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sábado, 25 de febrero de 2012

HÉCTOR JOSÉ SÁNCHEZ J: VARGAS, ALBACEA DE LA ANGUSTIA (3) TRANSCRIPCIÓN Y COMENTARIOS)

 “No era la hora de pensamiento. Era la hora de pasión. Tampoco fue la hora de acción. No es acción el simple braceo convulsivo. Un potro encabritado no realiza marcha alguna. Acción entraña ritmos complementarios, hacia un orden final. No era un fenómeno vital; era un fenómeno patológico de regresión y no un signo de aptitud para vivir. El compromiso de 1830 es un estatuto nuevo puesto al servicio de una organización vieja. Cuando no hay ni coetaneidad ni sinceridad entre el medio de acción y el pensamiento, la resultante es la pasión. El pensamiento era viejo; ya no era un pensamiento, era una premeditación; el año 48 sería un remordimiento.
Dos antípodas filosóficas estaban en presencia: la idea de Caudillo y el caudillo de ideas. En éste el nombre es lo de menos; se disuelve en la idea; es la encarnación de ella, no exterioriza valor, no alardea, no personaliza el mito de la hazaña; 1834 no es aun la hora en que Vargas arrastre multitudes, las ama y las esquiva, porque quiere salvarlas de la idolatría; es apóstol, no caudillo, en el sentido personal; no encarna la voluntad del dominio sino la voluntad de perfección.
La otra idea, la idea de Caudillo, se encarna en Páez, pero no es él quien la tremola; es una derivación natural de su mérito, de su valor, de sus heroicos trabajos; no puede enrostrársele el delito de ser famoso, de ser magnificado, de ser idolatrado. 
Quiere mandar y su derecho está escrito en los campos del sacrificio; es la bandera. Pero su abanderado es la forma civil de la voluntad de dominio.
Armados solamente de la Enciclopedia, los oligarcas no habrían podido hacer nada. El pueblo ya quería reivindicaciones: las sabía posibles creía ya en las posibilidades populares; Páez era su ejemplo; si él había ascendido, también ellos podrían ascender. Si Páez hubiera comprendido esto, su gloria habría sido igual a la de Bolívar.
Sólo los hombres de talento lo sabían, y supieron utilizarlo. Sin Páez, ellos no tendrían pueblo. El pueblo desconfiaba de ellos; eran ellos los  que pagaban con fichas o escapularios; ellos eran los godos; si por ellos hubiera sido, con España se habría quedado siempre el pueblo. El pueblo amó la Independencia en Boves, en Páez, surgidos de la nada, en Bolívar, que supo consustanciárseles, gritando: “españoles o criollos” y dormir con ellos en las siestas calientes y en las noches del páramo. Los oligarcas sabían todo eso; porque ellos eran la única conciencia compacta.
La voluntad de dominio no venía de 1828, ni aun de toda la guerra, venía de la hora en que la Conquista se convirtió en un mero sistema de aprovisionamiento al servicio de una Hegemonía europea, desde que la Conquista perdió su sentido filosófico de mundo nuevo. Cierto es que la guerra creó una casta militar que quiso para ella todas las ventajas de la Epopeya. Cierto es también que el cambio de frente en la política de Bolívar en 1828, inspirado ciertamente en el anhelo de salvar la idea de conjunto y prevenir a Colombia del caos, fue un error funesto, de resultados contraproducentes, que avivó los rencores regionales a la vez que separaba. En Bolívar, la política tenía una entraña de candor platónico. El concepto del Poder Moral, la idea del senado hereditario, revelan una fe solo encontrada en el campo de la abstracción. Pero esto es una prueba de que la voluntad de dominio de su sentido despiadado estaba lejos de su intención; su errónea actitud fue respaldada por la “necesidad” de dominio, pero supeditada ésta a la sincera voluntad de perfección.
En cambio, la trayectoria de la voluntad de dominio estaba viva en los herederos del señorío colonial. Ellos estaban utilizando los elementos de la revolución burguesa de Francia; esa Revolución burguesa se produjo contra el sistema de vida feudal; pues bien, ellos, con las armas de la Revolución burguesa, estaban produciendo una pre-revolución que no iba a producir una burguesía sino, por el contrario, un régimen feudal.”
hsanchezbr@hotmail.com

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jueves, 23 de febrero de 2012

HÉCTOR JOSÉ SÁNCHEZ J: VARGAS, ALBACEA DE LA ANGUSTIA (2) TRANSCRIPCIÓN Y COMENTARIOS)

