BIENVENIDOS AMIGOS PUES OTRA VENEZUELA ES POSIBLE. LUCHEMOS POR LA DEMOCRACIA LIBERAL

LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
Mostrando entradas con la etiqueta PERVERSA EXPLOTACIÓN. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta PERVERSA EXPLOTACIÓN. Mostrar todas las entradas

sábado, 27 de noviembre de 2010

BASTA DE EXPLOTAR A LOS POBRES. ALBERTO BENEGAS LYNCH (H). FUENTE. TRIBUNA LIBERTARIA DE RAUL AMIEL DEL SÁBADO, 27 DE NOVIEMBRE DE 2010

Ya bastante he escrito sobre la deplorable situación de Estados Unidos, acentuada notablemente por George W. Bush por razones de irresponsabilidad y torpeza mayúscula y ahora por Obama por razones de acentuada y enceguecida militancia estatista. El epicentro estadounidense de la última crisis se hizo evidente en otros países y en estos momentos se agudiza en Grecia, España, Portugal, Irlanda e incluso en Inglaterra (en ese orden).

Curiosamente hay quienes piensan que los gobiernos (léase los contribuyentes) de Alemania y Francia pueden disimular la hecatombe griega con “ayudas” financieras pero en realidad le pondrán una soga al cuello ya que los incentivos operarán para que sus gobernantes continúen la fiesta del gasto y la deuda hasta que otra vez se topen violentamente contra la dura pared de los hechos. En España, el megalómano de Rodríguez Zapatero ha elevado el desempleo al 19% fruto de la obstinada rigidez que genera la retrógrada legislación laboral, ha endeudado a los españoles en un 73% del producto bruto interno y ha fabricado un déficit que llega al 11% de aquel guarismo en un contexto de alarmante gasto estatal del cual los mal llamados planes de seguridad social (más precisamente de inseguridad antisocial) ocupan una proporción muy significativa.

Se dice que la ministro de economía Salgado habría insinuado la posibilidad de que España se salga del Euro (pesetizar) para decretar una devaluación, lo cual, naturalmente, entre otras cosas, provocará una corrida bancaria. Y no es que el que estas líneas escribe simpatice con la unificación monetaria y la consiguiente concentración de poder, se trata de poner en evidencia una carrera suicida para ver quien bate más récords y mejora la marca de desatinos.

En todo caso, dejemos por un instante la descripción de los Frankenstein económicos del momento y centremos nuestra atención en el problema de fondo que es común a todos los países que hoy atraviesan por serias dificultades. El eje central estriba en la idiotez de pretender el enriquecimiento por decreto y sostener gastos gubernamentales más elevados de lo que pude absorber con su trabajo la población. Desconocer esto es como representar a Hamlet sin el Príncipe de Dinamarca, tal como manifestó Johan Norberg en otro contexto.

Los ingresos y salarios en términos reales dependen exclusivamente de las tasas de capitalización, es decir, de inversiones en equipos, instalaciones, combinaciones creativas de factores de producción, conocimientos aplicados a la productividad que hacen de apoyo logístico al trabajo para aumentar su rendimiento. A su vez, esos ahorros destinados a nuevas inversiones requieren marcos institucionales civilizados que respeten los derechos de propiedad al efecto de concretarse. Esta es la diferencia entre Canadá y Uganda. Esta es la diferencia que explica los salarios diferentes entre Hudson y La Paz. No es que en el primer caso los empresarios sean más generosos y en el segundo más agarrados, es que aquellos se ven obligados a pagar remuneraciones más elevadas, de lo contrario no encuentran trabajo disponible. En países de altas tasas de capitalización como sigue siendo, por ahora, Estados Unidos, en general las amas de casa no pueden afrontar tal cosa como servicio doméstico, no debido a que no les gustaría contar con ese servicio sino porque deben competir en salarios con puestos de trabajo de más alta productividad que se traducen en erogaciones elevadas.

