Eran
las doce y media del nuevo día. La madrugada apenas comenzaba y la mayoría de
los vecinos estaban descansando. Uno más que otro vecino veía televisión-a
juzgar por el sonido lejano y las imágenes que se filtraban por sus ventanas-,
seguramente las noticias, o algún programa de entretenimiento para descansar
las tensiones.
Los
vehículos dormían plácidamente en el estacionamiento y el poeta Juan Lipa
estaba dando vueltas en su apartamento después de terminar el borrador de un
largo poema para colaborar en la revista de los domingos. Entonces, por la
ventana de su estudio pudo ver a cinco motorizados a pie, como vaqueros salidos
de alguna película del viejo oeste, donde cinco matones entran al pueblo con
cara de malos tipos, mascando tabaco, todos greñudos, sin afeitar y caminando
con un paso de “mala conductas” único, que solamente puede imaginarse si
escuchan esa música típica, la cual prepara a la audiencia para decirles, que
esos son los tipos malos de la película.
Los
cinco sujetos iban caminando con sus pistolas 9mm al aire, como si estuviesen
cazando patos en el monte. Llegaron en cinco motos que dejaron estacionadas al
frente de la calzada como caballos viejos y flacuchos. Se desplazaban
sigilosamente dejando ver sus botas largas.
El poeta Lipa pensó: “seguramente son policías
en alguna misión extraña, como sucede en la ciudad de Nueva York, donde los
detectives se disfrazan y hacen trabajo de investigación”. Entonces, tomó el
teléfono y llamó al presidente del consejo comunal y le pone al tanto de lo
observado. “No se preocupe poeta-le
respondió el hombre sin inmutarse – ese es un colectivo haciendo una ronda”. Pero,
esa gente parece de todo, menos manejar la seguridad, podría haber un muerto-le
repicó-. “No se preocupe poeta, todavía no ha habido ningún muerto”.
El
poeta trancó el teléfono y exclamó en voz baja: “Una de estas noches, cuando
los astros no brillen en el firmamento,
estos vaqueros, matarán a un pobre gato.”
-¿Qué
dices mi amor?- le preguntó su mujer—
-Bueno
querida-le respondió-, que ahora los colectivos nos prestan el servicio de
seguridad nocturna y andan caminando por la calzada como si fueran John Wyne o
Clint Eastwood con un rifle en la mano; el sombrero terciado y listos para
echar plomo del bueno a quien asome la cabeza.
-¿Tu
no lo sabías, mijo?-le preguntó la mujer nuevamente-.
-No
de ninguna manera-le respondió-, eso me parece inaceptable. Ahora resulta que
los llamados colectivos se toman la justicia en sus manos. Es un verdadero
peligro para la convivencia civil y el respeto a la misma Constitución. Te
aseguro, que si uno llama a la policía y denuncia el asunto, se pierde la
llamada, porque no vienen, no tienen personal, o no saben dónde queda esto.
-Lo
mejor que podemos hacer es quedarnos como Renny, bien quietos, querido-le
respondió la mujer-, porque aquí nadie hace nada y de noche todos los gatos son
pardos, mejor mete la cabeza y tranca la ventana, porque el gobierno no puede
con los colectivos.
Luis
Alfredo Rapozo
luisalfredorapozo@gmail.com
@luisrapozo
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