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domingo, 8 de junio de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, EL PAÍS ENTRAMPADO

En este país pululan las trampas. Este es un país entrampado, uno que vive una cotidianeidad de trampa, una que parece alargarse más que una trampa.

Las trampas están a la orden del día. Las tácticas para entrampar van desde juicios falsos hasta un juego político vacio. La trampa se extiende desde dispositivos para capturar e incomodar hasta juegos verbales insustanciales rayanos en el acertijo.

En este país se asiste a la vieja expresión “hacer trampa” como se mira un acto fraudulento q anda detrás de un provecho malicioso y no se le considera más que una acción no delictual.

El país está trancado bajo la trampa. El proceso político se quedó estático en un punto, el de la trampa. Las acusaciones sobre el “diálogo” entre gobierno y oposición se asemejan al escándalo y las negativas tímidas por acusar a la otra parte de no haberse tomado en serio la tarea.

El país no encuentra como salir de la trampa porque los actores piensan que se trata de un ratón buscando por las paredes de un laberinto la posibilidad de encontrar el queso recompensatorio. Los días pasan en la mayor repetición concebible. No hay acciones para abrir la puerta de la trampa jaula ni movimiento alguno que conduzca a aliviar al país de sus penurias ya asumidas como fatídicas.

La trampa parece construir nuevas rejas o paredes cada día. La ineficiencia gubernamental se extiende como la inflación y la escasez, como la represión que encuentra en las universidades un blanco favorito, cual reproducción de mito griego redivivo.

Estamos entrampados en la ineficiencia, en un cándido aburrimiento, en una anormalidad resignada. Existe un dispositivo que se sirve del engaño para cazarnos. Se cuidan las salidas por la inseguridad, se busca en diversos lugares por la comida, se asiste a la violencia intolerable, se busca refugio ante la tormenta. La tormenta no cesa por los paraguas ni los impermeables ni amaina con la resignación a estar en una trampa. La tormenta prosigue haciéndose un torrente que arrasa, que produce apagones o nos deja sin Internet, por decir lo menos ante la avalancha en crecida de males que caen sobre la trampa, dentro de la trampa, impidiéndonos visualizar otra posibilidad de futuro.

La trampa tiene expertos operadores. Sobre la trampa se pasean los de diversos colores haciendo signos vacuos para que los habitantes de la trampa confíen en una forzada supervivencia. Los sucesos de cada día son mirados como noticias extraordinarias cuando no son más que una repetición penitente de pervivencia de la trampa.

Para que haya trampa tiene que haber tramposos, manipuladores, actores que simulan ante los entrampados que hay una obra en desarrollo, cuando la verdad es que la escena es la misma y hacen todos los esfuerzos por alargarlas hasta que el país se aletarga y se levanta al día siguiente a observar la misma caída vertiginosa, el desamparo, la desolación que caracteriza a toda trampa.

Los tramposos viven de la trampa. Suele llamársele clase dirigente, la misma que produce adjetivos duros e insiste en reunirse con sus homólogos tramposos o que proclama la inexistencia de un Estado de Derecho pero cada día acciona ante su inexistencia.

El país se está comiendo las migajas que caen en la trampa. Todos los días se acciona para que nada pase, para que el hábito reine, para que la inercia prevalezca, para que nada cambie la trampa en que está el país.

Salir de la trampa implicaría no mirar a los cuidadores y vigilantes de la trampa. Salir de la trampa es no seguir el juego de los laberintos y de los recovecos que cada día son lanzados para que las redes sociales ardan con supuesta y falsa anunciación de noticias renovadas. Para salir de la trampa el país debe entender que está en una trampa.

Teódulo López Meléndez
tlopezmelendez@cantv.net
@TeoduloLopezM

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jueves, 17 de abril de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, MARCOS PÉREZ JIMÉNEZ, PRESIDENTE CONSTITUCIONAL

La mirada se dirige preferiblemente a los espectadores y no al espectáculo. Haberles dicho unos cuantos lugares comunes alimenta la catarsis. Como si de un debate electoral se hubiese tratado se apunta a la victoria, lo que, obviamente, no considera algún resultado. Como si de una primarias hubiese sido se toman preferencias por quien supuestamente estuvo mejor. 

El “oíste lo que le dijo” se enarbola entre risas nerviosas. Se exceden algunos al proclamar que fue el enfrentamiento entre civilización y barbarie, mientras otros establecen como vendetta conseguida haber interrumpido al especialista en “cortar” micrófonos en el remedo de Parlamento que maneja como pulpería de pueblo y, en consecuencia, haber hecho justicia a los diputados que no saben si algún día podrán hablar como se debe. Algunos se transfieren al boxeo y hablan del primer round con la elegancia que suele acompañar al desparpajo superfluo.

El país se aplicó a comentar durante el día el capítulo anterior de la telenovela. Es su hábito desde que este subgénero irrumpió para quedarse. Se omitió el cartel que suele acompañar a todo reality show, el que indica que no todo lo presentado se compagina con la realidad o que algunos hechos fueron cambiados para proteger a los inocentes. En el imaginario colectivo la palabra “diálogo” fue rápidamente cambiada por la palabra “debate”, cambio lingüístico no siempre apreciado por los escasos de vocabulario.

Aún así, hay que mirar al debate. Aquí no hay elecciones, a no ser las convocadas previamente para sustituir a los alcaldes de San Cristóbal y San Diego, presos políticos sobre los cuales el llamado a votar indica seguirán presos, siendo la libertad una de las “condiciones” establecidas para retomar la rutina de un régimen dictatorial que avanza y de una oposición formal que desea el tiempo pase para llegar a una nueva elección o a eso que llaman “salida constitucional”. El mundo celebra el inicio, dejando atrás todos los avances y eventuales pronunciamientos sobre la realidad del país. En la calle se cometen torpezas, como una huelga de hambre. Uno vuelve inevitablemente a los espectadores para concluir que los indicadores apuntan a que se sienten muy bien representados en la clase política mostrada en pantalla, mientras otros nos consolidamos en la tesis de que las posibilidades del país pasan por defenestrarla.

En medio de la confusión uno llega a recordar que el extraño lenguaje del régimen de ponerle femenino a toda palabra se aplica en un caso del Derecho Mercantil, donde bien se podría hablar de protesta y de protesto, siendo este último un documento para dejar constancia del no pago de un efecto de comercio. Mientras, sigue desaparecida la periodista Nairoby Pinto, en nuestra opinión un hecho de extrema gravedad.

Me asalta la infancia. Recuerdo de pequeñín el jingle que sonaba incansable repitiendo “Marcos Pérez Jiménez, presidente constitucional”. La invocación a la Constitución es, desde cuando tengo memoria real porque la remota la tengo de esa costumbre que los venezolanos no practican de leer historia, una acción recurrente de la política, hasta para permitir a uno de los Monagas exclamar que ese era un librito que servía para todo. Uno recuerda a la presente  evaporada y algunos conceptos básicos como las normas primarias que permiten una convivencia de un cuerpo social que sabe de la referencia a la hora de administrar los conflictos propios y necesarios de la política.

