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lunes, 19 de octubre de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, IGUALDAD, JUSTICIA Y MERECIMIENTOS, PENSAMIENTO LIBERAL,

La meta de la "igualdad" social, y su fuerte identificación popular con la justicia, es uno de los escollos más voluminosos -paradójicamente- que en los hechos sólo sirven para alejarnos tanto de una como de la otra. 

A mayores esfuerzos por lograr la "igualdad" de rentas y patrimonios, superiores también serán las probabilidades de que las fortunas de todo el conjunto social sean cada vez menores. Al menos, esa ha sido la experiencia que registran aquellos países donde la lucha por la "igualdad" se ha planteado y se le han dedicado las energías mas denodadas. Los resultados han sido no sólo magros, sino totalmente contrarios a los objetivos declamados. Los términos de la elección social no suelen ser realistas y fue Friedrich A. von Hayek uno de los más sagaces pensadores en advertirlo:

"Los términos de la elección que nos está abierta no son un sistema en el que todos tendrán lo que merezcan, de acuerdo con algún patrón absoluto y universal de justicia, y otro en el que las participaciones individuales están determinadas parcialmente por accidente o buena o mala suerte, sino un sistema en el que es la voluntad de unas cuantas personas la que decide lo que cada uno recibirá, y otro en el que ello depende, por lo menos en parte, de la capacidad y actividad de los interesados y, en parte, de circunstancias imprevisibles. No pierde esto importancia porque en un sistema de libertad de empresa las oportunidades no sean iguales, dado que este sistema descansa necesariamente sobre la propiedad privada y (aunque, quizá, no con la misma necesidad) la herencia, con las diferencias que éstas crean en cuanto a oportunidades. Hay, pues, un fuerte motivo para reducir esta desigualdad" de oportunidades hasta donde las diferencias congénitas lo permitan y en la medida en que sea posible hacerlo sin destruir el carácter impersonal del proceso por el cual cada uno corre su suerte, v los criterios de unas personas sobre lo justo y deseable no predominan sobre los de otras."[1]
La cuestión no se plantea entre un sistema social azaroso donde cada sujeto se encuentra librado a su suerte, sin ningún tipo de control sobre su destino ni sus decisiones; y otro sistema "ideal" esencialmente "justo" donde cada uno recibirá lo que efectivamente "algún patrón absoluto y universal de justicia" determine. Dicho patrón sólo puede ser suministrado por "alguien" que se constituya en autoridad por sobre los demás, con lo cual en ese mismo momento la supuesta "igualdad" (del tipo que sea) se quiebra a favor de aquel o aquellos que, desde un pedestal de mando, decretan de qué manera y bajo qué circunstancias todos los demás serán "iguales" entre sí, dado que, aun cuando los decididores mismos se incluyan, estarán de hecho excluidos al tener la potestad de decretar quienes serán "iguales" y quienes no, en qué medida, proporción y tiempo lo serán, etc. 
En cuanto a supuestas o reales "diferencias congénitas", la ciencia ha demostrado que no son inmodificables, y su importancia no es mayor y a veces ni siquiera es igual a las adquiridas, por lo que no nos convence la sugerencia de F. A. v. Hayek de "reducirlas" por parte de quien forzosamente deberá revestir una posición de imperio para proceder en consecuencia. Enfoque de este autor que -en alguna medida- contradice sus brillantes aportes en contra de la ingeniería social y la presunción del conocimiento implicada en la misma.
"El hecho de ser mucho más restringidas, en una sociedad en régimen de competencia, las oportunidades abiertas al pobre que las ofrecidas al rico, no impide que en esta sociedad el pobre tenga mucha más libertad que la persona dotada de un confort material mucho mayor en una sociedad diferente. Aunque, bajo la competencia: la probabilidad de que un hombre que empieza pobre alcance una gran riqueza es mucho menor que la que tiene el hombre que ha heredado propiedad, no sólo aquél tiene alguna probabilidad, sino que el sistema de competencia es el único donde aquél sólo depende de sí mismo y no de los favores del poderoso, y donde nadie puede impedir que un hombre intente alcanzar dicho resultado."[2]
Pero además de la verdad que encierran las palabras contenidas en la cita anterior, hay que destacar que, en las sociedades libres, la acumulación de capital es mucho mayor que en las comunidades antiliberales, lo que determina que el acopio de capital presione a la suba los salarios e ingresos en términos reales, con lo cual, los trabajadores ven aumentarlos, sin necesidad de mejorar siquiera su desempeño laboral. Este beneficio alcanza, incluso, a aquellos que están desempleados, ya que opera como generador de un aumento de las oportunidades que, por definición, será imposible que sean "iguales" para todos, pero que, ineludiblemente, bajo el capitalismo siempre serán crecientes. En la economía de libre mercado, un funcionario estatal sólo podría impedir este proceso dejando, por supuesto, a partir de ese momento, de ser una economía de libre mercado, y pasando a ser otra de mercado intervenido.
"Sólo porque hemos olvidado lo que significa la falta de libertad, despreciamos a menudo el hecho patente de que, en cualquier sentido real, un mal pagado trabajador no calificado tiene mucha más libertad en Inglaterra para disponer de su vida que muchos pequeños empresarios en Alemania o un mucho mejor pagado ingeniero o gerente en Rusia. En cuanto a cambiar de quehacer o de lugar de residencia, a profesar ciertas opiniones o gastar su ocio de una particular manera, aunque a veces pueda ser alto el precio que ha de pagar por seguir las propias inclinaciones y a muchos parezca demasiado elevado, no hay impedimentos absolutos, no hay peligros para la seguridad corporal y la libertad que le aten por la fuerza bruta a la tarea y al lugar asignados por un superior."[3]
En las sociedades libres o capitalistas las oportunidades siempre son, en consecuencia, mucho mayores para la gente de menos recursos, para los más pobres en todo sentido, trabajen o no. Esto ya de por si implica -al mismo tiempo- que las sociedades abiertas son también indefectiblemente mucho más justas que las que se oponen a tales valores esenciales al ser humano.
[1]Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. pág. 137-139
[2] Ob. Cit. Ídem.
[3] Ob. Cit. Ídem.

Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
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Buenos Aires- Argentina

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lunes, 12 de octubre de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, EL PAPEL DE LA TEORÍA EN LA CIENCIA

"Las teorías científicas pueden ser verificadas por sus consecuencias prácticas. El hombre de ciencia es responsable, en su propia esfera, de lo que dice; lo podemos juzgar por sus obras y distinguir­lo, así, de los falsos profetas." Uno de los pocos pensadores que han sabido valorar este aspecto de la ciencia es el filósofo cristiano J. Macmurray (con cuyas opiniones acerca de la profecía histórica estoy en profundo desacuerdo, como se verá en el próximo capítulo):"La ciencia misma -expresa-, emplea en sus propios campos específicos de investigación un método de comprensión que restaura la rota integración de teoría y práctica». Esta es, a mi juicio, la razón de que la ciencia constituya una ofensa a los ojos del misticismo, que elude la práctica creando mitos en su lugar"[1]

