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miércoles, 29 de abril de 2015

VICTOR RODRIGUEZ CEDEÑO, EL LEGÍTIMO DERECHO A LA AUTODETERMINACIÓN

En las últimas décadas se han producido cambios importantes en la sociedad internacional. Los Estados ya no son los únicos sujetos jurídicos, ahora hablamos de organizaciones internacionales, del individuo, de la comunidad internacional, entidades que tienen hoy incuestionable subjetividad jurídica, es decir, capacidad de actuar con sujeción al Derecho Internacional en las relaciones internacionales, un sistema también en constante evolución, basado hoy más en la solidaridad para enfrentar los retos comunes que en la cooperación.

También el Derecho Internacional, que se adapta a esas nuevas realidades, se transforma con el surgimiento de nuevas normas jurídicas de rango superior, las imperativas o del jus cogens,  inderogables, entre ellas, las relativas a los derechos humanos; y la evolución de ciertos principios fundamentales, entre los cuales, el de la soberanía que deja de ser absoluta, lo que permite que ciertas materias, antes exclusivas de los Estados, pasen a ser del interés de la comunidad internacional que ahora puede, en el ejercicio de una suerte de actio popularis, velar legítimamente por su respeto.

Uno de esos  principios básicos del Derecho Internacional, reconocido en la Carta de las Naciones Unidas, en el pacto de Derechos Civiles y Políticos de 1966 y numerosas Declaraciones y resoluciones de la Asamblea General de la ONU, es el relativo a la autodeterminación de los pueblos que abarca no sólo lo relativo a su independencia como Estado, en sus relaciones externas; sino, la autodeterminación interna en cuanto a la forma de gobierno y el sistema económico y social que los pueblos decidan.
El principio, de origen remoto, ya esbozados en los proceso de creación de la Confederación Helvética (Suiza) y de los Estados Unidos, se consolidó en la década de los sesenta cuando se aprobó la Declaración sobre la independencia  de los países y pueblos coloniales que abrió el camino a una reestructuración cuantitativa importante de la sociedad internacional.  Hoy constituye además el pilar en el cual se basan las sociedades nacionales para decidir libremente su futuro como nación.
Algunos regímenes como el venezolano recurren a su aplicación para justificar la rigidez del principio de la soberanía y de esa manera impedir escrutinios externos en materias que relevan de la competencia de la comunidad internacional, como la relativa a los derechos humanos, violados sistemáticamente por ellos, con el fin exclusivo de imponer un sistema que no es precisamente el reflejo de una decisión nacional de la mayoría.
Los pueblos deben decidir su destino. Las mayorías tienen el derecho de escoger su modelo político y el sistema económico y social que más les convenga, siempre, desde luego, en respeto pleno de las normas internacionales, siempre preeminentes.
Los seudo revolucionarios del siglo XXI exigen con afán el respeto del principio de la “autodeterminación de los pueblos” en sus relaciones externas para confrontar al “imperio” y las voces democráticas del mundo. Pero lo ignoran groseramente en su vertiente interna cuando desconocen la voluntad de las mayorías.
En Venezuela la inmensa mayoría -y en ello las encuestas son muy claras- exige respeto de las reglas democráticas y la posibilidad de manifestarse libremente en elecciones transparentes, necesariamente en manos de árbitros internos confiables y debidamente observadas por la comunidad internacional; la instauración de un modelo no excluyente,  no discriminatorio, basado en las libertades y en los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales aceptados por todos como normas fundamentales para la convivencia y la existencia misma de la humanidad.
Estamos paradójicamente ante una “minoría aplastante” que trata de imponerse por la fuerza, una minoría a la que por su evidente debilidad electoral le aterra medirse de manera transparente, en comicios libres y honestos, para lo que manipula con descaro los procedimientos, las técnicas y las reglas electorales, muestra de ello la alteración de los circuitos electorales, el amedrentamiento y la coacción sobre el electorado, todo lo que representa un ventajismo puro y simple, y otras triquiñuelas que le permitan lograr una especie de “mayoría minoritaria” en las próximas elecciones parlamentarias, si llegaran a celebrarse, despreciando con la desfachatez propia el deseo de la mayoría de  los venezolanos que exigen un cambio de rumbo en todos los sentidos.
Las autoridades coloniales fueron combatidas por los movimientos de liberación nacional a los que incluso se les reconoció un estatuto jurídico internacional, muestra de su legitimidad. A los gobiernos despóticos, equivalentes a esas odiosas autoridades coloniales que oprimieron por años en nombre de valores personales, no se les combate con esos movimientos revolucionarios armados, sino con las normas y los principios en la mano, con la protesta siempre legitima de los ciudadanos, aunque algunos encuestadores más bien lobistas de unos y otros en el exterior c “venden” un país que no es precisamente el de todos, afirmen que la protesta es expresión pura de violencia.
Estos movimientos civiles y pacíficos, no armados, como los que enfrentaron el reto de la colonización y los abusos requieren hoy como entonces, del apoyo de la comunidad internacional representada no sólo por los gobiernos, los Parlamentos y las instituciones nacionales, sino por órganos internacionales, por los políticos y autoridades del mundo que definen la democracia y la libertad como la única forma de vida en sociedad en la que el individuo puede disfrutar de todos sus derechos.
Los venezolanos debemos ejercer por todos los medios legales el derecho a nuestra autodeterminación como pueblo  y  a escoger el sistema de gobierno que más nos convenga: ese es el gran reto.
Victor Rodriguez Cedeño
vitoco98@hotmail.com
@vitoco98

