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lunes, 28 de mayo de 2012

FERNANDO MIRES, ¿POR QUÉ NO CREO EN LAS ENCUESTAS?

¿Por qué no creo en las encuestas electorales, vengan de donde vengan?
Por la misma razón por la cual no creo en horóscopos. Pero quizás miento. La verdad es que creo más en horóscopos que en encuestas. Al menos no están sometidos a presiones e intereses que inevitablemente influyen a las empresas encuestadoras.
Las empresas encuestadoras no se diferencian de otras empresas. Y como ocurre con toda empresa, siguen la orientación de sus empresarios. Ahora, todo empresario persigue un objetivo: el éxito. ¿O ha conocido usted algún empresario que persiga el fracaso? Y bien, en una economía de mercado el éxito es medido de acuerdo a ganancias.
Si hablamos de empresas privadas los medios utilizados para la obtención de ganancias se encuentran sometidos a un sistema de control y vigilancia pública. Así ocurre con productoras de alimentos o bienes; supuestamente con los bancos y, sobre todo, con la salud (clínicas, sanatorios y hospitales privados) No sucede lo mismo, empero, con las encuestadoras, exentas de todo control ciudadano
Ningún consumidor político, supongamos un partido o un candidato que ha orientado su línea siguiendo informes de una encuestadora puede, después de haber fracasado en las elecciones, demandar a la empresa por haber proporcionado datos falsos. Las encuestadoras son, por lo tanto, empresas que actúan no al margen de la ley –como las mafias, por ejemplo- sino, lo que puede ser peor: sin ley.
Ahora bien, si una empresa encuestadora no es confiable en democracia, mucho menos puede serlo en una nación regida por una autocracia o dictadura. ¿O cree usted que si un gobierno no vacila en corromper y someter al poder judicial va a tener escrúpulos en comprar, o por lo menos presionar a encuestadoras privadas? Vamos a suponer, sin embargo, que eso no es así.
Vamos a suponer que las encuestadoras están formadas por personas idóneas, guiadas solo por la ética de una profesión. ¿Confiará usted entonces en opiniones de encuestados sometidos a presión, dependientes de la ayuda social, inscritos en planes de vivienda? Eso quiere decir simplemente que si en un orden político democrático las encuestas no son confiables, bajo una autocracia son absolutamente desconfiables.
Incluso, allí donde actúan empresas encuestadoras formadas por calificados expertos -sociólogos, psicólogos, politólogos, estadísticos, economistas, consultores, opinólogos y otras especies de la inagotable fauna- no hay ninguna razón para depositar demasiada confianza en las encuestas políticas. En este caso, las suspicacias no son morales sino, por decirlo así, intelectuales.
Efectivamente, las empresas encuestadoras, todas sin excepción, laboran sobre dos supuestos constitutivos a un paradigma ya obsoleto en las ciencias sociales, aunque vigente en muchos institutos de investigación.
El primero de esos supuestos se basa en la creencia relativa a que la sociedad es un “objeto” mensurable y cuantificable.
El segundo, en la creencia relativa a la objetividad absoluta del conocimiento científico.
De acuerdo al primer supuesto, la “sociedad” esta constituida por seres racionales quienes al ser consultados responden de modo racional. Así son medidas y cuantificadas las opiniones. Pero las opiniones no son mónadas, sino eslabones de cadenas interminables. O formulado así: las opiniones son unidades compartidas de modo que una opinión individual nunca es la misma que la opinión compartida. Todo encuestado es, en ese sentido, un ser aislado, quien no argumenta (no opina) y responde, muchas veces, para “salir del paso”.
De acuerdo al segundo supuesto, se parte de la base de que las encuestas y los encuestadores transportan verdades objetivas. Pero en ese punto, y ya hace tiempo, las ciencias naturales, aún antes que las sociales, dieron al traste con la pretensión de objetividad científica.
Fue la física cuántica la que demostró que la observación de ondas y luces en las partículas elementales depende de la subjetividad del observador y de sus instrumentos de observación. La formulación del físico Dieter Zehl es en ese sentido célebre: “la conciencia del observador forma parte del proceso cuántico”.
En el caso de una encuesta, y con mucha más razón, la respuesta del encuestado tampoco es independiente de la conciencia del encuestador. Puede suceder incluso que la respuesta ya esté incluida en la pregunta, si no en su letra, por lo menos en el tono de su formulación.
No son, por lo demás, escasas las situaciones en que la dirección de un instituto de investigación sustenta una determinada teoría. En ese caso el personal del instituto estará interesado en probar la veracidad de esa teoría eliminando, de modo incluso inconciente, todos los puntos que la contradigan. Así, si una encuestadora sustenta la tesis de que los electores votan por razones emocionales, y otra cree que lo hacen por razones económicas, los resultados obtenidos no sólo son distintos; en muchas ocasiones son opuestos.
Las opiniones –ese es el detalle- no son unidades mensurables ni cuantificables. Ellas están cambiando en minutos, y no dependen tanto de razones o argumentos, sino de acontecimientos que, para que lo sean, deben ser fortuitos. Inundaciones, atentados, enfermedades, guerras, epidemias, terremotos, pueden definir resultados electorales de modo más decisivo que cualquiera respuesta ocasional. Hay cientos de ejemplos.
Y no por último, hay, además, un momento al que ningún encuestador puede alcanzar. Ese es el momento del elector quien, sin tener que dar cuenta a nadie ni responder a ninguna pregunta, hace la cruz o pulsa el botón, asumiendo, solo frente a su conciencia, esa responsabilidad política que ninguna encuesta está en condiciones de usurpar.