Existen en el campo de la economía –desafortunadamente como en el de otras ciencias- "teorías" que no pasan de ser meros mitos. Un mito puede definirse brevemente, como no otra cosa que una teoría impracticable. Resulta claro que este último tipo de "teorías" no son científicas, ni siquiera por aproximación. Sin embargo, sorprenderá constatar que son las que gozan de mayor popularidad en el ámbito científico. La economía pareciera ser –en el curso de las épocas- una ciencia particularmente propicia para la recepción de lo que podríamos llamar "mitología económica" que se hace pasar por "teoría económica". Curiosamente, resulta más atractivo a la psique humana (quizás por alguna cuota de misterio) la preferencia por el mito a la teoría científica (también podríamos llamar al mito "teoría" a-científica), y los problemas comienzan a aparecer recién cuando, de la contrastación entre la pseudo-teoría y la realidad, esta no concuerda con aquella. Como anticipamos, ello sucede –por desgracia- en casi todas las ciencias, pero en la economía parece haberse dado (y seguirse dando) con mucha más frecuencia que en las demás. En nuestra labor universitaria, lo dicho se comprueba a diario. El principal trabajo que tenemos como docentes es desterrar de la mente de los alumnos los grandes y pequeños mitos que lamentablemente otros profesores y maestros han radicado en el pensamiento de los estudiantes. También, si bien en otro sentido, compleja resulta la tarea en aquellas personas que normalmente no tienen contacto con la actividad académica, y su fuente de información (y hasta de "formación") son los medios masivos de comunicación, a través de los cuales los mitos se propagan casi a la velocidad de la luz. Curiosamente, los más permeables a las buenas teorías, son los que menos teorías previas tienen en sus cabezas.
Ciertas teorías, en apariencia "ajenas" al campo de la economía, revisten no obstante, crucial importancia para nuestra ciencia. Esto es porque la economía, pese a poseer leyes propias por las cuales se rige, no deja de ser parte de la praxeología como ya hemos visto. Esta última –recordemos- estudia la acción humana como tal, y esta acción nunca es indeliberada, sino motivada por una, algunas o muchas teorías. Estas teorías pueden ser falsas o verdaderas, lo que resultará en definitiva –como explicamos- de su contrastación con los hechos. Si los hechos ocurren tal y como la teoría lo ha anticipado, esta quedará corroborada y, en caso contrario, refutada. No obstante, la falacia antes analizada (que "buenas" teorías podrían no verse corroboradas por la realidad) ha llevado a que la humanidad incurriera en graves yerros, confundiendo efectos con causas y viceversa. Y que ese error persista a lo largo de las centurias. Un ejemplo de lo dicho viene dado por la teoría platónica de la justicia:
"Al parecer, es necesario experimentar primero la conmoción de comprobar la identidad entre la teoría platónica de la justicia y la teoría y práctica del totalitarismo moderno para poder compren­der lo urgente que se torna la interpretación de esos problemas"[2]
A la luz de lo que venimos exponiendo, la mención de "teoría y práctica" -así como está formulada en la cita precedente- resultaría redundante (quizás por inadvertencia ocasional del autor citado, o bien en caso contrario, como énfasis para resaltar la identidad entre "teoría y práctica"). Pero el párrafo, no deja de ser ilustrativo en cuanto a la génesis de la teoría totalitaria que -según el filósofo en comentario- encuentra su origen en la teoría platónica de la justicia, algo que puede sonar bastante paradójico a los oídos actuales. El caso refleja pues la existencia de una teoría de remota data, detrás de un fenómeno usualmente criticable y criticado, como es el totalitarismo (que afecta, resulta redundante casi señalarlo, las consecuencias prácticas de nuestra ciencia). La paradoja consiste precisamente en el cómo una teoría sobre la "justicia", tal la platónica, conduce a la teoría y práctica del totalitarismo. Es decir, quien siguiendo esta teoría pretenda llegar a un resultado de "justicia" se va a terminar encontrando con algo por completo diferente (el totalitarismo), no importa, desde luego, como se le llame a la teoría, lo relevante son sus consecuencias prácticas. Algo similar ocurre en otros campos del saber:
"No vacilaremos en decir al respecto que Platón corrompió y confundió por completo la teoría y práctica de la educación, al vincularlas con su teoría del liderazgo. El daño causado es aún mayor, si cabe, que el infligido a la ética por la identificación del colectivismo con el altruismo y a la teoría política por la adopción del principio de la soberanía."[3]
En todos los casos, se habla de la "interpretación" de la realidad a la luz de teorías equivocadas. En lugar de desechar la falsa teoría, se intenta, por todos los medios posibles, de encajar una realidad disímil dentro de una teoría quimérica. Esto último es lo ocurre a diario con la economía. En este caso, para el analista, los hechos se tornan inexplicables, hasta que no abandona la teoría errónea y adopta la correcta.
 [1] K. R. Popper. La sociedad abierta y sus enemigos. Paidos. Surcos 20. pág. 456
[2] K. R. Popper. La sociedad abierta...ob. cit... pág. 20
[3] K. R. Popper. La sociedad abierta ob. cit. pág. 143-144

Gabriel Boragina
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domingo, 4 de octubre de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, LOS SIGNIFICADOS DEL EGOÍSMO

El significado de la palabra egoísmo no ha sido uniforme ni constante a lo largo de la historia, ni todos los autores que han tratado el tema lo han entendido de idéntica manera, aunque -en general- puede decirse que ha prevalecido su sentido peyorativo a través de las épocas. Uno de los grandes malos entendidos que han surgido con esta palabra tiene que ver con su indebida identificación con el individualismo, aspecto que atrajo la atención de intelectuales como el Premio Nobel de economía Friedrich A. von Hayek:

