BIENVENIDOS AMIGOS PUES OTRA VENEZUELA ES POSIBLE. LUCHEMOS POR LA DEMOCRACIA LIBERAL

LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
Mostrando entradas con la etiqueta ORTEGA Y GASSET. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ORTEGA Y GASSET. Mostrar todas las entradas

viernes, 4 de julio de 2014

MARIO VARGAS LLOSA, EL FRACASO DE ORTEGA Y GASSET

El filósofo quiso democratizar España, volverla europea mediante la persuasión; en eso consistía su liberalismo. Pero la desilusión con la República y la sublevacion fascista enterraron su proyecto

José Ortega y Gasset

“Yo soy yo y mis circunstancias”

Me hubiera gustado escuchar una conferencia de Ortega y Gasset, o, mejor todavía, seguir alguno de sus cursos. Todos quienes lo oyeron dicen que hablaba con la misma elegancia e inteligencia que escribía, en un español rico y fluido, muy seguro de sí mismo, con ciertos desplantes vanidosos que no ofendían a nadie por la enorme cultura que exhibía y la claridad con que era capaz de desarrollar los temas más complejos. La doctora Margot Arce, que fue su alumna, me contaba en Puerto Rico, medio siglo después de haberlo oído, el silencio reverencial y extático que su palabra imponía a su auditorio. Me lo imagino muy bien; incluso cuando uno lo lee —y yo lo he leído bastante, siempre con placer— tiene la sensación de estarlo oyendo, porque en su prosa clara y frondosa hay siempre algo de oral.

La biografía que acaba de publicar Jordi Gracia (Taurus), muestra un Ortega y Gasset mucho menos recio y firme en sus ideas y convicciones de lo que se creía, un intelectual que de tanto en tanto experimenta crisis profundas de desánimo que paralizan esa energía que, en otras épocas, parece inagotable, y lo lleva a escribir, estudiar y meditar sin tregua, durante semanas y meses, produciendo artículos, ensayos, una correspondencia ingente, dando clases y conferencias y desarrollando al mismo tiempo una labor editorial que dejaba una huella importante en la cultura de su tiempo. Muestra, también, que ese trabajador infatigable era, como un Isaiah Berlin, prácticamente incapaz de planear y terminar un libro orgánico, pese a tener la intuición premonitoria de tantos, que nunca llegaría a escribir, porque la dispersión lo ganaba. Por eso fue, sobre todo, un escritor de artículos y pequeños ensayos, y, sus libros, todos ellos con excepción del primero —las Meditaciones del Quijote— recopilaciones o inconclusos. Nada de eso empobrece ni resta originalidad a su pensamiento; por el contrario, como ocurre con los textos casi siempre breves de Isaiah Berlin, los artículos de Ortega son generalmente algo mucho más rico y profundo que lo que suele ser un artículo periodístico, planteamientos, exposiciones o críticas que a menudo abordan temas de muy alto nivel intelectual y cargados de sugestiones a veces deslumbrantes y, sin embargo, siempre asequibles al lector no especializado.

La impotencia lo condujo al silencio, pero nunca traicionó su propio ideal de coexistencia ilustrada
Por eso ha hecho muy bien Jordi Gracia rastreando como un sabueso toda la trayectoria de los artículos de Ortega y Gasset ; es la más segura manera de acercarse a su intimidad de pensador y de escritor, de averiguar cómo discurría en él su vocación de filósofo y de literato. Todo comenzaba por una idea o una intuición que volcaba en un artículo (a veces en varios). De allí, ese embrión pasaba la prueba de una clase o una charla pública y, enriquecido, cuajaba en un ensayo. Aunque muchas veces tenía la idea de prolongarlo en un libro, por lo general no pasaba de allí, porque otra intuición, hallazgo o invención genial lo desviaba a otro artículo, que, luego, siguiendo el mismo itinerario, terminaba desembocando en uno de esos ensayos —con frecuencia excelentes y a menudo soberbios— que son la columna vertebral de su obra y que ocuparon gran parte de su vida.

Jordi Gracia muestra también que la vocación política fue tan importante en Ortega como la intelectual. En su juventud, en su temprana y media madurez, ambas vocaciones se fundían en una sola ; quería ser un gran pensador y un gran escritor para cambiar a España de raíz, volverla europea, modernizarla, democratizarla, lo que para él —como para los intelectuales que atrajo a la Agrupación al Servicio de la República— significaba llevar a gobernar el país a sus hijos más cultos, inteligentes y decentes, en vez de esa clase política que desprecia por mediocre, falta de ideas y de creatividad, acomodaticia y cínica. A tratar de formar un movimiento que materialice ese proyecto dedica buena parte de su tiempo, pues él está convencido que se trata de una acción cultural, de diseminación de ideas nuevas y fértiles, y eso explica que se vuelque de ese modo a una tarea periodística, en diarios y revistas, convencido de que esa es la mejor manera de cambiar la política en uso, contagiando entusiasmo por unas ideas y unos valores que deben llegar al gran público de la misma manera que llegaban a sus estudiantes: a través de la persuasión. En eso consistía lo que él llamaba su “liberalismo”, aunque, muchas veces, le añadiera la palabra socialismo, para indicar que aquella revolución cultural de la vida política no estaría exenta de un fuerte contenido social. La República le pareció que era el régimen más propicio para aquella transformación política de España.