Las “conquistas sociales” de salario mínimo y demás aspiraciones de deseos conducen indefectiblemente al desempleo puesto que a esa remuneración artificial no se encuentra trabajo. No hay alquimias posibles: los ingresos en términos reales son consecuencia de las antedichas tasas de capitalización. Esto lo saben sobradamente muchos de los bribones al frente de gobiernos pero juegan con la ignorancia de los desprevenidos. Explotan miserablemente la pobreza en desaprensivas campañas electorales. Prometen pensiones estatales y arrancan el fruto del trabajo ajeno en base a sistemas quebrados por su naturaleza. No se necesita ser un experto en interés compuesto y análisis actuarial para detectar la trampa en lugar de considerar sagrado el salario para que cada uno disponga de lo suyo como lo considere pertinente. Se declaman “obras sociales” que al politizarse resultan una vergüenza, en lugar de permitir la competencia en servicios que son esenciales.

Se compran y venden legislaciones como si se tratara de bienes a disposición de los politicastros de turno. Todo este nefasto sistema resulta una burla a la inteligencia. “¡Hasta cuando abusarás de nuestra paciencia Catilina !”. En otra oportunidad denominé a todo este nefasto e inaudito sistema la kleptocracia, es decir, el gobierno de ladrones: de propiedades a través de una maraña de impuestos, inflaciones y deudas escandalosas, ladrones de vidas arruinadas por tanto despojo y ladrones de libertades por imposiciones que asfixian las autonomías individuales. La democracia se ha transformado en kleptocracia.

Estas políticas lamentables perjudican a todos pero muy especialmente a los relativamente más pobres, los cuales naturalmente aumentan por minuto debido a la acentuación de las medidas que esquilman a la población. En nombre de los pobres se destroza a los pobres. Debido a los medios de comunicación del momento podemos comprobar los correlatos en las promesas electorales en muy diversos lugares del planeta. Siempre la misma cantinela: que la herencia del gobierno anterior es agobiante, que esta vez habrá justicia y seguridad, que se combatirá la pobreza, que no habrá corrupción, que se pondrá orden en las finanzas, todo hasta el próximo turno electoral donde se repite con machacona insistencia la lúgubre y macabra representación teatral de siempre.

Mientras no se dedique el suficiente tiempo a estudiar y difundir los principios sobre los que se basa una sociedad abierta, no habrá posibilidad de rectificar el rumbo. Como sabiamente decía Jefferson “El precio de la libertad es la eterna vigilancia”. No podemos esperar que el problema lo resuelvan otros. Cada persona, independientemente a que se dedique, está interesada en que se la respete, por ende, debe dedicarle el tiempo suficiente a la preservación del sistema de libertad, lo cual no ocurre automáticamente sino que es el resultado de la perseverancia y la constancia en el estudio de sus fundamentos al efecto de poder defenderlo con argumentos bien expuestos.

Lawrence Reed, el Presidente de la Foundation for Economic Education, institución pionera -fundada en 1946- en cuanto a la difusión del ideario de libertad, ha publicado un escrito de gran importancia donde se pone claramente de manifiesto la necesidad y la obligación moral de cada persona de contribuir cotidianamente a fortalecer la filosofía que permitirá que se respeten en sus derechos. Cierro esta nota con la transcripción de ese escrito que consiste en una lista para comprobar el grado de nuestra filiación a la libertad según sea nuestra respuesta a cada consulta:

“-He sacado el tema en una conversación y es de desear que haya prendido una luz, por lo menos en una persona.
-La defendí cuando fue desafiada por el error.
-Mejoré mi propio conocimiento sobre la literatura de la libertad al efecto de ser un mejor patrocinador.
-Escribí una carta el editor en defensa de la libertad.
-Recomendé un buen artículo, libro o película que se pronuncia por valores consistentes con una sociedad libre.
-Envié un cheque personal a una organización que trabaja en pos del ideario de libertad.
-Resistí la tentación de aceptar algo del gobierno que no me pertenecía.
-Adopté medidas que limpian mi propio comportamiento para ser un ejemplo sólido de las virtudes necesarias para que pueda florecer una sociedad libre.
-Detecté por lo menos un texto de mi hijo o hija que le fue asignado en el colegio y expliqué a mis descendientes las falacias que encontré y me quejé al colegio frente a las que fueron especialmente llamativas.
-Le comuniqué por lo menos a uno de mis representantes que si él o ella votan nuevamente por más funciones gubernamentales, haré todo lo posible para que sea derrotado en la próxima elección.
-Le manifesté a mi alma mater universitaria que si no contratan profesores que saben presentar y defender el caso de la libre empresa, nunca obtendrán un centavo de mi parte.
-No hice nada por la libertad hoy, excepto el disfrutar de sus frutos mientras dejé en manos de otros la batalla por su restauración y preservación. Esencialmente, hoy fui un beneficiario del esfuerzo ajeno.”

