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miércoles, 2 de julio de 2014

EMILIO NOUEL V., VENEZUELA: GOBIERNO DE UNA CAMARILLA MILITAR ENTRE BASTIDORES

En días recientes el Tribunal Supremo de Justicia sentenció que los militares tienen derecho a participar en manifestaciones políticas partidistas, lo cual no comportaría un menoscabo a su profesionalidad y sería “un acto progresivo de consolidación de la unión cívico-militar”. Esta violación flagrante a la Carta Magna (artículos 328 y 330) podría interpretarse como una concesión adicional al sector militar que vendría a convalidar una conducta reiterada en los años que corren y a reafirmar la convicción de que hay un poder castrense determinante detrás del trono.
Con unos tribunales de rodillas frente al poder, difícilmente se podría lograr una decisión diferente a la mencionada.
Hugo Chávez, antes de arribar al poder, formó parte de una logia militar de inspiración militarista, de ideología política confusa, una mezcla de nacionalismo exacerbado, antiimperialismo e intervencionismo estatal en lo  económico. Como se sabe, esta orientación primigenia difusa fue mudando hacia una posición ideológica, al menos en lo discursivo, de izquierda, socialista, radical, incluso, marxista.
La naturaleza militarista del gobierno de Chávez comenzó a evidenciarse, sobre todo, a partir de los sucesos políticos de los años 2001 y 2002. Sin embargo, el componente civil se mantuvo predominante hasta su fallecimiento. Chávez solía decir que en torno a la revolución bolivariana se había conformado una “unión cívico-militar”, pero el peso del componente militar siempre fue notorio. 
Chávez fue una suerte de árbitro entre grupos políticos civiles diversos y contrastantes, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, y entre sectores militares tradicionales y emergentes.
Como dice Diego Bautista Urbaneja, era “un gran croupier que repartía el juego”, y ciertamente, él era el jefe que los amalgamaba, la autoridad no contestada. Al desaparecer Chávez físicamente, afloran las facciones que convivían en un conjunto muy heterogéneo. Así, la de origen militar cobra mayor relevancia y poder institucional, reservando para sí, determinantes palancas del aparato estatal, lo cual ha generado los enfrentamientos recientes con grupos civiles que se ven desplazados. El chavismo estuvo siempre dividido y sigue dividido.
Los Ministerios con competencias en Relaciones Interiores, Finanzas y Economía, Banca Pública, Transporte, Defensa, Alimentos y Energía Eléctrica están siendo gestionados por militares activos o  retirados que participaron en los golpes de Estado de 1992. Son gobernadores en 10 Estados (de un total de 23), presiden la Asamblea Nacional. En los distintos ministerios y empresas estatales, los militares tienen a su cargo importantes funciones. La más grande empresa de producción de acero (SIDOR) la preside un general activo y están en muchas otras.  Incluso, se han creado empresas, desde el Estado, cuyo propósito es el de insertar a los militares en sectores económicos. Se ha creado un banco (BANFANB), un Fondo de Inversión (Misión Negro Primero), una empresa agrícola (AGROFANB), otra de construcciones y explotación de canteras (CARCOFANB y CONSTRUFANB), una de transportes (EMILTRA), la Empresa del Sistema de Comunicaciones de la Fuerza Armada Nacional, y una televisora (TVFANB). 
En un reportaje de Diciembre de 2013, se informaba que  desde 1999, 1.114 oficiales militares activos o retirados, de distintos rangos han ocupado cargos gubernamentales en todos los niveles de la administración pública nacional, provincial y municipal. Y esta realidad se ha ido expandiendo.
La creación por parte de Nicolás Maduro del “Comando Político Militar” con participación del Alto Mando Militar, la conformación del “Estado Mayor Cívico-Militar Fronterizo” y de las llamadas “Regiones Estratégicas de Defensa Integral (REDI), que tienen competencias y atribuciones tan generales como inquietantes, y que en la práctica se han venido colocando por encima de los gobernadores electos democráticamente, son evidencias concluyentes de que en el aparato estatal venezolano, el poder institucional está crecientemente en manos de  militares o es mediatizado por éstos.
Algunos analistas afirman que los militares se han erigido en un partido político en Venezuela. Los que comparten la idea de que el pretorianismo ha estado larvado siempre en nuestro país, señalan que en la actualidad ha cobrado mayor preeminencia, y que sólo quedaría determinar en qué grado está, o si aun puede hablarse de la existencia de un poder tutelar militar sobre lo civil, si es meramente arbitral o si ya se asoma como un pretorianismo gobernante.
De todo lo señalado, queda en claro que la influencia de los sectores militares en la marcha de los asuntos políticos se ha incrementado, y que la estabilidad y permanencia de Nicolás Maduro depende, en no poca medida, del sector castrense para mantenerse en el poder; de allí que haya tenido que concederle parcelas institucionales decisivas, al no disponer de un liderazgo incuestionable ni civil ni militar, a diferencia del que tuvo Chávez.
Este cuadro político-institucional deja a las claras que en Venezuela se está imponiendo paulatinamente un gobierno tras bastidores, representado por una camarilla militar que asume no sólo funciones cruciales de gobierno sino también responsabilidades en algunos sectores de la economía nacional, incluso más allá de las empresas que se han constituido desde el poder público. 

 Emilio Nouel V.
emilio.nouel@gmail.com
@ENouelV

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lunes, 7 de octubre de 2013

CARLOS E. AGUILERA A., ALGO HUELE MAL...... Y NO EN DINAMARCA

"Algo huele a podrido en Dinamarca" es una frase hecha que le decía el fiel Marcelo a Hamlet y Horacio en la conocida obra de Shakespeare.

