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viernes, 9 de mayo de 2014

CHARITO ROJAS, NADIE SE LOS CALA

“Un hombre que le arrebata la libertad a otro es un prisionero del odio, está encerrado tras los barrotes del prejuicio y de la estrechez mental.” Nelson Mandela (1918-2013), abogado, líder anti apartheid, ex Presidente de Sudáfrica, Premio Nobel de la Paz 1993.

Hasta el año 2006, la investigadora norteamericana Erica Chenoweth creía que el poder lo tenía quien portase las armas. Pero un estudio que abarcaba campañas violentas y no violentas para llegar al poder, la hizo llegar a la sorprendente conclusión que, de todos esos movimientos, los pacíficos obtenían en un 50% la victoria mientras que los violentos sólo lo alcanzaban en un 25%.

Y lo más increíble es que en la mayoría de los casos el número de los manifestantes pacíficos no superaba el 5% de la población total del país estudiado. Chenoweth escribió un libro publicado por la Universidad de Columbia llamado “¿Por qué la resistencia civil funciona?: la lógica estratégica de los conflictos no violentos“, el cual se ha convertido en un manual de la resistencia pacífica.

Según el estudio de casos desde 1900 hasta 2006, el 90% de los movimientos no violentos enfrentaron acciones violentas del gobierno. Pero los movimientos se tornan exitosos en la medida que suman voluntades, así ellas no se manifiesten en la protesta callejera, pero se involucran en las razones que las causan. Y esa protesta tiene que ser algo más que una manifestación de calle: debe ser resistencia a la autoridad que quieren relevar, debe patentarse en acciones públicas de desobediencia, huelgas y no cooperación.

Usualmente los gobiernos tratan de desvirtuar la protesta calificándola de “minúscula” o como dijo el de aquí: “son sólo 4 gatos”. En Ucrania sólo el 6% de la población estuvo en la calle en los momentos pico de la insurrección, pero la población ya estaba incorporada en la idea de que había que remover a un gobierno corrupto, que pisoteaba sus derechos y empobrecía al país.

Los movimientos más amplios que llevan a mucha gente a la calle, solo son exitosos si incluyen a las clases más desposeídas, sobre todo en esquemas como el venezolano, donde el gobierno trata a través de su poder de crear en las clases D y E la idea de que la protesta es cosa de “burguesitos” y que ellos “no volverán” porque les quitarán lo que les ha dado el finado. Técnicamente la idea es acertada, a Fidel le dio resultado y logró que la clase media y la elite se mudara para Miami, dejándole el camino libre.

Las protestas han dado resultados insospechados: han logrado frenar el éxodo de venezolanos que ahora sienten el compromiso de la lucha y quieren dar una oportunidad a la esperanza. Quienes creen que “pito y bandera no tumba gobierno” tienen en principio razón. Porque el primer paso no es tumbar nada sino construir una mayoría de ciudadanos que protestan exactamente por lo mismo, vivan donde vivan y ganen lo que ganen. Todos los venezolanos afrontan iguales ansiedades por su futuro y la calidad de su vida. La protesta ha logrado despertar la indignación de muchos resignados, motivos para luchar y seguridad de estar, como dicen los abanderados estudiantes, “en el lado correcto de la historia”.

La lucha pacífica cuesta hasta vidas, pues la agresión es la forma de defensa de quien no tiene argumentos. El heredero se ha lanzado más de 500 horas de cadenas en 12 meses de gobierno, el doble que el finado en sus años de mayor elocuencia planetaria. Heredó una economía enferma por las expropiaciones, el engorde de la revolución con dineros públicos, los malos negocios con socios chulos, los consejitos interesados de los cubanos y la corrupción de funcionarios, boliburgueses y bolichicos, que hoy son multimillonarios a costillas del bienestar de todos los venezolanos. Y sólo con ver los resultados de un año de gestión, podemos medir la ineficiencia gerencial y la ignorante ceguera de quien cree que comanda el país.

En un año nos hemos enterado que Venezuela ya no tiene dólares con qué pagar a sus acreedores internos y que está vendiendo hasta su mula para pagar la externa. Los cacareados 500.000 millones de dólares de inversión social no sabemos si incluyen el inmenso gasto en sembrar una revolución que por más que la rieguen no pega con estos venezolanos a los que les gusta vivir bien, vestir bien, comer bien y hacer un viajecito así sea para Mérida, de vez en cuando.

