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domingo, 23 de febrero de 2014

SAÚL GODOY GÓMEZ, BARTÓK A DUDAMEL,

Cuenta la leyenda urbana que Goebbles, el poderoso jefe de la propaganda nazi, curioso por el desplante suicida de un músico húngaro, el cual, en un comunicado público, se había atrevido a auto-incluirse entre un grupo de músicos judios, al lado de Schönberg, Stravinsky y Milhaud, cuyas obras fueron parte de una exposición de “música degenerada” y que luego quedaban desterradas de los territorios del Tercer Reich, el Ministro de Cultura y Propaganda quiso escuchar algo de su música, quizás para convencerse de que aquel hombre loco no tenía genio ni arte.
Se organizó para él un concierto privado, aprovechando que estaba en Berlín el maestro Sandor Végh, invitado por el Reichsmusikkammer, quien para la ocasión decidió estrenar el sexto concierto de cámara para cuerdas de su amigo, el compositor Béla Bartók, del que había recibido copia manuscrita.
El cronista Kjell Espmark, en su breve historia Bela Bartok contra el Tercer Reich, lo cuenta de la siguiente manera: “Goebbels había convocado a algunos capitostes del partido, oficiales de alta graduación y funcionarios de alto nivel a una pequeña sala para disfrutar de la diversión. El selecto público se mostró ya patentemente divertido cuando se reunieron para tomar una copa, y el primer movimiento fue acompañado de risas y sarcasmos. No estaba claro si reaccionaban, en primer lugar, a algunos elementos duros y agresivos o a la ausencia de una tonalidad bien definida. Aquel público de corazón de piedra no parecía notar la infinita melancolía del tema de la obertura, la que oprimía el pecho del soñador. Quizá con una excepción.
A partir del primer movimiento, en todo caso, el auditorio estaba harto, y algunos hasta se levantaron de sus asientos bostezando. Los músicos empezaron a dejar sus sillas con aire resignado. Pero Goebbels los clavó a todos en su sitio. Parecía muy inquieto, al mismo tiempo torturado y fascinado. Con un gesto de la mano ordenó al público que volviese a sus asientos y, con un movimiento de cabeza, «sigan» a los músicos.
Durante el segundo movimiento, Goebbels quedó pálido como un cadáver y trató una y otra vez de soltarse el cuello de la camisa. Durante el tercero parecía que algo iba a estallar, era como si los ojos fuesen a salírsele de las cuencas. Ya entrado el cuarto movimiento, cayó al suelo en espasmos. Se suspendió el concierto, y el público formó un preocupado círculo alrededor del cuerpo que se debatía en gritos y convulsiones. Entre grito y grito, apretaba las mandíbulas de tal manera que los músculos se tensaban como cuerdas en el delgado rostro y le caía baba por las comisuras de los labios. Los músicos permanecían indecisos en el escenario. Nadie se preocupaba ya de aquellos involuntarios testigos.
Se acercó el médico personal de Hitler, que se encontraba en el salón. Le desabrochó el cuello de la camisa, le controló el ritmo cardíaco, le levantó un párpado para poder iluminar hasta el cerebro y después sacó solemnemente de su maletín una jeringa que parecía destinada a una lavativa de caballo. Cuando levantó la inyección hacia la luz para expulsar algunas gotas de la inmensa aguja, uno de los generales se desmayó. Pero Goebbels reaccionó bien al tratamiento. Trató de levantarse, pero le aconsejaron que siguiese sentado todavía un rato. Un coronel de las SS aseguró que iba a mandar un comando contra Bartók...
Pero Goebbels levantó la mano: «No me lo toquen». Vigilen, no obstante, todo paso que dé. Es un hombre peligroso, un hombre muy peligroso. Y no debe darse cuenta de que lo vigilamos”.
Pero otras versiones hablan de que Goebbles tenía un profundo aprecio por la música clásica y entre sus compositores preferidos estaba Bartók, un húngaro católico que había logrado recoger, en su música, ese valor fundamental que daba cuenta de las tradiciones de la tierra y su valor telúrico, de ese Blut und Boden (Sangre y suelo) que el nazismo quería promover en su propia cultura; no sólo eso, Bartók era reconocido en Europa como uno de sus más insignes pianistas y sus conciertos eran seguidos por los melómanos donde quiera se presentara; sin duda, este Sexto Concierto Para Cuerdas era uno de los favoritos del alto jerarca nazi.
Goebbles se llevó a la tumba el secreto del porqué no actuó contra el compositor que lo había retado públicamente, declarándose un judío voluntario; a otros artistas, por mucho menos, los había aplastado.