A continuación, la transcripción de un segundo extracto de la obra de Andrés Eloy Blanco: “Vargas, albacea de la angustia”. Son párrafos del discurso pronunciado por Vargas en la Junta General de la “Sociedad Amigos del País” (03-02-1833):
“El amor al trabajo o una honesta ocupación es la base principal de la comodidad individual, así como de la felicidad y orden públicos; y este amor al trabajo es en todos los climas y pueblos del globo el resultado de la estructura misma del gobierno, de sus leyes e instituciones acertadas, y de la útil cooperación de los gobernados por un sistema de asociación. Así como una nación es el conjunto de todos los ciudadanos, así la felicidad nacional es la suma de todas las felicidades individuales… De aquí es que la sabiduría de los gobiernos debe dirigir sus miras a que ningún ciudadano necesite de un trabajo demasiado penoso para proveerse de lo indispensable, que aquel nunca sea estéril, y que las riquezas heredadas o adquiridas, no dejen al rico, por opulento que sea, entregarse al ocio y la molicie sin cargar con la ignominia pública y el desprecio de sus conciudadanos.
Es necesario asociar en el corazón de cada venezolano, el gusto del trabajo, con la esperanza de su remuneración, el dulce goce de sus necesidades satisfechas, con el más dulce todavía de la esperanza fundada de asegurar la satisfacción de las venideras. Entonces, esa alternativa de trabajo y descanso, de lisonjeras esperanzas y satisfacciones, de goces anticipados y goces poseídos, formarán una felicidad sin interrupción en todos ellos, un orden y un bienestar nacional. Cuando el Gobierno haya conseguido este importante fin, habrá formado ya la ventura pública, a pesar de que ni en los particulares ni en el Estado existe la opulencia, porque no son las grandes riquezas de algunos lo que constituye la fortuna de un pueblo gobernado según la forma del nuestro. En los gobiernos monárquicos y mucho más en los despóticos, aquellas son necesarias y a veces indispensables a las comodidades de la vida, pues en donde quiera que la ley sin fuerza no puede proteger al débil contra el poderoso, la opulencia viene a ser un medio de asegurarse contra la injusticia y las vejaciones del fuerte, y contra el menosprecio, compañero inseparable de la debilidad. Una gran fortuna es en tales casos un escudo contra la opresión, un título eficaz para enseñorear a los débiles. El país donde existe este orden de cosas, no importa la nomenclatura de sus instituciones, cierto es que sufre de hecho un régimen despótico… El ejemplo brillante de una República todavía joven (Estados Unidos) y ya el asombro del mundo, de ningún modo contraría la actitud de estos principios, bien que la avidez de las riquezas sea ya el carácter prominente de sus habitantes; porque el amor al trabajo fue su instrumento y origen, y su entusiasmo es el resultado del conato a la superioridad del rango, tan natural en el hombre. Más, este conato, saliendo de los límites, puede establecer a la larga una desigualdad prominente y duradera, puede echar de hecho una aristocracia trascendental que, ejerciendo su influencia en una ocasión oportuna, conmueva la estructura del Gobierno, o al menos desenvuelva o arraigue insensiblemente esa turba de hábitos perniciosos de mala fe, de inconsideración a los medios de adquirir, de un lujo fantástico y vicioso, de la misma molicie, y la ociosidad que envenenan las virtudes cívicas, fundamento el más sólido de los gobiernos populares…”
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Estas palabras y las que siguen encierran toda la situación espiritual de Vargas; toda su angustia, toda su visión del problema venezolano; y en descarnada violencia exhiben la historia política del país.
“En vano invocaremos para disimular la apatía y consolarnos de las desgracias que esta amontona sobre nosotros el ponderado obstáculo de la influencia del clima. Hay ciertos errores o preocupaciones que consagran como verdadera una aquiescencia pasiva, o la desidiosa indiferencia de su examen; pero que se desploman desde que se entra en la investigación de sus fundamentos. A fuerza de oír decir o de leer que la naturaleza del clima influye en la religión, forma de gobierno, costumbres y leyes de los pueblos, hemos dado por sentado que esta influencia ejerce sobre los hombres tal poderío que sus diversas condiciones en estos puntos pueden marcarse por las latitudes del globo, o explicarse por las circunstancias de la localidad. “Asombrados igualmente (dice el autor del “Espíritu”) del peso insoportable del despotismo oriental, y de la larga y cobarde paciencia de esos pueblos, sometidos a tan odioso yugo, los occidentales, orgullosos de su libertad, han ocurrido a causas físicas para explicar este fenómeno político. Ojalá se borre del alma de los venezolanos, tan errónea cuanto infausta creencia! Permítaseme detenerme en su refutación, porque es fundamental de las verdades que inculco…”
“De las verdades que inculco.” Es frase de educador. Es frase de Albacea, de Creador. Así se anteponía a los falsos postulados del Gendarme Necesario…”
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martes, 21 de febrero de 2012