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA

miércoles, 24 de noviembre de 2010

EL TERRORISTA SUICIDA. MARIO VARGAS LLOSA. EL PAÍS (ESPAÑA) - 23-NOV-10 - OPINIÓN

La capacidad de destrucción de quien no le importa morir matando es inmensa. No pretende ganar una guerra, sino que las democracias renuncien a la gran conquista de las libertades

Al final de la Segunda Guerra Mundial, un suspiro de alivio recorrió el Occidente: la contienda había sido feroz pero la humanidad se había librado del nazismo y la tiranía de Hitler. El mundo aprendería la lección, los países no se dejarían seducir por caudillos fanáticos y renunciarían a ideologías aberrantes como el nacionalismo y el racismo que habían provocado la reciente catástrofe. Se abría un período de paz y convivencia en el que prosperarían la democracia y la cultura de la libertad.

Era un optimismo precipitado. Entre los vencedores, estaba la Unión Soviética y Stalin no tenía la menor intención de renunciar a su propia versión del totalitarismo y a conquistar el mundo para el comunismo. Muy pronto comenzó la Guerra Fría que, por 40 años, mantendría al planeta en vilo, bajo la amenaza de una confrontación atómica que acabara con la civilización y acaso con toda forma de vida en el planeta.

El desplome de la URSS por putrefacción interna y la conversión de China en un país capitalista (pero vertical y autoritario) despertaron, a fines de los ochenta, un nuevo entusiasmo en todos los amantes de la libertad. El enemigo más enconado, junto con el fascismo, de la libertad se desplomaba por efecto de su fracaso económico y social, sus injusticias y sus crímenes. Una vez más la democracia aparecía como el único modelo capaz de generar la coexistencia en la diversidad en el seno de las sociedades y de producir desarrollo, riqueza y oportunidades dentro de un sistema de respeto a los derechos humanos, legalidad y libertad. Francis Fukuyama encarnó ese espíritu hablando de "el fin de la historia", una etapa en que, superadas las grandes contradicciones entre países e ideologías, poco a poco se establecería un consenso general a favor de la democracia que no se vería perturbado por los fanáticos de izquierda o de derecha, reducidos a minorías insignificantes.

Era pecar de optimismo una vez más. Al mismo tiempo que esta irreal profecía provocaba una polémica internacional, en el Próximo y el Extremo Oriente un nuevo desafío implacable contra la cultura de la libertad se hacía presente encarnado en el integrismo islamista que llevaría su mensaje de odio al corazón mismo de los Estados Unidos, Londres, Madrid y otras ciudades europeas, llenando las calles de millares de muertos inocentes e inaugurando un período de terrorismo internacional que tomó por sorpresa a todo el Occidente. Los atentados se extendieron luego por el África, el Oriente Próximo y el Asia, dejando en ciudades como Nairobi, Dar Es Saalam, Yebra, Mombasa, Casablanca, Sharm el-Sheij, Dahab, Kampala, Bali, Islamabad y prácticamente todas las ciudades de Irak y Afganistán, montañas de cadáveres. (Conviene precisar que el número de víctimas del integrismo islamista ha sido mucho mayor entre los musulmanes que entre los cultores de otras religiones y en los no creyentes).

Pronto el mundo libre descubriría que los tentáculos de Al Qaeda y los grupúsculos afines tenían infiltrados en sus propias comunidades y contaban con cómplices en el seno de familias inmigrantes, a veces de segunda y hasta tercera generación. Los antiguos monstruos estaban vivos y coleando, aunque ahora no dispusieran de grandes ejércitos. No los necesitaban. Su estrategia de acoso y derribo de la democracia contaba con un arma novedosa y dificilísima de combatir: el terrorista suicida.

