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martes, 3 de febrero de 2015

JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO), EL HIJO DE “SCARFACE”

Si fuera cineasta, ya estaría tras los derechos de lo que luego, sin temor a equivocarme, sería una superproducción, récord en taquilla. A mi película la llamaría “El Hijo de Scarface”, algo así como una secuela de aquella que en su momento protagonizara Al Pacino, allá por los 80´s: “Scarface”, ¿la recuerdan? Sólo que en la mía, en mi película -“El Hijo de Scarface”- el protagonista no sería un cubano humilde con ansias de dinero y poder llegando a Miami en balsita; escalando posición a punta de malas juntas y negocios ilícitos; sino un criollito, tal vez un soldadito de poca monta –también de origen sencillo, humilde y sin mayores glorias o fortuna- que, de la noche a la mañana –bueno, tal vez, no tan de la noche a la mañana- se convierte, presuntamente, en Tony Montana II o Tony Montana “El Junior” o Scarfacito… el nombre, lo decidiría después.
Por supuesto que tendría que hilar muy bien la trama, porque como toda noticia “en pleno desarrollo”, arrancada de la vida misma, cualquier desenlace podría pasar. De lo que sí estoy convencido es que, en este caso, sólo estamos viendo la puntica del iceberg. ¡Apenas se está asomando un rayito de Sol! Tendría además que ponerle al guión su toque de humor, con algún personaje secundario que, en su afán de adular al “supuesto” capo y, por supuesto, defenderlo de las calumnias que están diciendo en su contra para desprestigiar al “santo varón”, abrirá la boca para decir alguna barbaridad con la que creerá, se la está comiendo; pero que enfurecerá al mafioso, haciendo caer al segundón en desgracia. Pero, es que no podría esperarse nada menos del personajito de relleno, que gustara de decir sandeces –porque a eso nos habrá acostumbrado; pero que, hecho el tonto, también habrá logrado amasar su nada despreciable fortuna, que exhibe -a pleno Sol- luciendo sus relojes de marca, trajes de lujo y accesorios Louis Vuitton.
Película que se respete, siempre tiene que tener algo de romance. Así que ingeniaré alguna subtrama con las aventuras amorosas de “El Hijo de Scarface” a quien, a lo mejor, vinculo con alguna actriz o cantante que, quizá, en uno de sus arrebatos de celos por una montada de cachos in fraganti, decidirá auto cancelarse los servicios brindados y las loas proclamadas en apoyo a la revolución. Ah, claro, en algún momento me tocará darle a mi guión algún contexto político, y hablar de revolución siempre ha tenido su toque de grandilocuencia. Volviendo a la subtrama, le indicaré al director que haga un primer plano de la cara de la actriz, la cual revelará sus paticas de gallo y sus continuas visitas al quirófano, esas que le borraron los rasgos con los que alguna vez logró un papel protagónico. La dama en cuestión caminará cautelosa hasta la caja fuerte. Tendrá miedo de ser descubierta por el hombre que todos temen por su discurso camorrero y amenazante; pero, a quien se unió, en principio, haciéndole creer que compartían ideales. Abrirá la caja fuerte –cuya combinación memorizó de tanto que vio al supuesto capo abrirla y cerrarla para guardar las pacas de billetes verdes que, hasta ese momento, todos desconoceremos de dónde sacó. Tal vez en ese instante, entre escena y escena, como hacían en el cine mudo, meto un cartel con algún refrán: “ladrón que roba a otro ladrón, tiene cien años de perdón”…
En alguna toma, pondré a mi protagonista a repetir este diálogo, sobre todo, porque quiero aspirar al premio Oscar. Y de su actuación dependerá su nominación como actor principal:
-¿Llegó el alijo a los almacenes de la costa? –preguntará el protagonista a sus lacayos, sin sospechar que uno de esos serviles guardianes, está cogiendo dato de los movimientos y negocios de El Hijo de Scarface, para luego pirarse rumbo al viejo Continente, abrir la boca y “cantar” todo lo que presenció. Un desertor al que el Cartel en pleno tildará de vendido, en un afán por zafarse de acusaciones. Dirán, para quedar como niños de pecho, que el seguridad aceptó soborno para dañar la imagen de la revolución.
-Tenemos que cobrar los servicios por la mercancía entregada y distribuida, exitosamente- ordenará a otro de sus súbditos- y que ese dinerito me lo manden en efectivo. Yo prefiero tenerlo aquí, debajo del colchón.
Contando fajos y fajos de verdes – ¿por qué será que esos billetes están impresos con el mismo color de los uniformes militares? ¿Será esa la razón por la que a los castrenses les gustan tanto? ¿Quizá porque combinan mejor con sus trajes y les engordan sabroso las billeteras? – así es como lo recordarán sus allegados que, de flash back en flash back, me ayudarán a reconstruir la historia que voy a narrar.
Pero como quiero que mi largometraje se convierta en un film de ciencia ficción -que nada tenga que envidiarle a los que hace George Lucas- pondré a El Hijo de Scarface, vestido con una braga naranja, llegando a Washintong DC, para comparecer ante la justicia. La ciencia ficción siempre es un éxito de taquilla y los venezolanos merecemos una película con ¡final feliz! Si al menos no es feliz, algún final que nos haga creer que la justicia tarda pero llega, y que el delito, llámese narcotráfico o corrupción, no queda impune ni se sale con las suyas.
José Domingo Blanco (Mingo),
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1