El país persiste en un punto peligroso. La economía sigue allí, con su carga de molestias y déficits. Los estudiantes, sobre los cuales las cifras espantosas prueban que jamás habían sido tan golpeados contando desde que Colón avizoró estas tierras, siguen allí, con errores propios de la juventud, pero incansables. La ratificación explícita del régimen sobre su encierro apunta a un gotero medio tapado a la hora de soltar una concesión de libertad o una ligerísima corrección del rumbo. El conflicto está intacto. El país no.

Teódulo López Meléndez
tlopezmelendez@cantv.net
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miércoles, 16 de abril de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, LOS HUECOS DEL LABERINTO

En 1957 Monseñor Arias Blanco emite al país una pastoral que sería leída en cada templo. No hay un llamado a derrocar a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Lo que hay es una apelación a un cambio histórico que el ilustre prelado sustenta en la doctrina social de la Iglesia. Eran los tiempos de la migración rural a las ciudades, de la mala distribución de la riqueza y de una situación profundamente negativa para los trabajadores. Es así como aquella pastoral procura una respuesta que no se centra en un diálogo sino en una superación definitiva de aquel presente. Era un país naciente regido por un gobierno incapaz de entenderlo, desde sus formas dictatoriales y desde su inepcia conceptual.

La Conferencia Episcopal Venezolana emitió un documento sobre este otro presente con severas denuncias contra el régimen, con la ilación de lo que todos conocemos, con algunas críticas suaves a los sucesos de calle y con un llamado al diálogo enmarcado en una afirmación tajante que lo contradice: el “totalitarismo” está encarnado en el “plan de la patria”. Casi banal recordar que ese “plan” es ley y constituye el corazón mismo del actual régimen. En otras palabras, el diálogo sería sobre lo tangencial, aunque sea grave y doloroso, puesto que podremos considerar que quienes gobiernan no estarían dispuestos a arrancarse ese órgano vital. Por encima de las palabras duras no hay planteamiento alguno hacia una transición y menos hacia un cambio histórico como lo planteaba Arias Blanco. En otras palabras, para quienes comparan 1957 y 2014 desde el ángulo de la Iglesia, no hay nada en común.

En este cuadro uno recuerda la veteranía y sapiencia de la diplomacia vaticana. Como también debe hacer mención a UNASUR en sus esfuerzos de diálogo, puesto que es notorio que estos mis artículos de opinión irán a parar a un libro que escribo sobre este duro año 2014 con el único propósito de ayudar a entender a algún historiador ignoto que dentro de 50 años merodee por estos tiempos tormentosos.

La palabra “diálogo” tiene sus propias connotaciones y las reuniones sus propias reglas, tales como establecer número de delegados de cada parte, nombres, lugar de reunión y agenda. Contradictorio reunirse sin haber tenido la más mínima injerencia en los sucesos que se discuten y sin llamar a formar parte de la propia delegación a quienes desde la cárcel o desde la calle han sido sus protagonistas. No se hace porque se tiene una franquicia, que si bien es sólo electoral, bien sirve para revivir desde la falta de protagonismo y sirve como bombona de oxígeno para mantener con vida aparente a la clase dirigente sin perspectiva.

Sobre el presente seguramente habrá demoras, esguinces y contradicciones. Mientras, el acoso represivo sobre una zona de Caracas por más de seis horas es “resuelto” diciendo que se establecen siete u ocho puntos de control para evitar violentos y se llama a la población a no hacer caso de grupos minoritarios. Dije en Twitter que antes los alcaldes construían alcantarillas y ahora las tapan y que antes los alcaldes agradecían a sus electores mientras ahora los llaman “grupos minoritarios”. Me he permitido recordar mi constante afirmación de que las posibilidades de este país pasan por defenestrar a la clase dirigente.

En situaciones como la que vivimos el laberinto está lleno de huecos, no precisamente como respiraderos, más bien como efectos de una implacable polilla. Venezuela es un país sin memoria. Ya no recuerda en los sucesos de los años pasados se nombró una Comisión de la Verdad que jamás se instaló y que hubiese impedido, por ejemplo, la prisión de Iván Simonovis. Ya nadie recuerda al único firmante que se precinó y que hoy preside CEDICE y que dentro de pocos días tendrá una sesión en Caracas con la presencia de Mario Vargas Llosa. No podemos especular con que ahora alguien se haga la señal de la cruz sobre sí, pues tal vez colegiraríamos  que Parolín es santo y que Francisco ya hace milagros.

Lo digo porque es difícil hablarle a un país sin memoria. Este país suele arrebatarse de ira por dos días cuando al tercero ya no recuerda la causa de su ira y los protagonistas de las engañifas comienzan a tejer las nuevas. No hay respuestas sobre las preguntas de fondo, porque el avenir suele estar lleno de imprevistos. Baste recordar que hay que construir una nueva opción para el futuro desde el cual se cambia al presente, que debe procurarse un cambio histórico y que las restauraciones no conducen sino a una revolución repetida. 

Si ese desconocido historiador para el cual armo el expediente no logra entender seguramente la explicación se encontrará en que nació en el exterior hijo de venezolanos que emigraron mientras una clase dirigente vivía de la alharaca y de los simulacros.

Teódulo López Meléndez
tlopezmelendez@cantv.net
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domingo, 6 de abril de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, EL REINADO DE LA CONFUSIÓN

Desde el inicio de una huelga de hambre hasta una proclama absurda que fijaba el primero de abril como día de un “paro nacional”. Las muestras han sido de una dirección confusa o, quizás, de la ausencia de una dirección. Uno puede perdonar errores de lenguaje, pero no en una situación tan grave. 

De allí, una dirigente estudiantil tuiteando “no puede haber diálogo sin…, lo que contradice su posición de no ir a tal diálogo, pues es evidente que al condicionarlo lo acepta. Hablando de lenguaje bien sería quitar la B a la GN o a la PN, pues bolivariana en tal represión no lo parece, lo que suele no ser entendido y que no es más que poner de manifiesto el valor de los símbolos. O cuando uno, recordando viejos sistemas de resistencia, apela a un “Día sin nadie en la calle”, para encontrarse con la respuesta de que eso haría feliz a Maduro; debe ser que entienden que uno se refiere a un día sin manifestantes. Lo dicho: la destrucción del lenguaje es uno de los daños fundamentales.

La falta de memoria es proverbial o se trata de brotes anarcoides. En el último “paro nacional” existían una CTV y una Fedecámaras fuertes, más una sólida presencia en PDVSA y sabemos de sus resultados. Proclaman alegremente que el primero de abril es el día de “paro nacional” mientras millones de personas siguen su vida rutinaria. No saben de lo que hablan. O vemos que, mientras en la plaza pública se proclama la muerte de la república, se anuncia como próxima acción recurrir con solicitud de amparo ante el TSJ de las interpretaciones complacientes y de las barricadas que lo separan del Derecho.

Uno puede explicarse, más no justificar, semejantes gazapos, mientras la represión es brutal y caen muertos, heridos y presos. Si algo se requiere es un replanteo táctico mediante la asunción de variantes que no automáticamente suministran inteligencia y coherencia. Las maniobras, los acomodos, la espera del momento de la “normalidad” para ir a negociar, corren a la par de los errores.