"Hay un punto en estas presunciones sicológicas básicas que de alguna forma es necesario considerar de manera más completa. Como se cree que el individualismo aprueba y estimula el egoísmo humano, esto hace que mucha gente no lo acepte y debido a que esta confusión es provocada por una verdadera dificultad intelectual, debemos examinar cuidadosamente el significado de tales presunciones. Por supuesto, no puede haber duda de que en el lenguaje de los grandes pensadores del siglo XVIII el “amor a sí mismo” del hombre, o incluso sus “intereses egoístas”, representaba algo así como el “motor universal”. Estos términos se referían principalmente a una actitud moral que, pensaron, prevalecería ampliamente. Sin embargo, estos términos no significaban egoísmo en el sentido restringido de preocupación exclusiva por las necesidades inmediatas de uno mismo. El “ego” por el que supuestamente las personas debían preocuparse claramente incluía a la familia y a los amigos. Ninguna diferencia significativa respecto del argumento habría si se hubiera hecho extensivo a todo aquello por lo cual la gente de hecho se preocupa."[1]
Realmente puede decirse que la palabra egoísmo tiene entonces al menos dos connotaciones primarias: una restringida y otra más vasta y, como bien nos explica F. A. v. Hayek, generalmente siempre tiende a dársele el significado más cerrado que es el peyorativo con el que mayoritariamente se lo reconoce. Hay que apuntar, además, el hecho no menor que aquellos autores -a los que F. A. v. Hayek se refiere- tenían tras sus espaldas: el ejemplo y modelo de siglos de absolutismo monárquico, sistema en el cual los únicos intereses egoístas que se aceptaban eran los del monarca absoluto y los de ninguna otra persona más. Por eso, no puede llamar a atención que el lenguaje de aquellos autores se considerara hacia su época como "revolucionario", y tuviera una fuerte tendencia a ser malinterpretado. Entre aquellas dos acepciones primarias de la palabra, se distinguen una positiva entendida como actitud moral, en la cual el egoísmo involucraba no sólo a la propia persona que lo experimentaba, sino hacia otros a los cuales debía sus afectos (familia y amigos) en tanto que el enunciado estrecho del vocablo se reducía y se limitaba a la propia persona que poseía el sentimiento egoísta. Va de suyo que, ni el individualismo ni el liberalismo que en el mismo se fundamenta, se basan en el significado estrecho, sino en el más amplio. Fue Adam Smith el que lo explicó más claramente con su famosa metáfora de la "mano invisible", con la que intentó representar que las acciones egoístas de los hombres tendían a favorecer de un modo no deliberado, pero no menos real, a los intereses de sus prójimos, aun en contra de dichas propósitos.
"Era casi inevitable que los autores clásicos, al explicar su punto de vista, utilizaran un lenguaje que estaba destinado a ser malentendido y que por esto se ganaran la reputación de haber exaltado el egoísmo. Rápidamente descubrimos la razón cuando tratamos de volver a exponer el argumento correcto en un lenguaje simple. Si lo expresamos en forma concisa, diciendo que la gente es o debe ser guiada en sus acciones por “sus” deseos e intereses, esto será inmediatamente malentendido o distorsionado, como el argumento falso que dice que la gente es o debiera ser guiada exclusivamente por sus necesidades personales o por intereses egoístas, cuando lo que queremos decir es que se les debiera permitir luchar por lo que ellos estimen bueno."[2]
Y lo que normalmente las personas estiman bueno -como también lo hubiera advertido tempranamente el mismo Adam Smith- excede en gran medida la de sus propios intereses particulares. Es que la misma noción de intereses personales puede ser a su vez tan amplia que, de ordinario, incluye a muchos más individuos además de al propio sujeto actuante. Repetidamente hemos dicho que hasta el más egoísta de los sujetos (empleado aquí el término en su alcance más restringido de todos) debe necesariamente cooperar con sus semejantes para obtener lo que quiere. Un comerciante puede odiar a todos sus clientes, pero deberá venderles si es que quiere ver prosperar su negocio, de la misma manera que un potencial empleado puede odiar en teoría a todos sus potenciales empleadores pero, aun cuando experimente dicho sentimiento de animadversión, deberá emplearse con alguno de ellos para poder obtener su salario. Y si decide trabajar por cuenta propia, se hallará en la misma situación que la del comerciante de nuestro primer caso. De cualquier manera, estos son ejemplos muy extremos, que raramente o casi nunca se dan en la realidad.
Un autor notable del siglo XIX como Alexis de Tocqueville descubrió varios de estos rasgos particulares en su visita a los EEUU, los que dejó consignados en algunos de sus borradores, de los que más tarde consistirían sus libros:
"En otro borrador Tocqueville enumeraba algunos de los nexos intelectuales que unían a los americanos: «Ideas compartidas. Ideas filosóficas y generales. Ese interés bien entendido es suficiente para guiar a los hombres a hacer el bien. Que cada hombre tiene la capacidad de gobernarse a sí mismo» [3]
[1] "INDIVIDUALISMO: EL VERDADERO Y EL FALSO" Este ensayo corresponde a una exposición pronunciada en la duodécima Finlay Lecture en la University College de Dublín, en diciembre de 1945. Fue publicado en 1946 en Dublín y Oxford y aparece en el volumen Individualism and Economic Order (The University of Chicago, 1948, reimpreso posteriormente por Gateway Editions Ltd., South Bend, Indiana). pág. 12 y 13
[2] Hayek. Op. Cit. ídem pág. 14
[3] James T. Schleifer. "UN MODELO DE DEMOCRACIA: LO QUE TOCQUEVILLE APRENDIÓ EN AMÉRICA" En Alexis De Tocqueville. Libertad, igualdad, despotismo, © FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales. Pág., 33-34
Gabriel Boragina
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martes, 29 de septiembre de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, LOS LIMITES DEL "ESTADO"

Un debate siempre abierto consiste en responder a la pregunta ¿cuáles son las funciones de un gobierno o -formulada de otra manera- ¿para qué se necesita un gobierno? Los pensadores de todos los tiempos, desde la filosofía, la política, el derecho, la economía y -en general- desde lo que se denominan las ciencias sociales, siempre han tratado de dar respuesta a esta pregunta y, por supuesto, no todas las veces (o quizás la mayoría de las veces) han podido ponerse de acuerdo. De esta manera, se ha introducido en el debate si los gobiernos tienen o no funciones propias o básicas o si estas son esenciales o no. Desde nuestro punto de vista, uno de los pensadores que mas en claro han tenido este tema ha sido el prócer argentino Juan Bautista Alberdi:

“¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes le exigía a Alejandro, que no le haga sombra” (Opus cit., p. y en la tercera se lee que “Si los derechos civiles del hombre pudiesen mantenerse por sí mismos al abrigo de todo ataque, es decir, si nadie atentara contra nuestra vida, persona, propiedad, libre acción, el gobierno del Estado sería inútil, su institución no tendría razón de existir” (“El proyecto de Código Civil para la República Argentina” en Obras Completas, Buenos Aires, Imprenta de la Tribuna Nacional, 1868/1887, tomo VII, p. 90). Estas dos referencias apuntan a las funciones del gobierno en una sociedad abierta."[1]
Un punto clave cuando se considera que el "estado" tiene (o debería tener) funciones "propias" es la referida al financiamiento de las mismas. Nosotros ya en otra oportunidad nos hemos expedido al respecto, centrando el debate en cuanto a dos puntos: 1) la cuantía de los recursos mediante los cuales se pretende costear las llamadas funciones "propias", y 2) la idoneidad o pericia con la cual esos dineros son administrados. Si la cantidad excede un determinado porcentaje de la renta nacional, y para peor tal enorme cantidad de fondos son mal o peor administrados, resulta evidente que se está produciendo un grave perjuicio a los contribuyentes, que son los que siempre -y en última instancia- costean el gasto estatal (o menos precisamente, denominado "publico"). El aumento del gasto público es una de las tentaciones más grandes de todo gobierno, y se han ofrecido varias y muy interesantes propuestas para solucionarlo:
"quisiera concentrar ahora mi atención en un análisis completamente distinto para reducir drásticamente el gasto público. Se trata de recurrir a la competencia también para este propósito. Esto puede lograrse muy eficientemente a través de un genuino federalismo transfiriendo prácticamente todas las funciones del gobierno central a las provincias o estados miembros. Si esta medida se adoptara, inmediatamente aparecerían potentes incentivos a través de la competencia para reducir gastos puesto que allí donde los impuestos resulten más gravosos hará que la gente se traslade o haga operaciones comerciales en otros estados lo cual también guiará a las inversiones en general. Al derivar las funciones del gobierno central a las distintas jurisdicciones antes referidas se obligará a los gobiernos locales a usar su imaginación y esforzarse en retener clientela al efecto del consiguiente rédito electoral y para preservar la existencia misma de la política en ese ámbito. La preocupación de limitar el poder a través del federalismo data de muy antiguo pero fue expuesta sistemáticamente por vez primera en el siglo XVIII a través de los llamados Papeles Antifederalistas (paradójicamente más federalistas que los propios Federalistas)."[2]
Por supuesto que suscribimos esta propuesta, al mismo tiempo que, luce como de difícil materialización, no por otras razones que por la falta de voluntad política de los actores que deberían impulsarla, y no porque la misma fuera inviable desde el punto de vista teórico ni practico (que son la misma cosa, al final de cuentas). La tendencia mundial es exactamente la opuesta a lo que el profesor Alberto Benegas Lynch (h) sugiere en la cita anterior. Por desgracia, existe una mayor concentración de los poderes centrales, y en consecuencia la tendencia es hacia la centralización y no hacia su contraria. También anotamos (sobre todo en los países latinoamericanos y -en particular- es muy notorio en un país como Argentina) la predilección de los gobiernos provinciales a hacerse proveer de fondos por el gobierno central, en lugar de elegir la competencia entre distintas jurisdicciones. Es cierto que el sistema legal propende al centralismo e imposibilita, de todos modos, la práctica de un federalismo genuino y sano como el que sugiere el Dr. Alberto Benegas Lynch (h), pero también lo es que las distintas provincias (unas mas, otras menos) prefieren competir por las migajas que el gobierno central les conceda a través del nefasto mecanismo de la "coparticipación", que optar por un régimen de competencia entre las diferentes provincias. Como sucede en el ámbito empresarial de los sistemas intervencionistas, muchos gobernadores se comportan como aquellos pseudo-empresarios que, en lugar de competir por el favor del consumidor, escogen "competir" por ser atendidos en forma preferencial por aquellos burócratas que están en condiciones de ofrecerles algún privilegio o prebenda para su empresa o actividad.
Otra arista del debate (de especial discusión entre los liberales o libertarios) es la función del gobierno en definir los derechos de propiedad. Discusión que se enmarca -en realidad- dentro del origen del derecho de propiedad. Un sector de aquellos sugiere que el derecho de propiedad sólo puede ser definido a partir del "estado":
"Algunos libertarios intentan resolver el problema afirmando que quienquiera que el gobierno existente decrete que tiene el título de propiedad debería ser considerado el justo dueño de la propiedad. En este punto, aún no hemos ahondado lo suficiente en la naturaleza del gobierno, pero aquí la anomalía debería ser muy notable, porque con seguridad resulta extraño encontrar que un grupo siempre receloso de prácticamente cada una y todas las funciones del gobierno de buenas a primeras le permita a éste definir y aplicar el precioso concepto de la propiedad, base y fundamento de todo el orden social. Y particularmente, son los utilitaristas partidarios del laissez-faire los que creen más factible comenzar el nuevo mundo libertario confirmando todos los títulos de propiedad existentes; es decir, los títulos de propiedad y derechos decretados por el mismo gobierno al cual se condena como agresor crónico."[3]
 [1] Alberto Benegas Lynch (h) "Homenaje a Juan Bautista Alberdi". (Discurso pronunciado ante la Academia Nacional de Ciencias). pág.2
[2] Alberto Benegas Lynch (h) "Para bajar el gasto público" p. 1 y 2
[3] Murray N. Rothbard. For a New Liberty: The Libertarian Manifesto. (ISBN 13: 9780020746904). Pág. 42-43
Gabriel Boragina
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lunes, 21 de septiembre de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, INGENIERÍA SOCIAL Y EDUCACIÓN, DESDE ARGENTINA

