" El problema no se reduce a un modelo económico,
político o ideológico. En Venezuela el problema es actitudinal, es conductual y
a fin de cuentas, profundamente moral."
Continúo la difícil tarea de ponderar la situación-país.
Aunque luzca un lugar común, ni vencimos, ni todo lo roto está perdido. Esto me
permite anticipar que la percepción de extrema negatividad que se tiene del
país, no comporta una situación terminal.
Pero lo que sí queda claro es que la capacidad de resistir del modelo
adoptado (socialismo del siglo XXI), para nada es perdurable.
Después de muchos años sin visitar Margarita, lo hice por
fortuna de un reencuentro familiar. Trato que la nostalgia de revivir la isla
(después de disfrutarla de niño, de adolescente y en mis inicios
profesionales), no incida -ni exagerada ni tímidamente- en mis percepciones.
Desde la 4 de Mayo a Playa El Ángel, desde la Av. Bolívar a Parguito, o desde
el Yaque a Chana, Porlamar o Guacuco, existe una intensa convivencia entre la
abundancia tropical de la isla y sus desarrollos urbanos, comerciales y hoteleros,
que enrostran la descomposición y un pasado que se resiste a morir. No puedo
hablar bien del deterioro de los ornamentos, de la vialidad o de la decadencia
de zonas residenciales o rurales. Pero sería inmerecido hablar mal de la
recuperación de Playa El Agua, de la construcción de nuevos centros
comerciales, de la energía bucólica entre contrastes de valles, planicies,
ensenadas y extensas costas, que aun visten en sus faldas atrevidas
estructuras. Inevitablemente todo comporta una gran contradicción, reflejo de
esa controversia continua entre rojos y azules, entre lo social y el mercado,
entre lo espiritual o lo mundano; lo honesto y lo criminal, lo productivo o lo
holgazán. Un contraste que se aprecia en cada rincón y ya irrita y fastidia. Y
en este devenir angustioso entre lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo, lo
noble o lo violento, se debate un país que no me canso repetir, no es
desmantelable.
Creo que es momento de disipar varios mitos. No hay que
tocar fondo, ni sucumbir, para concluir que será en el lodo o en la nada, donde
todo tendrá su final. No es un tema de estar al filo del precipicio, para decir
ya no más. No es asunto de escasez o de abundancia. De inflación o pretendida
prosperidad. En tiempos de esplendor nos hicimos más pobres. En tiempos de
prosperidad vaciamos nuestras arcas. En tiempos de estabilidad monetaria hemos
lo derrochamos todo irresponsablemente. Entonces el problema no se reduce a un
modelo económico, ni político ni ideológico. En Venezuela el problema es
actitudinal, es conductual y a fin de cuentas, profundamente moral.
Todo lo que hoy sobrevive en términos urbanos, naturales o éticos, es
porque existe un último propósito de mantener en pie, lo que queremos continúe
en sitio. Y esto es válido tanto para
las Torres de El Silencio, la Cota Mil, la iglesia de la Virgen del Valle,
nuestros ímpetus, nuestras ganas o el árbol que alguna vez, sembramos en casa y
que aún nos da sombra.
La dinámica-país sigue su curso desde el Terminal de La
Bandera hasta cada aeropuerto, por carretera o por las nubes, colmado de
voluntades, que aun inmersos en una inmensa distorsión cambiaria e
inflacionaria, no renuncian volver a los pueblos donde nacieron y disfrutar de
un trozo de montaña y de carne en vara o un rayo de sol y una "empaná"
de cazón, con sus paisanos.
En cuanto al difícil
y a veces muy lírico desafío de rescatar la democracia, creo que es una
misión muy rimbombante y pesada, de cara a lo realmente terrenal. Lo que
tenemos que salvar los venezolanos -á la par de nuestras libertades ciudadanas-
es nuestra firme decisión de volver a ser felices. Y para ser feliz no hace
falta votar, protestar, criticar un modelo político o radicar un amparo
constitucional. Para ser felices tenemos que comenzar por valorarnos más como
nación. Anhelar lo mejor del pasado para reconocer lo que fuimos capaces de
hacer, y hacerlo hoy. Querernos más como sociedad a partir de la reedificación
de una misma identidad unificadora, cuya semilla no es otra, que las madres que
parieron una misma historia y unos mismos héroes. Porque lo que somos, es
producto de un mestizaje extraordinario, que nos sigue haciendo un pueblo
noble, humilde e irrenunciablemente batallador. Fuerza generadora de una
reserva progresista excepcional, que no la desmantelan las ideas trasnochadas
de Marx o Mao Tse Tung... Por cierto, el valor de la pluralidad, es otra virtud
a retomar. La gente se cansó de debatir y de ver llover. De la retórica y la
propaganda. La gente quiere dar, trabajar y que el Estado, no se meta más...
Es cierto que en estos últimos tiempos, producto de
muchas desviaciones institucionales, sicopáticas, grupales y humanas, hemos
sido cercados por la anarquía y la ley del mínimo esfuerzo. Pero así como en
nuestra geografía aún vibran mares, valles y estructuras incólumes, que
encierran una urbe tanto fatigada como indetenible, también sigue de
pie-decíamos-un ser consciente, potente y ansioso de redimir un país, después
de tres décadas de oscurantismo.
Venezuela no está en escombros. Está golpeada pero
latente y a punto de despertar. Y más libra el ánimo de resurgir que la
anarquía y la galbana.
Cuando despertemos el rebote será brutal... Vivámoslo.
Orlando Viera-Blanco
vierablanco@gmail.com
@ovierablancoORLANDO VIERA-BLANCO. NO ESTAMOS EN ESCOMBROS.
