Hacia el año 1961, siendo yo muy niño, mi
padre, al que le gustaba viajar por el país, junto a tíos, nos aventuramos
encaravanados hacia la isla de Margarita. Recuerdo que uno de ellos, a la
salida, nos decía a sus sobrinos e hijos: “Rumbo a la Capri venezolana”.
Fue un viaje largo e interminable, ferry
mediante. Llegamos a La Asunción, a una de esas viejas casas, propiedad de un
margariteño casado con una prima de mi madre, en donde se dormía con las
puertas abiertas, no había temor del malandraje, que lamentablemente hoy se ha
extendido allí.
El desarrollo urbano de entonces ni la sombra
del actual. Para todos fue un viaje encantador, y los recuerdos son muy gratos
desde la distancia de los años. Imagínense, tuvimos a playa El Agua,
prácticamente sólo para nosotros.
De entonces a esta parte, no he dejado de
visitarla, a veces hasta más de una vez en un año. Y un entrañable afecto tenemos
por ese bello rincón de nuestro país.
Hemos visto con buenos ojos su desarrollo
turístico, sector, por cierto, que en nuestro país ha sido muy descuidado en
general por los gobiernos. Cuando pensamos en el enorme potencial que tiene, no
alcanzamos a comprender porqué no ha habido la voluntad política para
impulsarlo sostenidamente con decisión y recursos, y promoviendo las
inversiones nacionales y extranjeras.
La situación de Margarita hoy es deplorable.
El Puerto Libre está al borde del derrumbe, si es que ya no está ahí. La
demencial política cambiaria, entre otros efectos económicos, también está
hundiendo a la isla. Las condiciones no sólo de la población residente, sino
del área de los servicios turísticos no pueden ser más desalentadoras. El desabastecimiento
de productos alimenticios y de otros órdenes es crítico. Los servicios de
electricidad y agua son una calamidad.
Todo aquel que visita o visitó a Margarita en los últimos años, al regreso no hace sino quejarse o lamentarse de las circunstancias penosas y las carencias que se experimenta gracias a la desidia e indolencia casi criminales de un gobierno incompetente y destructor de todo lo que pasa por sus manos.
Los dirigentes empresariales de la isla han
lanzado varios gritos de socorro ante la creciente incertidumbre, que los está
empujando al precipicio. Pero el gobierno parece no importarle el destino de
los margariteños y su fuente principal de empleo e ingresos.
“Vamos pa’ Capri” repetía el tío mientras
avanzábamos por las estrechas carreteras de la
época. Y en efecto, la “Capri venezolana”, ayer como hoy, no nos
defraudó con sus bellezas naturales y su acogedora gente. Ojalá no la suman en
la depresión económica y la frustración. Ojalá se den cuenta del daño que están
causando a sus habitantes y a Venezuela, y reaccionen.
Margarita es una lágrima.
Emilio
Nouel V.
emilio.nouel@gmail.com
@ENouelV
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