HÉCTOR JOSÉ SÁNCHEZ J: VARGAS, ALBACEA DE LA ANGUSTIA (1) TRANSCRIPCIÓN Y COMENTARIOS)


ANDRES ELOY BLANCO
Por una de esas casualidades que se presentan en nuestras vidas, recientemente, vino a parar a mis manos la primera edición (1947) de la obra de Andrés Eloy Blanco que lleva por título: “Vargas, albacea de la angustia”. Se trata de una especie de biografía novelada sobre la vida del Dr. José María Vargas en la que, según mi parecer, la esencia de los planteamientos sobre los procesos de cambio social allí contenidos siguen teniendo plena vigencia en la actualidad. Debido a ello, me he animado a transcribir el extracto a continuación, el cual es una especie de diálogo imaginario que mantiene el Dr. Vargas (de 23 años) con otras personas; entre las cuales se encuentra Antoñito Sucre (Antonio José de Sucre, de 14 años).

JOSE MARIA VARGAS
“… Y cuando pienso en aquella semejanza con esa tierra, mi voluntad se encauza en un designio casi fatal: tengo que ser y realizarme como si la fuera realizando a ella en mí. Tengo que prepararme, tengo que ganar cada día más luz. Cada uno de nosotros ha de ir realizando la Patria en sí mismo, paralela en sufrimiento y perfección. Tengo que estar preparado para el pacto; y si no me alcanza la vida para verla a ella preparada, he de dejar un molde; cuando en uno de nosotros se haya realizado un ciudadano, ese ciudadano contendrá un país. La hora de este país será la hora de su más perfecto ciudadano.

─Se necesita un hombre.

ANTONIO JOSE DE SUCRE
─No! No es eso lo que he querido decir. El estado social que depende de un hombre o de un modelo, es el viejo estado indeseable. El siglo de Pericles! El siglo de Carlomagno! El siglo de Luis XIV! El poder condensado en una mano le da nombres de uno a lo que es hecho por todos. Las personalidades no hacen órdenes sociales! Son producidas por ellos. A un hombre grande lo produce la necesidad anterior y contemporánea. Asimismo se producen las grandes leyes. Antes de que ellas sean dictadas, se siente su necesidad, se clama por un ordenamiento acorde con esa necesidad; si el sistema o el gobierno se oponen a consagrar aquel anhelo general, al cabo de un tiempo más o menos largo, el gobierno o el sistema, se derrumban; la ley se produce fatalmente. Asimismo se revelan los grandes hombres.

Allí está el mar, quieto como auditorio. Han llegado a la orilla del Golfo y en un bote encallado se sientan. Ahora Vargas, de pie, cobra la seguridad del aula, tiene ya la voz del maestro y se recrea en el comentario:

─Dentro del ser físico, cuando el cuerpo se hace inapto para contener la actividad fisiológica, para actuar conforme a los deseos y conforme a las necesidades, el hombre o el animal buscan curarse, amputar el órgano enfermo. O muere. Pero si puede salvarse amputando, o adoptando un nuevo régimen, un nuevo alimento, en una palabra, una nueva economía orgánica, lo hará indudablemente. Es inútil seguir obligando a ese cuerpo a sostenerse y a producir con el mismo sistema anterior. O la muerte o el cambio. Igual cosa ocurre en el orden social. Llega un momento en que la sociedad no puede llenar su actividad, cada día más compleja, cada día más llena de necesidades, si no se cambia el régimen de alimentación, si no se extirpa el tumor que consume todas las fuerzas, si no se extrae la espina que estorba al caminar, si no se amputa el miembro que amenaza con gangrenarlo todo y se adopta un nuevo modo de moverse.

La pequeña audiencia clandestina va exprimiendo los gajos del comentario.