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sábado, 15 de noviembre de 2014

SAÚL GODOY GÓMEZ, EL CONGRESO DE FUTUROLOGÍA,

SAÚL GODOY GÓMEZ
La primera vez que leí esta novela corta de Stanislaw Lem (1921-2005), uno de los autores más reverenciados de la ciencia ficción, no me gustó; pero recientemente vi la película El Congreso (2014), dirigida por Ari Folman y protagonizada por Robin Wright (la fabulosa actriz de la serie House of Cards) y Harvey Keitel, que se basa, en parte, en esa historia de Lem, y la volví a leer.

Stanislaw era un tipazo, prolífico y con una imaginación desbordada, pero fue principalmente un estilista de la palabra; medico de formación, este autor polaco escribió casi toda su obra en su país natal bajo el comunismo, aunque su primera novela tuvo que esperar ocho largos años para que viera luz (tuvo que morir Stalin para que el Ministerio de la Cultura, dispensara a la ciencia ficción de la estricta censura, considerándola finalmente un genero “inofensivo”).
Y a pesar de esa supuesta gracia - Lem se cuidó mucho de que su crítica mordaz a la sociedad totalitaria estuviera disfrazada de personajes y situaciones “pantallas” - leer hoy a Lem es descubrir un mundo soterrado, críptico, de alegatos contra una ciencia y unos científicos que le hacían carantoñas al régimen y doblegados al partido.
Aunque no he leído toda su obra, sí tuve el gusto de hincarle el diente a su novela Solaris (1961), una obra maestra que inspiró sendas películas: una versión Rusa, a cargo del director y productor Andrei Tarkovsky, rodada en 1971, y que se convirtió en un clásico de la cinematografía mundial, y una versión Norteamericana dirigida por Steven Soderbergh en 2002, en la que actuaron George Clooney y Natascha McElhone, con la extraordinaria música de Cliff Martínez; me enteré igualmente que hay una opera del compositor Alemán Michael Obst con el mismo nombre, basada en la obra de Lem, pero todavía no he tenido la oportunidad de escucharla.
Lem fue un escritor muy serio y entendía la ciencia ficción como cualquier Arte Mayor; como escritor, su obra sólo era comparable con lo mejor del mundo, los Norteamericanos le tenían un gran respeto, al punto de que estaba inscrito como miembro honorario de la Asociación de Escritores Americanos de Ciencia Ficción (SFWA, en ingles), pero un día se le ocurrió hacer un articulo criticando la ciencia ficción norteamericana, tachándola de pueril y plagada de aventuras sin ninguna significación ulterior, haciendo la honrosa excepción de Philip K. Dick, a quien había dedicado un extenso estudio y lo tenía como uno de los grandes del genero.
Pero dejemos que sea Ángel Moreno, primer doctorado en España con una tesis sobre Literatura de Ciencia Ficción, quien nos relate lo que sucedió; lo tomamos de su artículo Entre engaños y realidades, la ciencia ficción de Stalinaw Lem: “El artículo fue leído por ciertos autores estadounidenses como una traición y como fruto de cierta ceguera intelectual por parte de Lem, a quien se consideró poco menos que un pedante pretencioso.  Sin embargo, la propia realidad "enloqueció" un tiempo después, como si se tratara del argumento de un relato de cualquiera de ellos. El 2 de septiembre de 1974, el mismísimo Philip K. Dick escribió al FBI una carta denunciando al escritor polaco. Afirmaba haber descubierto una conspiración comunista dirigida por Lem desde Polonia. Los "agentes" de esta conspiración eran algunos críticos y teóricos que comenzaban a despuntar entonces en Science Fiction Studies  Según Dick, intentaban introducirse en las universidades e influir en la población americana a través de obras de ciencia ficción que transmitieran pensamientos izquierdistas. Además denunciaba en varios escritos que Lem se había apropiado ilícitamente dinero gracias a la edición polaca de Ubik (1969), una de las novelas más célebres de Dick”.
