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jueves, 5 de mayo de 2011

CANDIDATURAS Y PRIMARIAS. ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA

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      No es la primera ni seguramente será la última vez que me refiera a un fenómeno que me causa – y por lo visto le causa a muchísimos venezolanos – un hondo desasosiego: la insólita proliferación de precandidatos, de los que ya debemos andar por los veinte. Un fenómeno que en condiciones normales sería no sólo lógico sino altamente deseable. ¿Qué mejor signo de vitalidad y de confianza en los mecanismos democráticos que ver aumentar el número de ciudadanos que aspiran a formar parte del liderazgo nacional y dirigir los altos designios de la República? ¿Qué hecho más admirable que asistir al interés que despierta - en un país que hasta ayer repudiara a la política y sobre todo a los políticos - un proceso electoral de primera instancia que despierta tanto atractivo?
       No me causaría ninguna preocupación si el mismo interés que provoca ofrecer los servicios individuales para aspirar a la presidencia de la República, lo provocara el deseo de las mayorías conscientes del país por ingresar a las filas de cualquiera de los partidos políticos al que pertenecen todos los precandidatos anunciados hasta ahora. De los que en un futuro inmediato tendremos, sin ninguna duda, un número aún mayor. Sin contar con los independientes. Sin importar si proceden del mismo partido o de la misma corriente ideológica. Que los hay que tienen hasta cinco precandidatos. Pues lo que estamos viviendo no es un signo de unidad ni muchísimo menos de conciencia con que enfrentar el cáncer terminal que sufrimos, sino la proliferación indiscriminada de ambiciones personales. Con absoluta prescindencia del estado de excepción en que se encuentra el país. Y de las propias posibilidades.

       El divorcio entre la sociedad civil y los partidos políticos está muy lejos de haber sido subsanado. Las preferencias que dejan ver las encuestas respecto de las personalidades en liza no se compadecen en absoluto con el respaldo ciudadano con que cuentan los partidos políticos. Mientras la sumatoria de los porcentajes de todos los candidatos en la aceptación popular es altísima, la de los partidos es bajísima. Lo cual es una señal indiscutible del divorcio todavía existente entre la sociedad civil y los partidos políticos – al que por cierto contribuyen quienes se lanzan al ruedo sin consideración de las decisiones de sus respectivos partidos-, de la pervivencia en el consciente y en el inconsciente colectivo de un tenaz y porfiado rechazo a la política como se la entiende en democracia, vale decir, de aquella que se expresa a través de las ideologías y principios constitutivos de los partidos. La que se expresa en una sana relación entre los representantes y los representados. Y lo que es aún más preocupante, la sobrevivencia del personalismo, del caudillismo y del espontaneismo en las decisiones y acciones de dirigentes y electores, desesperados por encontrar un atajo a la satisfacción de sus anhelos y ambiciones.


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Ninguna de las transiciones exitosas que hemos vivido en los últimos cincuenta años en Hispanoamérica, de las que sobresalen la venezolana que dio paso a la democracia luego del 23 de enero del 58, la española del post franquismo a la que sirvió de modelo y la chilena, así como todas las del Cono Sur al salir de las dictaduras militares, fue antecedida por una voracidad candidatural de semejantes proporciones. No hubo primarias en Venezuela, no las hubo en España, no las hubo en Chile.  Tampoco en Brasil, en Argentina o en Uruguay. No fueron necesarias, pues la conciencia del grave mal que enfrentaban y la indiscutida vigencia de sus liderazgos - a pesar del quebranto sufrido durante las dictaduras precedentes - impuso la cordura y la sensatez de resolver el problema sin soliviantar el avispero de las propias ambiciones.