"Tan cierto es que los socialistas consideran a la humanidad como materia destinada a combinaciones sociales, que si por casualidad no están muy seguros del éxito de aquellas combinaciones, reclaman por lo menos una porción de humanidad a titulo de material de experimentación: es bien sabido cuán popular es entre ellos la idea de experimentar todos los sistemas, y se ha visto a uno de sus jefes llegar a la asamblea constituyente a pedir con toda seriedad que se le diera una comuna con sus habitantes, para realizar su ensayo. Así procede todo inventor que fabrica su máquina en pequeño antes de realizarla en grande. 

Así el químico sacrifica algunos reactivos, y el agricultor sacrifica ciertas semillas y un rincón de su terreno para ensayar una idea. ¿Pero qué distancia separa al jardinero de sus árboles, al inventor de su máquina, al químico de sus reactivos, al agricultor de sus semillas? El socialista cree de buena fe que la misma distancia es la que lo separa a él de la humanidad. No hay que asombrarse de que los escritores del siglo XIX consideren la sociedad como una creación artificial salida del genio del legislador. Tal idea, producto de la educación clásica, ha dominado a todos los pensadores y a todos los grandes escritores de nuestro país. Han visto entre la humanidad y el legislador la misma relación que existe entre la arcilla y el alfarero. "[1]

Estas luminosas palabras escritas por el fenomenal Frédéric Bastiat a mediados del siglo XIX han sido premonitorias de lo que ha vivido el mundo, no sólo en la época en las que fueron escritas sino que se consolidaron con mayor fuerza y vigor en el siglo siguiente y el actual. 
Es que el ingeniero social -aquel que está convencido que puede moldear a la sociedad su antojo- nace fundamentalmente en la escuela primaria, se lo reafirma en tal dirección en la secundaria, y se lo consagra como tal en la educación universitaria. Hoy podemos decir sin lugar a dudas que nuestras escuelas y universidades son fábricas de ingenieros sociales, y a estos los encontramos en todas las carreras, no exclusivamente en las destinadas a ingeniería, sino -y sobre todo- en las disciplinas referidas a las ciencias sociales. 
En particular, los ingenieros sociales destacan en dos carreras bien demarcadas a saber : las de ciencias económicas y jurídicas. Creemos que por mucha distancia el grueso de los ingenieros sociales se hallan entre las filas de los economistas y de los abogados.
Tampoco se equivoca el genio de Bastiat cuando no duda en identificar a los ingenieros sociales (aunque no los llame de este modo aquí) con los socialistas. Va de suyo que, entre socialismo e ingeniería social existe la misma relación que entre género y especie. 
La segunda es natural consecuencia del primero, caso contrario el socialismo no tendría manera de operar si no controla y dirige a su antojo a los individuos que componen la sociedad y con ellos a la sociedad en todo su conjunto. No pueden escindirse uno de la otra, sino que son como los dos pares del par de zapatos. 
Muchos profesionales de las carreras mencionadas antes, se sorprenderán genuinamente de saber que sus ideas dirigistas están inspiradas en el socialismo y el comunismo a los que de continuo "niegan" pertenecer ideológicamente. Sin embargo, no hay escapatoria posible. Y por ello, Bastiat lo explica con meridiana claridad.
"Una vez que esté en la pendiente en cuestión, ¿por lo menos gozará la sociedad de alguna libertad? Por supuesto. ¿Y qué es la libertad, según Louis Blanc? : “Digámoslo una vez por todas: la libertad no consiste sólo en el derecho concedido, sino en el poder, dado al hombre para que lo ejercite, de desarrollar sus facultades, bajo el imperio de Ia justicia y bajo la salvaguardia de la ley. 
Y no se trata de un distingo sin importancia: tiene un sentido profundo y son inmensas sus consecuencias. Porque si se admite que para ser verdaderamente libre el hombre necesita el poder de ejercitar y desarrollar sus facultades, resulta de ahí que la sociedad es deudora con respecto a cada uno de sus miembros, en cuanto a proporcionarles una educación adecuada, sin la cual el espíritu humano no puede desenvolverse, les debe también los instrumentos de trabajo a falta de los cuales la actividad humana no puede seguir su curso. Ahora, ¿por intervención de quién, si no es el Estado, puede la sociedad dar a cada uno de sus miembros la instrucción adecuada y los necesarios instrumentos de, trabajo”. 
Es así que la libertad es el Poder. ¿En qué consiste tal poder según Blanc? En poseer la instrucción e instrumentos de trabajo. ¿Quién habrá de dar la instrucción y los instrumentos de trabajo? La sociedad que al respecto es deudora. ¿Por intervención de quién dará la sociedad los instrumentos de trabajo a quién no los posee? Por intervención del Estado. ¿A quién habrá de quitárselos el Estado? Corresponde al lector dar la respuesta y ver a dónde desemboca todo esto.<"[2]
Resulta notable como los dirigistas de hoy en día utilizan los mismo falaz "argumento" que empleaba Blanc en el siglo XIX, lo que demuestra la caducidad de sus ideas que sin embargo no dudan en presentar como "progresistas", y el rechazo o la más profunda ignorancia (lo mismo da a los efectos prácticos) en relación a las ventajas de la libertad individual, es decir una libertad donde la única dirección dada es la del propio individuo interesado en ella. 
Revela la cita de Bastiat el ansia que ya poseían los hombres de su época por dominar y dirigir los espíritus y haciendas ajenos, con palabras disfrazadas de "nobles ideales" y de las "mejores" intenciones. No es difícil en nuestra época actual escuchar un discurso semejante al de Blanc en las aulas de las escuelas, colegios y universidades. 
Es de esta manera en que se indoctrina a los estudiantes para convertirlos en futuros ingenieros sociales que dominen y encaucen a la sociedad hacia adonde ellos (y no los individuos que la compone) decidan que deben dirigirse, violando todas las libertades individuales. En las palabras de Blanc se encuentra la base del espíritu totalitario, de la dominación absoluta, del aplastamiento total al individuo, en una palabra la esencia del socialismo en su máxima expresión.
[1] Frédéric Bastiat. La Ley. Edición del Centro de Estudios Económicos-Sociales de Guatemala (www.cees.org.gt.) pág. 15
[2] Bastiat F. La ley. Ob. Cit. Ídem pág. 26