─Un cuerpo de la edad de piedra podía vivir con una piel y unas frutas. Un cuerpo de hoy requiere infinidad de otras cosas. La fuerza de las naciones está en los pueblos; el rendimiento de los cerebros y de los corazones está en el  bienestar de los más remotos órganos. La humanidad que vivió oscura y conforme con los sistemas feudales no podría perdurar hoy cuando los sistemas industriales, la fuerte economía de las naciones requieren el concurso de masas incontables. De los hombres sin suerte, algunos van elevándose hasta planos superiores, allí encuentran a los privilegiados; de abajo vienen ascendiendo los luchadores sin fortuna. Estos no han hecho sino procurar el bienestar de aquéllos; pero algo es evidente: que éstos producen y que la relación de su esfuerzo con su beneficio es injusta.  

Piden, claman. Es un hondo fermento en el que van debatiéndose posibilidades y distancias. Un hecho es cierto: que los señores de la tierra quieren conservar la tierra y también la absoluta disposición de los brazos y del esfuerzo de los otros. Para ello, aspiran a conservarlos en la ignorancia. El clamor es apenas un rezongo en la faena. Pero de la zona intermedia, de aquellos que fueron parias y luego alcanzaron cierto bienestar, surge la luz. Ellos supieron de la injusticia. Pero ahora han podido educar a sus hijos; sus hijos pudieron escribir o explicar a los hombres cosas apenas presentidas por ellos; la lucha se hace entonces más clara; el rezongo se transforma en voz incorporada, en pausa amenazante.

Durante años y años, aun sin que lo sepan los privilegiados, el fermento de lucha se ha encauzado. Los dueños del orden anterior pretenden, al percatarse del peligro, sostener con viejos elementos de lucha, con viejas normas, todo el sistema; entre tanto, el alma se cultiva, el comercio y el intercambio entre los pueblos exijen mayor cooperación de fuerzas, de brazos, de voluntades; la mayor parte de las fuerzas rendidoras está precisamente en el sector supeditado; la lucha sigue, sorda; el orden ya caduco quiere meter entre su vieja caja la nueva vida exuberante, pretende solucionar, apretando, contener, empujando; ya no entiende cómo aquel organismo está clamando por un nuevo alimento.

De un lado, la humanidad es otra, nueva, fuerte, crecida en rendimientos y en necesidades, en ciencia y en voluntad, en pensamiento y en acción; del otro, el sistema social permanece inmóvil; el mundo pide trajes nuevos, leyes nuevas. Para los dominadores, la defensa de sus privilegios es la forma exacerbada del instinto de conservación; toda la tierra, todo el zumo del trabajo ajeno, para ellos. La lucha es larga, sorda. Es la lucha social. En sus últimas etapas, empieza a producirse el método y la ciencia de la lucha en los supeditados. Es el estudio.

El hombre preparado sale al frente, a ser guía, a ser iluminador. Pero él no ha sido sino un producto de la hora; en él se vacía toda la aspiración, en él se hace ciencia. El pueblo hace su autorretrato; es el filósofo, copia exacta de la hora de evolución de la sociedad. Es la mejor célula del pensamiento popular que lo dio, que lo sudó, que casi lo lloró. Flor de la hora, él no es la raíz. La raíz está, amarga, en la entraña social que busca, horadando piedra y siembra vieja, florecer y frutecer a la vida nueva.

Hasta que la costra se rompe, la espina salta del pie caminador, la mano tira el viejo traje y por los campos corre la nueva ley que va a regar el árbol en cuya copa florece el hombre de la hora.

La lucha sorda y tarde va preparando la explosión de la lucha política. Mientras tanto, ella va dando de sí sus elementos, sus mártires, sus apóstoles, sus filósofos, sus capitanes. Pero estos no producen el problema; el problema los produce a ellos.

─Es idiota la actitud de los dominantes cuando, al producirse una agitación, como en el caso de Don José España, eliminan a los cabecillas y creen ya solucionado el asunto, pensando que son ellos la fuente de la agitación. Ellos son la flor del árbol social; y están también en la raíz. Cuando pienso en aquella semejanza mía, he de pensar que en la raíz estoy, amargo y he de hacer, hasta la flor, el mismo camino que la tierra ha de hacer. Por eso he dicho que para hacer la Patria, cada ciudadano ha de ir siendo ella y realizando en sí la ascensión fatal que hará ella. Muertos estaremos todos cuando la Patria llegue a la hora de nosotros. Pero aun entonces se dirá que ella nos hizo en el momento en que su entrañable fermentación humana estuvo a punto de transformación y reclamó el alumbramiento.

─La independencia… ─insinúa Illas.

─Vendrá. Está a punto de llegar. Pero todavía faltará mucho; mucho calvario y mucho coloniaje dentro de la misma Patria Libre.


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