Eso de que “Con hambre y sin empleo con Chávez me resteo” se acabó. Primero porque ya saben lo que es pasar trabajo para conseguir un kilo de harina, un pollo o papel tualé. Porque ya las colas tienen hasta la coronilla a todos, sin importar el color de su corazoncito. Porque la cola del gas acaba con el espíritu más revolucionario. Porque los atracos en las busetas, los abusos de los malandros cobra peaje y cobra vidas, el arresto domiciliario que tienen en los barrios, es idéntico al que sufre la clase media, que tiene igualmente que hacer cola, azotada por la delincuencia y sufriendo del síndrome de abstinencia de playas, vida nocturna, viaje o hasta una sencilla fiesta, que está vedada por la inseguridad.

El madurismo ha logrado que todos seamos de oposición: nos oponemos a hacer colas humillantes para comprar lo que comemos, a pagar sobornos para conseguir un documento o un repuesto, a seguir llevando carpeticas a Cadivi o pagándoles a gestores. Nos oponemos a que nos tuerzan el brazo con sus imposiciones comunistas, a que nuestros hijos sean adoctrinados como roboticos cubanos. Claro que somos opositores y claro que queremos cambiar el gobierno -por vías más que constitucionales-, porque sencillamente no sirve y nos tiene arruinados.
Venezuela se ha convertido en un campo de concentración, lleno de obstáculos para el libre tránsito, para el libre pensamiento y expresión. Cuando a los hombres se les arrebata el derecho de vivir en paz y libertad, sucede lo que en Venezuela: estamos sentados sobre un volcán que está haciendo erupción ruidosa y peligrosamente.

En Venezuela el 94.7% de las violaciones a los derechos humanos quedan impunes. Esa misma impunidad es la que permite a magistrados obrarse en la Constitución destituyendo a alcaldes legítimos, a rectores manipular cifras y burlarse – ellos creen que irreversiblemente-, a individuos bárbaros e impresentables sacar de la asamblea nacional a una diputada electa por el pueblo. A estas alturas solo los enchufados y vividores defienden al régimen “democrático”. Internacionalmente la mayoría de los organismos han comprendido que los venezolanos enfrentan un régimen cuartelario y dictatorial que gobierna con las armas de la república, con la amenaza y el castigo.
Aquí no hay instancias de justicia ni de apelación, estamos debatiendo un tema de libertad y cada vez más personas entienden que este gobierno es inviable y que colapsará ante una economía que le dará el golpe de gracia y una protesta continua que enseña a propios y extraños la rebeldía ante un sistema a todas luces injusto.

Venezuela, de ser la democracia modelo en Latinoamérica, un país en desarrollo que miraba hacia el futuro en la segunda mitad del siglo XX, pasó a liderar el Índice de Miseria Internacional que hace el Instituto Cato, con el nivel más alto de miseria del mundo. La fórmula del índice, aplicado a 90 países, suma la tasa de desempleo, la tasa de interés y la tasa de inflación, y resta el porcentaje de cambio en el PIB real per cápita. Además de medir la miseria, este índice ha demostrado tener una alta correlación con el nivel de popularidad de los presidentes: si la economía va mal durante el mandato de un presidente, aumenta la probabilidad de que éste tenga una baja tasa de aprobación. Según las últimas encuestas, el nivel de aprobación al heredero es en promedio de 34%.

La represión aumenta proporcionalmente al disgusto: el régimen cree que poniendo presos a alcaldes, lanzándole tanques a las barricadas, poniendo presos a estudiantes y enviándolos a cárceles de alta peligrosidad, azuzando a sus motorizados violentos contra población desarmada, han triunfado en acabar la protesta. Y sigue sin entender nada de lo que le sucede a este venezolano que todos los días hace esfuerzos supremos de supervivencia frente a un gobierno que cerca con todo su poder. El Ministro policía denunciando conspiraciones paranoicas, es solo una muestra del miedo que tienen a que les salga el coco. Y no saben de dónde.