Ha existido desde la noche de los tiempos, pero, incluso en el Japón, donde morir matando en honor del Emperador fue practicado por muchos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, se trató por lo común de casos aislados, incapaces de hacer variar por sí mismos el curso de una guerra. El terrorista suicida moderno, tal como lo hemos visto operar en Irak luego de la invasión que derrocó al régimen de Sadam Hussein y lo estamos viendo actuar ahora en Pakistán y Afganistán, es algo sin precedentes: un instrumento central de la estrategia diseñada por Bin Laden y sus aliados. No consiste en infligir una derrota militar al Gran Satán (Estados Unidos) sino en irlo socavando mediante atentados contra víctimas inocentes y locales civiles, que siembran la inseguridad y el pánico, desordenan el funcionamiento de las instituciones y llevan a los gobiernos, desconcertados ante esa guerra solapada, hecha de golpes súbitos a blancos inesperados, a tomar medidas de seguridad que a veces contradicen de manera flagrante los más caros principios democráticos y violan una de las mayores conquistas de la cultura de la libertad como son los derechos humanos. Lo ocurrido en Guantánamo o en la cárcel de Abu Ghraib en Irak con los prisioneros sospechosos de colaborar con el terror son sólo dos ominosos ejemplos, entre muchos otros, de cómo la estrategia de Osama Bin Laden va dando resultados.

El terrorista suicida es un arma muy difícil de combatir en una sociedad abierta, donde las leyes se respetan, así como las garantías individuales y los derechos humanos, y donde críticas, doctrinas e ideas se expresan libremente. Puede permanecer desapercibido, infiltrarse y desaparecer entre las gentes comunes y corrientes, preparar sus atentados con una infraestructura mínima y escoger su blanco y su momento con comodidad. La capacidad de destrucción de quien no le importa morir matando es inmensa, ya que esta disposición, insólita para sus adversarios, lo hace poco menos que invisible para éstos hasta el instante mismo de provocar el cataclismo. Por lo pronto, puede moverse con facilidad por los lugares donde va a cometer su inmolación, lugares que jamás podrían estar protegidos en su totalidad. No hay manera de que un gobierno esté en condiciones de rodear de vigilancia estricta todos los lugares públicos de un país o una ciudad entera.

De otro lado, el desarrollo espectacular de la tecnología bélica, que permite en nuestros días que artefactos pequeños y manuables causen más estragos que antaño toda una unidad de artillería, facilita enormemente la tarea del terrorista. Hemos visto casos tan sorprendentes como materiales inflamables capaces de incendiar un avión, escondidos en el polvo de los zapatos de un suicida potencial. Dentro de la loca carrera de la especie humana hacia la muerte no es imposible que lleguemos pronto a la aparición de armas atómicas portátiles.

El blanco del terrorista suicida no es por lo común un objetivo militar, que suele contar con sistemas de protección avanzados. Son objetivos civiles, que concentran gran número de personas, edificios públicos, estaciones de metro o de tren, aviones de pasajeros, mercados, centros deportivos. El terrorista suicida no pretende ganar una guerra, ni siquiera debilitar el aparato militar de su enemigo. Quiere aterrorizar a la población civil, sembrar la confusión y el caos, de manera que, presionados por una opinión pública insegura y encolerizada, que exige mano firme a sus gobiernos, éstos conviertan a la seguridad en la primera de sus obligaciones, sacrificándole las otras. Esto ha significado, para las instituciones públicas y las compañías privadas, una multiplicación vertiginosa de gastos y de personal en sistemas de detección de armas y metales, en lugares de trabajo y reunión, almacenes, bibliotecas, estadios, lugares de diversión, dificultando el transporte y perturbando la vida cotidiana a extremos a veces de pesadilla para la mayoría de la población.

