Después de ejercer por catorce años la presidencia de Venezuela y haber amenazado con
seguir gobernado hasta el año 2021, fecha que en una de sus últimas
alocuciones corrió hasta el 2031, muchos venezolanos han vivido durante años
con el “síndrome de Fidel” en sus cuerpos, es decir, con la sensación de que el régimen
chavista-socialista pudiera perdurar por mucho tiempo, al igual
que ocurre en Cuba desde hace más de medio siglo. Todo ello, producto de
ese fuerte e incontrolable deseo de permanencia en el poder que corroe al
hombre fuerte de la isla caribeña y que ha motivado a otros gobernantes de
nuestro hemisferio a querer hacer lo
mismo, incluso tratando de dejar una dinastía.
Síndrome aquel que no desaparece con la
desaparición física del líder o su aparente debilitamiento por enfermedad,
sobretodo, si su poder está
consolidado y hay allegados a su alrededor que pueden fungir
de sucesores y sostenedores del sistema.
Un ejemplo de dicho síndrome, lo vi en días
pasado, reflejado en una señora de mediana edad que estaba pagando su compra en
una tienda de abalorios. La señora mantenía con una de las dependientes, una
animada charla de la cual se desprendía que era una antigua cliente del sitio.
En uno de esos momentos de familiaridad que alentaban la conversación, escuché
como la cajera le preguntó por su nieto Tomy, quien no la acompañaba como, al
parecer, era usual. La señora le respondió amablemente, con la sinceridad que
la sonrisa del recuerdo de alguien a quien se quiere mucho, hace aflorar
espontáneamente: “lo llevé a su casa porque mi hija lo estaba esperando
para llevarlo a la fiestecita de cumpleaños de un vecinito”; “primero estuvo
conmigo toda la mañana; me acompañó al supermercado a buscar leche, pero no
conseguí de la pasteurizada, ni de la de
larga duración, ni en polvo, ni tampoco condensada”, “la situación está
terrible”, añadió la señora después de una pausa, para luego continuar: “ le
expliqué a mi nieto que eso era culpa de Maduro y que nunca fuera a votar por
él; no vayas a votar por Maduro cuando crezcas, le dije ”.
Me quedé pensativo, mientras vagaban en mi
cabeza algunas ideas sobre la leche y el desabastecimiento de alimentos básicos
en la cesta alimentaria del venezolano, el poder de las “roscas” y el accionar de Maduro frente al
problema. Por un rato, me imaginé a Tomy
buscando leche en los anaqueles con su abuela y caí en cuenta de algo que
seguramente la abuela de Tomy no hizo cuando le recomendaba a su nieto que no votara por Maduro; que sufría del
“síndrome de Fidel”, y lo peor de todo, es que se lo estaba transmitiendo al
menor inconscientemente.
No conozco a Tomy, nombre que debe ser un
diminutivo anglosajonizado de Tomás, en lugar del de Tomasito, pero seguro
estoy que se trata de un niño de unos 8 o
9 años, quizás 10 cuando mucho, a quien le faltan aún unos cuantos años
para poder ejercer el voto. Tampoco sé, si Tomy, cuando cumpla la mayoría de
edad, estará aun lidiando con el problema de la leche ¡espero que no!; pero lo
que si es cierto es que su abuela cree que Maduro va a seguir estando ahí y que
va a seguir siendo el candidato del
régimen; y por supuesto, que aún va a seguir escaseando la leche.
xlmlf1@gmail.com
JOSE MENDEZ
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