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miércoles, 30 de septiembre de 2015

SIXTO MEDINA, USO Y ABUSO DE LA HISTORIA

En los últimos dieciséis años es fácil advertir el esfuerzo de algunos por reescribir, a su gusto y paladar, algunas páginas de nuestra historia. El esfuerzo constante por catalogar al gobierno de Chávez como democrático, participativo y progresista; pero sobre todo que le otorgo voz y voto al pueblo venezolano. La parcialidad en la descripción de lo efectivamente sucedido el 4 de febrero con su fallido golpe de Estado, otro. No sin razón ha dicho Jaime Delgado Martin, con la clarísima visión de su filosofía de la historia, que “el comprender histórico apunta, pues, a un objetivo más alto que la exacta reconstrucción de los hechos, y requiere un especial entendimiento de ello y su dinamismo; en definitiva, una peculiar sensibilidad intelectual, o sensibilidad histórica, que haga devenir la historia una verdadera y autentica explicación comprensiva del objeto que se le asigna”.

Ocurre, como también, sostiene la historiadora canadiense Margaret MacMillan, “la historia puede ser útil, pero también peligrosa. Por ello es sabio mirarla no como pila de hojas muertas o como una colección de cosas polvorientas, sino como una pileta, a veces benigna y otras veces sulfurosa, que yace bajo el presente estructurando silenciosamente nuestras instituciones, nuestras formas de pensar y nuestros gustos y disgustos”.

Pese a que normalmente tendemos a mirar más hacia el futuro que hacia el pasado, la historia puede ser usada de muchas maneras. Incluso para justificar el presente. Algunos hombres y líderes políticos suelen recurrir a la historia para definir y fortalecer sus propias visiones y personalidades. Así, Stalin, en su ansia para fortalecer su propia dimensión, solía compararse  con Iván el Terrible y con Pedro el Grande. Saddam Hussein se veía -a la vez- parecido a Stalin y Saladino. El último sha de Irán creía tener alguna identidad con Ciro y Dario. Y hasta Mao llegó a establecer sus propios paralelos con el emperador Qin, aquel que unificara a China doscientos años antes de Cristo. Entre nosotros, el esfuerzo constante del fallecido, autoritario y contradictorio, Hugo Chávez por tratar de conseguir un alto grado de identidad con el dictador cubano Fidel Castro, y mantener a Cuba como objetivo en su mira ideológica.

Los políticos autoritarios, que no obstante saben bien cuál es la verdad, suelen recurrir a la deformación tendenciosa de la historia para tratar de justificar su conducta. Lo hizo Robespierre en tiempos de la Revolución Francesa. También Pol Pot, en la martirizada Camboya, en los años 70. Y el mencionado emperador Qin, de China que llegó a ordenar la destrucción de todos los documentos históricos y decidió enterrar a los historiadores que pudieran recordarlo, antes de escribir su propia “historia oficial”. Luego, ya en tiempos del colectivismo, vendría la tremenda Revolución Cultural de los Guardias Rojos, que emitió ese duro proceder. La mágica Ciudad Prohibida, en Pekín (Beijing), se salvó de la destrucción por que Chou En Lai, a último momento, decidió protegerla. Hoy las más altas autoridades chinas reciben allí-entre muros milenarios-a sus visitantes más importantes con un protocolo que, adquiere perfiles cuasi imperiales. Las deformaciones caprichosas de la historia son condenables, porque nadie es dueño de la historia, que a todos nos pertenece. 

Sixto Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto

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sábado, 9 de marzo de 2013

ALBERTO JIMÉNEZ URE, EL DRAMA DE LA HISTORIA Y LOS «HISTORIADORES»

«La Historia sería un individual registro de hipotéticos hechos. Pero, las definiciones deben fundamentarse. No podemos presumir para luego definir. Investigamos, procesamos datos, los sometemos a pruebas de autenticidad y, más tarde, fijamos un concepto. Honro a la verdad cuando afirmo que la Historia es, también, una arbitraria acumulación de acaecimientos improbables y prolija en maquillajes»