Podríamos atemperar esta observación recurriendo al ABC de la estrategia y de la táctica, no sin el presentimiento de que las letras ABC forman parte del lenguaje y que, en consecuencia, también las letras ABC presentan óxido y casi no se le pueden colocar vocales intermedias e intentar un mínimo de sujeto, verbo y predicado.

No obstante, digámoslo, que la estrategia implica planificación y coordinación apuntando a un fin predeterminado y que la táctica es el método o forma usados para conseguir ese objetivo. La estrategia se revisa y se ajusta, las tácticas se cambian. El movimiento que hemos visto requiere de ambas vertientes. No hay variantes excluyentes. Bien pueden administrarse y alternarse. Existe eso que llaman repliegue táctico y eso otro que llaman movimientos ficticios para confundir.  Las luchas se conducen exitosamente cuando no hay dudas razonables sobre lo que la dirección plantea, si es que tal dirección existe.

Los logros alcanzados, repito que a un altísimo precio, están a la vista: deterioro obvio del régimen en el escenario internacional y disminución consistente y progresiva en su apoyo interno, caída de la máscara y asunción plena del criterio de que nadie lo sacará por ninguna vía sin que obtenga como respuesta una violencia desatada y sin escrúpulos. Esos logros tienen nombre y apellido, los de nuestros muertos. Esos logros no se echan por la ventana con torpeza ni con cansancio ni con abulia ni con meteduras de pata. Es la hora de los señalamientos. No estamos para mirar con imperturbable frialdad este cuadro. Estamos para apelar a un sentido común que parece escaso. Asumimos como deber llamar la atención y así lo hacemos sin que midamos los malentendidos o las incomprensiones, bagatelas a la hora de la suerte de una nación.

Teódulo López Meléndez
tlopezmelendez@cantv.net
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domingo, 30 de marzo de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, CRUCIGRAMA

Me parece haberlo visto entre las ruinas de Pompeya, vecino a las figuras petrificadas por la lava del volcán iracundo, en alguna calle desolada apenas incidida por algún turista errabundo. 

Sí, me parece haberlo visto entre los restos de comida solidificada e inclusive vecino a la fundida estatua de una pareja que hacía el amor. 

Era un crucigrama, que gracias a una guía espontánea y voluntariosa supe se llamaba “cuadrado sator”, uno que, sin embargo, no indicaba nada de concesión de poder por traspuesto, nada de la designación de una hermana como ministra para aliviar la pesada carga de alcalde olvidado entre los indeseables a los que no se les puede permitir salir de la pobreza pues pueden derivar en oposición.

Un simple pasatiempo, una plantilla para cruzar palabras verticales y horizontales, uno para el cual, no obstante, se requiere habilidad y conocimiento del lenguaje. Tal como un scrabble sobre un tablero de 15 x 15 casillas donde gana el que acumule más puntos. 

Algo así como capturar tres generales en uno de los países que casi alcanza más trisoleados que el ejército norteamericano o jugar sudoku para romperse la cabeza con una lógica inexistente ingresando los números del 1 al 9 como pueden ingresarse conspiraciones e intentos de magnicidio, tratando de no repetirse, aunque cada día se juegue a fecha en que una “memorable hazaña” fue cometida por el desaparecido sin que hubiese ocurrido la sorpresiva erupción y un escándalo de corrupción perturbase los baños del imperio.

No hay palabras a cruzar en esta Pompeya recalentada por protestas, a no ser por los que luchan denodadamente por recobrar protagonismo y marchan bajo la erupción con un pliego de peticiones que recuerdan a Gustavo Cisneros como gran figura en la autopista frente a la multitud, acompañado de Miss Venezuela de traje típico y de brazos de Osmel Sousa, mientras en el balcón se veía al Secretario General de la OEA junto a Roy Chaderton matando las horas y a un denodado Centro Carter vigilando que el papel se firmaría no se conviertese en algo realizable como un crucigrama. 

Los tiempos son otros: nuestras mujeres bellas caen muertas o se les ve iracundas en un desafío que no tiene nada de sudoku.

La diplomacia carcomida gusta de empezar los crucigramas con la palabra “diálogo” y procurar derivaciones. La palabra en cuestión permite degenerar la palabra a nivel de una pimpina desde la cual Poncio Pilatos vertió el agua en una ponchera. Es cómoda la palabra, especialmente si ya ha sido utilizada como argucia por el régimen al cual se llega con entrañable simpatía. 

Siempre hay gente dispuesta a jugar al crucigrama. Lo está, porque siempre ha jugado a realizar el crucigrama y el sudoku termina en 9, sólo que representando el final de la segunda década del siglo.

El derecho se hace palabreja y la conjunción vertical, de arriba hacia abajo, como una daga rasga cualquier posibilidad de idioma, porque en el arriba del hemiciclo sólo hay orden de silencio, de gritos sobre “fascistas” y, por ende, se levanta la inmunidad parlamentaria a gusto, a voluntad, a decisión unipersonal del co-dictador. Uno recuerda nadie se entrega a una dictadura, uno recuerda lo que dijeron los perseguidos del ayer sobre el deber de mantenerse libre o de imponerse el pensamiento, 24 horas sobre 24, de tratar de fugarse. Uno recuerda dónde el perseguido o la perseguida puede rendir mayor utilidad, por ejemplo viajando, sin pedir aún el asilo, hablando allí y acullá.

No hay crucigrama repetido. Las palabras con acento venezolano que cruzan el mundo son otras. La mirada del mundo, por encima de la diplomacia ramplona, habla de un deterioro irreversible, como tampoco es la misma dentro, dónde se nota una caída vertiginosa en el apoyo popular que espera tarjetas de racionamiento, precios inimaginables de los productos básicos y cansancio de llevar silla y sombrilla a la espera del acto normal de comprar comida. En las colas no se hacen crucigramas, más bien se cocina la ira.

El precio ha sido alto, altísimo, aún con letras de cambio por pagar, pero este país, donde una clase dirigente agotada hace crucigramas, las palabras que surgen son para indicar el peor de los temores: una clase dirigente nueva se asoma no a jugar.

Teódulo López Meléndez
tlopezmelendez@cantv.net
@TeoduloLopezM

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jueves, 6 de marzo de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, LA CLASE POLÍTICA Y LA LUCHA DE CLASES