" El problema no se reduce a un modelo económico,
político o ideológico. En Venezuela el problema es actitudinal, es conductual y
a fin de cuentas, profundamente moral."
Continúo la difícil tarea de ponderar la situación-país.
Aunque luzca un lugar común, ni vencimos, ni todo lo roto está perdido. Esto me
permite anticipar que la percepción de extrema negatividad que se tiene del
país, no comporta una situación terminal.
Pero lo que sí queda claro es que la capacidad de resistir del modelo
adoptado (socialismo del siglo XXI), para nada es perdurable.
Después de muchos años sin visitar Margarita, lo hice por
fortuna de un reencuentro familiar. Trato que la nostalgia de revivir la isla
(después de disfrutarla de niño, de adolescente y en mis inicios
profesionales), no incida -ni exagerada ni tímidamente- en mis percepciones.
Desde la 4 de Mayo a Playa El Ángel, desde la Av. Bolívar a Parguito, o desde
el Yaque a Chana, Porlamar o Guacuco, existe una intensa convivencia entre la
abundancia tropical de la isla y sus desarrollos urbanos, comerciales y hoteleros,
que enrostran la descomposición y un pasado que se resiste a morir. No puedo
hablar bien del deterioro de los ornamentos, de la vialidad o de la decadencia
de zonas residenciales o rurales. Pero sería inmerecido hablar mal de la
recuperación de Playa El Agua, de la construcción de nuevos centros
comerciales, de la energía bucólica entre contrastes de valles, planicies,
ensenadas y extensas costas, que aun visten en sus faldas atrevidas
estructuras. Inevitablemente todo comporta una gran contradicción, reflejo de
esa controversia continua entre rojos y azules, entre lo social y el mercado,
entre lo espiritual o lo mundano; lo honesto y lo criminal, lo productivo o lo
holgazán. Un contraste que se aprecia en cada rincón y ya irrita y fastidia. Y
en este devenir angustioso entre lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo, lo
noble o lo violento, se debate un país que no me canso repetir, no es
desmantelable.
Creo que es momento de disipar varios mitos. No hay que
tocar fondo, ni sucumbir, para concluir que será en el lodo o en la nada, donde
todo tendrá su final. No es un tema de estar al filo del precipicio, para decir
ya no más. No es asunto de escasez o de abundancia. De inflación o pretendida
prosperidad. En tiempos de esplendor nos hicimos más pobres. En tiempos de
prosperidad vaciamos nuestras arcas. En tiempos de estabilidad monetaria hemos
lo derrochamos todo irresponsablemente. Entonces el problema no se reduce a un
modelo económico, ni político ni ideológico. En Venezuela el problema es
actitudinal, es conductual y a fin de cuentas, profundamente moral.
Todo lo que hoy sobrevive en términos urbanos, naturales o éticos, es
porque existe un último propósito de mantener en pie, lo que queremos continúe
en sitio. Y esto es válido tanto para
las Torres de El Silencio, la Cota Mil, la iglesia de la Virgen del Valle,
nuestros ímpetus, nuestras ganas o el árbol que alguna vez, sembramos en casa y
que aún nos da sombra.
La dinámica-país sigue su curso desde el Terminal de La
Bandera hasta cada aeropuerto, por carretera o por las nubes, colmado de
voluntades, que aun inmersos en una inmensa distorsión cambiaria e
inflacionaria, no renuncian volver a los pueblos donde nacieron y disfrutar de
un trozo de montaña y de carne en vara o un rayo de sol y una "empaná"
de cazón, con sus paisanos.
En cuanto al difícil
y a veces muy lírico desafío de rescatar la democracia, creo que es una
misión muy rimbombante y pesada, de cara a lo realmente terrenal. Lo que
tenemos que salvar los venezolanos -á la par de nuestras libertades ciudadanas-
es nuestra firme decisión de volver a ser felices. Y para ser feliz no hace
falta votar, protestar, criticar un modelo político o radicar un amparo
constitucional. Para ser felices tenemos que comenzar por valorarnos más como
nación. Anhelar lo mejor del pasado para reconocer lo que fuimos capaces de
hacer, y hacerlo hoy. Querernos más como sociedad a partir de la reedificación
de una misma identidad unificadora, cuya semilla no es otra, que las madres que
parieron una misma historia y unos mismos héroes. Porque lo que somos, es
producto de un mestizaje extraordinario, que nos sigue haciendo un pueblo
noble, humilde e irrenunciablemente batallador. Fuerza generadora de una
reserva progresista excepcional, que no la desmantelan las ideas trasnochadas
de Marx o Mao Tse Tung... Por cierto, el valor de la pluralidad, es otra virtud
a retomar. La gente se cansó de debatir y de ver llover. De la retórica y la
propaganda. La gente quiere dar, trabajar y que el Estado, no se meta más...
Es cierto que en estos últimos tiempos, producto de
muchas desviaciones institucionales, sicopáticas, grupales y humanas, hemos
sido cercados por la anarquía y la ley del mínimo esfuerzo. Pero así como en
nuestra geografía aún vibran mares, valles y estructuras incólumes, que
encierran una urbe tanto fatigada como indetenible, también sigue de
pie-decíamos-un ser consciente, potente y ansioso de redimir un país, después
de tres décadas de oscurantismo.
Venezuela no está en escombros. Está golpeada pero
latente y a punto de despertar. Y más libra el ánimo de resurgir que la
anarquía y la galbana.
Cuando despertemos el rebote será brutal... Vivámoslo.
Orlando Viera-Blanco
vierablanco@gmail.com
@ovierablanco
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