       En Venezuela hubo, antes que nada, un acuerdo de gobernabilidad entre las tres fuerzas políticas decisorias: AD, COPEI y URD. Fue el Pacto de Punto Fijo, tan difamado y escarnecido a pesar de haber sido la prueba de la altísima conciencia política y de la inmensa responsabilidad histórica de sus firmantes. En España, siguiendo el ejemplo venezolano, hubo el Pacto de la Moncloa. Y a las elecciones sólo se presentaron los más importantes líderes de los grandes partidos. En Chile hubo un solo candidato, escogido por la unanimidad de las fuerzas opositoras: Patricio Aylwin. Cuya elección fue decidida por el empeño que pusiera en lograr la unidad opositora. Fueron decisiones motivadas por la consideración de la inmensa gravedad del desafío que se enfrentaba y el profundo anhelo de las fuerzas opositoras por reconquistar la andadura democrática y asumir el sendero hacia la libertad, la modernidad, la prosperidad, el progreso.

 No es el caso de la Venezuela actual. Inconscientes del inmenso
riesgo que enfrentamos, de la insólita gravedad del momento que vivimos, del poderío del omnipotente y omnipresente candidato único, líder único, comandante único y de su absoluta inescrupulosidad a la hora de montar las maquinarias que le garanticen la permanencia en el cargo, proliferan las individualidades opositoras, con o sin partidos propios,  que se sienten llamadas a enfrentársele. Y capacitadas para ello. En muchos casos sin la más mínima consideración de sus fuerzas reales. Y de las del tirano que enfrentarían, sus gigantescos recursos y el servicio de todas las instituciones sometidas a sus arbitrios, de las que las Fuerzas Armadas y los órganos de justicia son escandalosos
instrumentos de su voluntad.

   Peor aún: hasta el momento no existe ningún pacto de gobernabilidad, ningún acuerdo programático único. Hasta ahora, las máximas dirigencias partidistas permiten, incluso, que de sus filas se postulen en franca competencia personalidades consumidas por el afán de ser presidentes de la república. COPEI tiene cinco precandidatos. Un Nuevo Tiempo tiene dos. Independientes hay varios. Socialdemócratas, cuatro. Si incorporamos el espectro ideológico, veremos que muchos de los precandidatos comparten una visión liberal, otros una socialcristiana, otros la socialdemocrática. ¿Por qué, si en realidad no hay más de tres grandes opciones ideológicas y programáticas, hay 20 precandidaturas?

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    En un encuentro con un líder opositor venezolano celebrada hace ya dos años, el ex presidente español Felipe González previno contra la tentación de caer en el torbellino de las primarias. “No se les vaya a ocurrir recurrir a primarias como mecanismo de escogencia de vuestros
candidatos”, expresó el líder del PSOE. “Complican inútilmente las cosas y dejan heridas que entorpecen el posterior desarrollo de los procesos electorales”.

       Un confuso democratismo, propio de países desencajados  de sus naturales liderazgos, ha terminado por imponer el recurso a las primarias. Y razones insuficientemente aclaradas han decidido la fecha de su celebración. La falta de acuerdos entre los partidos y la débil autoridad de la MUD no han podido impedir la proliferación de precandidatos. Todos ellos porfiadamente convencidos de que tienen opciones reales de llevarse el discutible trofeo: un país que deberá ingresar de inmediato a terapia intensiva y sufrir un auténtico tratamiento de shock. Asediado por la miseria, la crisis económica, la debacle institucional,  el radicalismo.

 Es perfectamente previsible que de mantenerse la lista actualmente en
curso, el ganador no obtenga el respaldo mayoritario y aplastante que convendría para que iniciara su campaña con el consentimiento real de todo el país opositor. Ante lo cual se ha llegado al absurdo de proponer una segunda vuelta. Lo que incentivaría la porfía en participar de aquellos que no tienen ninguna oportunidad real de ser elegidos y cuya participación no tendría otro sentido que el de medir sus fuerzas y acomodarse ante el reparto del Poder en un futuro y muy eventual gobierno.