Para ese momento Dick estaba en plena crisis paranoica, como consecuencia de su equizofrenia y el abuso de las drogas, pero el escándalo fue de marca mayor; finalmente Lem no fue expulsado de la SFWA, pero este episodio marco un alejamiento de sus pares americanos.
Lem fue un gran lector de autores Latinoamericanos, en especial de García Márquez y sobre todo de Borges, a quien comentó en varios artículos; de hecho, la obra por la que empezamos este escrito, Congreso de Futurología (1970), pareciera se el producto de una sobre dosis de Macondo.
El mentado Congreso se celebra en un país suramericano, Costarricania, y cuando estaban todos esos sabios reunidos en el Hilton de la capital para dar inicio a las actividades, unos extremistas atacan la ciudad, secuestrando a varios importantes funcionarios y atacando con sus armas, entre otros objetivos, la sede del Congreso.
Allí empieza una muy extraña narrativa de lo que sucede con el personaje principal, el cosmonauta Ijon Tichy (este aventurero repite en varias obras de Lem como personaje principal) quien, por medio de unas alucinaciones, termina siendo congelado y despertado en el año 2039, para encontrarse en un mundo muy pero muy loco, donde la gente se droga y es drogada por el gobierno para que vivan la “realidad”: una puesta en escena de lujo y placer absoluto fabricada para ocultar el deplorable estado del planeta y la helada que se les viene encima.
La obra está en clave de comedia negra y cada situación es más inverosímil que la anterior, al punto de que uno termina por preguntarse si la comida no nos cayó mal y estamos leyendo incoherencias.
La película El Congreso, que mencioné inicialmente, es una producción europea, que aprovecha el estado de arte de la industria de dibujos animados francesa (la película es una mezcla interesante de actores humanos y animés) a la vanguardia junto con Japón y USA.
La historia de la película es muy diferente al libro: en la cinta la actriz Robin Wright hace el papel de si misma, como una estrella venida a menos pero que fue muy famosa; el estudio quiere que firme un contrato que la compromete a ceder los derechos de uso de su imagen digitalizada, para que el estudio haga las películas que quiera, quitándole algunos años, por supuesto.
En ese momento, la tecnología se encuentra en un punto en el que se puede usar imágenes digitales de estos actores y ponerlos a interactuar con otros actores contemporáneos sin que el público note la diferencia, algo un poco más avanzado de lo que hizo Natalie Cole en un video cantando con su fallecido padre Nat King Cole.
Veinte años después Robin Wright es invitada a participar en un Congreso y es aquí donde la película entronca con una versión del libro. Igual, es una locura. Recomiendo ambas, el libro y la película, y sí, efectivamente, el libro me gusto más en esa segunda lectura, después de ver la película.
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

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miércoles, 22 de febrero de 2012