Gabriel Boragina
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martes, 15 de septiembre de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, EL DERECHO NATURAL

Luego de realizar una aguda y contundente critica al utilitarismo, explica el Profesor Dr. Alberto Benegas Lynch (h):

"La perspectiva del derecho natural es sustancialmente distinta. Natural en este contexto no alude a la condición primitiva del hombre ni a leyes físicas sino a las propiedades de la especie. Alude al orden natural circunscripto al ser humano. 
Las plantas, las piedras y los perros tienen propiedades que le son características. El hombre también posee propiedades exclusivas que lo distinguen. 
El derecho natural se refiere a las facultades de hacer o no hacer por parte del hombre sin obstaculizar iguales facultades de terceros. Si cada ser humano es único desde el punto de vista anatómico, fisiológico, bioquímico y, sobre todo, psicológico, para que pueda actualizar sus potencialidades hay que dejarlo que siga su camino. 
El hombre al actuar pretende pasar de una situación menos satisfactoria a una que le proporcione mayor satisfacción, lo cual implica hacer uso del análisis subjetivo basado en el libre albedrío y la consiguiente responsabilidad individual. Para que esto sea posible es menester respetar en primer término su vida y consecuentemente todo lo que adquiere de modo lícito. De esta manera se sustentan los derechos que, como queda dicho, son naturales porque no son consecuencia del invento ni del diseño del hombre sino que le preceden y emanan del antes mencionado orden natural."[1]
A las criticas absurdas y pueriles que intentan decir que el derecho natural seria un derecho que "prescinde" de la sociedad o que sería antisocial no puede menos que contestársele de esta manera tan clara como la que resulta de la cita precedente. 
Va de suyo que, el derecho es una ciencia social, y la doctrina del derecho natural en modo alguno viene a desmentir que el derecho es por esencia social. 
Lo que sucede en realidad es que la doctrina del derecho natural violenta a los espíritus totalitarios y a esos tantos que pululan por todas partes que anhelan o quisieran imponer sus propios criterios, decisiones y -sobre todo- valores a la sociedad, y para hacerlo se escudan en el aparentemente inocente rótulo de "defensores de los derechos sociales, o de la sociedad". 
En realidad, lo que no confiesan es que bajo esa máscara, lo que verdaderamente sueñan es con someter a la sociedad a sus propios caprichos. Por eso, es absolutamente cierto que los derechos naturales están ínsitos en el hombre, es decir, en su propia naturaleza humana, y afirmar esto no implica negar ni desechar a la sociedad como acusan esos espíritus totalitarios, sino que -por el contrario- la palabra "hombre" en este contexto no alude jamás al hombre aislado. Ni tampoco esta indicando que existan hombres que tengan "derechos" por encima de los demás. 
El vocablo "hombre" apunta a todo el género humano por igual. Incluye a hombres y mujeres, y no solamente a específicas personas. Por supuesto, una mentalidad socialista o socialistoide no puede comprender nada de esto.
"El derecho natural o iusnaturalismo se opone al positivismo legal que sostiene que no hay norma alguna extramuros de la ley positiva, lo cual descalifica la posibilidad de que hubiera tal cosa como una ley injusta, con lo que el poder legislativo pretende justificar cualquier atropello a los derechos de las personas que son anteriores y superiores a la existencia misma del legislativo."[2]
Hoy en día, nuestro mundo vive inmerso en el océano del positivismo legal donde "es ley" lo que una mayoría circunstancial desea que sea "ley" y donde esa mal llamada "ley" se traduce, en la generalidad de los casos, en violaciones al derecho de otras personas, y en que esa mal denominada "ley" responde ordinariamente al capricho de accidentales mayorías, que van mutando de gobierno en gobierno. Con lo cual, según quién gobierne, se dictan normas contra grupos opositores, y cuando estos finalmente llegan al poder, promulgan contranormas para vengarse de los que les precedieron en el mando. A esto, es a lo que debemos el caos jurídico en que el mundo hoy se encuentra sumergido.
"Estirando el concepto de utilitarismo puede decirse que resulta útil respetar el derecho natural, lo cual constituye una visión un tanto retorcida del utilitarismo que, así, de facto, se convierte en partidario del derecho natural."[3]
En realidad, los partidarios del positivismo legal que hoy dominan el universo jurídico por doquier, invierten la fórmula, y pretenden convencernos que el "único derecho posible y existente" es el derecho legal (positivo), queriendo borrar del mapa el derecho natural que es el verdadero derecho, y que no es un derecho "antisocial", ni tampoco representa el "derecho" de un hombre aislado, y menos aun contrario al orden social. El orden social es resultado del derecho natural y no a la inversa.
"El primer registro escrito del orden natural se encuentra quinientos años antes de nuestra era, en una obra de Sófocles, cuando Antígona discute la decisión del gobernante de dejar a uno de sus hermanos insepulto. Tal vez resulte oportuno transcribir una breve cita de Cicerón que nos ilustra acerca de adónde apunta el proceso evolutivo del descubrimiento del derecho, aunque la idea antigua de "ley natural" difiere del "derecho natural" a partir de Locke quien, a su vez, fue influido en esta materia por Grotius, Pufendorf y Hooker. 
La cita nos dice que: "No es posible debilitar la ley natural con otras leyes ni derogar ningún precepto suyo, ni menos aún abrogarla por completo; ni el Senado ni el pueblo pueden libertarnos de su imperio; no necesita intérprete que la explique; no habrá una en Roma, otra en Atenas, una hoy y otra pasado un siglo, sino que una misma ley, eterna e inalterable rige a la vez todos los pueblos en todos los tiempos." 
Por su parte, Montesquieu escribió en 1748 las primeras líneas Del espíritu de las leyes de este modo: "Las leyes, en su significación más extensa, no son más que relaciones naturales derivadas de la naturaleza de las cosas" y unos renglones más adelante afirmaba que "Decir que no hay nada justo ni injusto fuera de lo que ordenan o prohíben las leyes positivas, es tanto como decir que los radios de un círculo no eran iguales antes de trazarse la circunferencia"[4]
[1] El juicio crítico como progreso. Editorial Sudamericana. Pág. 663 664
[2] A. Benegas Lynch (h). El juicio... ob. Cit. Pág. 663-4
[3] A. Benegas Lynch (h). El juicio... ob. Cit. Pág. 663-4.
[4] A. Benegas Lynch (h). El juicio... ob. Cit. Pág. 665

Gabriel Boragina
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lunes, 7 de septiembre de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, EDITORIAL, ECONOMÍA Y MORAL


Es interesante examinar las numerosas implicaciones que existen entre la moral y la economía, por cuanto son muy frecuentes las veces en que se las soslayan, y es de suma importancia que se den ciertas condiciones para tener una economía moral y no cualquier otra. Será bueno analizar entonces de qué manera algunas doctrinas económico-políticas -aparentemente "positivas" o "beneficiosas"- atacan, en realidad, y terminan destruyendo a la moral. Comencemos, pues, con el populismo, con esta excelente cita:

"El populismo no solo es ineficiente como organización económica, sino que es fundamentalmente inmoral porque su funcionamiento así lo requiere."[1]...." Dentro de este pensamiento autoritario en materia económica, que es una especie de iluminismo económico y monopolio de la bondad de los políticos, no hay lugar para entender que la competencia es un proceso de descubrimiento. Descubrir qué demanda la gente, qué precios está dispuesta a pagar por cada mercadería y qué calidades exige. Por eso el populismo económico inhibe la capacidad de innovación de la gente y los “empresarios” millonarios son, en su mayorista, simples lobbistas que hacen fortunas con negociados turbios gracias a sus influencias con los corruptos funcionarios. Es en este punto en que el intervencionismo deja de ser ineficiente para transformarse en esencialmente inmoral porque los beneficios empresariales no nacen de satisfacer las necesidades de la gente, sino de esquilmar los bolsillos de los consumidores. Y como para esquilmarlos necesitan el visto bueno de los funcionarios públicos, ese acuerdo se transforma enorme corrupción donde la riqueza surge de expoliar a la gente mediante pactos corruptos."[2]
La inmoralidad nace -como bien se observa- de la dinámica propia del sistema intervencionista, que requiere del latrocinio para beneficiar a unos a costa de otros. Incluso la inmoralidad surge aunque las intenciones del burócrata tengan como base firmes convicciones acerca de la "corrección" de su actuación. Una acción es intrínsecamente inmoral con independencia de que el agente que la provoca conozca o no sus vínculos causales con la moral, en tanto y en cuanto, desde el punto de vista objetivo, la intervención viole la regla moral.
De cualquier manera, en la mayoría de los casos donde intervienen los gobiernos, las normas morales se violan en forma consciente de que se lo está haciendo. No interesa demasiado que el político sepa o no que está vulnerando las normas morales con sus políticas intervencionistas, lo relevante es de qué modo sus acciones favorecen o perjudican –potencial o concretamente- a los demás. Y, en tanto y en cuanto, se adopten políticas populistas (que siempre han de ser -por definición- intervencionistas) hemos de tener por seguro que las reglas morales han de ser transgredidas violenta o no violentamente.
Entonces, desde un punto de vista legal, los frecuentes contubernios habidos entre funcionarios y empresarios, sindicalistas, o de cualquier otro sector social, pueden ser jurídicamente válidos, lo que no quita ni quitará jamás que –asimismo- sean moralmente repudiables. Para lo cual, no es necesaria –y esto es importante reiterarlo y destacarlo- la existencia concreta de un perjuicio, sino que basta la mera probabilidad de haberlo provocado. La acción será doblemente inmoral si el daño -al final de cuentas- se consuma. Y basta que sea uno solo el afectado para que la inmoralidad se materialice.
"Pero además de ser más eficiente la economía de mercado, su gran diferencia con el intervencionismo es que está basada en principios morales y éticos en que nadie se apropia de lo que no le corresponde. No se usa al Estado y a sus funcionarios para que, con el monopolio de la fuerza, se desplume a trabajadores y consumidores. No se hace de la corrupción una forma de construcción política en que las voluntades se compran."[3]
La diferencia entre la economía de mercado (o economía liberal conforme preferimos llamarla) y los demás sistemas es que, aunque no existieran normas legales, siempre van a preexistir normas morales que deben ser respetadas, y en el punto donde se quebranten será en ese mismo momento y lugar donde habrá desaparecido la economía de mercado, capitalista o liberal. El tema se entronca con el de la ley moral, que se diferencia de la ley inmoral. Ambos tipos de leyes podrán tener por igual imperio legal, pero sólo será justa la ley moral y no la inmoral. La moralidad del capitalismo se encuentra en que cada ser humano respeta el fruto del trabajo ajeno, en tanto que en todos los demás sistemas que lo adversan ocurre exactamente lo contrario. Es esto lo que hace del capitalismo un régimen moral superior a los demás.
"Como se ve, no estamos hablando solo de eficiencia económica cuando hablamos de capitalismo versus populismo. Estamos diciendo que la economía de mercado es un imperativo moral frente a la inmoralidad del populismo intervencionista, dado que en este último imperan la corrupción y el saqueo. La decencia, la honestidad en la función pública y la transparencia en los actos de gobierno no son la esencia del populismo. Por eso el populismo no solo es ineficiente como organización económica, sino que es fundamentalmente inmoral porque su funcionamiento así lo requiere."[4]
La idea básica, entonces, es que un robo no es ilegal porque la ley jurídica así lo declara, sino que es ilegal porque infringe la ley moral. Las leyes jurídicas no pueden hacer "legal" (ni menos aun "moral") lo que la ley moral declara ilegal. Y menos todavía -como hemos consignado- la ley legal puede hacer "justo" lo que moralmente es injusto. Y de esto se trata precisamente la moralidad del capitalismo, en contraste con la inmoralidad de todos los demás sistemas anticapitalistas, como son los populismos e intervencionismos de distinto signo. Son inherentemente inmorales, aunque sean declarados "legales" desde lo jurídico. Y todos los entramados anticapitalistas están basados en el robo y el latrocinio, reconocidos incluso en documentos tales como sus Constituciones y códigos.
Gabriel Boragina
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lunes, 31 de agosto de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, EL SUEÑO DE NUESTROS DIRIGENTES, INGENIERÍA SOCIAL, LIBERALISMO, DESDE ARGENTINA

"Suele hablarse, hoy en día, de «ingeniería social». Ese concepto, al igual que el de dirigismo, es sinónimo de dictadura, de totalitaria tiranía. Pretende tal ideario operar con los seres humanos como el ingeniero manipula la materia prima con que tiende puentes, traza carreteras o construye máquinas. La voluntad del ingeniero social habría de suplanta r la libre volición de aquellas múltiples personas que piensa utilizar para edificar su utopía. La humanidad se dividiría en dos clases: el dictador omnipotente, de un lado, y, de otro, los tutelados, reducidos a la condición de simples engranajes. El ingeniero social, implantado su programa, no tendría, evidentemente, que molestarse intentando comprender la actuación ajena. Gozaría de plena libertad para manejar a las gentes como el técnico cuando manipula el hierro o la madera."[1]

