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martes, 5 de agosto de 2014

ORLANDO VIERA-BLANCO, OFREZCAMOS PERDÓN AL PUEBLO...


​"​Así como las grandes infraestructuras tienen cimientos restaurables, las sociedades también comportan  referentes fundacionales, para darle pala, pico y martillo a lo que toque reparar ​...Esas bases son el pueblo​​"​


Cuando hemos afirmado que Venezuela no es desmantelable, lo hacemos partiendo no sólo de un hecho de estructural, sino de orden cultural. Tanto hemos visto como se han ido deteriorando nuestras autopistas, edificios u ornamentos, como nuestra educación y urbanidad. 

Pero son estructuras tanto materiales como humanas, que preservan una huella indeleble de nuestra composición social, por lo que las bases para un esplendoroso renacer, siguen firmes.

El Hotel Humboldt-un faro descomunal al borde de la fila de la Silla de Caracas-como lo describía William Niño-Araque-con mirada al Caribe y al Valle de Caracas; Las Torres del CSB de Cipriano Domínguez; La Cota Mil,  La Ciudad Universitaria de Carlos Raúl Villanueva, alma mater en pleno centro de la capital; el edificio sede de El Universal o de la Electricidad de Caracas, de Tomas Sanabria (arquitecto venezolano egresado de Harvard, discípulo de Walter Gropius, fundador de la escuela de diseño Bauhaus), conforman la cara de la ciudad "que es un hecho político".  Esa inmensidad, acoplamientos y fachadas, no son más que expresión del clima, topografía y tradición de nuestra gente. Elementos que han arrojado una arquitectura de lo clásico a lo moderno, como se aprecia del Silencio al BCV o contemplamos de la Cota Mil a la cima del Ávila, por un teleférico inspirado por el Francés Vladimir De Bertrand y encargado al Ing. Gustavo Larrazábal y Tomas Sanabria. Julio Bacalao Lara fuel el Ministro de Obras Publicas responsable de esta majestuosa obra de Pérez Jiménez, lo que condujo al citado emporio edilicio, el Hotel Humboldt. Hombres visionarios, audaces, talentosos-lugareños y extranjeros- que unidos a una geografía insuperable, un clima sin igual y a una gestión pública tenaz y disciplinada, han construido el perfil urbano de Caracas y con ello el espíritu, carácter y personalidad de un colectivo que no será diluido por la poquedad política. Porque la ciudad como "hecho político" no existe sin el poder de sus ciudadanos, pero tampoco puede ser desmantelada por lo oficial, cuando ese poder es inferior a la magnificencia de su urbe.

Momentos de deterioro, vacíos o retrocesos sociales, siempre han existido. Pero lo importante es tener la reserva ciudadana, humana e histórica, para levantarse  y sacudirse. En los últimos tres lustros hemos puesto al descubierto lo peor de nosotros. Tanto se ha puesto sobre la mesa el autoritarismo, cómo nuestros más profundos egoísmos y lasitudes, factor facilitador de un discurso pendenciero sobre una población que sin ser resentida  (por no tener consciencia de ello), fue embriagada de venganza y odio. Una sociedad abandonada y olvidada por el peso de la indiferencia, caldo de cultivo para la división, la lucha de clases y la violencia.  Ese fue la dinamita que reventó, y es esa la mecha que no supimos apagar. No niego que hemos llegado a un punto pasmoso de corrupción y desparpajo institucional. Pero a la par de reprocharlo tenemos que identificar con sinceridad y sensatez, nuestras propias deficiencias, portadoras de sensibles carencias afectivas y grupales. Así como la grandeza de nuestras estructuras son recuperables gracias a sus sólidas bases, la gloria de nuestra impronta libertaria también es redimible y reivindicable. Ahí van nuestros jóvenes, hijos de un matriarcado que todo lo provee (amor, sostén, ejemplo, perdón). Ahí está nuestro talento, nuestro prosapia aspiracional y nuestra sangre criolla matizada de multiculturalidad, de nobles inmigrantes y de un  potente mestizaje, que como "ese descomunal faro al pie del mar y del valle de Caracas" no será derribado por vientos de rutas muy cortas.     

Nos hemos dejado llevar por "el resuélvemelo tu u​". Y bajo la muletilla "no lo supi​​stéis resolver" hemos diezmados nuestros ímpetus y la certeza de nuestras reservas morales y ciudadanas. No hemos sabido querernos. Toda representación elocuente de lo que hoy consume a la nación, la hemos delegado a la MUD-sic-cuando es al pueblo a quien hay que ganarse. Así como las grandes infraestructuras tienen cimientos restaurables, las sociedades también comportan  referentes fundacionales, para darle pala, pico y martillo a lo que toque reparar. Esas bases son el pueblo. Es lo que llama Nietzsche en su genealogía de la moral, la transvaloración de los valores. Lo "bueno" sea popular o fervoroso, pronto será visto como malo o retardatario. Poco importan las sanciones del norte. Las  más contundentes son las de los que más sufren, por lo que serán ellos quienes pedirán más cuenta. La paz, la prosperidad y la convivencia son posibles, cómo la refundación del Humboldt... La Venezuela potente, joven y laboriosa volverá, pero si ofrecemos disculpas al pueblo a quien no hemos aprendido a querer ni valorar.

