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A cada venezolano le fue secuestrado su derecho a adquirir lo elemental de la
comida diaria y se cuenta con represión, amenaza y propaganda para obligar a la
población a amar y defender al secuestrador de ese derecho. ***
Para
saber qué pasará en Venezuela en este 2014, todo parece reducirse a una sola
cosa: ¿lograrán o no lograrán las cabezas del chavismo convertir al país en un
gigantesco experimento del síndrome de Estocolmo? En otras palabras, ¿lograrán
transformar a las víctimas de su secuestro económico en rehenes enamorados de
su secuestrador?
Cabe
recordar en que consiste el llamado “síndrome de Estocolmo”. El término fue
creado por el psiquiatra Nils Bejerot, quien asesoraba a la policía de
Estocolmo, Suecia, y definió de ese modo la colaboración que los rehenes del
asalto a un banco prestaron a sus secuestradores e incluso uno de ellos asombró
al decir que no los asustaba el secuestrador (que hasta los obligó a estar
parados con una soga al cuello), sino la policía. El psiquiatra explicó que en
el trance de peligro de vida al ser sometidas a la voluntad de un delincuente,
las víctimas desarrollan su propio mecanismo de defensa tomando partido por su
secuestrador, torturador o represor, e incluso se vuelcan contra quien intenta
liberarlas.
Posteriormente,
la psiquiatría incluyó en la lista de las víctimas del Síndrome de Estocolmo,
además de los que sufren un secuestro, a las personas agredidas por alguien de
su entorno, a los miembros fanatizados de una secta, a niños con abuso
familiar, a las víctimas de incesto, además de los prisioneros de guerra, de
campos de concentración o en cárceles con particular persecución del preso. En
todos esos casos se puede desarrollar una sumisión de la víctima, que va al
extremo de defender y amar a su amo, e incluso odiar a quienes lo adversen.
En
el caso de Venezuela, preocupa observar un primer síntoma del fenómeno en la
alegría que experimenta un ama de casa cuando consigue un kilo de azúcar, una
botella de aceite o le venden dos paquetes de harina de maíz. Esa ama de casa
olvida que su derecho de comprar sus alimentos ha sido secuestrado y ella es
víctima, no beneficiaria, del secuestro de sus derechos. Es como cuando un
secuestrado se siente feliz y contento porque no lo han matado.
Los
sistemas comunistas son particularmente hábiles en utilizar la necesidad de
supervivencia de la población y transformarla en amor por el secuestrador y
odio contra quien denuncia el secuestro. Para el comunismo, la primera
condición es convencer a la víctima sometida a penurias de que su vida depende
de su nuevo amo y de que éste tiene el poder absoluto sobre su persona. Es la
dependencia que el Estado crea al convertirse en dueño de todo lo que funciona
en un país y obligar a los ciudadanos a vivir de lo que ese Estado decide
darles.
En
ese mecanismo entra la dominación de la mente de los ciudadanos, y para ello se
pone a funcionar la amenaza, la propaganda y el control de todo lo que cada
persona recibe para comer y vivir. No solamente escasea la comida, sino que la
víctima está agobiada de propaganda que acusa a “los otros” de la escasez y
termina creyéndolo de veras, más por necesidad que por convencimiento.
Allí
radica otro rasgo del comunismo: inventar a quien culpar. Las propagandas
comunistas llevan cien años siempre con el mismo vocabulario: la culpa es de
una “oligarquía chupasangre del pueblo” – nadie sabe quien es, pero eso no
importa. A falta de pruebas contra los supuestos “culpables” internos, se refuerza
la campaña de odio buscándose a un culpable externo, pero ese, contrariamente
al interno, cambia a cada rato. Por ejemplo, en la URSS de los años 40 el
culpable de las hambrunas creadas por el sistema comunista fue Inglaterra;
después Inglaterra se convirtió en aliado y el culpable fue Alemania. Pero en
la guerra fría el culpable fue Estados Unidos y desde entonces Washington es la
Sayona que espanta en el Palacio de las Naciones cubano y en Miraflores.
En
Venezuela en este momento, además de Estados Unidos, el “oligarca chupasangre”
culpable de la escasez es el bodeguero que vende la cebolla a cien bolívares el
kilo, no porque lo quiera, sino porque no la consigue. Por suspuesto, no se
culpa por la ausencia de la cebolla a la inoperancia de Agropatria, que desde
que el gobierno nacionalizó a Agroisleña, dejó a los productores sin
fertilizantes ni semillas.
Al
ama de casa, que necesitaba la cebolla y los tomates para el guiso de una carne
que tampoco se consigue y para unas hallacas que este año no pudo hacer, se le
dice que la culpa de todo lo que le pasa es del bodeguero y de Estados Unidos.
La pobre cliente, tanta es su necesidad, que termina no sólo creyéndolo, sino
apoyando a quien se lo dice, a ver si con eso la cebolla le baja a por lo menos
Bs. 50 en vez de los 100.
Lo
absurdo de la situación salta a la vista, pero el gobierno se las arregla para
que sus partidarios no perciban las mentiras y lo apoyen, convencidos de que
quien le quita la comida es quien se la da.
Viéndolo
ampliamente, diríamos que la permanencia del actual gobierno en este año 2014
dependerá en forma directa de mantener a la mayor parte de la población bajo el
síndrome de Estocolmo. Desde los primeros dias de enero, las medidas que toma y
las amenazas que profiere dejan claro que esta es la meta.
La
generosidad con la que trata desde ese mismo 1º de enero a los secuaces armados
del secuestrador, para que amenacen más y mejor a los secuestrados, confirma la
predicción de que el actual gobierno planifica el año bajo la esperanza de
crear el síndrome de Estocolmo.
@VenezuelaAF
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