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sábado, 1 de febrero de 2014

VÍCTOR RODRÍGUEZ CEDEÑO, AUTODETERMINACIÓN Y NO INJERENCIA

El derecho a la autodeterminación de los pueblos abrió el camino a la transformación más importante de la sociedad internacional, mas a partir de 1960, cuando se codificó en la Declaración sobre la Independencia de los países y pueblos coloniales (Res.1514 XV de la Asamblea de la ONU) que permitió el ingreso a la sociedad internacional de decenas de países  sometidos hasta entonces al poder colonial.
Los países tienen derecho a luchar por su independencia, incluso armada y, más allá, conforme a una interpretación más amplia del principio, todos los Estados tienen derecho a escoger su sistema político, económico y social y de decidir su destino como nación. La comunidad internacional, ante situaciones de colonialismo, puede actuar y en forma legítima, apoyar los movimientos para que los pueblos afectados  por el yugo colonial logren su independencia, lo que no puede traducirse como la violación de otro principio fundamental, el de no injerencia en los asuntos internos de los otros Estados que prohíbe a los Estados intervenir, de cualquier manera, en la política interna de otro.
El principio es a veces objeto de manipulación por regímenes inescrupulosos que buscan su aplicación, más que para avanzar en la construcción de una sociedad internacional más libre y justa, para imponer sus nefastos proyectos en otros países.
La comunidad internacional puede legítimamente intervenir ante las situaciones de colonización y de violación de los derechos de los pueblos, como lo hiciera a través de los órganos internacionales, en las décadas de los 60y los 70 cuando se luchaba por la independencia de los países y pueblos coloniales y contra el apartheid. No puede, sin embargo, ningún Estado u organización internacional intervenir en los asuntos internos de los Estados, salvo cuando se trate de situaciones de interés de la humanidad, es decir, ante la violación de normas superiores, en especial, las relativas a la protección los derechos humanos y del medio ambiente, materias que hoy se extraen de las jurisdicciones internas y se ubican el espacio de interés común.
El tema del derecho a la autodeterminación es tan complejo como sensible, lo que obliga en diplomacia a la mayor discreción. En días pasados Maduro retoma el tema de la “independencia” de Puerto Rico al anunciar su planteamiento en la reunión de la CELAC que se inicia hoy en La Habana, con el fin de retar al imperio y de complacer a algunos afuera, aunque más a corrientes internas radicales que se oponen en sus propias filas a su liderazgo, que por convicciones propias.
El llamado de Maduro a la “independencia de Puerto Rico” o  la “simple”  invitación a participar en la CELAC, constituye una intromisión en los asuntos internos de los Estados Unidos. No debe ignorar Maduro que  más  del 95 por ciento de los puertorriqueños rechaza la independencia, promovida todavía por un pequeño grupo de izquierdosos desubicados, sostenido por regímenes irrespetuosos de las normas internacionales, que ven en la independencia de Puerto Rico un paso más en la “cubanización” de la región. Nadie plantea hoy con seriedad la independencia de un pueblo que por voluntad propia ha preferido mantener el estatuto de Estado Libre Asociado que goza de cierta autonomía y que ofrece a los puertorriqueños el respeto de sus tradiciones culturales que hacen de la Isla una nación con una particular identidad nacional. Independientemente de las bondades o no que se derivan del estatuto de Estado Libre Asociado e incluso del estatuto de Estado de la Unión, la otra opción planteada, esa es la decisión de los puertorriqueños y todos deben respetarla.
El planteamiento de Maduro podría autorizar a otros Estados a promover la independencia de algún Estado o dependencia administrativa venezolana o de cualquier otro Estado, lo que sería gravísimo. El llamado de Maduro nos hace reflexionar además sobre el derecho que tenemos los venezolanos de escoger nuestro sistema político, económico y social y de decidir nuestro destino, sin la imposición de un modelo totalitario rechazado por la mayoría, ni el sometimiento a potencias extranjeras llamadas a regentar nuestra vida política y administrativa.
El ejercicio del derecho a la autodeterminación abre el camino al disfrute pleno de un derecho humano inalienable de origen colectivo, el derecho de los pueblos a vivir en democracia, sistema que conlleva en sí mismo el derecho a elegir libremente nuestro destino como nación.
Victor Rodriguez Cedeño
vitoco98@hotmail.com

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