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jueves, 7 de mayo de 2015

GERMÁN GIL RICO, LA AVARICIA, LA MISERIA Y LAS MIGRACIONES

Cuantas veces el tema es abordado la silvestre ignorancia asegura estar en  presencia de un enunciado comunista. Así detractores y feligreses de Marx. Pero cuando Jesús de Nazaret echó del Templo a los mercaderes, hambreadores del pueblo judío, faltaba mucho trecho para que Marx enredara al mundo con su teoría socioeconómica. Pero la avaricia, tan longeva como el inicio de los tiempos, ya alimentaba la miseria.

La avaricia no permite que la gula crematística del mercader sea saciada. Lo incitó a la creación de corporaciones que ejercen absoluto dominio sobre la economía. Tanto, como hasta para distorsionarla. Manejando con destreza la publicidad, estimuló falsas necesidades en la vida cotidiana, antes modesta pero distante de la miseria. Cuando un producto arroja los beneficios previamente estimados, lanza al mercado una nueva versión a precio muy superior, condenando a prematura obsolescencia al que comenzó a ser novedad hace menos de seis meses. De suerte que para “estar al día” es menester cambiar de aparato (vehículo, cocina, teléfonos celulares, etc.) cuantas veces inunden el mercado con uno nuevo. Imposible resistir lo ofertado con masiva y conminatoria publicidad, mediante estribillos con efecto de “jab” al mentón. “LLAME YA”, es ejemplo de los malos procederes publicitarios.

Hoy los países desarrollados están sufriendo los efectos de una crisis humanitaria de añeja gestación. Quienes dieron concreción al desarrollo económico capitalista, con logros sociales e institucionales incluidos, han sumido a la sociedad planetaria en serios aprietos, gracias a la indolencia innata del avaro. La distorsión de los mercados impulsó los desequilibrios económico-sociales, dando impulso al crecimiento exponencial de la marginalidad y la inestabilidad política, al fortalecimiento y avance del extremismo islamista y su penetración en Occidente.

Ocurre que los capitanes de la industria, a pesar de la mano de obra esclava disponible, o quizás por eso, no hicieron inversiones de importancia en plantas industriales y menos en educación que, con la sumatoria de valor agregado, rescatara del atraso a los países por ellos dominados; se dedicaron sólo a la extracción de minerales, hidrocarburos y a la explotación agropecuaria pagándolos a precios viles, mientras los trabajadores y con ellos todas esas naciones, se hundía en la más espantosa miseria.

En el colmo de la gula crematística mudaron sus centros de  operaciones. De pronto los africanos se tornaron más que molestosos violentos o la materia prima se hizo escasa; o los centroamericanos, influidos por la prédica de los derechos humanos en democracia, se hicieron indóciles. Entonces, ¿qué hacer? se auto-interrogó el dueño de una afamada explotadora de materia prima. La respuesta fue tan “simple como un anillo”. En China tenemos una dictadura política con libertad económica para el capital nacional o extranjero, más el derecho a mano de obra en condiciones de neo-esclavitud. Y aquí y así estamos, presenciando la tragedia de las migraciones. La del suicidio colectivo de quienes se echan a un proceloso mar o aventuran por los desiertos: del Sahara o el de Arizona para “atrapar el sueño” de vivir dignamente, como corresponde al ser humano.

Frente a tanta desolación, toca a la ONU convocar a un Gran Convenio mediante el cual los países desarrollados aprueben leyes que obliguen al gran capital a incorporarse a la lucha contra la miseria que azota al África, a Centroamérica y otras zonas del mundo, reorientando sus inversiones hacia esas depauperadas regiones. Es la fórmula que permitiría anclar en sus países de origen a poblaciones sin esperanza, de arraigarlas en lo profundo de su espacio  telúrico. En fin, el único proyecto que podría derrotar la miseria generadora de la violencia que agobia a la sociedad terráquea.

German Gil Rico
gergilrico@yahoo.com
@gergilrico

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sábado, 14 de febrero de 2015

CARLOS DORADO, ¡VÁMONOS A VENEZUELA!

En muchas ocasiones le pregunté a mis padres si fue una buena idea el haber tomado tan difícil decisión
Mi artículo del domingo pasado titulado: "Vámonos de Venezuela" causó un exagerado número de comentarios en las redes sociales, donde las opiniones fueron encontradas, incluyendo algunas con insultos personales, a pesar de que el relato no era de mi autoría; e inclusive, hubo un lector que escribió:"Buen día Sr., seré breve: usted escribe otro artículo tan malo y mal redactado como ese y le aseguro que escribiré al Editor del periódico para que le impida escribir de nuevo allí o retiro mi suscripción al periódico". Espero que no me impidan seguir escribiendo, ya que dudo que vaya a mejorar mi redacción.
Sin embargo; leyendo los diferentes mensajes, lo que se pudiese concluir, es la fuerte polarización que estamos viviendo como sociedad, y la forma tan intempestiva de reaccionar ante cualquier situación que no coincide con la nuestra.
En primer lugar, si alguien está a favor de la libertad de expresión, eso significa respetar los puntos de vista que no comparte; de lo contrario, él mismo, sería quien ama lo que condena en los demás; y termina reclamándole a éstos lo que precisamente él no tiene.
En segundo lugar, cada persona tiene el derecho y la libertad a decidir lo que piensa y lo que más le conviene, siempre y cuando su decisión no afecte el derecho de otra persona. Pero la libertad también significa responsabilidad; y por eso, muchas personas le tienen tanto miedo. ¡Ser libre, es precisamente dejar de depender de los demás para depender sólo de nosotros mismos!
Un venezolano tiene todo el derecho de irse del país, y seguramente tendrá miles de razones para hacerlo; pero también habrá muchos venezolanos que tendrán miles de razones para quedarse. Pretender ser el juez del que se va o del que se queda, es un papel que a nadie le debería corresponder, y como bien decía mi Padre: "nadie es culpable, cuando se es el propio juez; y siempre es más fácil juzgar a los demás que a uno mismo".
Yo he sido un hijo de emigrantes, y quizás también podría clasificarme como emigrante a pesar de que vine a Venezuela con una corta edad; y nadie tiene que contarme la película, porque yo la he vivido, y en muchas ocasiones le pregunté a mis padres si fue una buena idea el haber tomado la difícil decisión de: ¡Vámonos a Venezuela!
"Carlos, cuando tomamos la decisión sabíamos muy bien lo que nos esperaba. Pero también sabíamos muy bien lo que queríamos, y estábamos firmemente dispuestos a pagar el precio. Fueron muchas noches, mejor dicho; todas las noches llorando en silencio, llorando para uno mismo, fueron muchas lágrimas derramadas, muchos los sacrificios, muchas las humillaciones, y mucho el dolor de separarnos de nuestros seres queridos. Cada día repasaba mentalmente mi pueblo, mis hijos, y añoraba regresar a mi país con los míos", me solía decir mi madre.
Sólo en una ocasión tuve la oportunidad de conocer la respuesta, y fue durante el acto de mi graduación de economista en la Universidad Católica Andrés Bello, donde sentados en la última fila estuvieron llorando durante casi todo el acto. Una vez terminado el mismo, fui a abrazarlos, y los dos continuaban llorando como niños, y en medio de sollozos y fundidos los tres en un largo abrazo, me dijeron: "Carlos, mereció la pena".
En ese momento, a pesar de que no les había hecho la pregunta, estoy seguro de que me estaban dando la respuesta a lo que tantas veces les había preguntado: ¿Fue una buena decisión haber emigrado?
Carlos Dorado
cdoradof@hotmail.com

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