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lunes, 7 de enero de 2013

ELÍAS PINO ITURRIETA CHAVISMO SIN CHÁVEZ, AHORA SI ES VERDAD QUE "INVENTAMOS O ERRAMOS" EN LAS FILAS DE LA OPOSICIÓN

No hay duda de que existirá el chavismo sin Chávez. Dejará de ser lo que es ahora, desde luego, debido a que la ausencia de una figura tan presente e influyente en los últimos años, en caso de que desaparezca físicamente como anuncian las noticias y los rumores sobre su enfermedad, obligará a una transformación del juego político, a un cambio que no se limitará a los maquillajes, pero se ha edificado una estructura de poder y se han fomentado unos intereses cuyo desmantelamiento solo puede ser esperado por la ingenuidad. Pero ingenuidad es lo que sobra, razón por la cual tal vez convenga, sin la esperanza de lograr demasiados entusiasmos, escribir lo que viene de seguidas.

Solamente la miopía más pronunciada puede negarse a observar la trascendencia de hombre cuya muerte o cuya incapacidad para el ejercicio de un nuevo mandato parecen inminentes. Su tránsito de catorce años no puede pasar en vano. Su vínculo con capas amplias de la población es un hecho indiscutible. Los afectos y los rencores que ha concitado mueven a la sociedad, sin que exista la posibilidad de ignorarlos. Su discurso, pese a lo que ha tenido de superficial y de previsible, forma parte de un entendimiento del país que ni siquiera pueden borrar las escandalosas limitaciones intelectuales de quien lo pronunció, los estereotipos y las simplezas que lo han caracterizado. El eco de sus sonidos ha llegado a todos los rincones de la sociedad, pese a que muchos no quieren escucharlo. No toda su retórica fue un galimatías, debido a que no dejó de sazonarla con verdades innegables, con acusaciones irrebatibles y con la denuncia de injusticias que claman al cielo. Si se considera la insistencia de esas palabras, nadie puede esperar que el viento se las lleve mañana.

En especial porque, partiendo de tal discurso y de poses orientadas a sembrar sensaciones de innovación, se ha establecido una cúpula cuya vocación es la permanencia por sobre todas las cosas. No se trata de un par de periodos constitucionales como los de antes. No es asunto de cambiar un partido por otro en el ejercicio del gobierno. No se trata de vivir tranquilos porque el que viene se parece al anterior, o no es en realidad amenazante. No es el juego viejo, ni nada por el estilo. El líder no pensó su proyecto como una situación pasajera, como un capítulo al que seguirían otros con republicana naturalidad, sino como la fundación de una era dorada que se debe prolongar a través del tiempo sin el incordio de la alternabilidad a la que nos habíamos acostumbrado desde la segunda mitad del siglo XX. Reino de largo plazo, utopía que no quiere ver el fin sino cuando haya cumplido una tarea histórica, mandato sin alternativa de variación, imperio indefinido sin que nadie lo deba interrumpir, dispone el testamento que deja el comandante a sus albaceas.

Los últimos procesos electorales dan cuenta de cómo se ha empeñado el régimen en garantizar su continuismo. Hechos con una misma estrategia "corazonada" para convertir en un solo episodio la elección presidencial y la elección de los gobernadores, prevista la segunda como corolario de la primera después de ocultar la gravedad de las dolencias del candidato principal, corazón que desfallece sin anuncio público, pero que será reemplazado por los ventrílocuos de sus procónsules, indica la desfachatada puesta en escena de un plan concebido tras el objeto de permanecer en las alturas a toda costa. Si se agregan el uso irrefrenable del erario, el ventajismo ejercido sin recato, la complicidad de las autoridades electorales y de las fuerzas armadas, es evidente que los recientes meses exhiben en todo su esplendor una voluntad de permanencia cuyos testimonios parecían perdidos en la calculada frialdad del gomecismo, que no congeniaba con las elecciones pero que manejaba a su antojo la vida de los venezolanos como solo ahora se siente y se padece. No parece accesible la lucha victoriosa contra un designio de tal magnitud, tan apoyado por la plata y tan distanciado de los escrúpulos, en especial si comenzamos a imaginar los ritos de canonización, las vestiduras rasgadas a juro, las analogías con el Libertador, las letanías lloronas, los sollozos en diversas latitudes de América y Europa, los ditirambos de cualquier especie que se fomentarán cuando el Presidente repose en su última morada dentro de poco, como parece probable.