       El proceso de primarias ya es un hecho. La fecha de su realización, un acuerdo nacional. Si bien se abre paso el proyecto de adelantarlas cuanto sea necesario en caso de que el presidente de la república ordene adelantar las elecciones presidenciales para su personal conveniencia. Cuestión a la que el país, la MUD y los precandidatos debieran oponerse con toda la autoridad que les corresponde. Debemos imponer el respeto a las normas constitucionales y a las tradiciones democráticas de medio siglo, que las han dispuesto para el primer domingo de diciembre del año en cuestión.


  Respecto de las precandidaturas, la sociedad civil debiera exigir de los partidos políticos proponer de entre sus filas un solo candidato. Y si fuere posible, que esos partidos, agrupados en los bloques ideológicos de su pertenencia, acuerden su elegido. Así, podríamos llegar a las primarias con no más de dos o tres candidatos: el socialdemócrata, el socialcristiano y el independiente. O, si se prefiere, aquel que represente a la Centroizquierda, el que exprese los afanes de la Centroderecha y aquel que, no perteneciendo a ninguno de ambos bloques corresponda a los intereses de quienes se declaran independientes.

       Que los partidos se excusen de tomar decisiones definitorias y dejen la vía libre para que cualquiera de sus miembros se sienta ungido por nuestros dioses tutelares, demuestra la crisis y la desorientación que los aqueja. Un grave y profundo mal que nos ha arrastrado a estos pantanales.

sanchezgarciacaracas@gmail.com
@sangarccs
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lunes, 12 de noviembre de 2007

EL GOLPE DE ESTADO CONSTITUCIONAL Y LAS FUERZAS ARMADAS ESCRIBE ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA


EL GOLPE DE ESTADO CONSTITUCIONAL Y LAS FUERZAS ARMADAS ESCRIBE ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA

El Golpe de Estado constitucional y las Fuerzas Armadas

1 Estamos sobre un volcán. Venezuela vive en estos precisos momentos la crisis más profunda de su historia republicana. No hay un solo venezolano que no esté sufriendo sus devastadores consecuencias. No importa si es civil o uniformado, pobre o rico, creyente o agnóstico. El país ha sido cruenta y dramáticamente dividido en dos parcialidades: de una parte una camarilla corrupta y dictatorial, que ha decidido imponerle a la inmensa mayoría de los venezolanos un régimen autocrático y represivo, una tiranía fascista como no hemos conocido ni siquiera en los peores momentos de nuestro pasado y convertir a nuestra patria en la plataforma de lanzamiento de una guerra continental, sometiendo y militarizando la región tras el proyecto original del castro fascismo cubano. Corrompiendo y desestabilizando, primero – mediante maletines de petrodólares y círculos conspirativos - e imponiendo luego un modelo de perversión de las instituciones para asentar finalmente despotismos nacionales al servicio de los afanes imperiales de Fidel Castro y su epígono Hugo Chávez: conquistar el poder y vaciar las instituciones de su médula democrática mediante el expediente de asambleas constituyentes. Todo ello suficientemente adobado con viejas recetas de control político y policial, fracasadas históricamente y culpables de la ruina y la desaparición de decenas y decenas de millones de seres humanos sobre media faz del planeta: el socialismo totalitario. Sumado a cualquier suerte de talibanismo. Nueve años ha tardado el proyecto castro fascista en hacerse con el Poder total del Estado venezolano – por las buenas y por las malas – para pretender el asalto final montando una dictadura totalitaria de nuevo cuño. Ese asalto final y definitivo tiene hoy nombre y apellido y está a punto de consumarse: reforma constitucional. Es el parapeto seudo legal que encubre un auténtico e indoloro golpe de Estado. Como lo acaba de señalar sin ambages el soldado más importante del proceso y a quien Hugo Chávez le debe la presidencia de la república: el general Raúl Isaías Baduel. Se trata, ha dicho Baduel, de un golpe de Estado constitucional, en el mejor estilo hitleriano. Para luego, exactamente como también lo hiciera Hitler, gobernar eternamente mediante el expediente del estado de excepción. Sin otra constitución que la cortada a la medida del autócrata y sin otro objetivo que entronizar el instrumento de manipulación, control, represión y sometimiento de las mayorías ciudadanas: el Estado unipersonal y vitalicio en manos del teniente coronel Hugo Chávez. Para llevar las cosas hasta este punto de no retorno, Chávez ha tenido que jugarse todas sus cartas y empujar a todos sus aliados y seguidores hasta el borde mismo del abismo. Obligándolo a romper con los sectores democráticos de entre todos sus aliados, particularmente el partido PODEMOS, blindarse tras los sectores más radicalizados de su proceso – siempre bajo la atenta observación, consejo y control gerencial de los aparatos de dominación cubanos que hoy gobiernan en nuestro país – y apostar al exitoso asalto final a las casamatas de la sociedad civil: universidades, medios de comunicación, iglesias, academias, medios educativos y el conjunto de las organizaciones democráticas sobre las que se sustentan las ideas y creencias que alimentan los fundamentos democráticos, republicanos y civilistas de nuestro sistema de vida. Es el crimen que el chavismo radical y castro-fascista pretende adelantar a partir del propio 3 de diciembre. Que nadie se llame a engaño.