Los últimos acontecimientos nos han mostrado a la clase política y hablar de clase política es recordar al sociólogo italiano Gaetano Mosca pues fue él quien usó por vez primera tal término en la década de los 40. No nos detengamos en profundidad en la teoría de Mosca, fundamentalmente escrita para desvirtuar la tesis marxista de lucha de clases ni menos en las objeciones de los gramscianos, pero sí quedarnos un poco en su tesis de cómo esa clase se reproduce.
Pertenecer a la “clase política” es monopolizar el poder y gozar de las ventajas consecuentes. En Venezuela existe una lucha de clases, de clases políticas, una oficialista y otra “oposicionista” que centran su batalla en la conservación u obtención del poder. Los hambrientos que lo ejercen no se sacian y el hambre de quienes lo aspiran llega ya a niveles de hambruna, a pesar de que la primera procura mantenerla con sobras.
Vemos así, mientras hay más presos, mientras contabilizamos heridos y las cruces recuerdan a los muertos, como se afirma que la protesta debe dirigirse a obtener lo que bien podría llamarse “una mejor calidad de diálogo”, esto es, una negociación que implique la monopolización del poder sobre la masa oposicionista y el disfrute de las ventajas consecuentes. En esta “lucha de clases”, donde se omite por conveniencia “toda actividad” “por respeto a la otra parte”, se olvida inclusive que la presencia de mandatarios extranjeros en un país en conflicto es un simple apoyo a la parte que domina el poder del Estado, lo cual es una injerencia inaceptable.
Es menester, entonces, superar “esta lucha de clases”. Si la gente está descontenta deberá comenzar por formar en su seno una minoría que comience a actuar como agente de la deposición de las clases políticas y se ofrezca como se entiende el liderazgo hoy, no como una nueva clase, sino como vanguardia alimentadora de un empoderamiento ciudadano.
Las clases políticas en Venezuela no han evolucionado. La oficialista es una rancia de logia militar y la “oposicionista” una que sigue dependiendo de antiguallas  partidistas erosionadas dónde se sigue viviendo del “financiamiento” de los dólares y de los bolívares y donde, por obvias razones, los mejores puestos son conquistados por quienes tengan más dólares y bolívares. Así se sigue reproduciendo, diría Mosca.
El país venezolano, aún turbio en cuanto a concepción política, comienza apenas a plantearse la patada en el trasero a las clases políticas que protagonizan la lucha de clases políticas. Es menester, para que esa nueva fuerza dislocadora  nazca la aparición de fuentes que logren el desajuste de las dominantes. Por lo que nos toca sólo podemos hacerlo en el campo de las ideas y en la propuesta del conocimiento, aunque se produzcan en el seno del oficialismo, para pánico del flamante Ministro de la Desudecación, ascensos sociales que lo hacen temer cambien de parecer. Quizás la conjunción de elementos sea la que pueda producir los dislocamientos de unas clases políticas gobernantes, porque las dos de la lucha de clases política venezolana son gobernantes, dado que la “oposicionista” conserva lo que logra en las elecciones repetidas de dónde emana su supervivencia.
Por supuesto que de las clases políticas viene la reacción contra toda posibilidad de ser desplazadas. No les importan ni los fracasos que convierten a un país en inviable ni los fracasos de un cuerpo social que lucha desesperado, no por colocarlos a ellos en el poder, sino reconquistar lo que llaman genéricamente “la libertad”. Es más, la situación ha llegado a tal punto que los “oposicionistas” saben que una caída de la clase política a la que se opone sería absolutamente peligrosa para ellos, pues podrían emerger quienes no los llamarían a la nueva configuración del poder. Así, la comodidad de la “lucha de clases” hay que mantenerla evitando que el cuerpo social los disloque con el parto de nuevos dirigentes. Olvidan que la historia muestra la caída de las clases políticas cuando ya han dado muestras suficientes de no poder seguir ejerciendo la cualidad que las llevó al poder, léase Chávez en la oficialista, léase “democracia” en la oposicionista. Todo lo que pasa, lleno de fracasos, avances y retrocesos, ha sido intervenido, condicionado, negociado por los actores que quieren hacerse “siempre” en la vida política.
tlopezmelendez@cantv.net
@TeoduloLopezM

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lunes, 3 de marzo de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, LA REVOLUCIÓN DE LAS PREMISAS

Los estudiantes suelen ser la vanguardia, el catalizador de los procesos políticos que generalmente son llamados revolucionarios, pero ellos jamás han tenido el poder, en ninguna parte del mundo, de concluir en la implementación de un salto hacia adelante. Quizás la vieja expresión “estudiantes no tumban gobierno” sirva para ilustrar que se requiere el subsiguiente acompañamiento de las multitudes –unas en acción no en “mostración”- para que la revuelta trascienda lo esporádico o se convierta en no más que un efímero sacrificio donde la voluntad de los jóvenes paga un alto precio.

La situación venezolana conlleva más que todo a pensar en grupos de estudiantes organizados más que la aparición de un gran movimiento estudiantil, porque si él existiese uno de sus pasos claros hubiese sido convertir la universidad y exceder las peticiones tradicionales de libertad para los que fueron cayendo en las garras de los organismos represivos. Ha brotado, no obstante, y hay que admitirlo, una vanguardia estudiantil que ha tenido el efecto de politización creciente del cuerpo social, aún insuficiente para provocar transformaciones.

Uno de los últimos gestos del régimen dictatorial venezolano ha sido la del apelo a los “campesinos”, a un intento de ruralizar la situación conflictiva visto que las protestas son urbanas. Los “rurales” son presentados como los nuevos agentes productivos, no sabemos si con la intención oculta de tratar de convertirlos en una especie de nuevo frente de defensa del régimen paralelamente a los llamados “colectivos”, unos que ya aparentemente desecharon cualquier control sobre ellos. En cualquier caso, el intento ruralizador no es de pertenencia exclusiva del siglo XIX, pues los podemos encontrar hasta en algunos casos de Europa Central ante la inminencia de la caída del poder comunista.

La situación del régimen parece la de convivencia de micro-poderes dictatoriales, dado que no se requiere de información privilegiada para saber donde cada uno de ellos tiene su parcela de influencia, o donde la mezcla de intereses sirve de cemento a las obvias discrepancias. La tentación de lanzarse sobre el otro aún no ha aparecido, pues aún prevalece la necesidad de defensa de lo que es el valor superior, léase el poder, aunque en los acontecimientos del diario podamos encontrar acciones de ejercicio en solitario por parte de las facciones por ahora unificadas en la defensa del único interés común.

Las Fuerzas Armadas, por lo que les corresponde, aún no han tenido el desafío mayor, esto es, someter a inventario los pro y los contra, contabilizar los costos y beneficios y dejan a uno de sus componentes ejercer, en comandita con los civiles armados, la represión que aún les parece acomodada a parámetros admisibles, aunque a nosotros, la población civil, la brutalidad de disparar perdigones en la cara o insistir contra un muchacho caído nos parezcan flagrantes violaciones a los derechos humanos. Y digo a nosotros, porque muy pocos en el mundo han ido más allá de pedir diálogo recitando una especie de catecismo que tienen guardado para cuando quieren manifestarse sin que sus manifestaciones tengan efecto alguno. La gran decisión militar llega cuando el desbordamiento y la inestabilidad son tales que deben decidir entre la matanza, léase genocidio, o una especie de neutralidad sin que ella implique dejar de estar atentos a la toma directa del poder. Ahora lo ejercen por persona interpuesta pero los generales, porque a ellos nos referimos, siempre deben cuidarse de los cuadros medios, dado que suelen ser ellos los protagonistas a la hora de las decisiones verdaderamente con efectos tangibles. Por lo demás, una división de las Fuerzas Armadas es siempre el ingrediente determinante de una guerra civil.

La caída de una dictadura no trae paz y tranquilidad. Es simplemente una premisa para la posibilidad de cambios sustanciales. Una revolución política no es una revolución social, pues las primeras suelen tener como único objetivo la caída de un régimen, lo que hace dificultoso prever la segunda, dado que la caída de todo gobierno por medios revolucionarios abre la espita a las luchas por el poder entre las distintas facciones y a una consecuente inestabilidad con buenas probabilidades de ser tan violenta con el hecho concreto que la permitió.

