I
No
pocos poetas europeos recibieron con repugnancia la Revolución Industrial. Era
implacable su dura manera de destruir bellezas artesanales en obsequio al
supremo propósito de salvar la Humanidad y alargar el plazo de su dominio sobre
el planeta.
Unos tres siglos antes del estallido de ese fenómeno, digno por
cierto él sí del nombre de revolución, el ingenio de Johannes Gutemberg, la
imprenta, había aniquilado el reinado de la hermosísima caligrafía. Desde luego
lo hizo sin proponérselo y no obstante la destrucción fue casi total.
La
imposición de aquellos rudos tipos impresos transcurrió en nombre de un derecho
humano trascendental: el del homo sapiens a la información y adquisición de conocimientos. En Inglaterra,
entre fines del siglo XVIII y principios del XIX, escritores y soñadores se recogían a la
orilla de los lagos para meditar y recordar armonías ya antiguas. Se les
conoció por eso con el calificativo de los “lakistas” (por lago, lake en lengua
británia) precursores de la corriente literaria que con el nombre de
romanticismo cerró su ciclo al concluir el siglo XIX
En
pleno siglo XXI esa infructuosa reacción se repite frente al estallido de la
globalización (el homo globalizzatus), con la diferencia de que los
“neolakistas” no defienden bellezas genuinas condenadas a desaparecer sino
apolillados dogmas que les impiden pensar.
El
temor al desarrollo, a los aportes de la ciencia, al mejoramiento de la calidad
de vida fuertemente sostenida por la cooperación estamental y no la guerra de
clases; todo eso ha alentado a contragolpe agresividades políticas cubiertas
bajo formas dictatoriales. En pocos lugares semejante reacción ha tomado
características tan primitivas, tan deplorables, como en la Venezuela dominada
por el madurismo.
II
Lo
más arraigado es lo que pudiéramos llamar “temor al contagio”. Diálogo supone
intercambio de opiniones, ampliación del campo visual, enriquecimiento
recíproco, pero el madurismo no lo entiende así. No desea ni siquiera escuchar
opiniones distintas, no sea que debiliten la fe de sus leales. Pero como
resulta difícil controlar los pasos de la totalidad de una militancia, opta por
demonizar a quien piense distinto, incluso en el seno de su movimiento y
allegados; y cuando eso resulte insuficiente porque el debate flota en el aire
al alcance de cualquiera, enloquece de insultos, calumnias, cuentos para
idiotas sobre la supuesta guerra económica desatada por el imperio, o la
hemorragia de magnicidios, golpes, sabotajes nunca, pero nunca aportando ni la
sombra de una prueba.
Todo
parece indicar que el 8D el madurismo será castigado por el voto popular. La
degradación a que se ha condenado al país no admite otra posibilidad. El conteo
electoral tendrá un sonido macabro para el sucesor del caudillo y por eso busca
la manera de librarse del reto de diciembre, mientras que la oposición más bien
da todas las indicaciones de que procura unos comicios limpios, transparentes,
confiables y pacíficos. Sin embargo, insultando la inteligencia del chavismo,
Maduro repite lo insólito: es él quien favorece las municipales, en tanto que
los que más las necesitan y muy probablemente se beneficiarán del resultado, se
disponen a sabotearlas; es decir: a suicidarse o regalarle el juego a uno que
lleva la señal de la derrota pintada en la frente.
III
Maduro
agrega a esa resistencia contra el futuro, el progreso, la inteligencia, algo
de su cosecha personal. Es un hombre de carácter más bien débil. Habrá
descubierto que el tal socialismo del siglo XXI no existe, es puro humo, nada,
cero, pero carece de la habilidad del caudillo para inventar contenidos y
entusiasmar con ellos a sus seguidores. Además, los recursos para sobornar,
comprar o ganar simpatías se han venido muy a menos. El resultado parece obvio:
el presidente Maduro se siente aislado, amenazado por fantasmas que no alcanza
a delinear, temor a lo desconocido. Es el heredero de una autocracia que por
desgracia no puede sobrevivir sin atropellar a los demás. Con menos
posibilidades que el caudillo, se ve empujado a extremar la violencia y el
insulto, la amenaza y la mentira creyendo que eso le permitirá alguna forma de
consolidación.
Johannes
Gutenberg, Prints First BibleMaduro, más que autócratas de sangre que lo han
antecedido, ha caído en el pantano de lo que el ilustre historiador londinense
Arnold Toynbee denominaba “mentalidad de sitiado”. Se refería el célebre
pensador a la propensión totalitaria de sentirse en un mundo de feroces
enemigos armados de planes siniestros que no duermen en su designio de
asesinarlo. Siempre fue así, subrayaba Toynbee, desde tiempos de Licurgo y
especialmente durante la emergencia de la Unión Soviética dirigida por su más
alta expresión, Lenin, después por Stalin y sus sucesores.
Los
sitiados inventan campañas, batallas. Son célebres sus pomposos años de tal o
cual cosa: el de alfabetización, las 10 mil toneladas de azúcar, la destrucción
final del capitalismo o la Suprema Felicidad. Necesitan borrar la memoria,
rehacerla y ponerla a su servicio. Como decía Dieterich cuando aún no se había
desengañado, Bolívar y Rodríguez, Jesús de Nazaret y Zamora fueron precursores
pensados por la historia para encarnar en Chávez. Maduro quiso momificarlo; en
sus alucinaciones tomó forma de pájaro o fue sombra subterránea.
El
sitiado necesitaría que otros lo regresen a la realidad e induzcan a aceptar
voces distintas o disidentes. Lo ayudarían a rescatar el sueño y recuperar la
serenidad interior. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato? No sea que a más
de perder sabrosos privilegios, o ser desplazados por gente más obsecuente,
despierten hienas fanatizadas con la
misión de imponer la paz…. ¿de los cementerios?
amermart@yahoo.com
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Excelente artículo. En hora buena!
ResponderEliminar¿Quién los hace entrar en razón? Lo de Maduro y todas sus focas es una huída hacia adelante.
ResponderEliminarsisofre@gmail.com