La historia de nuestras luchas civiles por la
implantación de la República y la preservación de sus valores de libertad,
derecho y democracia, ha sido permanente, representativa de una auténtica
voluntad política.
Cuando Bolívar escribió, al triunfar en
Carabobo, para los hombres de su tiempo y el nuestro: "Ya, pues, sois
libres..." expresaba el aparente fin de una agónica lucha que demandó
inmensos sacrificios en una guerra cruel
y prolongada. "Ya, pues, sois libres..." y para así lograrlo,
varias veces había caído la República, varias veces fue preciso restablecerla,
derrota tras derrota, victoria tras victoria, hasta el último extremo de la
determinación humana y patriótica. Difícil ha sido sostener los principios
republicanos y detener los arrebatos de la fuerza, presente tantas veces en
nuestra historia atentando contra
nuestros derechos.
El autoritarismo en el poder, opuesto a la
praxis de una República, ha proclamado falsamente su nombre, mancillado su
carácter, materializando de diversa manera su desconocimiento.
Los hechos autocráticos de Páez, de Monagas,
de Julián Castro, de Guzmán Blanco, entre otros, agraviaron en diversos
episodios la majestad de la República. Por su parte, Cipriano Castro, autócrata
y dictador también, al triunfar su revolución restauradora, observó sin cumplir
lo que Venezuela ha requerido desde el siglo XIX: "...restablecer el
acatamiento de la ley, la veneración al hogar, el respeto a la propiedad, la
práctica de los principios republicanos, la franqueza política, la tolerancia a
todas las opiniones, la pulcritud fiscal y el progreso en todas sus
manifestaciones...". Prometiendo que: "...depositados ya en los
parques nacionales los elementos de la guerra confiados a nuestra lealtad, nos
estrechemos las manos en fraternal congratulación de paz bendita y
perdurable...", para así: "...apagar por siempre la hoguera de la
anarquía, de tanta pasión innoble, causa eficientes de nuestro atraso en la
marcha triunfal de la civilización...". Gómez, consecuencia suya, se
encargó de destruir esos propósitos, imponiendo una infame dictadura que no ha
sido la única.
No obstante que los déspotas aluden siempre a
los principios republicanos, sus hechos son opuestos, evidencian en definitiva
el carácter arbitrario y desconocedor de sus gobiernos.
La existencia de una República fundada en la
soberanía, la libertad y la independencia, en la mejor administración de
justicia, en el bien común, con verdaderos derechos y garantías políticas, en
la unión y la convivencia nacional, en la presencia de un gobierno subordinado
a la ley, responsable, popular, que asuma sus deberes y límites, respetuoso del
federalismo y de la división de los poderes, forma parte de la esencia
principista de nuestro sistema político desde su nacimiento en el año 1811.
No puede renunciarse en Venezuela a esos
mandamientos, entre ellos, la libertad civil, la independencia política, la
soberanía del pueblo, la existencia de la Representación Nacional, la
preeminencia de la ley, la convivencia social... El sistema republicano es
opuesto a cualquier forma de ejercicio del poder que desconozca sus principios,
bajo todas las formas autocráticas contrarias a su esencia.
El centralismo, por ejemplo, avasalla nuestro
carácter republicano, y más cuando desde la formación los Estados estos
reivindicaron su autonomía y su relacionamiento entre iguales en el marco de la
organización política. El municipio es el fundamento de nuestro sistema
republicano y democrático, no solamente por su historia, sino por su sentido de
ciudadanía que ella inspira, próxima a la democracia, fuente primaria de la
soberanía.
La República representa además en Venezuela
por su origen y significación, un hecho de profunda encarnadura democrática, ya
que antes que alcanzar la libertad y la independencia erigimos el sagrado
principio de la soberanía popular. Igualmente, nuestros primeros legisladores
establecieron un sistema político que opuso todos obstáculos al ejercicio
arbitrario del poder, inspirado en los derechos del hombre y del ciudadano,
fundamentos del orden social en el mundo moderno.
Destruir a la República es atentar contra la
base misma del patriotismo, la memoria de nuestros fundadores, magistrados y
héroes, legisladores y ciudadanos. Por la creación de una República la patria
combatió, enfrentó a sus tiranos, destruyó sus cadenas, sacrificó a sus hijos,
erigió sus derechos.
La República fue el mandato que ratificó la soberanía
popular tan pronto fuimos independientes. Y cuando Miranda la vio destruir,
sentenció firmemente: "... esta indolencia es criminal (...), es menester
desterrarla para siempre de una sociedad de hombres que han jurado tantas veces
ser libres o morir. Nadie, nadie, nadie debe dejar a cargo de otro el deber
sagrado...", el deber sagrado que es la patria, que es al mismo tiempo la
República, gobierno de la ley, el que hace imperar para todos los derechos de
sus ciudadanos libres.
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