La consecuencia más grave de la amenaza del terrorismo suicida que planea hoy sobre el Occidente democrático y liberal, es que éste, en sus esfuerzos por defenderse contra la repetición de matanzas como las de las Torres Gemelas de Manhattan o la Estación de Atocha de Madrid, va renunciando a las grandes conquistas de la cultura de la libertad, reduciendo o aboliendo los derechos que garantizan la privacidad, el principio de que nadie es culpable mientras no se demuestre judicialmente que lo es, la prohibición de la tortura, el habeas corpus, el secreto bancario, el derecho de crítica, la libertad de expresión, y confiriendo a los cuerpos militares y policiales de inteligencia, especializados en la lucha antiterrorista, un poder que escapa parcial o totalmente al control de los órganos representativos del Estado de derecho como el Parlamento y el Poder Judicial. Mediante amenazas y chantajes, el terrorismo pretende, y por desgracia a menudo consigue, intimidar a autoridades y órganos de prensa para que renuncien a su libertad de información y de crítica y a veces a la simple verdad a fin de no ser víctimas de represalias, como se vio con el episodio de las caricaturas de Mahoma publicadas en un periódico de Dinamarca.

¡Qué extraordinaria victoria para los líderes integristas que lanzan a sus fanáticos enfardelados de explosivos contra muchedumbres inermes ver cómo las democracias van dejando de ser demócratas con el argumento de que la única manera de defender la libertad es conculcándola y dando pasos que las acercan cada día más a los regímenes autoritarios!

http://www.elpais.com/articulo/opinion/terrorista/suicida/elpepiopi/20101121elpepiopi_12/Tes
Este es un reenvío de un mensaje de "Tábano Informa"
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA

viernes, 18 de junio de 2010

TEORÍA DE LA EXPLOTACIÓN, LUIS MARIN

Que el empobrecimiento de los trabajadores sea directamente proporcional al enriquecimiento de los capitalistas es una falacia que fue advertida por los socialdemócratas en el siglo XIX, aún en vida de Marx y Engels.
El incumplimiento de la profecía de la depauperación progresiva por un lado y la acumulación y concentración del capital en cada vez menos manos por el otro, puede constatarse con tanta certeza como la del fin de los tiempos y advenimiento del mesías con la llegada del milenio.
Los hechos demuestran que los trabajadores prosperan en la misma medida que lo hace la empresa en la que trabajan, así como se arruinan si la empresa quiebra.
El que trabaja no sólo se mantiene a sí mismo, sino que sostiene a su familia, puede darles educación a sus hijos y mejorar sus condiciones de vida, lo que en términos generales se traduce en aumento del nivel de vida de la sociedad en su conjunto.

En cambio, el desempleado se muere de hambre, junto con su familia de la que no recibe sino desprecio.

¿Cómo es posible entonces que quien es explotado se desarrolla mientras que el que no lo es se degrada física y moralmente?

A pesar de esta constatación práctica y de que la socialdemocracia en su evolución ha ido abandonando la teoría de la explotación, ésta nunca ha dejado de formar parte del arsenal propagandístico de los socialistas.

La pregunta es por qué siguen insistiendo en esta superchería pese a todas las evidencias en contrario. La respuesta es que han elegido la impermeabilidad ideológica contra la evidencia de los hechos y los argumentos de la razón.

Esta actitud es la que los hermana con el fundamentalismo islámico.

Pero lo más extraño de esta propaganda es lo contradictoria que resulta. Incluso hoy para la Izquierda Unida, ese aquelarre de sectas y cofradías que apoyan a Rodríguez Zapatero, el principal problema de España es el paro, por lo que la política del gobierno debe dirigirse a esa vieja utopía socialdemócrata del “pleno empleo”.

¿Cómo puede ser compatible la teoría de la explotación con una política de pleno empleo? Es como decir que la Izquierda Unida lucha para que no se quede ni un solo trabajador sin ser explotado.

Pero no sólo eso. La única política laboral identificable de la dictadura militar comunista de Venezuela puede resumirse en la palabra “inamovilidad”, que se ha prorrogado cada semestre, indefinidamente.

Traducido al lenguaje oficial de la izquierda significa que los capitalistas no sólo explotan a los trabajadores sino que están obligados a hacerlo, porque si tratan de liberarlos, no pueden: está prohibida la emancipación de los trabajadores.