La hipocresía internacional no tiene nada que ver con acciones honestas de defensa de la democracia, de los derechos humanos o del afecto por un pueblo sometido a vejaciones. Veamos cómo hemos asistido en los últimos días a la reiterada práctica de expulsar funcionarios diplomáticos o consulares norteamericanos, lo que produce decisión similar desde Washington, para que el inefable canciller venezolano hable de “retaliación”  en su siempre desconocimiento de los términos apropiados. Sin embargo, la posterior declaración del Secretario de Estado Kerry reiterando la voluntad de su país para proceder a la normalización de relaciones y lamentando “tengan ya demasiado tiempo deterioradas” es la muestra más fehaciente de la duplicidad, pues implican que en sus cálculos no está la caída inmediata del régimen venezolano y, en consecuencia, debe arreglarse con él. 

Por cierto, y de paso, un desmentido a la supuesta injerencia gringa en las últimas acciones protagonizadas por el duramente golpeado pueblo venezolano.

Las premisas suelen también ser revolucionarias. Como la economía.

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domingo, 23 de febrero de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, LA PAX SINICA


Hay un hilo conductor, uno con nudos que llamaremos hitos de esta historia. Narrar la historia mientras acontece parece tarea de esos valientes a quienes llaman corresponsales de guerra. Cuando la guerra ha pasado suele prevalecer la visión del vencedor. A veces se asiste al testimonio para dejar al futuro elementos disponibles para un análisis póstumo.

Necios hay por todas partes, seguramente exclamó Tucídides para permitir Herodoto refrendara. La proclamación constante de que el régimen era una dictadura es un caso a mostrar. Autoritario, violador constante del Estado de Derecho, desintegrador de los términos clásicos de la separación de poderes, permitía resquicios, celebraba elecciones –las cuales analizar ahora es ejercicio vano dada su habilidad para envolver a los adversarios, ponérselas en el orden conveniente, cambiar circuitos electorales y usar abusivamente de los recursos del Estado- y lanzaba petardos contra medios impresos y radioeléctricos. Llegamos a hablar de “dictadura del siglo XXI”, de una adecuada a los tiempos que ya no necesitaba de llenar estadios de prisioneros, de recurrir a la tortura o de practicar una sistemática violación de los derechos humanos.

Los tiempos corren, los acontecimientos acontecen y suelen poner fecha y hora. Siempre hay un proceso detrás. Desde los apresurados que luchan entre sí para limpiar adversarios del camino al poder, desde la inmadurez y desde la impaciencia, desde la torpeza y desde el equívoco, pero esos episodios han sido narrados antes, en otros de estos textos que llamamos columnas de opinión. Podría argumentarse que la enumeración anterior sólo ha acelerado lo inevitable, que la conclusión hubiese sido la misma y que siempre es mejor sincerar antes de arrastrar. Concedemos a tales argumentos el beneficio de inventario, para utilizar una expresión jurídica en estos tiempos de la fuerza.

Lo cierto es lo cierto, obviando en este texto lo ya dicho. El 19 de febrero de 2014 la represión alcanzó su clímax, el amontonamiento se hizo barricada a toda legalidad, el desbordamiento tan patente y la furia desatada tan incontrolable, la acumulación de los hechos anteriores tan patética, que nuevamente un siglo escapó de vuelta atrás, el uso de expresiones con pretensión de definición sociológica novedosa un ejercicio entre escamoteo a la responsabilidad y/u omisión a la verdad. Huele a dictadura, se comporta como una dictadura, reprime como dictadura, encarcela como una dictadura, tortura como dictadura. Es una dictadura.

Aún conservará resquicios, aún intentará las apariencias, aún girará sobre la obsolescencias de unos adversarios apagados, aún alegará existe un Parlamento donde irán los domesticados por la Pax Romana a ejercer el derecho concedido por el imperio de conservar sus dirigentes y en ese “senado” bajo la bota del César reproducirán en carne propia las más claras definiciones dadas por Marco Aurelio en   “Pensamientos” o, quizás mejor, las invectivas de Epícteto.  Los gobernadores de olvidadas provincias alabarán la Pax Augusta  y dirán quienes luchan en las fronteras como los germanos y los partos son pueblos inconcebibles.

Recordaba estos días las conversas de los viejos luchadores sobre el primer deber de un combatiente, no caer preso, y sobre el segundo, si caes piensa las 24 horas en la fuga. Nadie puede sobrevaluarse hasta el extremo de creer el punto de inflexión su entrega. Mientras Augusto imponía la suya, China dominaba el Asia Oriental. Eran los tiempos de las dinastías, de otras que nada tienen que ver con las de hoy, con las del Partido Comunista Chino, aunque muchos piensen el siglo XXI verá de llegar de nuevo la Pax Sinica que no significa otra cosa que “paz china”.  Entre Pax y Pax floreció el comercio entre los grandes imperios de la época y lo que suponemos existía entonces, forzando o sin forzar la terminología, una izquierda caviar, celebró entre banquetes la genialidad de los conductores.  En los tiempos presentes de América Latina la izquierda es una bazofia y la derecha un escondrijo, pero dejemos, por ahora, en paz, la disquisición sobre la necesidad de insurgir con conceptos de este siglo, dado que el pueblo no termina de empoderarse y sólo es víctima.

Mientras, uno piensa en atrasos conceptuales, en como el ejército es el único que a lo largo de la historia ha puesto bajo control a la Guardia Nacional, en el derrumbe de los valores al ver bandas armadas haciendo de las suyas ante los ojos impertérritos de quienes deberían reducirlas, en el castigo histórico de que cada comienzo de siglo en este pantano de arenas movedizas la única palabra invocable es “decadencia” tal como lo hizo José Rafael Pocaterra y que como él es menester escribir un “Canto a Valencia”, sólo que ahora habría que titularlo “Génesis” para incluir en el primer libro del Antiguo Testamento a todos los caídos, pero también la seguridad de que el hombre venezolano será insuflado de vida.

tlopezmelendez@cantv.net
@TeoduloLopezM

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jueves, 20 de febrero de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, EL PANTANO DE LAS ARENAS MOVEDIZAS

Una de las tareas de este instrumento llamado “columna de opinión” –uno que no cambia la historia-  es contrarrestar las devociones reinantes. Una repetición de lo reinante para solazarse con la imagen fragmentaria rompe con el propósito de las respuestas.