Creo que puede decirse que lo descripto arriba es no solamente el sueño de nuestros actuales dirigentes, sino el de muchos quienes aspiran a convertirse en tales, y que en una medida muy importante, nuestras escuelas y universidades educan a las nuevas generaciones con esta idea como objetivo. 
Es el error -a nuestro juicio- de quienes hacen excesivo hincapié en la necesidad de contar con líderes y dirigentes capaces, en lugar de educar a la gente para que cada ciudadano o habitante se transforme en un líder y/o dirigente más capaz de dirigirse a sí mismo y no tan preocupado en ver cómo puede lograr controlar y regir la plana de sus semejares. Volvemos a hacer énfasis en la educación, porque es en esta instancia donde se forjan los ideales dirigistas que harán creer -en su hora- a quienes reciben, ya sea activa o pasivamente, tales doctrinas que el destino del mundo de los demás esta "por completo en sus manos". Sin embargo, los efectos prácticos del dirigismo suelen ser los que se señalan a continuación:
"Cierto es que, en la actualidad, al amparo de las situaciones creadas por el dirigismo, resúltales posible a muchos enriquecerse mediante el soborno y el cohecho. El intervencionismo ha logrado en numerosos lugares enervar de tal modo la soberanía del mercado, que le conviene más al hombre de negocios buscar el amparo de quienes detentan el poder público que dedicarse exclusivamente a satisfacer las necesidades de los consumidores ."[2]
Una situación que viene lamentablemente repitiéndose desde la lejana época en que estas palabras fueron escritas por vez primera hasta hoy. Como tantas veces hemos insistido, parece no percibirse en la actualidad que la corrupción -que tanto espacio ocupa en los medios periodísticos- es hija directa del intervencionismo estatal y no del capitalismo. Allí donde impera el primer sistema no puede subsistir el segundo, y esta es la situación del mundo actual, donde difícilmente puede prosperar quien quiera dedicarse a honestos negocios, porque -mas tarde o más temprano y en la medida de su éxito- caerá sobre él el gobierno para fiscalizar sus ganancias y tomar muy buena parte de ellas.
"Por Volkswirtschaft se entiende el complejo que forman todas las actividades económicas de una nación soberana, en tanto en cuanto el gobernante las dirige y controla. Es un socialismo practicado en el ámbito de las fronteras políticas de cada país."[3]
Esta es -ni más ni menos- la situación que vivimos en nuestros días en el ámbito mundial si bien con diferentes grados y variantes. No existe prácticamente actividad alguna en que el gobierno no participe de un modo o del otro, controlando o dirigiendo, y por sobre todas las cosas impidiendo y estorbando a la gente trabajadora a progresar.
"Mientras subsista, por pequeño que sea, un margen de libre actuación individual, mientras perviva cierta propiedad privada y haya intercambio de bienes y servicios entre las gentes, la Volkswirtschaft no puede aparecer. Como entidad real, sólo emergerá cuando la libre elección de los individuos sea sustituida por pleno dirigismo estatal."[4]
Como hemos dicho arriba, ese margen es cada vez más estrecho, ya que hasta en las actividades más domésticas el gobierno mete sus garfios para obtener ganancias derivadas de la actividad de los particulares. Inclusive la moderna tecnología ha permitido a los gobiernos inmiscuirse y controlar cada vez más y con mayor precisión a sus también cada vez más indefensos ciudadanos. Que ya poco de ciudadanos les queda, para haberse transformado directamente en reales súbditos del amo estatal. Muchos instrumentos el gobierno emplea para tal fin, pero algunos son más importantes que otros. Por ejemplo, el manejo de la moneda es crucial:
"Es indudable que la expansión crediticia constituye una de las cuestiones fundamentales que el dirigismo plantea."[5]
A través de la misma el gobierno consigue un control amplio de los mercados y –a su turno- de las rentas y de los patrimonios de sus súbditos, al tiempo que distorsiona todos los indicadores económicos, entre ellos el fundamental: los precios. Lo que tendrá como inexorable consecuencia malas inversiones y posteriores pérdidas que culminarán perjudicando a toda la sociedad en su conjunto.
"Los intervencionistas, así como los socialistas no marxistas, por su parte, tienen interés no menor en demostrar que la economía de mercado es, por sí sola, incapaz de eludir las reiteradas depresiones. Impórtales sobremanera impugnar la teoría monetaria, toda vez que el dirigismo dinerario y crediticio es el arma principal con que los gobernantes anticapitalistas cuentan para imponer la omnipotencia estatal"[6]
Se trata de tergiversar las verdaderas causas de los ciclos económicos y sus inevitables y luctuosas consecuencias. Origen de los mismos que no se halla en otro lugar que en el intervencionismo económico, fruto este último que nuestros burócratas dirigistas jamás reconocerán, ya que cuando su sistema irremediablemente fracasa siempre encuentran al mismo culpable: el inocente capitalismo.
[1] Ludwig von Mises, La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición. Pág. 184
[2] L. v. Mises, La acción humana ...ob. cit. pág. 476
[3] L. v. Mises, La acción humana ...ob. cit. pág. 489
[4] L. v. Mises La acción humana ...ob. cit. Pág. 493
[5] L. v. Mises La acción humana ...ob. cit. pág. 837
[6] L. v. Mises La acción humana ...ob. cit. Pág. 849

Gabriel Boragina
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miércoles, 26 de agosto de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, LA CONQUISTA DE LA "JUSTICIA SOCIAL", LIBERALISMO

La lucha contra la desigualdad se ha convertido prácticamente en un "frente de combate" donde no son pocas las personas que se enrolan. Posiblemente la mayoría lo hace, incluyendo teóricos y analistas, sin faltar, por supuesto, probablemente también la mayoría de los economistas del mainstream.

Entre estos últimos, los dedicados a temas impositivos han popularizado la teoría de la capacidad de pago que -en términos breves- viene a rezar el tan conocido hoy en día criterio que los impuestos deben ser "mayores para los que más tienen", lo que ha dado origen a la consigna tan en boga -hoy como ayer- que dice "que paguen más los que más ganan". De allí, se ha llegado a otra teoría también propuesta por esta misma clase de personas, "la teoría del impuesto total":

"2. EL IMPUESTO TOTAL. La justicia social que, a través de la teoría de la capacidad de pago, se pretende implantar es la igualación económica de todos los ciudadanos. En tanto se mantenga la menor diferencia de rentas y patrimonios, por ínfima que sea, cabe insistir por dicha vía igualitaria. El principio de la capacidad de pago cuando se lleva a sus últimas e inexorables consecuencias­ exige llegar a la más absoluta igualdad de ingresos y fortunas, mediante la confiscación de cualquier renta o patrimonio superior al mínimo de que disponga el más miserable de los ciudadanos."[1]

No hace falta razonar mucho para darnos cuenta que -llevado al extremo el mecanismo indicado en la cita- la sociedad completa en su conjunto caería a niveles de pobreza tan profundos que difícil seria recuperarla a los que podría haber tenido antes de la implementación de las políticas redistributivas, porque resultaría arduo (sino imposible) volver a convencer a los que –antes de ser decomisados- producían a que volvieran a hacerlo, dado que bastaría el simple hecho de que alguien produzca algo por valor de 1 para que le sea confiscado si el resto de sus congéneres no producen absolutamente nada. Y va de suyo que, la "justicia social" clama porque así sea, dado que si A produce 1 y el resto de sus vecinos nada, una situación semejante estaría quebrando la "igualdad" de todos ellos. Y con esta, la de la supuesta "justicia social" implicada en el asunto. Es decir, una sociedad en la que impera la "justicia social" más plena y absoluta sería -al mismo tiempo- la más miserable de todas las sociedades existentes sobre la faz de la Tierra.

"Los modernos paternalistas, al menos en un aspecto, son más consecuentes que los antiguos socialistas y reformadores sociales. No identifican ya la justicia social con arbitrarias normas que todos habrían de respetar, cualesquiera fueran sus consecuencias sociales. Admiten el principio utilitarista. Los diferentes sistemas económicos, reconocen, deben ser enjuicia­dos según su respectiva idoneidad para alcanzar los objetivos que el hombre persigue. Olvidan, sin embargo, tan buenos propósitos en cuanto se enfrentan con la mecánica del mercado. Condenan a la economía libre por no conformar con ciertas normas y códigos metafísicos que ellos mismos previamente han elaborado. Es decir, introducen así, por la puerta trasera, criterios absolutos a los que, por la entrada principal, negarían acceso. Buscando remedios contra la pobreza, la inseguridad y la desigualdad, poco a poco van cayendo en los errores de las primitivas es­cuelas socialistas e intervencionistas. Inmersos en un mar de absurdos y contradicciones, acaban invariablemente apelando a la infinita sabiduría del gobernante perfecto, a esa tabla de salvación a la que los reformadores de todos los tiempos siempre al final se vieron obligados a recurrir. Tras mágicos vocablos, como «Estado», «Gobierno», «Sociedad» o cualquier otro hábil sinónimo, invariablemente esconden al superhombre, al dictador omnisciente."[2]

En el fondo, la "realización" de la "justicia social" se espera se plasme en ese "superhombre", o "dictador omnisciente", dado que todos poseen diferentes ideas acerca de que es o que debería ser la "justicia social", en definitiva las disímiles opiniones sobre su esencia y de cómo realizarla mejor, han de terminar recayendo en ese dictador, líder, conductor, jefe, duce o führer carismático de turno, hasta el punto que el propio concepto de "justicia social" se confunde con el de la persona misma que encarne al jefe o líder, ya que como bien se señala "Tras mágicos vocablos, como «Estado», «Gobierno», «Sociedad» o cualquier otro hábil sinónimo, invariablemente esconden al superhombre, al dictador omnisciente" y es -en suma- de este o de estos (puede ser uno o muchos) de quién se espera que delimite y ejecute dicho "ideal".