ANDRÉS SIMÓN MORENO ARRECHE: THE LORD OF THE INSULTS

Lo que sigue es el resumen del más prolongado largometraje político de la modernidad reciente en Suramérica.  La historia se desarrolla en las postrimerías de la Tercera Edad del Petróleo en la República de Venezuela, un lugar auténtico poblado por hombres demócratas y otras razas antropomorfas como los chavistas, los comunistas o los conchupantes, así como por muchas otras criaturas reales y fantásticas. El prolongadísimo largometraje (lleva 13 años de exposición mediática) narra el accidentado viaje de los habitantes demócratas de un ex país conocido anteriormente como Venezuela, ahora liderado por un joven y decidido demócrata, para destruir el Anillo Único y la consiguiente guerra comunista que provocarán las hordas antropomorfas para recuperarlo, ya que es la principal fuente de poder de su creador, el Señor oscuro Hugón, también conocido como El Señor de los Insultos.
Sí bien El Señor de los Insultos fue concebida inicialmente como una continuación de la saga social La Democracia, argumentalmente lo es de otros dos filmes anteriores: Mein Kampf, película de horror que relata los acontecimientos de los Días Antiguos y en la que se construye toda la trama del El Holocastum que creó A. Hitler, y The Covenant, monumental obra cinematográfica de James A Michener, recreada en el asombroso paisaje de África del Sur, que relata  las desventuras de los san, una tribu de gentes menudas y piel oscura que se enfrentaron con los europeos holandeses asentados en el Cabo de Buena Esperanza, enfrentamiento que luego daría paso The apartheid, el único aspecto argumental que une a este filme con El Señor de los Insultos.

Para asimilar la significación política y social de The Lord of the Insults el lector debe conocer el ciclo de las Edades del Petróleo, ciclo que en cierto modo justifica el filme, pero sobre otras consideraciones lo ubica dentro de un contexto  sociopolítico real. La Primera Edad del Petróleo es la edad de las exploraciones, saga fundacional que culmina con el capítulo de Las Reliquias de La Petrolia del Táchira, mientras que la Segunda Edad del Petróleo es la del ascenso de los númenors de Wall Street y su posterior caída, pero también es la de la construcción de una cultura netamente humana (con sus limitaciones) en una tierra permanentemente amenazada por el mal de Däs Kapital. Por eso, en la Tercera Edad del Petróleo, esa cultura se va adueñando de la Tierra Media y la transforma en un lugar donde, una vez vencido el mal, los hombres encuentran su verdadera dimensión.
El Señor de los Insultos es una cruda y terrible metáfora que implica la culminación de un largo proceso que da origen a la democracia actual en este ex país, el mismo que hace 13 años fuera conocido como República de Venezuela. Una metáfora con toda su carga mítica pero también histórica: La creación de la democracia durante 40 años; la implantación del mal como modelo de dominación absoluto y su continuidad a través de las edades; luego relata la lucha de los políticos y su alianza con los ciudadanos por conservar La Tierra Media, la derrota del primer Señor oscuro y el posterior surgimiento de Hugón con el ascenso y caída de los númenors de Wall Street. También relata la construcción de los Anillos de Poder G2, la instalación de los reinos socialistas en la Tierra Media y, finalmente, la derrota del Señor oscuro Hugón.
Esta colosal historia está plasmada en The Lord of the Insults, dramático filme realizado en formato de realty-show en un contexto que sustenta la épica de un proceso histórico-mítico que es nodal y significativo porque en la obra se aprecia cómo aparece el Anillo Único entre los demócratas venezolanos: como una inocente historia para incautos, aunque fundada en el legendarium, la mítica leyenda según la cual sólo los soldados legionarios poseían la fuerza y el conocimiento para actuar con pureza administrativa, un  mito que se convierte en el elemento desencadenante del fin de la Tercera Edad del Petróleo. Si bien se concibió The Lord of the Insults como una sola historia, el filme ha sido dividido en tres partes, por motivos históricos: La Comunidad del Orco de las tres raíces, El retorno de la Sombra, y El Señor de los Insultos.
Quienes se sientan tentados por recrear en sus países esta apasionante aunque cruelísima saga, solo deben solicitar se les redacte la novela y la adaptación cinematográficas al productor general y único poseedor de las licencias de comercialización y la patente de propiedad intelectual: Fidel Castro Ruz.

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