxito poniendo nuestro granito de arena en la tarea de mantener a España unida, diversa y libre como lo ha sido estos 39 últimos años.

Don Felipe VI va a reinar sobre una democracia moderna y respetada, un país libre, solvente y culto
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2014.

Mario Vargas Llosa
vargas_llosa@gmail.com
@vargas_llosa

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martes, 5 de marzo de 2013

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, UN EJEMPLO DE TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA

En el año 1976, Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno español, figura singular de la transición hacia la democracia luego del franquismo, señaló que la política y la responsabilidad de un jefe de gobierno era: "despejar incógnitas y clarificar los objetivos" y que la democracia: "debe ser la obra de todos los ciudadanos y nunca obsequio, concesión o imposición, cualquiera que sea el origen de ésta", siendo indispensable para consolidarla: "el concurso de cuantas fuerzas articulen el cuerpo nacional". 
Esa tarea de integración social y de reconstrucción de la democracia implicaba la constante y fecunda relación con diversas tendencias políticas: "con muchos de los grupos políticos más significativos que existen en España y que ofrecen alternativas estimables, sean de derecha, de centro o de izquierda, para escuchar con respeto sus puntos de vista".
En tal escenario, la transición política de la dictadura a la democracia no representaba para Suárez el simple: "relevo demagógico de clases dirigentes" sino como la reunión de todas las fuerzas sociales para conformar: "un nuevo pluralismo" legitimado por el voto popular. La transición, igualmente, implicaba restablecer en España el Estado de Derecho y garantizar las libertades públicas. Se pretendía modificar la anterior estructura política, mediante la participación popular pero con un sentido verdaderamente democrático ajustado a la realidad del país y, en especial: "al pluralismo existente en su base social".
Suárez, auspició definir una política de objetivos nacionales que debían ser seguidos por todos los gobiernos y propuso: "un gran acuerdo para la democracia, para la paz, para encontrar definitivamente unas bases sólidas cimentadas en la aceptación de los verdaderos intereses nacionales, para nuestra convivencia y grandeza como Nación".
Gobernar, en su concepto, no era un acto aislado ni producto de una única voluntad, sino la acción de un gobernante: "asistido por la sociedad", lo cual se opone al sectarismo y al absolutismo en el poder. La finalidad de su gobierno fue realizar una reforma política y gestionar una transición política que permitiese transformar a la sociedad española y conducirla hacia la democracia, superando los errores del pasado, sin: "ningún afán de gobernar con espectacularidad, ni ningún deseo de protagonismo... No servimos tampoco intereses de partido... el servicio se deriva a trabajar en equipo a favor de nuestro pueblo", señaló.
En uno de sus discursos sobre la sociedad moderna y la esencia democrática en su país, afirmó que: "Surgió en la piel de España, en toda su riqueza, un pluralismo que tiene que ser aprovechado y canalizado para ser útil a la comunidad". La hegemonía política contradice la democracia y la esencia de ésta es la diversidad de ideas y corrientes sociales en escenarios de libertad y convivencia.
En cuanto al carácter y principios para un gobierno de transición democrática, Suárez destacó varios elementos: Un agudo sentido de realidad política y de la voluntad de la Nación, el involucramiento de todas las fuerzas sociales, el afianzamiento del Estado de Derecho y: "que sus instituciones tengan un lugar holgado para cada ciudadano y cada idea política", crear los instrumentos necesarios para una auténtica democracia, "hacer más sólida la concordia", "crear una absoluta transparencia en los comportamientos públicos" y que: "la oposición política ..." sea: "...contemplada por el Gobierno con naturalidad", entre otros, procurando en todo caso los intereses y objetivos superiores de una nación. Y concluía que: "la transición ha de hacerse desde el consenso de todas las fuerzas políticas que obtengan representación..., independientemente del número de votos".
A pocos meses de la designación de Suárez como Presidente del Gobierno, se cumplió uno de los fundamentales objetivos de la transición política española: la celebración de elecciones generales libres luego de 41 años de dictadura. De esa manera, culminaba para bien de España un proceso político complejo pero que tuvo entre sus méritos el desarrollo de una política de amplitud, la recuperación de las libertades políticas y la reconciliación entre los ciudadanos.
Se aspiraba construir: "caminos de futuro" y no volver a los errores del pasado histórico, proponiendo el Presidente Suárez: "evitar entre todos que se repita –real o dialécticamente– la división política... en dos frentes antagónicos" y que en la guerra civil enfrentó dramáticamente a dos bandos: los españoles "de la derecha" y "de la izquierda". Urgía el pluralismo como realización plena de la democracia, para: "evitar riesgos de los que la Historia nos ofrece tristes ejemplos".
Suárez, primer presidente de la España democrática desde 1936, lideró la transformación política de su país, y su partido: "Unión de Centro Democrático", gobernó esa nación en los primeros años después de la muerte de Franco.
Jfd599@gmail.com

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