El escritor en ella tiende a combatir la realidad como fraccionamiento. La hace no para convertirse en un transmisor de mitos, pues su tarea  es precisamente la de generar contramitos. El escritor no es un cómplice, es un instrumento para mostrar que, por encima de lo que ocurre, siempre está ocurriendo algo más.
Si lo que hemos vivido esta semana es un hecho insurreccional, -al fin y al cabo plantear que se busca la salida lo es, pues se entiende como la salida del gobierno en funciones-, ha mostrado lo que sin duda alguna es el inmenso malestar de una buena parte del cuerpo social, uno cuya determinación como mayoritario o minoritario es simplemente una tarea banal, dado que abocarse a ella indica de inmediato que la otra parte, mayoritaria o minoritaria, es otra parte con apoyo sólido. Si en términos electorales se habla –presumiendo, claro está, limpieza- un voto decide. En la “física” no electoral no, son mitades donde la disquisición mayoría-minoría carece de todo sentido.
Es imposible provocar la caída de un régimen que goza de un buen porcentaje de popularidad, de respaldo social, independientemente de esa cruzada por alegar es minoritario. Uno diría que la primera tarea es hacerlo impopular, mediante la determinación de las causas por las cuales conserva ese respaldo y trabajar en consecuencia.
Hay variadas razones por las cuales un gobierno no se cae en estos tiempos tecnológicos. Una, la inexistencia de una integración digital consciente, más bien con una diluida en la información especulativa (frente a la “desaparición” de los medios tradicionales lo virtual es el único territorio posible); otra, la inexistencia de una presión militar que apunte al cambio y, finalmente, la incomprensión de la magnitud de una tarea que lleva a especular con Ucrania y a ignorar el precio humano a pagar.
Un mínimo de objetividad en el análisis conllevaría a determinar los sectores involucrados en las protestas recientes y a la verificación de si se produjo o no la incorporación de nuevos, fundamentalmente de los más pobres o, si por el contrario, la participación estuvo una vez más enmarcada en los sectores altos y medios, lo que no encuentra una explicación de fondo en los estudiantes siempre una entremezcla de clases sociales.
Una rápida constatación indica que los sectores populares siguen teniendo un manto de protección, ciertamente disminuido, pero existente, lo suficiente para mantener hacia el gobierno un respaldo que, como voy a repetir, hace imposible el objetivo apresurado.
Hay factores de percepción comunicacional a tomar en cuenta. Las últimas y obsesivas “cadenas” radioeléctricas muestran a un presidente y a un régimen patéticos centrados en la prosecución de una “guerra económica” que pretende inculcar en la población la idea de unos demonios escondiendo azúcar o harina como única causa de la grave situación inflacionaria, de desabastecimiento, de devaluación y de escasez que nos aflige. No hay una contraofensiva racional para demostrar que la causa verdadera proviene de una ideologización ortodoxa y perversa que cree necesario este trance se produzca para el arribo al “socialismo”.
Los acontecimientos muestran un predominio del radicalismo. Los llamados “colectivos” actúan de la manera original para la que fueron creados, ejerciendo violencia, disparando, sirviendo de paramilitarismo sin tapujos. La MUD ha perdido todo control sobre la “institucionalización” de la masa opositora. Estamos en un punto de caos que se traduce en muerte. El régimen recurre a forzar la autocensura, a convertir, mediante manipulación, la protesta en un “ataque fascista”, a “ignorar” el alzamiento en su seno de los sectores radicales, a criminalizar el legítimo derecho a la protesta y llega a ordenar la detención de una visible figura pública oposicionista. Del otro lado, quienes dieron el paso están montados en un potro cerrero: la detención del movimiento los hará efímeros, su continuación un propósito sin victoria, factura siempre a pagar.
El “rosario” de delitos de los que se acusa a Leopoldo López no es más que otro hecho palpable de lo que he señalado como “Constitución evaporada”. Antes vimos los hechos de Margarita y Táchira: el Ministerio Público “pide” y el “juez” de turno “complace”. La situación es de inexistencia total de una norma básica que amalgame. Si alguna definición cabe a este territorio llamado Venezuela es la de un inmenso pantano repleto de arenas movedizas.
@TeoduloLopezM

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lunes, 10 de febrero de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, LA REPÚBLICA DE LOS ESPEJOS DEFORMANTES

La filosofía se ha preguntado desde siempre donde se construye la cultura política de un cuerpo social, apuntando, entre varias, a la experiencia cotidiana de la gente, a lo que le toca vivir, esto es, a los micromundos de los valores.

La política no es así uniforme, pues se deriva de una práctica constante en diferentes contextos, lo que da lugar a variedad de normas no por obligación compartidas. La política es precisamente lo que podríamos denominar el lugar de reunión para tratar los asuntos de interés común, lo que implica un respeto por la pluralidad.

En términos contemporáneos, la discriminación significa prejuicio, intolerancia, ceguera ante las virtudes de lo que no es idéntico a sí mismo. Nos hemos habituado a actuar por medio del concepto del enemigo. Hay una tendencia a ordenar los fenómenos políticos por sus efectos inmediatos, como en el caso de la propuesta de una Constituyente que en verdad sólo tendría por objetivo ordenar el fin del período actual de gobierno antes que redactar una nueva Constitución. Las inmensas dificultades de convocar a tal asamblea son obvios, pero aún así hay un pecado original en la propuesta, una que ignora que el incumplimiento del texto vigente no es culpa de ese texto y que va a otro problema de fondo: que no es posible aquí que esa violación por parte de alguno de los poderes constituidos sea subsanada por los magistrados de la jurisdicción ordinaria. La Constitución puede contener mecanismos de resolución tales como referendos o abrogaciones, pero el camino real de una crisis del poder estatal suele llevársela consigo.

Esa constante apelación al artículo 350, uno que podría estar o no estar en el texto actual, dado que el principio básico sigue vigente aún sin él,  pues se trata de un principio de Derecho Natural, indica el olvido de una situación mucho más grave: hemos llegado a tal punto de violaciones que puede alegarse la ruptura del contrato social básico, la práctica inexistencia de un ordenamiento que conjugue la convergencia de todos los ciudadanos en un acuerdo general de convivencia. Apelar a un artículo de la Constitución evaporada para resolver la crisis ha llegado a convertirse en una paradoja. Los sucesos de ruptura del poder establecido generalmente vienen de un acuerdo de partes de la sociedad que se manifiestan de manera abrupta y sin orientarse por caminos preestablecidos.

Las “revoluciones” son un corte violento en procura del establecimiento nuevo, pero el presente régimen venezolano no se encuentra ya a gusto en lo que estableció, léase Constitución del 99. En verdad si alguien podríamos denominar como el mayor interesado en convocar a una Constituyente, en procura de un nuevo establecimiento, es al régimen, mientras la paradoja nos conduce a una oposición apelando al texto vigente como único instrumento para tratar de evitar el siguiente salto del poder hacia un nuevo “establecido” que le permita conservar todos los visos de un orden jurídico respetado.

En este cuarto de espejos deformantes en que se ha convertido la política venezolana - dónde unos se ven más gordos o más delgados conforme al elegido para mirarse- la política se hace incognoscible y no más que un mero señalamiento burlón -lo que no evita su sentido trágico- dónde las reacciones hormonales se confunden con severas tomas de posición. Aún así, la paradoja apunta a que quienes son conservadores hacen lo posible por conservar mientras parecen radicales dispuestos a tumbar a un gobierno y quienes se alegan revolucionarios se ahogan en falsas contradicciones sobre debilidad o radicalismo en su siguiente paso, no más que confusión propia del pecado de la ideologización exacerbada.

Una de las manifestaciones más obvias de los espejos deformantes fue convertir en ley el llamado “Plan de la Patria”. No entremos en supuestas violaciones constitucionales, pues si sigue el hilo de mi argumentación ello ya sería literalmente irrelevante. Implica, más bien, una autosatisfacción erótica, la fijación de un espejo. La otra “ruptura”,  la que vivimos estos días, de verbo encendido y disfraz de rebelión, algo así como la danza de los espejos que se intercambian.