Sin embargo, no existe tal cosa como "la infinita sabiduría del gobernante perfecto". No sólo porque lo perfecto es ajeno a la condición humana, sino porque tampoco coexiste ninguna "infinita sabiduría" exactamente por idéntica razón, lo que no implica que sean pocas las personas que si creen en su existencia, no faltando tampoco aquellos que se juzgan a sí mismos exclusivos depositarios de tan celestiales privilegios por sobre los demás. La realidad indica que, tras la máscara del estado-nación, del gobierno, de la sociedad o de cómo se le quiere denominar, sólo hay seres humanos, tan falibles e imperfectos como cualesquiera otros (e incluso mas falibles aun que los demás), y que por el sólo hecho de elevarlos circunstancialmente a un cargo público parecería reputárselos provistos de cualidades cuasi o semi divinas y de "excelsa bondad" por encima de la de cualesquiera otros. Resulta conjuntamente arbitrario y extremadamente peligroso querer dotar a cierto número de personas de la facultad de determinar lo que sería justo o injusto "socialmente" por el sólo hecho de haberlas encaramado en lo más alto del poder. Ya que, al fin de cuentas, lo justo o injusto "socialmente", siendo imposible de establecer de manera objetiva, se dirime ineludiblemente por criterios puramente personales, que se corresponden siempre a los del jefe o caudillo -como tantas veces se ha visto- y los que necesariamente han de ser arbitrarios y provisorios por ser tales.

[1] Ludwig von Mises, La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición. Pág. 1068/1069
[2] Mises L. V. La acción humana ....ob. cit. pág. 1229 a 1231

Gabriel Boragina
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lunes, 17 de agosto de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, "CAPITALISMO DE ESTADO": ASPECTOS POLÍTICOS Y ECONÓMICOS


La expresión "capitalismo de estado" se ha hecho más frecuente que sus equivalentes: socialismo, comunismo y economía planificada (quizás con la posible excepción de la palabra "izquierda"), aunque todos ellos pretenden designar a un mismo y único sistema, como claramente lo explica el profesor Ludwig von Mises:

"Conviene distinguir netamente la economía de mercado de aquel otro sistema - imaginable, aunque no realizable- de cooperación social, bajo un régimen de división del trabajo, en el cual la propiedad de los medios de producción correspondería a la sociedad o al estado. Este segundo sistema suele denominarse socialismo, comunismo, economía planificada o capitalismo de estado. La economía de mercado o capitalismo puro, como también se suele decir, y la economía socialista son términos antitéticos. No es posible, ni siquiera cabe suponer, una combinación de ambos órdenes. No existe una economía mixta, un sistema en parte capitalista y en parte socialista. La producción o la dirige el mercado o es ordenada por los mandatos del correspondiente órgano dictatorial, ya sea unipersonal, ya colegiado."[1]
Curiosamente, no es extraño que con la fórmula "capitalismo de estado" mucha gente quiera aludir -a veces inconsciente e instintivamente- a un régimen de "economía mixta". Pero de momento que el término capitalismo apunta a un sistema donde los bienes de capital son de propiedad privada, lo que implica el uso y disposición de los mismos por parte de su titular (es decir, donde es el particular el que tiene la dirección y el control del bien en cuestión) va de suyo que esto excluye de plano un control semejante por parte del órgano estatal. De donde deviene –a su turno- por completo contradictorio emplear la expresión "capitalismo de estado". Pese a ello, los autores socialistas, (en particular los marxistas) hicieron y siguen haciendo uso de tan equívoca fórmula, pero con un sentido totalmente diferente al enunciado en último lugar.
"«Capitalismo de Estado», versa sobre las políticas acumulativas adecuadas para llevar al Estado paso a paso a lo largo del camino de su «autorrealización». Su efecto consiste en cambiar el sistema social de forma de maximizar el potencial de poder discrecional y poner al Estado en condiciones de realizar plenamente dicho potencial."[2]
"Autorrealización" involucra pues la maximización del potencial de poder discrecional del estado-nación, que sólo puede obtenerse mediante la minimización del poder real residente en la sociedad civil (por oposición a la sociedad política). Este fue el objetivo que se propusieron los teóricos y líderes comunistas. En nuestro propio lenguaje, diríamos que el cambio del sistema social vendría dado por su politización, que es el modo más idóneo mediante el cual el poder estatal puede alcanzar su plena realización.
"La agenda para acrecentar el poder discrecional («¿Qué hacer?») debe abordar primero el problema de disminuir la autonomía de la sociedad civil y su capacidad de consenso. Las políticas por las que tiende a dejarse llevar el Estado democrático que dirige una «economía mixta» erosionarán inconscientemente una gran parte de los fundamentos de esta autonomía, la independencia de los medios de vida del pueblo. Lo que el Manifiesto Comunista llama «el triunfo en la batalla de la democracia» para «arrebatar, poco a poco, todo el capital de la burguesía, centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado» constituye la culminación de este proceso. De este modo, el Estado socialista pone fin a la monstruosidad histórica y ló­gica de que el poder económico se encuentre difuso por toda la sociedad civil, mientras que el poder político está centralizado. Sin embargo, al centralizar y unificar los dos poderes, crea un sistema social que es inconsecuente con las normas democráticas de adjudicación de la tenencia del poder estatal y que no puede funcionar adecuadamente conforme a ellas. La socialdemocracia debe evolucionar hacia la democracia popular o algo muy parecido, siendo entonces el Estado lo suficientemente poderoso como para imponer este desarrollo y evitar el fracaso del sistema."[3]
El mecanismo por el cual comienza la erosión de "la autonomía de la sociedad civil y su capacidad de consenso", principia entonces con el sistema de "Estado democrático" (equiparado a la "socialdemocracia" conforme se infiere de la última parte de la cita anterior). Aunque este autor parece avalar la factibilidad de una «economía mixta» (la que L. v. Mises reputa imposible, conteste ya hemos visto en la primer cita) concluye que las políticas que tienden a dirigir ese tipo de economía "erosionarán inconscientemente una gran parte de los fundamentos de esta autonomía, la independencia de los medios de vida del pueblo." Lo que luciría acorde con la postura de L. v. Mises, por la cual los intentos de formalizar una "economía mixta" conducirán –inexorablemente- por el camino al socialismo, hasta caer de lleno en el. Esta consecuencia es forzosamente cierta. No obstante, queda pues la incertidumbre de conocer hasta qué punto dicho proceso es consciente o inconsciente, pero -concediendo el beneficio de la duda- podemos dar por innegables las "buenas intenciones" del "estado democrático", las que pese a su "bondad" llevarán ineluctablemente a la sociedad hacia el abismo económico. Es decir, que -según el marxismo- el "estado democrático" (siempre entendido como el que pretende dirigir una "economía mixta") es un simple (pero necesario) eslabón o paso previo al "estado socialista". Inmediatamente, el "estado socialista" (mal llamado "capitalismo de estado") importa la fusión de los dos poderes: el político y el económico en uno solo: el estatal (en rigor el gubernamental). Sin embargo, la concentración de ambos poderes conlleva a la aniquilación de "las normas democráticas de adjudicación de la tenencia del poder estatal", esto es: la desaparición del mecanismo democrático de elección.
La contracara de esta visión es la del estado liberal o capitalista, instrumentado mediante la democracia liberal o capitalista, cuya característica distintiva es –precisamente- la contraria: la más amplia dispersión del poder político y económico dentro de la sociedad civil. En otras palabras, el pleno auge de aquella autonomía que el socialismo procura exterminar.
[1] Ludwig von Mises, La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición. Pág. 398-399
[2] Anthony de Jasay. El Estado. La lógica del poder político. Alianza Universidad. Pág. 22/23
[3] Anthony de Jasay. El Estado. ..ob. cit. Pág. 22/23
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