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miércoles, 6 de agosto de 2014

SIMON GARCIA, TODO SERÁ PEOR, EL LUGAR COMÚN

El gobierno ha chocado contra sus fracasos. El primer rebote se debe a la gestión de Maduro. Es esa gestión la que actúa para ahondar la crisis y la responsable de una mayor ofensiva para controlar la sociedad y reprimir quirúrgicamente a las protestas. La regla, dice Aristóbulo, es conservar la sartén.

Pero lo que de fondo lanza el país hacia atrás es el modelo que se ha tratado de acuñar en los últimos quince años y que ha logrado invadir a todos los poderes del Estado. Una somera comparación de nuestra situación con la de cualquiera de los países bolivarianos bastaría para indicarnos la brutalidad de nuestra caída.
            En la cabina gubernamental están prendidas todas las alarmas. Los operadores más pragmáticos buscan algún tipo de combinación y coexistencia con el mercado y los grandes capitalistas, especialmente para recibir dólares vía inversión o endeudamiento. El fin no es la justicia social como lo ha comprobado la socialización de la pobreza, sino salvar la contin uidad del régimen mediante una relativa apertura económica, mayores restricciones de los derechos y ahogo de la oposición.
            El remedo del modelo chino no es viable. Además de las dificultades de traducción asociadas a su aplicación en otra realidad, hay, al menos tres fuertes obstáculos: El costo añadido por la corrupción a cualquier intento de reconstrucción bajo un  régimen sin control social ni parlamentario. Luego, las distorsiones que produce la economía criminal y los signos de infiltración del narcotráfico en instancias del Estado.  Por último, la falta de competencias y eficacia de la clase gobernante.    
            Se nos vienen encima calamidades cada vez peores. Los que van a prestar los dólares impondrán condiciones duras. El desacuerdo principista con la liberación de la economía, retardará el momento y la dosis para aplicar el purgante. Además, se repetirá lo que ocurre con el aumento de la gasolina. La gente puede aceptarlo, pero exige que también se acabe la regaladera de petróleo a otros gobiernos.
            La gran pregunta es cómo afectará al apoyo popular el contrasentido de ver a un gobierno aplicar un plan de ajuste en medio de altos precios petroleros y sin suficientes medidas de protección para reducir sus daños en los sectores de menos recursos.  El cuadro es más trágico que el del hombre que vendió a crédito, porque aquí se llevó a pique a un país.   
            La buena noticia es que se abre la posibilidad de ponernos de acuerdo respecto a como salir de la catástrofe. El conector pasivo es el descontento que esta juntando a partidarios del gobierno y de la oposición. Los ciudadanos comienzan a actuar juntos en defensa de sus intereses y demandas concretas. 
             Pero el lunar es la oposición, debatiéndose entre dejarse tragar por las pequeñeces o prepararse para lo grande. Uno espera que los partidos fundamentales se concentren, en forma casi exclusiva, en dar respuesta inmediata a las definiciones para relanzar la MUD como mecanismo para formular iniciativas políticas comunes. Las organizaciones de la sociedad civil que han tenido un desempeño exitoso gracias a su autonomía de los partidos, deben continuar su labor sin convertirse en una parcela de signo opositor.
            A los partidos les corresponde mover el salto de amplia oposición a fuerza alternativa. Necesitamos un liderazgo colectivo en torno a Capriles, López, María Corina, Falcón, Guaruya, Ledezma y los Secretarios Generales de los partidos. Hay muchas figuras dispuestas a manejar con sentido plural y democrático las diferencias que ya han dividido de hecho a la MUD.
            Todo apoyo suma. Pero quienes consideran que la Unidad es incompatible con la radicalidad de las protestas deberían sincerar sus posiciones y declarar hasta donde están dispuestos a aceptarla.  Ojalá no contribuyamos, desde la oposición, a que todo sea peor.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim

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viernes, 13 de junio de 2014

SIMON GARCIA, ¿NUEVOS RUMBOS O VIEJOS DERRUMBES?, EL LUGAR COMUN,

            La resistencia opuesta por la sociedad a un modelo económico institucional que le impone un retroceso al país, es un hecho que no alcanzamos a valorar en toda su diversidad y relevancia. Ha demostrado que no hay manera de acoplar el modelo con nuestra idiosincracia y formas comunes de vida. Esa incompatibilidad de fondo es la que aflora a la superficie como tendencias favorables a un cambio.