Eran más coherentes los abolicionistas que exigían a los amos liberar a sus esclavos (aunque hay constancia de que ese ícono de la revolución, Ezequiel Zamora, se querelló en tribunales para conservar los suyos); pero estos nuevos revolucionarios les impiden a los capitalistas soltar la presa.

Es un hecho palmario que las empresas estatizadas cambian de propietario pero no dejan de hacer lo mismo que siempre hacían, aunque evidentemente en peores condiciones. No cambian de “modo de producción”, por lo que nunca podrá saberse porqué antes explotaban a sus trabajadores y ahora no.

Las empresas “socialistas” no existen. No hay “modo de producción socialista”. Sólo hay un modo de producción, con el nombre que sea, que corresponde a una racionalidad económica de costo-beneficio. Si no se atiende a esta racionalidad la empresa fracasa, independientemente de quien sea el dueño.

Las empresas son productivas o improductivas. En un caso sobreviven y pueden crecer, dándoles seguridad y bienestar a dueños y empleados, en el otro, están condenadas a desaparecer y todos para la calle a buscar qué hacer.

Con una sola actividad productiva (petrolera) no se pueden financiar todas las otras, improductivas. Si se intenta algo así, será el fin de la actividad petrolera.

Los gobiernos que actúan con un cálculo político o, mejor, demagógico, son pésimos agentes económicos. Esta actividad tienen que dejársela a quienes “sí saben de negocios, porque es su especialidad”.

BURGUESES. Uno de los aspectos más cuestionables de los socialistas es que nunca se han ocupado de definir qué es una clase social, cómo se entra en ella, ni cómo se sale. Esto a pesar de haber puesto en la “lucha de clases” el eje central de la historia universal y del trazado de su línea política.

Salvo la generalidad de ser o no propietario de medios de producción, lo que haría a uno contratar trabajo ajeno y a otro vender su fuerza de trabajo, nunca han aclarado cuál es el rasgo común que identifica a los miembros de una clase social que permite diferenciarlos de otra.

Así, quien sea dueño de un torno y una troqueladora, sin duda, instrumentos de producción, contrata a un tornero y un troquelador, lo que implica explotación de trabajo asalariado, de alguna manera misteriosa se afilia a la familia Krupp, aunque ni siquiera la haya oído nombrar.

Pero hay otros elementos que dificultan la vida de los socialistas y su claridad mental que son, por ejemplo: los niveles de ingreso, cultura, prestigio social, poder político, influencia en la opinión pública, fama y fortuna.

El mundo sería perfecto si éstos se distribuyeran uniformemente entre algunos, de manera de que los burgueses los tuvieran todos y los proletarios nada; pero Dios ha querido que a quien tenga una cosa le falte otra, de manera que nadie las tiene todas consigo. El talento rara vez acompaña a la belleza, la inteligencia a la felicidad y el éxito parece reñido con la beatitud.

Algunos comunistas han resultado ser más ricos que cualquier explotador del trabajo ajeno, como Picasso, Neruda y Charles Chaplin. Nadie duda que Oliver Stone, Noemí Campbell, David Moore y otros parásitos irresponsables ganen más dinero sin romperse el lomo, que cualquier persona laboriosa que en Venezuela se merezca el trato despectivo y discriminatorio de “burgués”.

Ni la riqueza, la cultura, el poder, la influencia, sirven para determinar la adscripción a una “clase social”, como tanto menos la supuesta posesión de medios de producción, en particular desde la irrupción de las sociedades por acciones, mercado de capitales y bolsas de comercio, que han democratizado la propiedad de las sociedades anónimas, en el sentido de que no se sabe quiénes son ni dónde podrían estar sus dueños.

La burguesía no existe, puesto que no existen clases sociales, éstas son entelequias inventadas por los sociólogos con fines explicativos, pero no para crucificar a nadie en la vida real.

Sin embargo, el epíteto “burgués” se sigue utilizando para estigmatizar a categorías de personas indeterminadas a las que se quiere destruir, con la ventaja de que, por ser un término indefinido, se le puede aplicar a cualquiera, según un criterio arbitrario que no se aplica a otros que estarían en idéntica posición según el mismo criterio.

