El país gira sobre un planteamiento
ideológico trasnochado que implica el abandono de todo pragmatismo. No se
informa sobre cifras o sobre logros o sobre lo hecho o lo que quedó aplazado.
Se le habla de una ideología que, como tal, debería contener en su seno todas
las respuestas o, al menos, sustentar
una vía donde lo inédito se iría resolviendo en base a la imaginación
improvisada.
La ideología es un bloque cerrado del cual es imposible
apartarse porque, aún en las dudas, su magia interna dará las respuestas, es lo
que se nos dice. Contrariamente a la realidad del pensamiento, a las exigencias
del siglo XXI, a la apertura mental que exige el tiempo presente, se nos pone,
en las narices de un país en crisis, una ideología supuestamente omnímoda, una
que recurre a citas de una ortodoxia pasmosa matizada con los relámpagos
mentales del militar que la trajo a colación.
Nadie habla de dejar de pensar. Una cosa es
pensar y otra mantenerse aferrado a una evidente falsa ideologización. La falsa
ideologización impide atacar los problemas puntuales, entre los cuales cabe
anotar la indispensable armonización de los factores sociales en procura del
bien común. Más que nunca se requiere pensar. Más que nunca se requiere tener
meridianamente claro un proyecto de país y he aquí que nos encontramos con uno
de los dramas fundamentales del presente venezolano: quienes están en el poder
mastican ideología y quienes se le oponen carecen de ideas sobre el futuro,
limitándose apenas a un proyecto de restauración de los términos clásicos de la
obsoleta democracia representativa.
Ideologizar en la segunda década del siglo
XXI equivale a un proceso de corrosión del verdadero sentido del pensamiento, a
uno tan grave como encerrarse en el pragmatismo de una acción política que sólo
mira a la obtención del poder. Si se unen ambos, ideologización para conservar
el poder, no veremos otra cosa que un neototalitarismo caracterizado por una
vergonzosa incapacidad de resolver las necesidades
fundamentales de la población.
El pensamiento no procura el establecimiento
de fronteras rígidas, una especie de altas murallas dentro de las cuales se
encierra una verdad incontrastable. El pensamiento es apertura, motivación al
desafío, procura de hacer ciudadanos en el sentido de vigilancia sobre el poder
y de facultad crecida de decisión sobre los caminos comunes a tomar. Las ideas
son para evitar la caída en una acción política determinada por la banalidad,
por la inmersión oscura en una cotidianeidad oprobiosa, en un desgarramiento
cotidiano sobre lo intrascendente.
Pragmatismo es hacer en su momento lo que
conviene a los intereses colectivos, no el propósito determinado de recurrir a
las habituales triquiñuelas para obtener el poder o para conservarlo. Y ese
pragmatismo se ejerce dentro de un corpus abierto de ideas absolutamente claras
del país que se desea. El requerimiento de los tiempos es, pues, la de un
pragmatismo con ideas, no la del encierro en las manos de restauradores de
viejos cuadros deteriorados. Si se quiere invertir los términos, la ecuación lo
soporta perfectamente: ideas con pragmatismo.
Es imposible gobernar hoy desde el encierro
ideológico como es imposible para quienes pretendan constituirse en alternativa
hacer oposición sin ideas. Siempre vencerá el que presenta el tinglado
ideológico. En este cuadro de inmovilidad el poder seguirá siendo poder y la
población inerme se debatirá a diario sobre las banalidades, en una incapacidad
de alzarse sobre el juego macabro de los aparentes polos opuestos que conjuntamente,
uno desde su fatídica ideologización y el otro desde un reclamo de
restauración, construyen a diario gruesas murallas que impidan la salvación de
las ideas que sitian.
Lo hemos vivido a plenitud hace pocos días.
El discurso del presidente en funciones Nicolás Maduro no fue ni “memoria” ni
“cuenta”. No fue más que un compendio ideológico, uno que da una patada en el
trasero al pragmatismo requerido y que, en consecuencia, no puede conducir a
nada más que a un fracaso de la acción de gobierno. Una vez más reclamamos y
replanteamos, como única posibilidad de superar el presente, una alternativa
basada sobre un pragmatismo con ideas o, si se quiere, de ideas con
pragmatismo.
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