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IBSEN MARTÍNEZ, LOS ENEMIGOS DE CAPRILES

La próxima vez que alguien le diga que la candidatura Capriles “no levanta”, pregúntele cómo lo sabe.  Puede ser una buena idea.
Igual conviene preguntar (se) por qué quienes, desde el propio terreno de la oposición “unitaria”,  le tienen ojeriza, invariablemente se refieren a Capriles como “ese muchacho”, dicho esto último con un benévolo y displicente cabeceo que quiere pasar por sabiduría política. Me refiero al tipo de sabiduría que en la literatura clásica se atribuye a los consejos de ancianos. Es sugestivo que estos demócratas  vilipendien la juventud  de Capriles con el mismo ánimo descalificatorio con que lo hacen los voceros  del chavismo. Y esto, quizá no paradójicamente, en un país puer aeternus que desde siempre ha practicado un culto demagógico a la Juventud.
Tengo para mí que es a los nostálgicos del país que nos dio al longevo, empecinado  y errático Rafael Caldera y a un fósil llamado Alfaro Ucero, a quienes más impacienta el calmo y sistemático desempeño del “muchacho”.
Una variante semántica de “la candidatura Capriles no levanta” es afirmar que  Capriles “no es suficientemente duro con Chávez”. De nuevo, preguntar “¿qué te lo hace pensar?” es lo mejor que puede uno hacer para identificar, no sólo un adversario de Capriles, sino muy probablemente a eso que una insuperable expresión yanqui define como un “perdedor”.
“Perder es cuestión de método”, ha dicho Santiago Gamboa, el  extraordinario escritor colombiano, y   estos inopinados detractores de Capriles son, en mi modesto parecer, maestros del método.  Para irnos entendiendo, imparto de una vez un retrato hablado de una, dos, quizá tres secciones del Coro de Perdedores  Perpetuos que la tienen tomada con Capriles. Son muchas más, pero  con unas pocas bastará para que el lector mire en la dirección que mi dedo  de mugrientas uñas indica.
2.-
Me bastó escuchar los nombres de algunos de los más cejijuntos analistas de la presuntamente pésima campaña de Capriles para echarme a reír. Son, para decirlo de alguna manera, jubilados supernumerarios de decenas de campañas perdidas durante la llamada IV República, adscritos a lo que con un gran esfuerzo de imaginación podría llamarse el bloque socialdemócrata de la coalición opositora. Hay entre ellos más de un Willy Brandt de patio de bolas. O bien caballeros que  alguna vez formaron parte de las comisiones de propaganda del MAS y que nunca ganaron una campaña electoral, ni siquiera al interior de aquel  legendario pequeño partido. O factores del firmamento adeco – la Gran Maquinaria que arrasaría en las primarias de febrero, ¿recuerdan? -, algunos de ellos reciclados en Un Nuevo Tiempo. O asteroides del Big Bang copeyano.  O insidiosos editores de prosa punzo penetrante, proverbialmente tenidos por zahoríes,  que en el aciago 1998 llegaron a proponernos ¡ a Alfaro Ucero! como diques de contención del tsunami Chávez.
¿Cuál es su  argumento estelar? ¡Las encuestas! Una paráfrasis de la  recordada, estupenda telenovela de Leonardo Padrón nos daría a Venezuela como el País de las Encuestas.  Permítanme incurrir en mi atropello favorito: hacer irrisión de ese sujeto infaltable en la Pinacoteca de los Genios venezolanos del siglo XXI: el encuestador, o por mejor decir, el “demoscopa”, caballero de fortuna que ausculta los pareceres del público y suele infligirnos agudezas  tales como: “Chávez podría ganar, pero también podría perder”; o bien “ esta medición es sólo una fotografía: lo que importa en la tendencia”, et cétera.
