martes, 7 de octubre de 2014

HUMBERTO SEIJAS PITTALUGA, UNAS FRASES QUE ME MARCARON, SESQUIPEDALIA

Desde hace un par de semanas, hay un párrafo que repica en mi mente insistentemente. Porque es muy descriptivo de nuestra realidad, aunque fue escrito hace más de doscientos años. Fueron unas cuantas frases citadas por Daniel Lansberg, quien ha resultado un digno nieto de su abuelo, Iván Lansberg, en eso de escribir artículos interesantes en los diarios — y que, quizás por eso mismo, ya no aparece más en “El Universal” y le tocó emigrar a “El Nacional”.  

Las palabras citadas, y que a mí me tienen meditabundo, las tomó de una carta que escribiese a su esposa hace más de dos siglos uno de los próceres de la revolución americana, John Adams.  En ella decía: 

“Yo tengo que estudiar la política y la guerra, para que mis hijos tengan la libertad de estudiar matemáticas y filosofía. Mis hijos deben estudiar navegación, comercio y agricultura, para que sus hijos tengan el derecho de estudiar pintura, poesía y música”.

Esa explicación que daba quien ejercía la primera magistratura de los Estados Unidos, (fue su segundo presidente) a su mujer se me ha quedado pegada porque me parece que igualito nos está pasando a los venezolanos. 

Muchos de nosotros venimos de lo que antes se llamaba "familias PPH": pobres pero honradas. Y con nuestros esfuerzos individuales y grupales, mediante el estudio y la frugalidad, deseosos de ser más instruidos y útiles a la patria, apoyados por un Estado que ofrecía oportunidades de superación sin odiosas discriminaciones por razones políticas o sociales, logramos acceder a posiciones más descollantes en la nación.  Y tratamos de hacerla más próspera, más digna, menos guiada por la mezquindad.  Hoy, no estamos muy seguros de que esas mismas oportunidades se les presenten a nuestros hijos y nietos.  

Hoy, todo está signado por la ceguera voluntaria de un grupo que asumió el poder con promesas que no ha cumplido en dieciséis años y que ha permanecido en él solo apelando a la tramposería, la mentira, la violencia y la falta más descarada de escrúpulos.  En Venezuela, desde que la palabra “meritocracia” fuese desterrada por el muerto fallecido, no hay futuro para nuestros jóvenes —a menos que sean hijos de algún “enchufado” o tengan carné del PUS— y, por eso, se están yendo por centenares hacia otros lugares donde se les reconozcan sus méritos y puedan formar y hacer crecer una familia en un ambiente sano, seguro y culto.

A esos hemos llegado porque, sin importar cuánto y cómo ha variado la circunstancia nacional, el régimen y sus allegados mantienen intacto su habitual discurso sectario y legitimador de la violencia. Lo de ellos es mantenerse sobrenadando en el piélago de podredumbre que ellos mismos formaron con sus apelaciones al populismo más emasculante.  Tanto las fuerzas productivas como las reservas morales fueron destruidas a punta de "misiones" que concitan a la inacción más desvergonzada y con discursos irresponsables que explican que "robar no es malo".  A lo cual hay que sumarle el hecho cierto de que se sienten con derecho a entrarle a saco al Tesoro escudados con ritornelos como "bastante batallamos para darles la  libertad política y el impulso social a nuestro pueblo".  Lo que no pasa de ser una estupidez y una mentira más de parte de ellos. En fin, que les va a tocar entregar un país peor que el que recibieron.  Entre escaseces, enfermedades, violencia y latrocinios, nos han retrotraído a lo más oscuro de la historia venezolana del siglo XIX.

Parece que, en Venezuela, la hora ya es menguada para que los hasta ahora indiferentes entiendan que no les queda sino emular a Adams: “estudiar la política y la guerra” para que sus descendientes puedan dedicarse a lo que ellos ya gozaron: “la libertad de estudiar matemáticas y filosofía (…) comercio y agricultura” para poder volver a tener un país que avance hacia el futuro, sin estar hipotecados a potencias extranjeras y donde tengan el derecho, y la posibilidad de estudiar y disfrutar de la “pintura, poesía y música”.  Aunque los rojos sigan viviendo en su propio mundo fantástico —uno en el cual, según ellos, la pobreza ha desaparecido, abundan las cosas materiales, no hay inseguridad y la educación es mejor que la de Finlandia— la verdad-verdaíta es que el país ha llegado a unos niveles haitianos de subsistencia, por decir lo menos. Ya en Venezuela no se vive; se sobrevive.

Pero pareciera que nadie, dentro del régimen, quiere reconocer el sufrimiento y el daño que han causado  por estar azuzando por más de tres lustros el conflicto social, por poner a pelear a diferentes grupos sociales para poder reinar.  Cuando uno lee las declaraciones dadas por los personeros en razón del reciente asesinato de un diputado, tiene que concluir que lo que pretenden es seguir causando irritación social, no encontrar una solución al terrible ambiente que ellos han creado.  La novedad hubiera sido que alguno de ellos admitiera que lo que han hecho es injusto y antidemocrático —y hasta rayano en lo criminal.

Quienes han cometido asesinatos deben purgar las penas que correspondan a sus delitos.  Sin distinciones.  Ya basta de que a quien piensa distinto se le mantenga en ergástulas y se le inventen delitos (como lo que está sucediendo esta semana con Scarano) para impedir su progreso político, mientras que los delincuentes que son afectos al régimen andan sueltos sin importar cuán atroces han sido los crímenes que hayan cometido.  Y lo que más debe preocuparnos ahora es que fiscales y jueces parecieran no entender el daño que le estas causando al futuro de nuestras sociedad e instituciones cuando, al exculpar a sus copartidarios, indirectamente refrendan el método que ha de acabar con el país.

Humberto Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt

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