Terminó el viejo uso de los espejos como reflejo fiel de la imagen de quien se le pone delante. Lo mataron los espejos deformantes de un circo asociológico. En esta república es mejor preguntarle a quien tenemos al lado cómo nos ve. Esto equivale a mirar la cultura política, el micromundo de los valores, a la experiencia cotidiana de la gente que la hace cuerpo social. También se le llama política.

tlopezmelendez@cantv.net 

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martes, 4 de febrero de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, ESE DIFÍCIL ESPACIO LLAMADO TIEMPO

A quienes nos ocupamos de la cosa pública, de la que deberíamos ocuparnos todos, siempre nos llegan las observaciones sobre el arribo supuesto del “tiempo de”, bien para referirse a la posibilidad de una explosión social o para justificar las acciones que algunos aspirantes a dirigentes alardean para su esfuerzo de posicionarse.


El concepto de tiempo nunca ha sido cosa fácil. Desde Aristóteles el hombre gira sobre él y en este mundo de hoy es objeto de estudio sociológico. Muchos lo miran como diferenciación entre cambio y continuidad. Para muchos otros, hay que ir a buscarlo en la capacidad creativa, en las formas de los comportamientos sociales y hasta en las formas de la comunicación. El manejo del tiempo tiene relación directa con el poder, dado que va coaligado con la evolución en los criterios sociales. Cambio y duración están en las causas de la incertidumbre colectiva. Fernand Braudel  (La historia y las ciencias sociales) agrega que existen múltiples tiempos sociales lo que da lugar a una dialéctica de duraciones. Norbert Lechner (Las sombras del mañana) habla de una especie de enfermedad llamada “presentismo” que contrarresta la infinitud del deseo.

La resolución a la que todos aspiramos puede estar condicionada por la causa que originó los trastornos, pero lo que nunca podremos saber con exactitud es el tiempo necesario para superarlos. Lo que sí podemos asegurar es lo que hemos repetido, y seguimos repitiendo, esto es, que hay que construir el futuro y pensar desde él.  Hay que producir ideas sustitutivas, sin duda, pero también hay que tener conciencia de un mínimo de continuidad.

La sociología hoy nos habla de la necesidad de una permanente disposición al cambio y de una reflexión continuada, elementos ausentes de la realidad venezolana. Es ello lo que determina el momento exacto de la oportunidad.

Si bien la mirada contemporánea es fragmentaria, se cree en la realidad como límite, lo que conduce a la negación de las complejidades infinitas de lo real. De allí a perder el ímpetu del cambio sólo hay un paso, la espera se hace especulación de “el tiempo de” y los anteojos de suela y/o las gríngolas oscurecen la posibilidad de ver elementos más allá del fango de lo cotidiano. Así, el observador es quien construye la realidad y si no sabe observar la realidad, y no modifica con su mirada, las aristas de lo visible se hacen insuperables.

“La retracción de la palabra”, dijo George Steiner, al hablar de la derrota del humanismo. Quizás pudiésemos emplear la expresión para estos tiempos venezolanos donde una especie de locura colectiva ha producido la desnaturalización del lenguaje y donde se recurre a la incoherencia, a la inestabilidad emocional y al otorgamiento de crédito a cualquier especulación sin sentido.

“El tiempo de” puede ser, claro que puede serlo, objeto de seguimiento y análisis. Desde los síntomas que se asoman se puede establecer un abanico de posibilidades y hasta de eso que comúnmente se llama “imprevistos”. Algo que hemos aprendido del pasado es la volubilidad de los acontecimientos, siempre dispuestos a salirse de los cauces previstos, y la intemperancia de las ideas, proclives a ser desviadas hacia lo contrario de lo que pretenden demostrar. El arribo de determinados momentos de cambio pueden olfatearse y de allí la precisión de un liderazgo que actúa en consecuencia. Todo ello es cierto, pero la acción constante es la que determina su aparición, no el azar. Aún así, podemos recordar el aserto según el cual las “revoluciones” no se “hacen”, ocurren.

Las formas de comunicación han sido elevadas inclusive, en la sociología del presente y en lo referente al concepto de tiempo,  a proporciones que podrían parecernos exageradas. Si tomásemos esta vía de análisis la conclusión sobre el destino venezolano apuntaría a un pesimismo extremo, dado que encontramos en la “red-digitalización” sólo perturbaciones emocionales con ausencia obvia de coherencia. Si recurrimos a los comportamientos sociales podremos observar sólo movimientos de “praxis política” circunstanciales que los determinan y que pueden focalizarse como condenados a efímera permanencia.

Sólo con nuevos criterios sociales provocados por el entendimiento de las complejidades infinitas de lo real los pueblos encuentran el punto de “el tiempo de”. 

Hay que suplantar la divagación absurda y el ejercicio banal de la política y de lo político y plantearle a este país la construcción de “el tiempo de”. Este último, aún sabiendo lo que queremos en él y después de él, suele ser de una peligrosa indefinición. Podrán colegir lo que podría ser si sólo se plantea como el simple acto de salir de un régimen.  Como bien lo dijo Hanna Arendt, no son las causas las que determinan los acontecimientos, son los acontecimientos los que buscan sus causas.

tlopezmelendez@cantv.net

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jueves, 30 de enero de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, LA ACCIÓN DE LA PACIENCIA

Pedir paciencia a los venezolanos puede resultar una de las empresas más temerarias, dado que argumentan han pasado 15 años y ante la voracidad que se come la calidad de vida, y ante la desorientación general, todavía claman por acciones que no ven materializarse. Manejamos el término paciencia tal como lo entiende la tradición filosófica, esto es, como constancia valerosa, como un sinónimo de entereza.

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La paciencia ha sido considerada siempre una virtud, pero acompañada siempre de la sombra del conformismo, lo que hace probable  que los pueblos no logren ver el exacto momento histórico de un salto cualitativo, de uno que no tenga nada que ver con el vacío.

Es difícil entender el tiempo de paciencia como uno de reflexión y de cultivo, de organización y de producción de ideas, de visualización del futuro. Más aún lo es percibir que desde la definición del futuro se está incidiendo de manera determinante en el cambio del presente. Tener el camino delineado es la única posibilidad de saber a dónde ir cuando llegue el instante que los procesos sociopolíticos suelen ofrecer.

Ese instante no llueve como maná, es también producto de la paciencia creadora y del estado mental de alerta, del cultivo de la verdad y de la superación de las falsificaciones, entre las cuales muchas veces se coloca una simulada pacificación como simple estratagema táctica de reducción de las resistencias.

La impotencia, denominador común de quienes no ven salida y, sin embargo, están conscientes del agravamiento progresivo que asfixia, sólo puede superarse mediante el crecimiento constante de un personalismo social que avance en la construcción de un cuerpo común que los impotentes no visualizan como condición esencial.

