1350 millones de seres humanos que alimentar
son suficiente motivo para que en Beijing
se quiebren la cabeza consiguiendo fuentes de suministro de comida abundante, segura, confiables y económica.
Ocurre que los altos niveles de desarrollo que los chinos han protagonizado en
las últimas décadas han redundado en una mejora en los ingresos y la calidad de
vida de la población y, por ende, han provocado una demanda alimentaria mayor
en todos los rubros y particularmente en algunos como la carne.
Con una geografía vasta pero nada pródiga, en
los estratos gubernamentales se devanan los sesos para buscar maneras de paliar
a la sequía, a los vastos espacios de tierras poco cultivables y a las demandas
externas por la contaminación creciente del ambiente, al tiempo que buscan vías
para poder mantener la autosuficiencia alimentaria que habían alcanzado hasta
hace pocos años. Ello no parece ser una meta inalcanzable pero su
sostenibilidad depende en buena proporción de la capacidad de conseguir
suficiente provisión alimentaria para el ganado y las aves que, a su vez,
alimentan a los humanos.
En esa búsqueda incesante han encontrado en
Latinoamérica una fuente de recursos digna de explotar. De hecho las
importaciones de nuestro continente de rubros agrícolas crecieron entre 2000 y
2012 desde 2.000 millones de dólares hasta 26.200 millones. Los grandes
beneficiados en este lado del Pacifico han sido Argentina, Brasil, Perú,
Jamaica y México en menor medida, no solo con un comercio incremental con China
para colocar sus producciones, sino con importantes alianzas productivas. Estas
alianzas están siendo hoy, y serán en el futuro, particularmente útiles, no
solo para poner los campos latinoamericanos - en países donde la tierra abunda
y está ociosa- al servicio de la producción de alimentos, sino para su
procesamiento industrial y su comercio con terceros. Ni que decir del hecho de
que una intervención en la cadena productiva alimentaria por parte de estas
alianzas equipa a los socios para un control de los precios que, en el caso de
los alimentos, resultan ser particularmente volátiles en los mercados
internacionales.
Los inversionistas chinos han encontrado no
pocas barreras en los países del Continente Latinoamericano para adquirir
grandes extensiones de tierra, un tema que ha sido superado gracias a la
habilidad de ambos lados de la ecuación para establecer acuerdos productivos,
convenios de explotación industrial y de transporte, proyectos conjuntos de
almacenamiento y logística, para acercar las producciones a los puertos y
facilitar su comercio.
En definitiva, si en un terreno los dos lados
del Pacifico están bien equipados para negociar mejoras que beneficien a ambas
partes es este de la seguridad alimentaria porque las necesidades se
complementan. Allí están activos no solo los gobiernos sino además las grandes
empresas comercializadoras de alimentos. Su impacto es tan trascendente que
terminará por imponerse un ambiente donde todos ganen, se eliminen las
restricciones al comercio y al propio tiempo se controlen los niveles y la
volatilidad de los precios y se genere mutua confianza..
Ya los avances se sienten dentro de los
organismos multilaterales de comercio – Ronda de Doha y la Organización Mundial
del Comercio- donde la agenda de la seguridad alimentaria ocupa un lugar muy
preponderante y donde esta vía de interacción mutua se ha tornado
ejemplarizante.
Beatriz
De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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