Siguen actuando con la soberbia que vio el mundo entero en la Fiscal cuando fue entrevistada por Cala en CNN y reía como loca ante las preguntas, porque no tenía respuestas que justificaran la cárcel de Leopoldo López, los juicios y violaciones contra los protestantes, la impunidad de los agresores. La técnica de descalificar al periodista con esa arrogancia que da el poder sin límites, es la misma que usa el gobierno contra los ciudadanos. Pero no se han dado cuenta que los venezolanos ya no tienen miedo ni están desvalidos. Poseen un arma que ha funcionado contra todos los abusadores de la historia: el deseo de ser libres.

Charito Rojas
Charitorojas2010@hotmail.com
@charitoirojas

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domingo, 25 de agosto de 2013

MARIO TASCÓN / YOLANDA QUINTANA SERRANO, REVOLUCIONES EN RED

Las redes sociales empiezan a desempeñar el papel que tuvo la prensa

Los ciudadanos reclaman en todo el mundo un cambio del modelo económico y político; lanzan mensajes con sus demandas a través de nuevas plataformas; y urgen un cambio en el ecosistema de los medios de comunicación.

En Madrid las personas congregadas en la puerta del Sol desde los primeros momentos del #15M clamaban contra los medios tradicionales que, a su modo de ver, no estaban destacando lo que sucedía en las calles. Sol se había llenado de manera inesperada para los políticos, la policía y… muchos periodistas.

Mientras que las protestas de la capital española ocupaban espacio en los informativos de los principales sitios web y televisiones tradicionales extranjeras, los medios locales apenas hacían ligeras menciones sobre aquel fenómeno que aparecía de improviso ante sus ojos y que incluso fue recibido por muchos comunicadores con aspereza.

Sin embargo el movimiento consiguió una gran repercusión pública sin que, en general, hubieran funcionado los mecanismos de mediación comunicacional convencionales. Las antiguas élites que estaban siendo acusadas (políticos, sindicatos, medios), los organizadores, y las nuevas masas que protestaban así como la propia población general se empezaron a enterar de lo que pasaba en un 82% por las redes sociales frente a un 33% por la tele o un 23% por la prensa, según datos del análisis Tecnopolítica y 15M.

El mecanismo viejo de transmisión de mensajes y movilización social no se había comportado como siempre, pero el efecto de lo nuevo mezclado con lo viejo era muy superior.

En las primaveras árabes los movimientos sociales habían pasado también desapercibidos para las agencias de prensa y los observadores internacionales hasta el estallido final. Los primeros y más recientes ecos de las manifestaciones apartidistas en São Paulo y resto de ciudades brasileñas solo fueron recogidos al principio por la prensa local e internacional como simples “protestas por las tarifas del transporte público”.

Los políticos están descolocados en un mundo que les cuesta comprender
En Turquía ha pasado lo mismo y las masas de indignados dieron la espalda a los políticos al igual que a los medios de toda la vida: ninguno les había anticipado nada de lo que se avecinaba. La gente a falta de periodismo independiente se ha puesto a tuitear. El terreno está abonado con el hartazgo social y por el silencio cómplice de diarios, radios y televisiones con la corrupción política.

Hace pocos días leíamos en este periódico: “Al concluir la protesta, el Movimiento por el Pase Libre de São Paulo emitió un comunicado en Facebook, su gran medio de difusión, donde decía (…)”. El gran medio de difusión de los brasileños no es la poderosa Globo TV, ni el popular diario Folha de Sao Paulo, es Facebook, una red social global.

Los indignados (en una gran parte las clases medias) han venido tomando esas redes como los nuevos medios de comunicación y difusión de ideas y actividades, a la vez que desarrollan una hostil actitud hacia buena parte del colectivo de la prensa convencional, al que acusan de, como mínimo, connivencia con el poder económico y político del cual emana la situación de crisis contemporánea. En México el importante movimiento #yosoy132 se inició como contestación a la supuesta imposición mediática del candidato Peña Nieto y su primer punto reivindicativo pide la democratización y transformación de los medios.

