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martes, 16 de octubre de 2012

MILAGROS SOCORRO, EL MEJOR MAESTRO.

Estamos, pues, ante dos tipos de liderazgo. Uno, a quien el país le cayó en las manos como un fruto maduro; y otro, cimentado en un trabajo minucioso, anclado en tal capacidad para la brega que podría calificársele de hazañoso.

Es cierto que en 1988 Chávez recorrió el país con sus promesas de redención de los pobres y sus liqui-liquis de colores. Pero ya había un nicho perfectamente discernible donde el golpista del 92 se acomodó con poco esfuerzo: al menos una década de mercadeo de la antipolítica y de la supuesta necesidad de una gorra militar para poner fin a la inseguridad ciudadana (entonces un mero anuncio de lo que ha llegado a ser) y frenar la corrupción administrativa (para el momento un pálido destello frente al actual latrocinio). Había una silueta recortada en el paisaje político venezolano y Chávez se embutió en ella adaptando, como suelen hacer los llaneros, su discurso a lo que las audiencias querían oír.

Alguien ha escrito que entre las decenas de profetas que proliferaban en Israel hace dos mil años, Cristo sumó más seguidores porque enfiló su prédica hacia los pobres, un colectivo invisible, que estaba ahí a la espera de alguien que hablara por ellos y para ellos.

Han pasado 15 años y los pobres de Venezuela siguen ahí, cada vez más dependientes de un Estado rediseñado para mantener en el poder a un caudillo y su corte de rufianes. Las becas y asignaciones monetarias llegan, -con frecuencia impredecible, pero seguras en la inminencia de los eventos electorales-, a comunidades que se han visto desmedradas en la infraestructura, los servicios públicos, la institucionalidad y, en general, su calidad de vida. Las promesas, en cambio, han conservado su vigor. 

Los venezolanos habitamos uno de los países más violentos del mundo y lidiamos con una de las economías más inflacionarias del orbe, pero contamos con una reserva probada de consignas donde se les reconoce a los pobres su existencia y de iniciativas donde se les garantiza su permanencia en tal condición.

Este es un tipo de liderazgo, que no es, por cierto, exclusivo de Venezuela. Es más bien un asunto de arqueología, de épocas que aún persisten en ciertas regiones, aún cuando las evidencias muestran de forma palmaria que toda esa demagogia e ineptitud mal disfrazada de ideología no solo no erradican la pobreza sino que, por el contrario, la atornillan.

Sin, embargo, pese a constituir un anacronismo, este tipo de liderazgo avanza por anchas avenidas en muchos lugares; Venezuela, desafortunadamente, es uno de ellos. Pero al mismo tiempo es claramente visible la insurgencia de un liderazgo de otra naturaleza, el que se cuela por las rendijas, el que se adelanta por las cunetas. Henrique Capriles es apenas una muestra de este liderazgo que palpita entre nosotros.

No está cantado por rapsodas, no lo anuncian trompetas, no arrulla con versos de condescendencia, pero viene con pie de plomo a cambiar el país. Y lo hará, a no dudarlo.

Este liderazgo al que se van sumando jóvenes de todos los sectores cuyas caras e identidades todavía no conocemos, está apuntado a las clases del mejor maestro que se pueda concebir: el país a cuyo paisaje tienen la oreja pegada.

Yo lo vi en la gira de Capriles, que cubrí como periodista. En apenas dos días de campaña del abanderado de la Unidad Democrática, este asistió a cuatro asambleas que consistían en escuchar a la gente. No en discursear él. Sino en atender a los planteamientos muy concretos de los voceros de las distintas localidades. Esta es una experiencia invalorable para el político moderno cuya paradoja estriba en la perentoriedad de establecer un contacto personal con la ciudadanía, precisamente en la era de los medios de comunicación y otras mediaciones.

Muchos han observado el cambio de Capriles desde el día de las primarias, por marcar un hito, hasta el domingo 7. Es una transformación completa, pero no sorprendente. Ha tenido al país de maestro. Y concurrió a la hermosa y compleja aula con la actitud del buen alumno: oídos aguzados y tomando notas (esto es literal).

El ex gobernador de Miranda y los jóvenes que como él andan a pie por los desastrados caminos de la patria, la conocen como nadie. Saben de sus dolores y asuntos pendientes. Este conocimiento, esa familiaridad con todos los acentos y todos los paisajes, coagulará en un liderazgo formidable, el necesario para no prolongar las miserias de Venezuela sino para solventarlas con el concurso de todos sus hijos.

socorromilagros@gmail.com

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viernes, 4 de mayo de 2012

DIEGO BAUTISTA URBANEJA, EL CINISMO ETAPA SUPERIOR DE “LA REVOLUCIÓN”

El caso Aponte Aponte pone de relieve una dimensión del período que hemos estado viviendo estos últimos años, que quisiera explorar en las líneas que siguen.