Jamás un cambio histórico se ha dado para restaurar y los ejemplos que podamos conseguir sólo indican inestabilidad, provisionalidad e ilusión momentánea que será seguida de otro sacudón. Los saltos nunca deben olvidar el estadio anterior, uno que debe ser entendido y asimilado libre de fango y distorsiones. Los pueblos también exigen, aunque no se den cuenta con precisión y el ánimo de salir de lo que quieren salir valga en su psiquis aparentemente más que la oferta sustitutiva, el ofrecimiento emocionante, el desafío que permita la conformación de la voluntad colectiva.

Hay razones objetivas que determinan el instante, como puede serlo una gran crisis económica -ejemplos a granel hay-, pero las verdaderas causas del instante vienen de una decisión colectiva, del previo engranaje de un corpus claro de lo que se quiere y que deberá sustituir a lo que no se quiere. Podríamos definirlo como la creación de una conciencia, lo que también podríamos plantear como una paciencia creativa, una que logre evitar con inteligencia la peligrosa sombra de la resignación. Paciencia no es error repetido, no lo es incurrir en estrategias equivocadas o en omisiones vergonzosas o en entendimientos por debajo de la mesa. La paciencia es acción penetrante y acertada. La verdadera paciencia es una acción que no ceja un instante de construir lo sustitutivo y de preparar para su final lo que hay que sustituir.

La mentira en la que se vive, y que a ratos conduce o a la exigencia de acciones descabelladas o a la entrega en brazos de la abulia, debe ser sustituida por la creación del mecanismo alterno y por la convicción del poder colectivo consciente. El instante, producido por las condiciones objetivas, pero creado en lo profundo de la psiquis, permitirá la transformación del sentido de sumisión en uno de creación sustitutiva. Es así como la paciencia deja de ser defecto u omisión, para convertirse en el punto nodal del gran salto cualitativo en procura de la justicia social, de nuevas formas de protagonismo no excluyente, de nuevas formas democráticas adaptadas al futuro y no al pasado, de lo que he llamado un pragmatismo pleno de ideas sobre una organización social en que un nuevo concepto de poder y de ejercicio político tome las riendas del propio destino.   

La “realidad” se alimenta de apariencias. La falsificación es su nutriente preferido. La existencia del mismo hecho de conocer y de tener la “imagen” es condición indispensable para que algo se convierta en real. El punto clave es la sustitución de la apariencia, lo que no pueden lograr los pueblos que nadan en ella. Vivimos en un presente donde se ha hecho de la apariencia el “cambiante” de cada día. La paciencia creativa conseguirá el instante de luz, a la manera en que lo hemos definido, cuando pase la escoba sobre las apariencias y se haga sustitución. Creo es de Susan Sontag esta frase: “Las ideas conceden permiso”

tlopezmelendez@cantv.net

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jueves, 23 de enero de 2014

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, EL DESAFÍO DEL PRAGMATISMO CON IDEAS

  El país gira sobre un planteamiento ideológico trasnochado que implica el abandono de todo pragmatismo. No se informa sobre cifras o sobre logros o sobre lo hecho o lo que quedó aplazado. Se le habla de una ideología que, como tal, debería contener en su seno todas las respuestas o, al menos,  sustentar una vía donde lo inédito se iría resolviendo en base a la imaginación improvisada.

   La ideología es un  bloque cerrado del cual es imposible apartarse porque, aún en las dudas, su magia interna dará las respuestas, es lo que se nos dice. Contrariamente a la realidad del pensamiento, a las exigencias del siglo XXI, a la apertura mental que exige el tiempo presente, se nos pone, en las narices de un país en crisis, una ideología supuestamente omnímoda, una que recurre a citas de una ortodoxia pasmosa matizada con los relámpagos mentales del militar que la trajo a colación.

  
Mientras el mundo se mueve sobre los cadáveres de las ideologías, en Venezuela el cadáver de una ideología se convierte en el anuncio fundamental que se le hace al país. Los corsés ideológicos cayeron y sus restos desmenuzados por la acción implacable de la naturaleza no son más que detritus, viejos textos clásicos de los cuales nutrir la historia del pensamiento o viejos principios conceptuales útiles apenas para derivar un pensamiento absolutamente distinto sobre los viejos temas de lo humano y de lo social.

   Nadie habla de dejar de pensar. Una cosa es pensar y otra mantenerse aferrado a una evidente falsa ideologización. La falsa ideologización impide atacar los problemas puntuales, entre los cuales cabe anotar la indispensable armonización de los factores sociales en procura del bien común. Más que nunca se requiere pensar. Más que nunca se requiere tener meridianamente claro un proyecto de país y he aquí que nos encontramos con uno de los dramas fundamentales del presente venezolano: quienes están en el poder mastican ideología y quienes se le oponen carecen de ideas sobre el futuro, limitándose apenas a un proyecto de restauración de los términos clásicos de la obsoleta democracia representativa.

   Ideologizar en la segunda década del siglo XXI equivale a un proceso de corrosión del verdadero sentido del pensamiento, a uno tan grave como encerrarse en el pragmatismo de una acción política que sólo mira a la obtención del poder. Si se unen ambos, ideologización para conservar el poder, no veremos otra cosa que un neototalitarismo caracterizado por una vergonzosa incapacidad  de resolver las necesidades fundamentales de la población.

   El pensamiento no procura el establecimiento de fronteras rígidas, una especie de altas murallas dentro de las cuales se encierra una verdad incontrastable. El pensamiento es apertura, motivación al desafío, procura de hacer ciudadanos en el sentido de vigilancia sobre el poder y de facultad crecida de decisión sobre los caminos comunes a tomar. Las ideas son para evitar la caída en una acción política determinada por la banalidad, por la inmersión oscura en una cotidianeidad oprobiosa, en un desgarramiento cotidiano sobre lo intrascendente.

   Pragmatismo es hacer en su momento lo que conviene a los intereses colectivos, no el propósito determinado de recurrir a las habituales triquiñuelas para obtener el poder o para conservarlo. Y ese pragmatismo se ejerce dentro de un corpus abierto de ideas absolutamente claras del país que se desea. El requerimiento de los tiempos es, pues, la de un pragmatismo con ideas, no la del encierro en las manos de restauradores de viejos cuadros deteriorados. Si se quiere invertir los términos, la ecuación lo soporta perfectamente: ideas con pragmatismo.

   Es imposible gobernar hoy desde el encierro ideológico como es imposible para quienes pretendan constituirse en alternativa hacer oposición sin ideas. Siempre vencerá el que presenta el tinglado ideológico. En este cuadro de inmovilidad el poder seguirá siendo poder y la población inerme se debatirá a diario sobre las banalidades, en una incapacidad de alzarse sobre el juego macabro de los aparentes polos opuestos que conjuntamente, uno desde su fatídica ideologización y el otro desde un reclamo de restauración, construyen a diario gruesas murallas que impidan la salvación de las ideas que sitian.

   Lo hemos vivido a plenitud hace pocos días. El discurso del presidente en funciones Nicolás Maduro no fue ni “memoria” ni “cuenta”. No fue más que un compendio ideológico, uno que da una patada en el trasero al pragmatismo requerido y que, en consecuencia, no puede conducir a nada más que a un fracaso de la acción de gobierno. Una vez más reclamamos y replanteamos, como única posibilidad de superar el presente, una alternativa basada sobre un pragmatismo con ideas o, si se quiere, de ideas con pragmatismo.


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