Pero conviene detenerse en otro factor, debido a cuya inconsistencia se puede apostar por el chavismo sin Chávez: la debilidad de una oposición que no ha encontrado la fórmula capaz de ofrecer a la sociedad una referencia digna de confianza, o una propuesta capaz de entusiasmar de veras. Ha hecho lo que ha podido, pero con más pena que gloria. Se ha fajado como los buenos gladiadores, pero sin aproximarse siquiera a una medalla de plata, esperando una nueva olimpiada a ver si, por lo menos, puede desfilar en la ceremonia de inauguración. Ha asomado caras nuevas y ha repetido caras viejas que llaman la atención y merecen respeto, pero sin acercarse a la popularidad y a la pasión del hombre que, según parece, está a punto de despedirse. Las armas afiladas y certeras que se requieren para lidiar con un antagonista formidable todavía no se advierten en las trincheras de la otra orilla. Ahora si es verdad que "inventamos o erramos" en las filas de la oposición, como sugiere el maestro Simón Rodríguez, uno de los abonadores del frondoso árbol de las tres raíces, mientras las señales de un movimiento sin cabeza, pero con agallas y con ganas de seguir en el candelero, nos ayudan a ensayar un camino.

eliaspinoitu@hotmail.com

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lunes, 30 de abril de 2012

NICOLÁS MÁRQUEZ, LA CRISTINA PERPETUA Y EL ROL DE LA “OPOSICIÓN”, DESDE ARGENTINA

Fue en la contienda electoral de 1998 cuando en Venezuela la oposición no tomó muy en serio la candidatura presidencial de Hugo Chávez y la posterior reforma constitucional que este luego impulsó. Hoy, promediando el 2012, Chávez sigue en el poder y esa misma oposición depende del avance de una enfermedad y no tanto de sí misma para librarse de ese personaje y de ese oprobioso sistema estatista y expropiador al cual oportunamente se le restó importancia.

A diferencias del  déspota de Caracas (quien no tuvo la cautela de tener una consorte para delegarle el gobierno), en la Argentina Néstor Kirchner puso a su mujer, Cristina, como heredera dinástica del poder conyugal. Con esta argucia familiar, un mismo proyecto político “gambeteó” los límites impuestos por la Constitución Nacional (práxis habitual en el peronismo) y la familia Kirchner pudo conseguir así tres períodos consecutivos al mando del PEN.

Pero la trampa del nepotismo gubernamental mostró algunos límites. Al morir Néstor Kirchner técnicamente el matrimonio quedó sin chances de continuar alternando el poder más allá del 2015. ¿Cómo sigue la parentela real para proseguir con la trampa reeleccionista? El matrimonio de marras tuvo dos hijos, Máximo y Florencia. Descartando a esta última por su edad y porque al parecer nunca le interesó la militancia, todo indica que “el mudo” Máximo tampoco está en condiciones objetivas de “bancarse” una candidatura, una campaña y mucho menos una gestión. El glamoroso ucedeísta Amado Boudoú habría sido un atajo al efecto, un testaferro ideal del poder de su jefa, pero los escándalos de corrupción que pesan sobre su persona lo liquidaron políticamente (aunque las maniobras oficiales contra el Juez Rafecas hayan logrado hacerlo zafar judicialmente). ¿Qué hacer entonces?

