El
Tribunal Supremo de Justicia emitió una sentencia que ordena a los alcaldes de
Baruta y El Hatillo actuar contra las barricadas y las guarimbas que ocurren en
sus municipios, igualitas por ciertos a las que están activas en muchísimos
otros municipios en todo el país.
Esta
decisión luce tan conveniente para el gobierno que se hace evidente la
posibilidad de que haya sido dictada por motivaciones políticas antes que
constitucionales. Todo con la intención de presionar a esos alcaldes a reprimir
las protestas de sus vecinos con armas de fuego —que, debo acotar, es lo único
que tienen sus cuerpos de seguridad—; es decir: los obliga legalmente a
incorporarse en la violencia represiva, incluso en niveles muy superiores a los
que aplican los cuerpos de seguridad antimotines del Estado, entrenados y
preparados con los instrumentos adecuados para esa misión como bombas
lacrimógenas, unidades antimotines, ballenas y perdigones, elementos que no
posee ningún cuerpo de seguridad municipal.
En
dos palabras: la sentencia pone a los alcaldes a nivel de los colectivos
armados, encargándole a ambos hacer el trabajo sucio.
Como
he dicho muchas veces, rechazo las acciones de protesta violentas y considero
que las barricadas y las guarimbas son, además, anárquicas, inútiles y
masoquistas para la propia oposición. Lo
he dicho ya en este mismo espacio. Pero es una barbaridad ordenar a los
alcaldes reprimir, con riesgo de balas y de muertes, a cualquier persona que
queme un caucho o tire un colchón o un vestido de novia en la calle para trancar
el tránsito.
Se
sabe que hay algunos locos de carretera armados en barricadas focalizadas, pero
si se refieren a la violencia real, a los disparos y las armas de verdad,
quienes parecen estar metidos hasta el
cuello y servir de disparadores reales de las masacres son los angelitos
paramilitares armados que vienen desde otros municipios y pasan frente a las
fuerzas del orden del Estado, que deberían estar obligadas a actuar pero
parecen estár entretenidas reprimiendo estudiantes, acción que les resulta más
fácil en términos de órdenes superiores. Si no es así, ¿cómo se explica, por
ejemplo, que fueran tan eficientes para evitar que los estudiantes salieran de
la UCV a marchar pacíficamente hasta la Defensoría del Pueblo, pero
curiosamente se le “escabulleron” los colectivos armados por entre sus piernas
para entrar a la universidad a armar la sampablera? O, si es necesario otro
ejemplo, ¿por qué actuaron con tanta cancha los vándalos que destruyeron la
Torre Británica, si estaban en pleno epicentro de la concentración de los
cuerpos antimotines que intentan —infructuosamente— controlar la locura en
Altamira?
Esta
orden que se le da a los alcaldes de “atacar” sólo puede ser producto de un
error o de una estrategia deliberada para destruir los liderazgos opositores
municipales, convirtiéndolos en chivos expiatorios de la crisis, comprometiendo
y envenenando la relación con sus electores directos y colocándolos en el
riesgo de ser inhabilitados o destituidos por desacato al TSJ, algo que luce
empíricamente inevitable, ya que sería imposible que, con sus instrumentos
disponibles, puedan llevar adelante cualquier acción adicional a dialogar con
unos manifestantes que, ciertamente, están radicalizados y sordos.
Estamos
hablando de una decisión que, como es usual, encaja perfectamente dentro de los
intereses del chavismo, que previamente ya había iniciado una campaña abierta
contra los alcaldes de los municipios opositores, acusándolos de fomentar la
violencia y de incapacidad para garantizar la paz. Un monumento al caradurismo,
viniendo de un gobierno que tiene encendido focos por todo el país sin lograr,
ni siquiera con su represión fiera y desenfrenada, algo más que empeorar el
problema cada día y contar muertos y culpas por decenas.
El
actor entrenado, facultado, instrumentado y legalmente responsable de enfrentar
motines y protestas extralimitadas, al parecer, pretende responsabilizar a los
alcaldes de controlar y disolver las barricadas con sus exiguas fuerzas
policiales que —repito, porque es importante— no están capacitadas ni dotadas
para esa tarea. Y la amenaza de acusarlos de asesinos y violadores de derechos
humanos casi es otra comiquita política, que daría risa sino fuera por el drama
espantoso que el país está viviendo, mientras el gobierno dedica esfuerzos
económicos, comunicacionales e institucionales en buscar culpables que le
permitan desviar la atención de su propia responsabilidad e incapacidad para
atender la crisis y resolver un conflicto, que en el fondo, tiene a su propia
incapacidad como raíz.
Esta
crisis sólo se resuelve con diálogo, negociación y rectificación. Pero esto es
algo que, en efecto, parece mucho más difícil en Venezuela que conseguir un
fallo del Tribunal Supremo de Justicia a favor de lo que el presidente quiera.
Ver
que el TSJ le ordene a los alcaldes acabar con las guarimbas y las barricadas
es exactamente igual a que le ordenen a los bomberos controlar los secuestros o
a unos perros mucuchíes a dirigir el tránsito automotor.
Quizás
hasta se animan, en un próximo amparo integrado y para ahorrar el papel que
está tan escaso, a ordenarle a todos los alcaldes específicamente elegidos en
la tarjeta de la MUD (a la que parece que tampoco le queda mucho tiempo)
prohibir la inflación, el desabastecimiento, el desempleo, la inseguridad, la
prostitución, la bebida, bailar pegado, el dengue y las enfermedades venéreas
en todos sus municipios, porque es sospechoso que en las zonas opositoras se
vean toda esa clases de problemas y perversiones.
Uno
no puede evitar preguntarse si será que, en esa onda tan productiva y expedita
del TSJ, deberíamos animarnos a pedir un amparo para que se oficie a los
líderes del chavismo y de la oposición (bueno, entendiendo lo peludo que la
tendrán los alguaciles para identificar quiénes son) y los encierre con llave
en la sede de la Nunciatura Apostólica, con carácter de cónclave. Y que no
salgan de ahí hasta que haya humo blanco alrededor de los acuerdos
indispensables para rescatar la paz, la calidad de vida, el abastecimiento, la
libertad de expresión, la división de poderes, el respeto a las minorías, el
estímulo a las inversiones, la propiedad y la empresa privada, el control de la
inseguridad, el castigo a la corrupción, la depuración del sistema judicial, la
independencia de los jueces y el respeto al equilibrio electoral.
Ahora
que estamos en un país donde todo lo que no está prohibido es obligatorio,
ordene usted, señora magistrada, que mientras no lleguen a un acuerdo no
salgan. Prohíbales, incluso, las visitas conyugales y cualquier merequetén intersectorial
en la casa de Dios. Que no haya ni televisión por cable, para que no se
amedrenten con la denuncia del espionaje en dos vías, ni whiskey, ni vino ni
prosecco. Y que por cada día que pase sin acuerdos les ponga usted una
penitencia: que se afeiten el bigote, que se quiten la gorra, que no se monten
más en una tanqueta, que no puedan pescuecear más nunca en una tarima ni pedir
“la salida”. Cosas así, digamos, que de verdad les duelan.
Aunque
sea por desgate, le aseguro que resolvemos este rollo y comenzamos de nuevo a
tener un país y no este campo minado donde si no nos mata un secuestrador, lo
hace un radical o un policía. O, peor aún, nos termina matando la tristeza de
perder, en esta maldición, a cualquiera de nuestros hijos.
Luis
Vicente León
luisvicenteleon@gmail.com
@luisvicenteleon
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LVL al parecer amaneció un poco deprimido o asustado. Quien diablos sabe?
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