2 Este golpe constitucional de facto, aunque maquillado por un fraude referendario, ha generado reacciones absolutamente inesperadas. Del seno de su alianza gobernante se ha desgajado un importantísimo sector político, hasta ahora visible en las figuras de Podemos y el PPT, a los que en la sombra se suman concejales, alcaldes y gobernadores a lo largo y ancho del país, todos pertenecientes al oficialismo. Han respaldado hasta hoy al proceso, en tanto mostraba aristas populares y democráticas. Y mientras las andanzas totalitarias del teniente coronel parecían simples escaramuzas de un fanfarrón impenitente. Pero ahora, cuando ven torcerse el camino del proceso hacia un objetivo autocrático, personalista, despótico y autoritario sin máscaras ni disimulos, deciden guardar silencio, dejar al caudillo entregado a sus propias fuerzas y restarle todo respaldo. Eso es lo que explica el patético fracaso de la movilización del domingo último pasado en la Avda. Bolívar. Miente Hugo Chávez cuando declara haber estado perfectamente informado con cuarenta y ocho horas de anticipación de que al mediodía del lunes 5 de noviembre de 2007 recibiría un golpe demoledor de parte del primer oficial de la república – general y soldado de verdad verdad, no decorativo y de pacotilla como el mismo teniente coronel y el trisoleado que hoy le sirve de embajador en Lisboa. De haberlo sabido hubiera movido cielo y tierra por impedirlo o hubiera preparado una contraofensiva como Dios y las leyes de la guerra ordenan: no ese sainete farsesco de dos pobre hombres que sólo una perruna lealtad y su disposición a amparar todos los crímenes del jefe pudieron encumbrar a alturas absolutamente inmerecidas. Patéticas, en efecto, las declaraciones de García Carneiro y Maniglia. Y peores las de todos los mastines que el caudillo ha echado a ladrarle los tacones a quien le vuelve sus espaldas. En un momento crucial y dramático para su sobrevivencia. El frente de combate abierto por el único soldado de su entorno y a quien le debe agradecer encontrarse en Miraflores y no en el exilio o en una cárcel de máxima seguridad, ha debido estremecer a las fuerzas armadas. El golpe recibido por el proyecto totalitario del castro fascismo el 5 de noviembre es una carga de profundidad. Muy posiblemente irreversible. Y seguramente sin retorno. Pues independientemente de lo que suceda el 2 de diciembre, lo que entonces se imponga es, por su propia naturaleza, medularmente inconstitucional: un golpe de Estado. No importan los porcentajes con los que se pretenda darle visos de legitimidad constitucional. Es la parte más importante de la oración expresada con solemnidad aquel día del juicio final por el general Baduel. La propuesta, en todos sus incisos y parágrafos, es anticonstitucional. ¿Podría llegar a serlo gracias a un juego de birlibirloque electorero? La respuesta implícita de Raúl Isaías Baduel es taxativa: de ninguna manera.