La ex guerrillera devenida en millonaria Diana Conti, en consonancia con los propagandistas del régimen volvió a agitar con fuerza la “necesidad” de reformar “el sentido” de la Constitución Nacional, en inequívoca argucia para habilitar a la viuda a ejercer su despotismo sine die.[1] En verdad, este tipo de  “necesidades institucionales” no son otra cosa más que un verdadero recurso discursivo, para que una determinada banda de inescrupulosos aprovechadores pueda reformarla CN y perpetuar su poder y su negocio a expensas del botín estatal.

Salvaguardando la contra-reforma constitucional de 1957 (que devolvió la letra de 1853-60 aunque agregándole el desatinado y demagógico 14 Bis), en puridad fue el peronismo el único partido político que con propósitos releccionistas modificó la Constitución Nacional en el Siglo XX. En efecto, tanto el dictador Juan Perón en 1949 como Carlos Menem en 1994 (con la complicidad del inflacionista Raúl Alfonsín) hicieron lo propio a los efectos de prolongar sus respectivos intereses personales y partidarios. Ahora nuevamente el peronismo alegando “razones de actualización” vuelve a la carga con sus manoseos a la misma.

Pero más allá del verso “reformista” y de “necesidades” institucionales inexistentes, hay un dato que no es menor: las reformas constitucionales suelen ser avaladas con el sufragio de las muchedumbres. Ocurre que es propio de las aldeas tercermundistas (en la que la Argentina se ha ido convirtiendo desde los años 40`) apelar al auxilio de caudillos paternalistas y providenciales que vienen a defender “los intereses” del pueblo y por ende resulta “imprescindible” prorrogarles el poder.

Pero el peligro de una reforma constitucional no se limita a la mera habilitación de una nueva reelección indefinida para que los demagogos estiren su negocio y su renta. Este tipo de artimañas siempre vienen acompañadas de un bagaje de reformas complementarias dirigistas y estatistas que progresivamente van aniquilando el derecho de propiedad y las libertades individuales. ¿Acaso una eventual convención constituyente no estaría abarrotada de legisladores zurdos y peronistas ávidos de reglamentar desde la ley de gravedad hasta la presión atmosférica?

Pareciera que el gobierno técnicamente no tiene el quórum suficiente como para imponer por sí tamaña investida, entonces tendrían que recurrir a la obediente y solícita colaboración de los “bloques opositores”: ¿apoyarían éstos el requerimiento oficial?

Por lo pronto, apenas un puñado menor de legisladores se negaron a convalidar el robo y la cooptación estatal de YPF (aunque con argumentos tibios y confusos, hay que destacar que fue el PRO quien no se sumó a esta felonía). Si el grueso de los parlanchines “opositores” han votado y apoyado tamaña inmoralidad institucional e ideológica para con el petróleo: ¿por qué no habrían de hacer lo mismo ante una reforma constitucional que en sí misma no acarrea ilegalidades visibles?

Podría pensar el amigo lector que estas reflexiones o prevenciones aquí expuestas pecan de alarmistas o exageradas. Pues eso mismo le dijeron al venezolano Alejandro Peña Esclusa cuando este advertía sobre los riesgos graves que implicaba ser un opositor blando y dialoguista para con Hugo Chávez y sus adláteres.

A riesgo de pecar de redundantes o reiterativos, terminaremos la presente epístola citando exactamente el mismo párrafo con el que la empezamos:

“Fue en la contienda electoral de 1998 cuando en Venezuela la oposición no tomó muy en serio la candidatura presidencial de Hugo Chávez y la posterior reforma constitucional que este luego impulsó. Hoy, promediando el 2012, Chávez sigue en el poder y esa misma oposición depende del avance de una enfermedad y no tanto de sí misma para librarse de ese personaje y de ese oprobioso sistema estatista y expropiador el cual oportunamente se le restó importancia”.

Es sabido que hay dos formas de aprender: o con la experiencia propia o con la ajena. Ya que la oposición no aprende con la primera, ¿que tal si prueba con mirar las ajenas?

La Prensa Popular | Edición 102 | Lunes 30 de Abril de 2012
Nicolás Márquez
nickmarquez2001@yahoo.com

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