El asunto al que me quiero referir es que, a partir de este acto solidario, valiente, humanitario, Bartók se ha convertido en el ejemplo de virtud y honestidad para todo músico que se precie de ser un verdadero artista, y Bartók era un genio.
No dudo del talento y la habilidad, como director musical, que tiene mi connacional Gustavo Dudamel; ha cosechado en el mundo verdadera admiración y sus conciertos, con las mejores orquestas del mundo, son todos a sala llena; según la crítica especializada, es uno de los mejores intérpretes de Gustav Mahler, uno de mis compositores favoritos, pero desde que su fama y figura han estado al servicio de la promoción de este oprobioso régimen chavista, me he negado a asistir a sus conciertos o adquirir sus trabajos discográficos; por lo que parece, al menos que haya una disculpa de este famoso director con su pueblo, pasaré por esta vida sin disfrutar del arte de Dudamel.
En un principio, atribuí tal apoyo a la inexperiencia del joven director y al mal ejemplo del maestro Abreu, a quien, sin desmeritar su obra organizativa y su carrera musical, sí le critico su estilo político de andar de manitos agarradas con quien estuviere en el poder o quien tuviera los recursos, sin importarle el signo ideológico, ¿Cuántas veces no le vi, complaciente, con Carlos Andrés, con Lusinchi, con Luis Herrera y Caldera? De la misma manera que lo hizo con Chávez y ahora con Maduro, cuántas veces no presencié sus discursos agradeciendo a los grandes industriales y banqueros, a los jefes de la empresas privadas que financiaban sus conciertos, y que ahora parecieran no haber existido nunca, ni siquiera los menciona… como si estuviera complaciendo la idea de que este esfuerzo de la Orquestas Juveniles fue algo enteramente propio y¸ además, rojo, rojito.
Ese magnífico programa de música para la juventud, para los estratos más necesitados, es, sin duda, una labor encomiable, pero lo que me preocupa es el cómo se hizo y, peor aún, a lo que está llevando.
Si bien le está brindando una oportunidad a algunos jóvenes para que se aparten, aunque sea por unos momentos, de las tribulaciones y horrores de la vida diaria, participando de los valores universales de la música clásica, esa organización se funda sobre unos recursos (cuantiosos) que son provistos por el erario público, bajo un paraguas de motivaciones políticas y con un precio que debe ser pagado.
Mientras más veo a Abreu y a Dudamel “bailando pegao” con el régimen, más me cuestiono sobre su integridad como artistas, sobre todo Dudamel, quien ha tenido una acogida sin parangón entre un público internacional de origen judío, y que abiertamente apoya a un régimen antisemita que se ha dedicado a perseguir a la comunidad hebrea en Venezuela. Su más reciente concierto, en Barquisimeto, fue una distracción para que el gobierno agrediera a mansalva a los estudiantes, precisamente el Día de la Juventud; su carta sobre “música con amor” para nada menciona los cientos de miles de muertos que este régimen ha propiciado con sus políticas de apoyo al hampa y al crimen organizado, muchos de ellos jóvenes.
Tanto Abreu como Dudamel saben que la causa que apoyan indirectamente, que su patrocinante y cliente son un gobierno abusivo y que no cree en las libertades, ni en un estado de derecho, que persiste en mantener una política ciega y cómplice con la corrupción, que se trata de un régimen oprobioso, que niega la vida misma, pero que se han dejado utilizar como elementos de propaganda con el único propósito de obtener financiamiento para su faraónica empresa, la cual, repito, si bien es loable, se sostiene con dinero sangriento, presentando una imagen de nuestro país como que aquí no pasara nada.
Si lo que hacen es ocultarse detrás de una labor que beneficia a los jóvenes, es como si estuvieran tomando a esos mismos jóvenes como rehenes, para seguir beneficiándose de los altos presupuestos que año tras año les aprueban para mantener la imagen del gobierno como humanista y patrón de las artes. Lo peor es que, a estas alturas, ya nadie sabe si dentro de las instalaciones de las orquestas juveniles han tenido cabida los programas de ideologización del régimen y si nuestros alegres muchachos, uniformados con la bandera del país, pagan la deuda y promueven otra mentira roja rojita.
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

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