Sin embargo, aquellos no eran tiempos para la sana controversia de las ideas como quería Ortega, sino la de los fanatismos encontrados en la que los insultos y las pistolas reemplazaban rápidamente los debates y los diálogos entre los adversarios. Este será el gran fracaso de Ortega, la absoluta inoperancia de aquella pacífica revolución cultural que proponía y que, primero la violenta experiencia republicana y luego la sublevación fascista y la guerra enterrarían por más de medio siglo.

Fue un gran error de su parte volver en plena dictadura creyendo que el régimen se abriría.

El libro de Jordi Gracia da cuenta pormenorizada y con admirable objetividad de la traumática experiencia que significó para Ortega el desmoronamiento de todos sus anhelos políticos. Primero, la desilusión que tuvo con la República que no se parecía en nada a aquella ilustrada coexistencia en la diversidad que había previsto, y, luego, la sublevación militar y la Guerra Civil.

La impotencia lo condujo al silencio. Pero nunca traicionó su propio ideal, aunque admitiera que, en esa circunstancia, era simplemente impracticable, desprovisto de toda realidad. El silencio que guardó en tantos años de exilio, en Francia, en Portugal, en Argentina, desprestigió a Ortega a los ojos de muchos. Yo creo que fue un acto de gran coraje tratar de mantenerse al margen, sin tomar partido, por dos opciones que le parecían igualmente inaceptables: el fascismo y una república muy poco democrática, dominada por los extremismos sectarios.

Creo que fue un gran error de su parte volver a España en plena dictadura, creyendo ingenuamente que con la posguerra el régimen se abriría; y la verdad es que lo pagó caro, pues, como muestra con lujo de detalles Jordi Gracia, a la vez que seguía siendo atacado (y silenciado) con ferocidad por el nacional catolicismo, ciertos sectores falangistas trataban de apropiárselo, sembrando la confusión en torno de él, al extremo de que seguidores suyos tan fieles como María Zambrano llegaran a creer que había traicionado sus viejos ideales. Nunca los traicionó; hasta el fin de sus días fue laico y ateo y defensor de una democracia liberal signada por la tolerancia. Al mismo tiempo, pese a la incomodidad política permanente en la que pasó sus últimos años, su vitalidad intelectual nunca cesó de manifestarse, en ensayos y artículos que recobraban a veces el vigor expresivo y la riqueza creativa de antaño. El reconocimiento que tuvo en los últimos años fue en el extranjero, en Alemania sobre todo, pero también en Inglaterra y en Estados Unidos. En España, en cambio, y hasta hoy día, nunca se le ha reivindicado del todo, porque, para unos, es una figura ambigua y reticente, que mantuvo durante la Guerra Civil y la inmediata posguerra un silencio cobarde que constituía una discreta complicidad con los fascistas, o un conservador de viejo cuño, inadaptado e irremisiblemente enemistado con la modernidad.

Uno de los grandes méritos del libro de Jordi Gracia es que, sin excusarle ninguna de sus equivocaciones y errores políticos, ni dejar de señalar cómo a veces la vanidad lo cegaba y lo llevaba a exagerar sus exabruptos, hecho el balance, Ortega y Gasset es uno de los grandes pensadores de nuestra época, y que, precisamente en el tiempo en que vivimos —no en el que él vivió— sus ideas políticas han sido en buena medida confirmadas por la realidad. Leerlo ahora no es un quehacer arqueológico, sino una inmersión en un pensamiento candente, muy provechoso para encarar la problemática actual, a la vez que disfrutar del placer exquisito que produce un escritor que pensaba con gran libertad y originalidad y expresaba sus ideas con la belleza y la precisión de los mejores prosistas de nuestra lengua.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2014.
© Mario Vargas Llosa, 2014.