3 La segunda parte de la declaración emitida este pasado lunes 5 de noviembre por el general Baduel constituye un ultimátum salido del seno de las fuerzas armadas: se trata de un grave, un perentorio y urgente llamado de atención a Chávez, al chavismo y al país entero. Dice Baduel – y no en calidad de ciudadano cualquiera, sino como el general de mayor ascendiente en el seno de la institución que comandara hasta hace tres meses – que el último expediente legal, democrático y constitucional con que contamos para impedir la consumación del golpe de Estado es votar NO y así rechazar la propuesta. Implícitamente, expresa sin embargo que una vez consumado el golpe estamos ante un nuevo escenario político y sobre todo militar: estaremos ante un régimen inconstitucional, brotado de un golpe de Estado. POR AHORA y como forma de evitarlo, Baduel plantea el voto por el NO. Luego del 2 de diciembre, se abre no obstante un abanico de posibilidades que el régimen empuja hacia el terreno que Baduel pretende ahorrarnos con su dramático llamado. El del enfrentamiento final y definitivo. Que hoy por hoy luce absolutamente inevitable. Es la advertencia que los partidos opositores, incluidos desde luego aquellos sectores democráticos desgajados del chavismo, y el conjunto de los sectores constitucionalistas de nuestras Fuerzas Armadas están en la obligación de procesar. Más allá de votar o no votar, de participar en las elecciones o de abstenerse, está el hecho brutal de tener que enfrentar a partir del 3 de diciembre un régimen de facto, ilegítimo y usurpador de la voluntad soberana y constituyente. Un golpe de Estado que ningún resultado electoral puede legitimar. Pues se trata de un cuerpo de Ley cocinado a espaldas del pueblo, impuesto a rajatabla contrariando y violando sus principios fundamentales y legalizando la más grave amputación y cercenamiento sufrido por la república a lo largo de sus casi dos siglos de historia. Es un putch disfrazado de referendo. Un golpe de Estado travestido de voluntad popular. Imposible calibrar por ahora cuál de las dos vías es la más apropiada para debilitar, fracturar e impedir el proyecto totalitario del teniente coronel Hugo Chávez: si votar o abstenernos. El tiempo tiene la palabra. En todo caso, cualquiera de las vías que se escojan lejos de ser antinómicas constituyen formas perfectamente compatibles para expresar nuestro rechazo al golpe de Estado y unir nuestras fuerzas luego del evento electoral para rescatar nuestra democracia. Tal cual lo expresara el rector de la UCAB, Luis Ugalde. Exigir el retiro de esta reforma, como lo ha hecho la iglesia, o impedir la celebración de la farsa, como lo demandan otros sectores, sería el desideratum. De lo contrario, iniciar ya los preparativos para la lucha contra un gobierno ilegítimo. Acompañados de quienes han jurado ante Dios, la bandera y la constitución respetar y hacer respetar las leyes de la república. Lo fundamental, por ahora, es impedir la consumación de un régimen totalitario en nuestra patria. Y sacar al dictador en el menor tiempo y al menor costo posible. Para reconciliarnos luego como una sola familia y dar paso a la construcción de la Venezuela del futuro: democrática, pacífica, moderna, justa y solidaria. En la que las Fuerzas Armadas vuelvan a ocupar un papel de honor cumpliendo con su sublime obligación constitucional: defender nuestra soberanía y cautelar los derechos humanos de todos los ciudadanos. Sin importar color, religión ni posición social. Dios quiera asistirnos, para lograr esos magnos objetivos pacíficamente. En ese su afán constitucionalista y pacífico concuerdo plenamente con el General Raúl Isaías Baduel. Es la voz de la sensatez que brota de lo profundo de nuestras Fuerzas Armadas en momentos de máximos desafueros. Que el destino nos ahorre el mal que esos desafueros presagian.