Escribiendo estas líneas me entero de la partida de mi querida amiga Isa Dobles.  Una Venezolana de pura cepa, indoblegable, libre y rebelde. "Si me tengo que ir, volveré Orlando, porque mi país no se puede quedar así...Ya sabes que soy sedienta de lealtad".  Y aquí sigues Isa, presente. QEPD

Orlando Viera-Blanco
vierablanco@gmail.com       
@ovierablanco

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lunes, 16 de diciembre de 2013

PEDRO CORZO, PERDÓN Y JUSTICIA


Los regímenes depredadores generan víctimas y victimarios. El odio se vuelve un oficio y el miedo una enfermedad de la que no se escapan ni los mismos abusadores.

Vivir en una sociedad donde odiar y temer es parte fundamental de la existencia, traumatiza a los ciudadanos. Superar esa realidad cuando concluye la opresión, demanda mucha tolerancia y capacidad de comprensión, aunque la victima nunca pueda perdonar a su victimario.

No obstante la mayoría de las personas considera sabio y prudente ser indulgente. Valoran más una relación armónica y  un concilio de voluntades, que una acción de venganza,  porque consideran que odiar y actuar en consecuencia, menoscaba su dignidad.

El perdón, es la consecuencia de la ruptura de los acuerdos de convivencia asumidos previamente.  Es la búsqueda de un nuevo concilio. Es aceptar la igualdad ante la ley y el compromiso  de acatar las reglas que rigen la comunidad. La aprobación de un compromiso de mutuo respeto,  tolerancia y también de colaboración.

Todo conflicto, individual o social, genera víctimas y victimarios, abusos y hasta crímenes, por eso es válido preguntarse, ¿es posible el perdón, pueden sinceramente la víctima y el abusador tolerarse, construir un futuro juntos?

¿La víctima tendrá capacidad de perdón? Y en el victimario se habrá extinguido su inclinación al abuso, a despreciar a los derechos del prójimo.

La víctima no responde a un patrón físico ni moral pero sí de conducta. Víctima puede ser cualquiera. Los derechos y la existencia misma de la víctima pueden ser anulados o extinguidos, pero la víctima puede ser un vencedor moral, a pesar de los vejámenes que sufra, si enfrenta con dignidad la injusticia e intenta restaurar su derecho.

El victimario puede ser un inadaptado social. En esos casos sus crímenes por brutales que sean, afectaran a una persona o a un sector de la comunidad,  pero cuando el victimario es consecuencia de un sistema político que le otorga inmunidad como ocurre en Cuba, su maldad se extiende a toda la comunidad.

El torturador debe aceptar sus crímenes. El sectario admitir que persiguió, acosó y discriminó a los que no pensaban y actuaban como él.

El victimario debe tener conciencia que sus crímenes estaban más allá de la idea que decía defender. Admitir sus excesos puede ser una garantía de que en el futuro no incurra en pasados abusos,  aunque las circunstancias para cometerlos le fueran nuevamente favorables.

El perdón a un victimario es una decisión personal. No puede decretarse ni imponerse. El perdón trasciende los conceptos de victoria o derrota, pero la acción de absolver aunque implica renunciar a la venganza, no significa faltar a la justicia.

La absolución transita por una avenencia ético-moral, un sincero acto de contrición en el que pueda fundamentarse la nueva sociedad, ya que las víctimas y victimarios harían dejación de sus rencores los primeros, y de sus crueldades y odios,  los últimos.

La reconciliación no puede provenir solo de la víctima. No es un deseo unilateral del que fue sacrificado y que de nuevo, en virtud de su conciencia cívica, controla sus pasiones y prefiere la aplicación de la justicia.

Una sociedad que no sancione el crimen se encuentra cimentada en la arbitrariedad y por lo tanto propensa a nuevas crisis sociales o políticas.

La condescendencia no exime de responsabilidad legal al criminal. La absolución no implica impunidad. El crimen no puede ser premiado con el olvido del mismo. Debe existir una sanción legal o moral que advierta a los potenciales violadores que el crimen no paga.

Sin embargo hay quienes defienden los conceptos de “Borrón y Cuenta Nueva”. Creen que se hace suficiente justicia con la aceptación de la culpa. Consideran que la mejor opción para la sociedad es dejar saldados todos los débitos para evitar cacerías humanas que puedan provocar la aparición de nuevo violadores,  de otros individuos que en un supuesto afán     de justicia,  cometan nuevas arbitrariedades.

Por otra parte hay quienes consideran que el perdón debe anteceder a la Justicia, porque no se puede juzgar a ninguna persona, a la vez que se le odia. Entienden el perdón como una decisión de profunda religiosidad, un acto de contrición en el que se aprecian los propios errores y los del prójimo.

Arribar a lo que se puede definir como la justa justicia demanda que comulguen las realidades de las víctimas y de sus victimarios,  junto a la sanción legal y moral que demanden los crímenes, solo así se pueden establecer los fundamentos para crear una sociedad en que los derechos y deberes ciudadanos,  sean asumidos con plena responsabilidad.

Pedro Corzo
pedroc1943@msn.com

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