            El malestar casi unánime con la gestión del actual gobierno esta manufacturando un rechazo más consciente del modelo. Pero experiencias similares indican que el aumento de las dificultades económicas y la aparición de un descontento son condiciones necesarias, pero insuficientes para echar a andar un cambio global. La potencia requerida para traducir el rechazo en un movimiento eficaz de cambio la ponen, fundamentalmente, la estrategia política y el proyecto de país que se ofrece.
            Para medir nuestra pérdida colectiva de rumbo basta con compararnos con los vecinos del área andina. Todos nos han tomado la delantera en cualquier renglón que se escoja. No sirve de nada tener las mayores reservas petroleras del mundo, si hemos descendido prácticamente a los niveles de las llamadas naciones inviables. Esta destrucción de las posibilidades país es lo que hay que detener y revertir, sin dejar de mirar que la reconstrucción del aparato productivo tiene ahora que implicar una mejor distribución social de la riqueza.
            A la pugna entre los dos grandes bloques le hemos puesto unas máscaras ideológicas para justificar el mecanismo de destrucción que conlleva una alta polarización. El gobierno construyó un muro para separar a los venezolanos con derecho a patria de los que somos oligarcas así vivamos en un barrio. Y ha funcionado con tanta exactitud que vecinos de un mismo barrio, condenados a iguales precariedades de vida, se repelen con agresividad. Cada vez que uno de nosotros responde con emociones negativas y espíritu de secta a quien piensa diferente, está entregando un ladrillo para elevar el muro oficialista. 
          Pero hay pugnas más inexplicables e indebidas que la división en dos mitades. Aquellas que nos inducen a encerrarnos en pequeñas parcelas para hablar pestes y descalificar a quienes están trabajando en un mismo campo. Cuando hay que escoger entre autoritarismo o democracia es improcedente abrir una lucha por el liderazgo. Cuando hay que defender el derecho de los jóvenes a tener futuros es suicida dividirse en torno a cual forma de lucha es más arrecha.
          Lo que hay que decidir es si aprobamos la sociedad que ya estamos teniendo o preferimos otra clase de país. ¿Aceptamos que se mantenga el rumbo hacia Cuba o Corea del norte o luchamos para virar hacia Brasil o Chile? Esta segunda opción obliga a usar todos los medios, iniciativas y actividades que contribuyan a formar una mayoría plural que asuma pacífica y constitucionalmente la tarea de rehacer la democracia, la justicia, la solidaridad social y el derecho a vivir en el siglo XXI con la calidad promedio de vida que puede financiar un buen uso de nuestras riquezas naturales, un empleo bien remunerado y la oportunidad de invertir asegurando competitividad, productividad, ganancias y bienestar social.
            El gobierno puede o no emprender ese viraje. Debería hacerlo porque es el modo más seguro de salvar el modelo que lo guía. Pero su engatillamiento en la iniciativa de diálogo que él propuso da cuenta de las peleas internas por el control del partido y de la representación civil en el alto mando político militar de la revolución. 
            Quien si está condenada a cambiar de rumbo o a desaparecer en la forma actual que ella tiene, es la oposición. Su primer gran desafío es lograr que las visiones y divisiones del pasado no obstruyan sus misiones de futuro. El segundo es prefigurar un país con justicia y equidad, que proporcione a cada uno condiciones para prosperar, donde se pueda trabajar y vivir seguros. El tercero consiste en plasmar ese viraje respecto a la MUD, a otros esquemas unitarios, al ejercicio de un liderazgo plural, a la combinación de formas de lucha y a la formulación de una estrategia eficaz de resistencia social.
             Los dirigentes de los partidos tienen la palabra. Pero si acaso no responden, los ciudadanos deben presionarlos a favor de un nuevo rumbo que repita viejos derrumbes.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim

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lunes, 28 de octubre de 2013

HERNÁN BÜCHI, CHILE YA PERDIO, CATO.ORG

Estas líneas fueron entregadas antes del partido de fútbol del 11 de octubre. El título no se refiere a que esperamos una derrota que nos deje fuera del mundial. Por el contrario, ojalá el resultado nos lleve a Brasil.

Su significado se refiere a la contienda electoral que vive su etapa final. De ser cierta la aseveración, como creo es el caso, afectará los anhelos de muchos chilenos.