Siempre he pensado que jamás la historia podría asumirse cual «disciplina científica». Sencillamente, porque es –a mi juicio– un «caprichoso» e «individual» registro de acaecimientos. Los historiadores, por tanto, se aproximan más a los hacedores de literatura que a los hombres de ciencia.
HECHOS, INTERPRETACIONES
Quien se dedica a escribir sobre los sucesos que juzga trascendentales sabe, perfectamente, hasta qué punto es subjetiva su exposición: “fidedigna” transcripción de lo «incidental».
Pero, ¿cómo debe el humanista codificar los sucesos importantes y dignos de ser conocidos –en el futuro– mediante sus crónicas o ensayos? ¿Acaso censurándolos? ¿Es «válido» y «científico» anteponer principios morales a su redacción?
Por muy buenas que parezcan sus intenciones, los historiadores suelen ser frágiles exponentes de hechos que les impactan o que conmueven a un gran número de habitantes del mundo. Más serios lucen quienes desestiman elementos que solo a ellos impresionan, por supuesto. Pero, igual parecen poco severos los que sopesan los acaecimientos de acuerdo a sus adhesiones doctrinarias.
Lo cierto es que alrededor de esa disciplina se teje toda clase de marañas. En el mundo Moderno y Post-Moderno, prosperan los historiadores de mercenariado o palangres: oficializados, mediatizados (frente a los cuales sobreviven los auténticos profesionales de la Historia, que sirven a universidades o empresas privadas).
Aunque hoy muchos promueven la idea que la Historia sea reconocida como una «ciencia», nunca podría –de facto– decretarse. Inclusive, los sucesos que se hacen públicos y que alcanzan periodística difusión no siempre reflejan la realidad «aparencial». Cuando no los vuelven imperceptibles y expertas en camuflajes personas, son maquillados por los gobernantes de acuerdo con sus necesidades políticas.
Algunos eminentes han pretendido establecer que la Historia consiste «en la compilación de la mayor cantidad posible de datos irrefutables y objetivos» (Edward Hallett CARR en: ¿Qué es la Historia? Seix Barral, S. A., Barcelona, España, p. 20).
Entre los científicos, nada puede ser tenido por irrefutable. Si ellos –que tiempo atrás desecharon a los empiristas– sostienen la falibilidad de ciertas teorías, ¿qué argumentos blandiríamos los humanistas para infundir aires de irrefutabilidad a cualquier dato histórico?
LA HISTORIA Y LOS AVANCES EN MATERIA DE COMUNICACIÓN
Pululan quienes, ingenuamente, aseguran que las filmaciones representan pruebas irrefutables de la veracidad de unos hechos. Aparte que existe la simulación –que puede igualmente filmarse– abundan técnicas para elaborar montajes fílmicos. Ningún historiador auténtico documentaría sus afirmaciones con películas.
Los avances en materia comunicacional no dotan al historiador de mejores instrumentos de trabajo; por lo contrario, lo vuelven más débil e inseguro. Filmaciones «en vivo» y «vía satélite», textos transmitidos por «fax», «tabletas», «celulares» o «equipos digitalizados de fotografía»; todos, digo, son elementos que no deberían tomarse cual incuestionable documentación para una persona severamente dedicada a la Historia.
ENTONCES, ¿QUÉ ES LA HISTORIA?
Si presumimos que ningún hombre está exento de caer en la tentación de redactar –acomodaticiamente– cualquier suceso juzgable trascendental, la Historia sería un individual registro de hipotéticos hechos. Pero, las definiciones deben fundamentarse. No podemos «presumir» para luego «definir». Investigamos, procesamos datos, los sometemos a pruebas de autenticidad y más tarde fijamos un concepto. Honro a la verdad cuando afirmo que la Historia es, también, una arbitraria acumulación de acaecimientos improbables y prolija en maquillajes.
¿PARA QUÉ SIRVE LA HISTORIA?
La interrogante por mí empleada como inter-título es, sin dudas, baladí. Previo y profesoral ritual, suele formularse a los que se inician en el estudio de la Historia.
Pese a que no es «científica», pienso que la mencionada disciplina si orienta un poco a los seres humanos. Al centro de profusas informaciones, algo sería rigurosamente cierto. Por ejemplo: lo que se ha escrito sobre BOLÍVAR, aun pareciendo fantástico, ilumina lo que fueron aquellos tiempos de combates contra el Imperio Español.
La admiración y el odio que inspiraba Simón BOLÍVAR precipitaron múltiples e históricas versiones respecto a lo que fue su existencia, pensamiento y acción. Pero, fue (mortal) hombre y dirigió regimientos.
Simultáneamente, es indiscutible y no «probable». Los testigos presenciales ya entraron a la muerte. Las cartas y legados escriturales del «Libertador» nos hacen presumir, una vez más, que vivió.
La Historia, aun la fabulada, sirve. Nos entretiene o advierte. Nos pone atentos. Nos invita a imaginar un inatrapable y desconocido mundo. También sirven la Literatura, el Cine, la Política. Todas, disciplinan que satisfacen apetencias intelectuales.
@JUREscritor

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