Por ejemplo, nadie podría explicar porqué no es burgués José Vicente Rangel, Diosdado Cabello, Arne Chacón o los miembros de ese sindicato de testaferros conocido como “Empresarios por Venezuela”.

Salta a la vista que esta palabra, carente de sentido y sin contenido, es un estigma que sirve para privar de todo derecho a quien se le aplica: “burgués” es equivalente a “judío”, en el lenguaje nacionalsocialista.

Lo grave es el mecanismo psicológico que se pone en marcha una vez que se aplica el estigma, esa especie de compendio de todo lo malo y execrable, lo que debe ser extirpado como un tumor, eliminado como alimaña, según el lenguaje profiláctico de los nacionalsocialistas y comunistas.

La persona sale del género humano, privado de ciudadanía, convertido en apátrida, sin derechos, civiles ni políticos, puede ser despojado de sus bienes, libertad e incluso de la vida, sin apelación ni recurso alguno.

Los demás no hacen nada por defenderlos, quizás por cobardía o comodidad, al fin y al cabo no son ellos los agredidos; pero en el fondo es porque comparten el tabú del estigma. “Algo malo debe haber en esos burgueses o judíos para que los persigan de un modo tan cruel.”

La propaganda comunista y nacionalsocialista genera el clima de la impunidad, aunque nadie la crea a pie juntillas o se la tome demasiado en serio, tampoco la cuestionan, no la refutan. Esto es parte del colaboracionismo opositor. No les parece políticamente correcto aparecer del lado del burgués, del judío.

Les resulta preferible callar, aunque eso los convierta en cómplices.

COMUNISTAS. Las teorías clasistas son tan peligrosas políticamente, falsas científicamente, abominables moralmente y deleznables jurídicamente, como lo son las teorías racistas. Pero la sociedad internacional no ha tenido la misma energía que despliega contra el racismo cuando se trata del clasismo. Esto sería comprensible durante la era soviética; pero hoy resulta imperdonable.

Salvo la reciente Declaración de Praga, no parece que haya alguna conciencia sobre la necesidad de reconocer los genocidios comunistas y hacer propósito de enmienda.

La adopción del 23 de agosto, fecha de la firma del tratado Stalin-Hitler, o Molotov-Ribbentrop, como día mundial contra el totalitarismo, es un pequeño avance; como el 27 de enero, fecha conmemorativa del Holocausto.

Pero todavía las teorías clasistas son compartidas a su manera por corrientes socialdemócratas y movimientos sindicales, más por inercia o flojera intelectual que por convencimiento. Es muy fácil seguir creyendo que la sociedad se divide en clases y que ellos son víctimas de la injusticia social, que ponerse a pensar cómo salir adelante con el esfuerzo propio.

No faltará quien diga que ellos “ven” las clases sociales con sólo salir a la calle, afirmación tan convincente como que pueden ver negros e indios y constatar que, sin duda, son inferiores.

Alguna vez oímos a Teodoro Petkoff decir que iba a una fábrica y veía las fuerzas productivas y las relaciones de producción tan claramente que quien lo negara sería por ceguera intelectual o interés crematístico.

No vale la pena decir que si tuviera formación organicista vería la cabeza, los miembros, el corazón, el cerebro de la fábrica con igual claridad; pero ellos conocen la palabra “hipostatización”, sólo que la usan cuando les conviene, como esos sujetos que llevan lentes rojos y se sorprenden de ver todo rosado.

El socialismo es deliberadamente mendaz, pero confía en el atraso de la gente sencilla, que todavía puede comprar chatarra ideológica como si fuera nueva.

Repiten a diario esas mentiras por las llamadas emisoras comunitarias, luego en las grandes cadenas de televisión y las pegan en todas las paredes. Este abuso comunicacional no les agregará un átomo de verdad.

El socialismo en todas sus variantes está condenado al fracaso, así en Grecia como en España, porque pretende repartir lo que no han producido.

Una verdad tan simple como que no se debe gastar lo que no se tiene.