Muchas veces la política se centra en quien gana una elección. Pero de nada sirve el triunfo si al final se imponen ideas que permean la sociedad trabando la creatividad de un pueblo, llevándolo a una lucha distributiva inútil e hipotecando su progreso. Hay ejemplos de quienes parecían ser candidatos equivocados y que fruto del entorno o de su convencimiento posterior llevaron a sus pueblos por la senda correcta. También existen quienes prometían como líderes pero que fueron llevados por la corriente en la dirección contraria.


Hoy en la boleta presidencial hay más candidatos que nunca. Pero tendríamos que mirar las elecciones previas al intento de imponer el marxismo en Chile para encontrar tantas propuestas que desconfían del individuo, que ven como enemigas a las personas de esfuerzo impulsoras del progreso, que buscan que el Estado gaste más y acorrale a la gente con su maquinaria. Abundan los planteamientos rupturistas, que disfrazados de palabras como democracia o participación buscan dotar a los políticos de más poder y liberarlos de su obligación de buscar consensos.


Existen posturas que no siguen ese patrón, pero son honrosas excepciones. También es cierto que lo que vemos en la campaña no es más que la culminación de un proceso progresivo de los últimos años.


Paulatinamente, el acuerdo sobre cómo se progresa, que Chile conquistó tras vivir las consecuencias dolorosas de excesos ideológicos y promesas fáciles, se está desvaneciendo. Dado este universo de propuestas y medidas, no podemos más que aseverar que independientemente de quién gane la contienda presidencial, Chile ya perdió.


El progreso vivido en las últimas décadas es fruto del trabajo de años en que las políticas cooperaron. A su vez, desde mediados de los 2000 nos beneficiamos por el alza del cobre, pero ya consumimos esa bonanza a través de una demanda que crece más que el producto y con un aumento de costos que erosiona fuertemente los márgenes de las empresas, especialmente Codelco.


Si queremos un Chile ganador, nuestros debates deben centrarse en cómo dar más empleos y mejores remuneraciones con un cobre que no ayudará. Tenemos algún tiempo, pues el país tiene una sólida posición financiera y el 2014 será el primer año normal de la economía mundial desde la crisis de 2008. Pero el tiempo es escaso y la inercia del ambiente puede ser el golpe de gracia que nos haga perder esta oportunidad.


Es imprescindible revertir la desconfianza en las empresas, que son las que generan la riqueza que necesitamos. El problema energético es grave y tiene solución solo si se enfrenta con coherencia y realismo; lamentablemente pocas propuestas concretas hay al respecto.

La mejora de la productividad es esencial para crecer; si hay ideas sobre la materia, no se oyen, y abundan medidas para entrabar las inversiones, el empleo, las tecnologías, la flexibilidad operativa y así, avanzar es imposible. Las ideas para aportar más recursos a educación, especialmente a las universidades estatales, son muchas, pero es pobre la discusión de cómo mejorar la preparación de los jóvenes en conocimientos, valores y creatividad para el mundo diverso del futuro.


Ofrecer pensiones es simple, sobre todo si cargamos el costo de esas promesas a las nuevas generaciones. Discutir cómo cambiar los incentivos y adaptar los beneficios a las nuevas expectativas de vida es poco atractivo, pero indispensable.


La lista de lo que debiéramos debatir es larga si queremos ser ganadores. Lo que vemos hoy nos pone en el equipo perdedor. En un país exitoso, incluso las visiones alternativas se debaten sin caer en consignas y medias verdades.


Los que ahora proponen avanzar con fuerza hacia un Estado de Bienestar deben explicar por qué no caeríamos en el populismo del sur de Europa. Cuando se da como ejemplo de éxito a países nórdicos, hay que recordar que fueron los iniciadores del capitalismo. Holanda e Inglaterra comienzan la revolución industrial.


Hay que señalar también cómo la homogeneidad de la población, la mayoría aún son monarquías, contiene al populismo y cómo la diversidad producida por la inmigración los pone en riesgo. Las propuestas de aumentar el gasto público no pueden separarse de las medidas que eviten que los incentivos políticos lo desvíen con demagogia e ineficiencia.


Nada de eso sucede entre nosotros. Solo el natural optimismo del ser humano puede evitar que en este ambiente los chilenos que son el motor de la riqueza se desanimen y que, con ello, garanticen nuestra pertenencia al club equivocado.


Hernán Büchi ‏

@hernanbuchi

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