Nada
nuevo bajo el sol. Argentina, otra vez convive con los cortes de luz. Solo
sucedió lo que casi todos los entendidos en la materia venían anunciando desde
hace muchos meses.
La
predecible ola de calor hace estragos. Pero a su natural virulencia esta vez la
acompañan políticas palpablemente ineficientes. Si fueran efectivas el
resultado no sería este, menos aún en tiempos de la proclamada década ganada y
luego de tantos años de idénticas estrategias.
El
trasfondo de este presente, es bastante más preocupante, porque una inmensa
cantidad de ciudadanos enfurecidos frente a lo que ocurre han hecho caso omiso
a las advertencias de especialistas y creen que todo lo que les pasa es
producto de la corrupción, la ineficiencia o la mala suerte.
Son
los mismos que respaldan con su voto a los gobernantes de turno, a estos y
aquellos, a los de ahora y los de antes, y los que también caen en la trampa
lineal de aceptar de sus dirigentes argumentos superficiales.
No
es cierto que la energía disponible sea insuficiente por el admirable
desarrollo industrial ni por el sensacional crecimiento del consumo. La
explicación está en la falta de inversión, la ineficiencia estatal directa e
indirecta, la incapacidad de los funcionarios y del sistema todo para,
responder con celeridad a una demanda proyectada.
Lo
paradigmático es que quienes defienden el rol del Estado en temas de esta
naturaleza, gobernantes, políticos de varios partidos y ciudadanos de a pie,
son los mismos que hoy buscan culpables y terminan responsabilizando a los
concesionarios, prestadores e intermediarios del sistema que ellos respaldan.
Dicen que el Estado debe producir energía, distribuirla y asegurársela a todos,
pero luego atacan por su inoperancia a los que están en el proceso. Es
contradictorio el planteo. Son esos habitantes y esos dirigentes políticos
intervencionistas los que afirman que esas empresas deben ser estatales, o que
se debe delegar en privados pero con control gubernamental y es eso lo que
justamente ocurre. Han fracasado rotundamente, demostrando no solo su
incompetencia, sino la debilidad fáctica del sistema de ideas que sostienen.
Son
demasiados los que sufren las consecuencias de estas políticas pero sin embargo
las validan a diario con su ideología. Piden estatizaciones, más concesiones,
más control, sin comprender que ESE ha sido justamente el camino recorrido. El
problema no es solo la corrupción, las oscuras concesiones, ni los funcionarios
equivocados, en todo caso ese es un agravante, un elemento adicional, que
profundiza todo, pero que está lejos de ser la causa principal o la explicación
de los padecimientos actuales.
La
política energética de estos gobiernos se caracterizó por la desinversión, las
regulaciones y los monopolios patrocinados por sus normas, pero solo han
logrado caos e imprevisibilidad. El Estado es el protagonista excluyente del
problema y han sido los gobiernos los causantes de esta debacle. Esta vez no hay
culpables, no existe a quienes arrojarles el asunto. Están solos, son ellos,
los que lo causaron y los que tienen los efectos en sus manos, pero mucha gente
los avaló en este trayecto.
Si
se pretenden soluciones se deben emprender senderos diferentes, aunque a
algunos les genere urticaria y a otros se les revuelvan las tripas, salvo que
prefieran rezar, hacer magia, o esperar que el clima cambie.
Nada
distinto podía pasar. Lo inaceptable es que un grupo de irresponsables e
ineficientes funcionarios se hagan los distraídos, reciten discursos vacíos,
ofreciendo explicaciones que no alcanzan y mientan descaradamente sobre el
origen del problema. Nada cambiaría demasiado, pero sería saludable que estos
nefastos personajes tuvieran algo de dignidad y asumieran sus verdaderos
compromisos diciendo la verdad, reconociendo que se equivocaron y que su
diagnóstico era inadecuado. Ni siquiera resulta preciso que digan que sus
principios no encajan, porque es demasiado evidente.
Los
cortes de luz son difíciles de soportar, producen no solo incomodidades y
malestar general, sino que generan pérdidas económicas, complican enfermedades
y hasta ponen a algunos al borde de la muerte.
Los
gobernantes no deberían jugar a la política. Tienen responsabilidades y ocupan
puestos para los cuales se postularon o fueron convocados, sin que nadie los
obligue a ello. Es hora de hacerse cargo asumiendo los errores con hidalguía o
dando el paso al costado para que otros puedan resolverlo. No se trata solo de
la impericia habitual o la torpeza crónica, sino de la presencia de sujetos sin
la honestidad intelectual suficiente para dar la cara.
Los
cortes de luz muestran lo peor del sistema, el lado más despiadado del régimen.
Pero lo que asusta son las hostiles e inhumanas condiciones que se derivan de
ello, y mucho más aún las miserables actitudes, la mentira sistemática, con las
que se termina usando a la gente, que aun equivocada, padece las secuelas sin
atenuantes.
La
crisis energética es muy grave, pero no menos alarmante es la cotidiana actitud
de sumisión de una sociedad dormida y la perversa conducta de una clase
política que ha hecho de la canallada un hábito.
Alberto
Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
@amedinamendez
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