Luis Marín

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA

miércoles, 24 de septiembre de 2008

*JOSÉ LÓPEZ PADRINO ESCRIBIÓ “CHINA: SOCIALISMO O PERVERSA EXPLOTACIÓN”


*JOSÉ LÓPEZ PADRINO ESCRIBIÓ “CHINA: SOCIALISMO O PERVERSA EXPLOTACIÓN”

El teniente coronel y muchos de sus amanuenses suelen identificarse, con relativa frecuencia, con el "socialismo chino" y más recientemente festejaron la cosecha de medallas olímpicas por parte de los atletas de ese país como un "éxito socialista."

Nada más falso. China no es un país socialista. China significa, por un lado, el mantenimiento de un régimen burocrático sin el menor rasgo de democracia para los obreros y campesinos; y, por el otro lado, representa la restauración del capitalismo, pero no en medio de un caos como se hizo en Rusia, sino bajo la regulación de un Estado fuerte y poderoso, a la sombra de la cual jerarcas de la burocracia se han hecho millonarios surgiendo así una potente burguesía china, mientras la clase trabajadora sufre una explotación salvaje a manos de las corporaciones extranjeras y empresas nacionales.

Sobran los hechos para demostrar que China no es un país socialista, sino un país capitalista, que se rige bajo las leyes de mercado, exportando sus excedentes de capital financiero a países pobres, tal como lo hace cualquier potencia imperialista. Basta dar sólo unos datos.

En 1998 el sector público abarcada todavía el 57% de la economía china (excluyendo la agricultura), en el 2001 ya el sector privado superaba al público: 51,8% privado versus 48,2% público, y en el 2007 la propiedad privada ya era del 67%. Si lo medimos desde el punto de vista de la producción la diferencia es aún mayor: lo que comenzó a principios de los 80, como una "apertura de mercado", se convirtió en torrentes en las dos décadas siguientes.

A mediados de la primera década del siglo XXI, el capital privado contaba con el 75% de la producción no agrícola. La inversión extranjera, que era casi inexistente antes de 1978, fluyó masivamente veinte años después, llegando a un promedio de 40 a 50 millones de dólares anuales para el 2007. China pasó a ser el segundo gran receptor de las inversiones extranjeras del mundo, después de los Estados Unidos. En China existen 63 mil transnacionales (Nike, Dell, Abbot, Chevron, Alcoa, Amcor, American Amtex, Amoco, Eastman Chemical, Ericsson, Exxon, entre otras) que operan disfrutando de las prebendas que les proporciona el régimen de Pekín.

Aunque China ha avanzado económicamente (con un promedio de crecimiento anual entre el 12 y el 14%), su crecimiento no se basa en un alto desarrollo de tecnología. Se apoya, en primer lugar, en la explotación masiva de millones de trabajadores. El salario promedio de un obrero chino está entre los 60 y 70 dólares por mes; 0,40 dólares por hora es el promedio en la industria. En segundo lugar, el mísero salario se ha combinado con una inversión capitalista importante, pero con baja tecnología; se calcula un promedio de 50 millones de dólares anuales.

Algunas cifras demuestran las contradicciones del crecimiento económico chino. Así su PIB global y per capita sigue siendo bajo. En 2006 en los Estados Unidos el PIB total fue de $ 13.195 millones, el de China llegó a $ 2.645 M, o sea cinco veces menor; pero la mayor diferencia se ve en el PIB per capita: los Estados Unidos gozan de un PIB per capita de 43.803 dólares, mientras que en China llega a 1.654 dólares, es decir casi 30 veces menos que en los Estados Unidos. China figura como la sexta potencia económica mundial, pero en el reparto de ingreso por habitante (PIB per capita) cae al puesto 132, detrás de Samoa y Tonga.

Por todo eso, a China se le considera como la gran maquila del mundo al servicio de las multinacionales. China es un gigante con millones de pobres, bajo el férreo control de un gobierno autoritario, que en nombre de un supuesto socialismo cercena los más elementales derechos humanos.

Quienes hoy festejan el triunfo de los atletas chinos como un logro del socialismo, son los mismos ilusos y desinformados que promueven una multipolaridad, basada en la consolidación de otra potencia capitalista: la Rusia imperial de Medvedex-Putin.