Mario Vargas Llosa
vargas_llosa@gmail.com
@vargas_llosa

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, ACTUALIDAD INTERNACIONAL, OPINIÓN, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, REPUBLICANISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA,ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

viernes, 1 de febrero de 2013

PEDRO RAÚL VILLASMIL SOULÉS, UNA ZARZUELA TRÁGICA

    Dice Ortega y Gasset,  que el poder creador de las naciones es un quid divino, un genio o talento tan peculiar como la poesía, la música y la invención religiosa. Puntualiza,  además,  que  pueblos torpes  para  fines intelectuales  lo poseen y en cambio pueblos inteligentes  como es,  por ejemplo, (y así lo ven mis ojos) el  de Venezuela,  carecen de esa dote. 
En cambio, si lo analizamos con un poco más de vuelo observaremos que a falta de aquella  los  venezolanos  poseen en  alto grado (basta comprobarlo a lo largo  de los años transcurridos después del Zumaque en 1914)  lo que yo llamaría, valiéndome de la expresión de Virgilio en  la Eneida: auri  sacra  fames  (sed insaciable de riqueza), un talento que quienes habitamos en esta "tierra de gracia"  hemos cultivado, no por cierto,  para forjar una gran sociedad inspirada en un proyecto histórico de vida en común,  capaz de mover voluntades dispersas  y dar unidad y trascendencia al esfuerzo solitario, sino  para concebir como política pública una suerte  de perversa  mecánica populista que solo ha servido para convertir a las personas en objetos, valga  decir,  en la negación de lo humano porque impide la toma de conciencia de si mismas al enajenarlas a intereses bastardos de los propios organÍsmos del estado, en lugar de utilizar estos para promover y apoyar la convivencia nacional comunitaria, menguando la mónada hermética  de los intereses individuales  e incentivar la sensibilidad en los seres al trabajo mancomunado, que eleve la necesidad histórica de la unión para que las personas puedan llegar a alcanzar su vida plena y su propio desarrollo.
En cuanto a  la misión a cumplir  por quienes conducen el Estado,   -siendo que el pueblo que lleva consigo, en potencia, "un querer saber  y un querer mandar,"  amén de un repertorio de pensamientos, ideas, aspiraciones, sueños y esperanzas-  han carecido de un proyecto racional de organización    suplido siempre por planes vagos que nunca han señalado  el camino para enfrentar nuestros verdaderos problemas pero que por sugestivos y halagosos han servido para manipularlo desarraigándolo  de todo  credo moral; para hacerlo  abandonar  los principios  de la razón  y llevarlo a  aceptar ofertas  fraudulentas  envenenadas  por la mentira  y la esterilidad como lo viene haciendo este gobierno con "el socialísmo del siglo XXI,"   mediante la talla de un lenguaje prosaico y ramplón, cuando no coprológico, hasta  llegar a  valerse,  inmoralmente, de argumentos  rabuléscos  para justificar interpretaciones a la Constitución con fines políticos,como lo hizo el TSJ a raíz de la ausencia del Presidente para tomar posesión de su cargo.  Son impostores y más que jueces  trepadores de tribunales dispuestos a venderse al mejor postor por la ambición desmedida de poder medrar del tesoro público. Además, no requieren mayores conocimientos jurídicos y menos honorabilidad: les basta una conciencia libre de escrúpulos, una acolchada amortiguación en las rodillas y mucha abyección para clavarlas, reptilmente, en la tierra.
Esto explica bien el porqué de esta zarzuela trágica,  que vivimos los venezolanos desde hace catorce años y el contrapunto febril que ha generado  la enfermedad del cacique, cuando  hemos visto descender a  Venezuela   del rango que ocupó en el conjunto de  las repúblicas latinoamericanas. La barbarie se ha puesto de manifiesto: violó la Constitución cuantas veces le ha venido en gana; dicto leyes a su leal saber y entender; la corrupción campea transformando el Tesoro Nacional y el Banco Central  en un mabíl de fulleros que le ha dado rienda suelta a la iniquidad, al ultraje y al irrespeto a la razón. Por desgracia la hermosa presea de la dignidad fue desdorada en manos de unos metecos  sin probidad para quienes engañar al estado no es engañar a nadie. Los partidos políticos y muchas instituciones de la sociedad civil, que se rasgan las vestiduras para cacarear sus pasiones desinteresadas por alcanzar el poder y entregarle la vida a la república, no son más que miembros del fariseísmo nacional que esperan, en cola, las órdenes de Medea para como Jasón hundir sus lanzas en las fauces del Vellocino de Oro.
Frente a este cuadro desolador que vive la República, donde  el "bravo pueblo"  perdió la bravura e inclinó la cerviz se impone, con urgencia,  un cambio de timón capaz  de  atajar la anarquía, y pedir como Fermín Toro lo hizo durante la ignominia de los Monagas: "reprimir la violencia, castigar los abusos, restablecer la moral, volver su imperio a la ley, sus derechos al pueblo y su honra y crédito a Venezuela."
prvillasmils@hotmail.com>

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,