Hay de todo en el gremio, desde luego. Gente de mucha probidad cuyas observaciones infunden respeto. Pero, ¡ay!, es minoría: lo que abunda es el encuestador, que “científicamente”, con alarde de varianzas, desviaciones estándar, campanas de Gauss y modelos estocásticos, llega a la conclusión chamánica de que lo que pasa es que Chávez tiene una “conexión emocional” con el electorado y Capriles, ¡qué vaina con el muchacho!, no la tiene.  Se habla de un encuestador que cambió sus resultados en 180º justo después que el gobierno le engavetase un crédito del Banco Industrial.
Tales encuestadores salen del ámbito de la Ciencia, del método inductivo experimental y los modelos matemáticos para penetrar en la bruma de lo mágico-religioso  con la facilidad de quien atraviesa la puerta giratoria de un hotel.  Decir “es que Chávez tiene un vínculo emocional con los desdentados”, sin caracterizar ni describir el funcionamiento ese tal vínculo, equivale para mí a correr al burladero de la palabrería hueca y declararse miembro de la Asociación Mundial de Charlatanes.
3.-
¿Qué procura este “revival” del ya rancio tema  de la conexión memtempsicótica de Bolívar y su pueblo a través de Chávez?  La nuez de la artera campaña es infundir en el electorado opositor la idea de que Capriles no tiene “carisma”, que no le pega duro a Chávez, que no  va p’al baile. Y hacer así más fácil la demencial sugerencia de cambiar de caballo en mitad del río. 
Tres millones de electores se manifestaron hace apenas 90 días a favor del candidato más moderado. Yo, que, dicho sea de paso,  voté por María Corina Machado, me niego a creer que esa disposición a votar por Capriles en octubre se haya desvanecido a favor del candidato que ofrecía a llevar Chávez esposado a la Corte Internacional de La Haya. Al contrario, si atendemos a que la mejor encuesta es una elección, la oposición, y con ellas Capriles, las viene ganando todas, consistentemente, desde hace cuatro años.
Tan buen arranque como el de las primarias precedió los actuales días, quizá los  más negros del Chávez candidato en toda su carrera pública: gravemente enfermo y disminuido, rodeado de “incondicionales” que ya no lo son tanto, absortos como están en vertiginosas sumas y restas mentales acerca del futuro personal de cada quien. Y con el tiempo conspirando en contra.  ¿Es este el momento de dudar del abanderado?
La mejor prueba de que Capriles lo está haciendo razonablemente bien con su estrategia de “fuerza tranquila”, para usar el famoso lema electoral de François Mitterrand, es que tiene protervos enemigos en su propio bando. Yo no le tendría el menor respeto como político de no ser así.
Para finalizar, menciono una de sus armas secretas, tan inasible y mágica pero tan potente como el fulano carisma de Chávez: la buena suerte. El muchacho es suertudo y eso vale tanto o más que el carisma del paciente habanero.
Dejémonos de vainas, ¿sí? Aquí el único que está en problemas – verdaderos problemas, algo más que electorales- es Chávez.
@IbsenM
 imartine@reacciun.ve. 

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