Históricamente en cada cambio político importante algún nuevo medio de comunicación había acompañado y crecido con la nueva élite emergente que luchaba por conseguir el poder. Siempre había una radio, un periódico hermanado de algún modo con las masas reformistas o revolucionarias. Hoy ese papel apenas es asumido por algunos periodistas individuales, pequeños medios digitales, redes de blogs o incluso antiguos y nuevos foros utilizados como catacumbas en las que se preparan y discuten estrategias políticas. Las cabeceras tradicionales están en gran parte ausentes.

La labor de watchdog (vigilantes del poder) que tradicionalmente se atribuyó a los periodistas ha desaparecido del imaginario de los lectores. No hay alli lugar más que para un puñado de periodistas que aguantan como pueden su imagen de independientes, y ahora a ellos se suman blogueros, tuiteros o redes de opinión colectiva en la que no se distinguen con claridad las voces más significadas porque cada día hay oportunidad para una nueva. Un problema incluso de interlocución para el poder tradicional que no sabe con quién tiene que hablar, con quién puede negociar, a quién intentar sobornar ya que no hay líderes. Las aristocracias políticas y financieras están inquietas. Lo anticipan las letras de grupos de punk rap como Los Chikos del Maíz en su canción El miedo va a cambiar de bando. Ahora es el rap y no el rock la música de la reivindicación.

¿Qué papel pueden tener los medios si están ausentes de las vidas de las personas?

El papel de foro de la opinión pública y la democracia está siendo arrebatado a los pseudo-parlamentos de tubos catódicos y los escaños de papel impreso por las nuevas élites conectadas que se empiezan a configurar y que llevan a la calle y a las redes la discusión política, en un nuevo espacio con tremendas resonancias a bits e incomprendido por las élites antiguas, desplazadas por una marea que en cada sitio adopta un color y una red social de cabecera. Políticos, pero también periodistas, se sienten descolocados en un mundo que les cuesta comprender. Ya lo anticipó Barlow en su Declaración de Independencia del Ciberespacio en 1996: “Gobiernos… no sois bienvenidos entre nosotros. No ejercéis ninguna soberanía sobre el lugar donde nos reunimos (la Red)”

Una idea antes podía ser transcrita con tinta en un papel, ser un titular, o la cubierta de un manifiesto; hoy pasa a convertirse en software y a formar parte de un nuevo mecanismo en el que la colectividad es capaz de mejorarla, moverla y discutirla a una velocidad que hubiera sorprendido a Antonio Gramsci, pensador comunista cuyas ideas sobre la lucha entre élites parecen hoy, muchas décadas después de su muerte, tan actuales.

Erdogan, primer ministro turco, hacía referencia a esta preocupación: “Hay un problema que se llama Twitter. Allí se difunden mentiras absolutas”. Una declaración que resume el sentir de muchos políticos, intelectuales…y periodistas. Hace años el punto de mira, el enemigo, en situaciones similares hubieran sido los medios de comunicación, ahora son las redes sociales, lo digital, porque tienen parte del papel que anteriormente tuvo la prensa; la opinión pública gravita sobre ellos, como si fueran una corriente, un caudal. Y los medios, sin negar el papel que siguen desempeñando en ocasiones, ven como parte de su posición social ha menguado, está siendo también desplazada. Sus propios trabajadores se acaban de manifestar en Estambul contra el autoritarismo del gobierno y la autocensura de las cabeceras para las que escriben.

El usuario de Twitter @Paktin sentenciaba: “Los medios turcos demostraron que ninguno es suficientemente valiente para hacer las noticias de hoy. La historia se está escribiendo a través de los medios sociales”.

La prensa lleva años debatiendo cuál es su nuevo modelo de negocio, incluso algunos se atreven a plantear una imprescindible transformación de producto más allá de las obvias metamorfosis a las que obliga el multimedia. La compra del Washington Post por Jeff Bezos no hace sino agitar esta polémica. Pero… y si la cuestión básica fuera ¿qué papel reclama la sociedad para los medios cuando se enfada con ellos por estar ausentes de sus cambios, de su vida? Contestando a esta última pregunta seguro que se halla la respuesta a las anteriores.

Mario Tascón y Yolanda Quintana son autores del libro Ciberactivismo: las nuevas revoluciones de las multitudes conectadas.



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