En
medio del bullicio que impera en el lugar donde me encuentro, destaca una
mujer. Sobresale, no solo porque es alta. Descuella porque, aun cuando viste
ropa deportiva y está sin maquillaje ni poses, irradia elegancia. Un garbo
natural que brota en los modales que derrocha cuando toma el café, cuando
habla, cuando comenta la situación del país y describe la realidad actual de su
negocio. Asegura que se adapta a los cambios. Intenta acostumbrarse a las
nuevas conductas de sus novísimos clientes; sin embargo, lamenta –en una mezcla
de añoranza y decepción- los años cuando su tienda servía de punto de encuentro
y reunión de gente cortés. De eso no hace tanto tiempo, comenta; pero, asegura
que, la de hoy, es una Caracas que ya no reconoce. Extraña a esas antiguas
clientas, las de siempre, las habituales, las de antes, las que por diversos
motivos, ya no viven en el país. Esas, sus clientas educadas, no necesariamente
adineradas. No; porque según ella, el problema que ve hoy no es el dinero. Hay
demasiado billete circulando en las calles. El problema, afirma, es la falta de
educación –la falta de modales, formación, instrucción, buen comportamiento,
roce, decencia y cultura- de quien lo ostenta…o lo derrocha.
No
es la primera vez que oigo ese comentario. La escucho y hago un repaso
silencioso de los lugares que últimamente he visitado, donde he visto conductas
similares a la que ella describe Sí, eso es lo que estamos viendo cada vez con
más frecuencia: gente con mucho –pero, mucho, mucho dinero- sin una pizca de
educación. Gente que abre sus morrales o carteras y saca un fajo de billetes
para pagar una prenda cuya etiqueta luce, mínimo, cuatro ceros a la derecha.
Gente muy humilde que llega en autobús o mototaxi a esas tiendas; pero con la
capacidad y la “fuerza” para invertir, en una sola factura, lo que para un
profesor universitario representarían más de 20 quincenas. El país de las
distorsiones.
Chávez
empoderó al pueblo. Es la otra reflexión que me viene a la mente. Chávez
justificó que el pobre robara si tenía hambre. Chávez expropió para entregarle
lo confiscado al pueblo. Pero, no lo capacitó antes de otorgarle tan importante
rol económico y social. No los prepararon para asumir con responsabilidad sus
nuevos modus vivendi. Esta situación actual –esta distorsión- no es más que las
consecuencias de la aplicación de las políticas populistas y la ideología de
Chávez. El difunto presidente se conectó con los excluidos, entre otras cosas,
gracias a su chabacanería y su lenguaje soez. Es de suponer que el ideal de
cualquier líder es distribuir bienestar sin distingos. Procurar que las
riquezas de una nación sean entregadas en igualdad de condiciones. Involucrando
en la repartición de superávit a los olvidados de siempre. Pero, hubo unos
pasos que este régimen se saltó a la ligera.
Una
sociedad desarrollada es sin duda aquella en donde todos tienen las mismas
oportunidades de crecimiento, acorde a sus capacidades, méritos y competencias.
Solo que a Chávez – y a todo lo que encierra el chavismo y su herencia- se le
olvidó que a la gente, antes de empoderarla, hay que educarla. Enseñarla a
conducir y conducirse ante los retos que le podrán a prueba.
Cuando
yo era muy joven, al finalizar tercer año de bachillerato, tuve la suerte de
hacer una pasantía en una de las magníficas empresas del grupo Mendoza: Venepal
–una de las compañías de pulpa y papel más prestigiosas de América Latina. La
planta estaba en Morón, antes de Tucacas. Una de las cosas que más recuerdo era
que todo allí era perfecto. Y no la simple sensación de que todo era perfecto.
El modelo de negocio era exitoso. Los empleados se regían por un manual de
procedimientos. Obreros y gerentes asumían sus labores con absoluta
identificación con la empresa. En la entrada de los campamentos, donde se
ubicaban las viviendas de los trabajadores, había vallas con las normas de
convivencia, que todos respetábamos. Una única escuela donde podían ir los
hijos de todos los empleados. Un comedor amplio donde almorzaban juntos, en la
misma mesa, desde el ingeniero de más alto rango hasta el obrero de botas de
hule y manos con huellas de tinta. Venepal era el modelo de la sociedad
perfecta porque, además, la empresa les ofrecía a sus empleados un abanico de
oportunidades para que lograran aumentar su calidad de vida a través de planes
de estudio y becas. Allí el obrero entendía que superándose –académica y
profesionalmente- podía lograr ascensos e incluso alcanzar niveles gerenciales.
El obrero aprendía que su trabajo, bien hecho, le permitiría obtener nuevas
oportunidades de desarrollo y crecimiento dentro de Venepal. Una empresa que
fomentaba la meritocracia, que bonificaba el éxito en el desempeño, que
premiaba al empleado destacado. Una empresa que desarrollaba planes de carrera.
¿Por
qué les cuento esta historia? Porque de pronto Venepal –y todas las otras
corporaciones que como ésta aplicaron modelos de negocios exitosos- es el
ejemplo de lo que un visionario, un líder, un buen gerente puede lograr cuando
no regala, sino estimula y enseña. Cuando “empodera” en la medida en que el
empleado, a punta de méritos, alcanza metas y demuestra comprobadas destrezas.
Es el ejemplo de lo que pasa en Venezuela cuando se educa correctamente al
desposeído y se le prepara, adecuadamente, para el momento en que le
corresponda asumir riquezas. Es el ejemplo de lo que puede pasar cuando a la
sociedad se la estimula a labrar sus propias riquezas…con mucha formación.
José
Domingo Blanco (Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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No puedo dejar de comentar éste Extraordinario Articulo de José Domingo Blanco, por varios motivos y el principal es, la descripción real y plena de autenticidad de su paso por una de las más prestigiosas empresas del Grupo de Eugenio Mendoza Venepal. Tuve el privilegio de conocer varios empleados y la Planta la visité en distintas ocasiones.. Estoy impresionada de la coincidencia con Mingo, de los conceptos sobre las prestigiosas empresas de aquella época, y la coincidencia también en las autenticas descripciones de la recordada VENEPAL. Solo me queda felicitar al Autor de tan veraz relato.
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