La faceta más visible del fenómeno ha sido denunciada mil veces por las fuerzas democráticas del país. Nos referimos a las insondables profundidades que ha adquirido en estos años la corrupción y la perversión del ejercicio del poder. No más uno se asoma a los abismos en los que en eso se ha caído, hay que retirarse rápidamente de la escena, así de nauseabundo es el espectáculo que se ofrece a la vista y al olfato. 

Nunca en todo el siglo XX se llegó a niveles siquiera cercanos a lo que revela una exploración somera de los negociados que se han venido practicando en estos años: sus montos, el daño que se le ha hecho al país, la forma en que por allí se han ido decenas de miles de dólares que hoy reposan en cuentas rebosantes de personeros del régimen y de sus allegados.

Aponte Aponte lo que hace es revelar datos, detalles, episodios que ponen sustancia a la verdad general antes enunciada. No es el primero que lo hace, ni será el último. Lo importante sería que sus revelaciones disminuyeran el efecto de la anestesia en que parece sumida una parte importante del país, que aún dice estar respaldando a Chávez.

Pero no era a eso a lo que principalmente quiero referirme en este escrito. El caso es que esta experiencia que sus actores llaman “el proceso”, “la revolución”, pudo aspirar a la respetabilidad ética y política. 

A pesar de las grandes diferencias que lo separarían a uno de ella desde su inicio, tenía planteamientos que significaban una perspectiva política sustancial. Se trataba - se hubiera podido tratar - de algo frontalmente opuesto a la perspectiva demoliberal que predomina en las democracias que conocemos. Una concepción diferente del pueblo, de la relación del individuo con la sociedad, de la relación del pueblo con su líder, etc. Una concepción anacrónica, fracasada, ruinosa: seguramente y yo así lo creo. Pero, vaya, algo que en medio de su fracaso podía ser respetado como una opción por la que la mayoría del país optó, a la espera de que la dura experiencia hiciera ver a la mayoría el gran error que estaba cometiendo y que no pocos veníamos advirtiendo desde el comienzo de esto. (Algunos estudiosos le han puesto a esa perspectiva el nombre de populista, dándole a esa palabra un sentido que va más allá del significado que habitualmente le damos en nuestras conversaciones. Pero no entremos en precisiones académicas).

Pero no. Ese proyecto se ha hundido en el fango. No sólo es que carece de épica. Se le ha querido construir una en torno a las fechas de febrero del 92 y de abril del 2002 que el tiempo se encargará de desmontar en toda su falsedad. Pero no es eso lo más importante. Al fin y al cabo, a no todo el mundo le es dado practicar el heroísmo y tampoco las formas más ostensibles de la valentía. Lo más decepcionante es el lodo moral. Personas que usted ve y oye cortándose las venas por “la revolución”, tienen tras de sí tinglados tras los cuales amasan fortunas. No es posible creer en la autenticidad de algo así. Otros procesos radicales que también fracasaron en países no muy lejanos, pueden sin embargo mostrar que en verdad soñaron con lo que intentaron construir. Pero no esta trapisonda.

Esto no tiene nada que ver con el grueso de lo que es habitual llamar “el pueblo chavista”. Las razones del respaldo que ha dado a Chávez buena parte de los sectores populares se nutre de variadas vertientes de diversa calidad, pero en ningún caso puede ser él responsabilizado de lo que los personeros de “la revolución” han hecho con la ética del “proceso”: volverla trizas. Si algo hay que censurar allí, es la tardanza, la resistencia, a ver, a admitir, la trama de corrupción en que ha parado lo que tantas esperanzas sembró, hace ya años.

Podemos verlo todo en la imagen que nos ofrece el ex magistrado que es hoy un testigo protegido de organismos norteamericanos. Un hombre destruido, derruido. Obligado a confesar cosas que exponen de forma traslúcida todo el entramado del degrado, del cual él mismo fue protagonista de primer orden hasta hace nada. La vida dirá si le da una segunda oportunidad. Para nuestros efectos, lo fundamental es que sus declaraciones nos ofrecen la imagen moral íntima de este “proceso”, roído en las entrañas por la carcoma de la corrupción y del cinismo: del cinismo, la etapa superior de “la revolución”.

dburbaneja@gmail.com

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