Pero hoy Dinamarca huele bastante mejor que muchos otros lugares y "Hamlet" continua siendo una autentica joya del arte del pensamiento,  aplicable a ese espacio atemporal de historias y corruptelas que se repiten en la sociedad de muchos países, entre otros el nuestro.

Democracias manipuladas, sistemas financieros que engullen fondos sin tregua hasta hundir países enteros, desigualdad, abuso y corrupción. Pero de sobremanera, la palabra que lo abarca todo en estos días, y que es la amarga decepción que nos inunda cual tsunami.

Y es que los últimos acontecimientos acaecidos en el país, obligan al ciudadano común a elucubrar situaciones que van desde el autogolpe de estado, hasta el fin del llamado socialismo del siglo XXI, el cual pasaría a mejor vida, al igual que su mentor que hoy descansa en su nicho perpetuo del Cuartel de la Montaña, lejos del nido de ambiciones de semidioses humanos, de héroes y villanos que poco o nada parece importarles el destino de la Patria, a la  que la mantienen ajena al verdadero desarrollo humano, navegando en  turbulentas aguas en una de las peores crisis que haya confrontado la nación, en su vida republicana.

Quienes detentan el poder, otrora militantes de partidos de izquierda que se alzaron en armas contra la democracia y marcharon a la guerrilla, lejos están de comulgar y compartir con el Presidente uruguayo José Mujica – verdadero guerrillero agnóstico, pero creyente en la fe del ser humano –  quien sentencia que “el hombre no gobierna a las fuerzas que ha desatado, y que el primer elemento del medioambiente se llama la felicidad humana y que para vivir hay que tener libertad”. Mujica recoge valores cristianos, que hoy como ayer son irrenunciables.

Pero, por qué afirmamos que “algo huele mal… y no en Dinamarca”. Bueno, como afirmamos al comienzo de este artículo, los recientes hechos ponen en evidencia de que algo está pasando detrás de bastidores, como la ausencia de Nicolás Maduro en la ONU, bajo el pretexto de haberse enterado de dos atentados contra su integridad física; la suspensión de su anunciado viaje a Bolivia, por un supuesto malestar gripal; la expulsión de los tres diplomáticos estadounidenses; la solicitud para el próximo martes – cuando sea publicada esta columna – de la medida de excepción para combatir la corrupción; el malestar creado en las FF.AA por la duda de su verdadera nacionalidad y  por último, la permanente amenaza de combatir a la oposición, a la que acusa de todos los males que afectan la salud de la república, son apenas algunos de los elementos que incitan a todo tipo de especulaciones, no precisamente mal intencionadas, sino en rigor de lo que pudiese estar ocurriendo verdaderamente.

¿De cual socialismo del siglo XXI estamos hablando y encarando, cuando bajo la máscara de la mentira, el engaño, la trapisonda, burla y atropello, quienes se encuentran al frente de los destinos de la patria, pretenden eternizarse en el poder?

Estudiosos de la historia en sus reflexiones acerca de los eventos que han definido el devenir de las sociedades, refieren por ejemplo que cuando a Chou en Lai, primer ministro de China durante el régimen de Mao, le preguntaron cuál era su opinión acerca de la Revolución Francesa, su lacónica respuesta fue "no ha pasado el tiempo suficiente para evaluar el resultado". Marx, en su rol de defensor auténtico de los trabajadores, antimonárquico y enemigo acérrimo de los comunistas, escribió en el XVIII de Brumario,  que la historia se repite dos veces: "la primera como tragedia y la segunda como farsa". Finalmente, Jorge Santayana, filósofo español, sentenció que "quienes se olvidan del pasado están condenados a repetirlo".

Son tres apreciaciones diferentes, a las que habría que agregar los argumentos de Garet Garrett, periodista norteamericano nacido en 1878, opositor declarado de Franklin Delano Roosevelt, quien en los años 30 y 40 impuso su doctrina de intervencionismo económico en el denominado New Deal (o Nuevo Acuerdo) para sacar a Estados Unidos de la gran depresión. En épocas en las que el mundo parece haber perdido el compás respecto de los alcances y límites de la acción del Estado dentro de la sociedad, vale la pena rescatar la visión de Garrett quien argumentara que la época de Roosevelt marcó "una revolución dentro de la forma, nada violenta, sin destruir el pasado, y sin un golpe de Estado".

Fue una revolución que reclamaba la preservación de los valores y querencias que conforman una cultura, con la cual se logró al mismo tiempo,  cortar de raíz la partitura de aquellos que pretendían capturar y acumular el poder para una facción específica, así como la toma por asalto del poder económico; la agitación de las masas y la instigación al odio de clases, cortejando a los grupos marginados; la subyugación de los sectores productivos; el dominio absoluto sobre todas las funciones del Estado; el gasto público como motor económico y el Gobierno como el gran empresario y capitalista.

Nuestros seudos revolucionarios marxistas, socialistas y bolivarianos, desconocen que la verdadera Revolución Americana (la original) tumbó a la monarquía y al imperio, y dio paso a la democracia representativa, separación de poderes y la libertad individual. La liberación sudamericana por el contrario, salvo contadas y efímeras excepciones, produjo el cambio de unos actores por otros, generalmente poseídos de las mismas taras de los que dejaron de ostentar el poder.

Hay episodios revolucionarios fallidos como la Revolución Cultural con la que Mao intentó borrar la desigualdad, y luego de su fracaso desembocó en la China actual, que de comunista conserva la nostalgia y el monopolio de poder del partido gobernante, y ahora se encuentra inmersa de lleno en un capitalismo salvaje.

Miembro del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
careduagui@yahoo.com // @_toquedediana

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