Desde
hace un par de semanas, hay un párrafo que repica en mi mente insistentemente.
Porque es muy descriptivo de nuestra realidad, aunque fue escrito hace más de
doscientos años. Fueron unas cuantas frases citadas por Daniel Lansberg, quien
ha resultado un digno nieto de su abuelo, Iván Lansberg, en eso de escribir
artículos interesantes en los diarios — y que, quizás por eso mismo, ya no
aparece más en “El Universal” y le tocó emigrar a “El Nacional”.
Las palabras citadas, y que a mí me tienen
meditabundo, las tomó de una carta que escribiese a su esposa hace más de dos
siglos uno de los próceres de la revolución americana, John Adams. En ella decía:
“Yo tengo que estudiar la política y la guerra, para que mis hijos tengan la libertad de estudiar matemáticas y filosofía. Mis hijos deben estudiar navegación, comercio y agricultura, para que sus hijos tengan el derecho de estudiar pintura, poesía y música”.
Esa
explicación que daba quien ejercía la primera magistratura de los Estados
Unidos, (fue su segundo presidente) a su mujer se me ha quedado pegada porque
me parece que igualito nos está pasando a los venezolanos.
Muchos de nosotros
venimos de lo que antes se llamaba "familias PPH": pobres pero
honradas. Y con nuestros esfuerzos individuales y grupales, mediante el estudio
y la frugalidad, deseosos de ser más instruidos y útiles a la patria, apoyados
por un Estado que ofrecía oportunidades de superación sin odiosas
discriminaciones por razones políticas o sociales, logramos acceder a
posiciones más descollantes en la nación.
Y tratamos de hacerla más próspera, más digna, menos guiada por la
mezquindad. Hoy, no estamos muy seguros
de que esas mismas oportunidades se les presenten a nuestros hijos y
nietos.
Hoy, todo está signado por la
ceguera voluntaria de un grupo que asumió el poder con promesas que no ha
cumplido en dieciséis años y que ha permanecido en él solo apelando a la
tramposería, la mentira, la violencia y la falta más descarada de
escrúpulos. En Venezuela, desde que la
palabra “meritocracia” fuese desterrada por el muerto fallecido, no hay futuro
para nuestros jóvenes —a menos que sean hijos de algún “enchufado” o tengan
carné del PUS— y, por eso, se están yendo por centenares hacia otros lugares
donde se les reconozcan sus méritos y puedan formar y hacer crecer una familia
en un ambiente sano, seguro y culto.
A
esos hemos llegado porque, sin importar cuánto y cómo ha variado la
circunstancia nacional, el régimen y sus allegados mantienen intacto su
habitual discurso sectario y legitimador de la violencia. Lo de ellos es
mantenerse sobrenadando en el piélago de podredumbre que ellos mismos formaron
con sus apelaciones al populismo más emasculante. Tanto las fuerzas productivas como las
reservas morales fueron destruidas a punta de "misiones" que concitan
a la inacción más desvergonzada y con discursos irresponsables que explican que
"robar no es malo". A lo cual
hay que sumarle el hecho cierto de que se sienten con derecho a entrarle a saco
al Tesoro escudados con ritornelos como "bastante batallamos para darles
la libertad política y el impulso social
a nuestro pueblo". Lo que no pasa
de ser una estupidez y una mentira más de parte de ellos. En fin, que les va a
tocar entregar un país peor que el que recibieron. Entre escaseces, enfermedades, violencia y
latrocinios, nos han retrotraído a lo más oscuro de la historia venezolana del
siglo XIX.
Parece
que, en Venezuela, la hora ya es menguada para que los hasta ahora indiferentes
entiendan que no les queda sino emular a Adams: “estudiar la política y la
guerra” para que sus descendientes puedan dedicarse a lo que ellos ya gozaron:
“la libertad de estudiar matemáticas y filosofía (…) comercio y agricultura”
para poder volver a tener un país que avance hacia el futuro, sin estar
hipotecados a potencias extranjeras y donde tengan el derecho, y la posibilidad
de estudiar y disfrutar de la “pintura, poesía y música”. Aunque los rojos sigan viviendo en su propio
mundo fantástico —uno en el cual, según ellos, la pobreza ha desaparecido,
abundan las cosas materiales, no hay inseguridad y la educación es mejor que la
de Finlandia— la verdad-verdaíta es que el país ha llegado a unos niveles
haitianos de subsistencia, por decir lo menos. Ya en Venezuela no se vive; se
sobrevive.
Pero
pareciera que nadie, dentro del régimen, quiere reconocer el sufrimiento y el
daño que han causado por estar azuzando
por más de tres lustros el conflicto social, por poner a pelear a diferentes
grupos sociales para poder reinar.
Cuando uno lee las declaraciones dadas por los personeros en razón del
reciente asesinato de un diputado, tiene que concluir que lo que pretenden es
seguir causando irritación social, no encontrar una solución al terrible
ambiente que ellos han creado. La
novedad hubiera sido que alguno de ellos admitiera que lo que han hecho es
injusto y antidemocrático —y hasta rayano en lo criminal.
Quienes
han cometido asesinatos deben purgar las penas que correspondan a sus
delitos. Sin distinciones. Ya basta de que a quien piensa distinto se le
mantenga en ergástulas y se le inventen delitos (como lo que está sucediendo
esta semana con Scarano) para impedir su progreso político, mientras que los
delincuentes que son afectos al régimen andan sueltos sin importar cuán atroces
han sido los crímenes que hayan cometido.
Y lo que más debe preocuparnos ahora es que fiscales y jueces parecieran
no entender el daño que le estas causando al futuro de nuestras sociedad e
instituciones cuando, al exculpar a sus copartidarios, indirectamente refrendan
el método que ha de acabar con el país.
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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