Pareciera
que éste ha sido el tema principal en estos últimos casi 15 años. Porque el
desproporcionado incremento del precio internacional del petróleo en estos
últimos tiempos, y la lamentable inexperiencia del gobierno de turno, condujo a
cometer un rosario de errores en la planificación y dirección del destino
venezolano.
La
bonanza desmedida permitió un comportamiento enfermizo y embriagante del típico
nuevo rico, quien, por lo general, siempre cree que con el dinero lo arregla
todo. Olvida la planificación y las estrategias, mientras ignora que al gastar
alegremente el premio de la lotería, no siempre se gana otro para seguir
gastando. La lógica dice que hay que invertirlo, para producir y mantener el
capital inicial o reproducirlo.
En
el caso venezolano, una vez más, el ingreso de dinero sin mayores esfuerzos,
condujo al reimplante de la sinergia histórica, distinguida por: dinero en
abundancia, ejercicio enfermizo del poder, y un comportamiento altivo y
despótico, atado a la ingenua creencia de que el secreto de las
transformaciones colectivas sólo son posibles cuando se apela al garrafal error de querer igualar a los
ciudadanos de arriba para abajo, apoyándose, además, en la efectista frase de " Ser rico es malo". Y si
a semejante despropósito se pretende llegar acabando con los productores
primarios, al comercio organizado y a los agroalimentarios, peor todavía es al
considerar que dicho recetario permite
acallar las voces representativas de la sociedad.
Asumir
que por la disponibilidad voluminosa de recursos y la apelación continua de la
distribución de dinero entre los más desposeídos, es ignorar, además, que
garantizar algunos beneficios meramente temporales y muchísimas promesas de
mejoras a futuro que nunca llegan, no basta para pretender mantener el poder
sin interferencias ni ruidos de protestas.
La
arrogancia arengada por la prepotencia de quien se siente poderoso y eterno amo
del poder sirvió, asimismo, para que se despidieran unos 18 mil técnicos y
profesionales de la industria petrolera, a la vez que se dispuso la conversión
de dicha corporación en una fuente financiera para alimentar el ego y llevar la
nómina petrolera a más de cien mil trabajadores. ¿Y el resultado?: no podía ser
otro que una grave desmejora de la fuente generadora de más del 95 % de los
ingresos, al extremo de que la producción petrolera de más de 3 millones de
barriles diarios, pasó a convertirse en poco más de 2 millones 500 mil barriles
y con probabilidades de seguirse reduciendo.
La
industria petrolera es para producir y procesar petróleo. Pero en Venezuela es,
además, la responsable de un sinfín de tareas
que no le corresponden: venta de alimentos, construcción de casas,
manejo de otras industrias, entre otras tantas. Es decir, aquí esa industria ha
sido desvinculada de su objetivo fundamental y convertida en víctima de la
distracción de su misión, además de dispensadora de créditos a otros países,
como de diversos favores que, al final, la han llevado a vivir los rigores de
una severa y dramática disminución de ingresos.
Con
Petróleos de Venezuela llevada al paroxismo del derroche y del gasto
dispendioso, y a tener que depender de la obligación de formar recursos humanos
para reemplazar al personal echado a la calle en el medio del delirio del ejercicio
del poder, se llegó, además, al irracional proceso expropiador de industrias y
de fincas productoras agropecuarias, para reducir, además, la capacidad de
producción nacional de alimentos en más del 50 %, con la inevitable pérdida
adicional y masiva de puestos de trabajo.
Razones
abundan, entonces, para que hoy el petroestado venezolano se vea obligado a
echar manos de la anteriormente satanizada apertura petrolera, en un casi
desesperado intento por recuperar su producción de crudo. Mientras que, por
otro lado, con importaciones y exaltaciones a estrategias de grandeza y
potencia económica, pretende borrar el rostro acusador de un país que terminó
dependiendo de la dinámica de una economía de puertos. Y, por supuesto, de una
inocultable realidad: la de que su llamada soberanía y seguridad alimentaria se
diseña en los despachos ministeriales
criollos, pero las convierten en realidad los países que han encontrado
en Venezuela a un comprador excepcional, pagador en dólares, importador
compulsivo e impulsado. Pero, además, seriamente comprometido por la necesidad
de convencer a seguidores y a extraños al país, de que expropiaciones y
recuperaciones de fincas e industrias productivas, no son actos de desprecio a
los derechos constitucionales a la propiedad, cuando sí los son y que ahora,
además, forman parte del pasivo de un modelo de economía fracasado
La
nueva versión de la apertura petrolera ha servido para que el ámbito de los
negocios petroleros se identifique con semejante acto de avanzada gubernamental.
No obstante, es un hecho que se da a la vez que se anuncia que Estados Unidos,
con su producción petrolera de "Shell Oil" esquistos, producirá
suficiente petróleo, como para convertirse en exportador en pocos años, al
igual que China, primero y segundo mayor consumidor de petróleo del mundo,
respectivamente.
Desde
luego, nada malo tendría eso dentro de un país cuyos ingresos dependen de la
economía de mercado y del mercadeo del petróleo, pero que también tiene en
Estados Unidos a un histórico comprador que paga de contado; todo lo contrario
a lo que le sucede con China, que le ha
impuesto a Venezuela el ya cuestionado trueque de crudo por electrodomésticos, y un conjunto de no
conocidos acuerdos –o “arreglos”- de nombres y apellidos conocidos para el
resto de los venezolanos ajenos a la cada vez más extraña, como curiosa manera
de ser gobierno aquí.
Pero,
para sorpresa de gente ajena al país y pleno conocimiento nacional, no obstante
el derroche, Venezuela continúa teniendo enterrado gran parte del tesoro de la
Abuela. De igual manera, a pesar de la expulsión y fuga de técnicos y
profesionales, la nación sigue disponiendo de recursos humanos con
conocimientos de avanzada, además de una infraestructura industrial con una
capacidad productiva importante y recuperable. De igual manera, de tierras y
productores preparados para rescatar la Soberanía y la Seguridad Alimentaria, además de abundante
agua y potenciales desarrollos acuíferos, en momentos cuando se pronostica que
esa otra escasez, la del agua, sigue siendo una amenaza para la humanidad.
En
otras palabras, no es aventurado afirmar que aquí sí existen posibilidades
ciertas para convertir en realidad la meta de consumir venezolano y de acabar
con la economía de puertos. Pero de nada sirve dicha ventaja comparativa y
competitiva global, si no existe la disposición nacional de conciliar puntos de
vista y de planificar estratégicamente y con visión de país, de progreso y
bienestar, para que haya recursos y esfuerzos dirigidos a alcanzar dicho
objetivo.
En
momentos cuando la población percibe que el país entró en una fase de
transición gubernamental, toma mayor fuerza la tesis de que los venezolanos
están obligados a presionar para que, adicionalmente, se produzca un cambio de
rumbo. Y no sólo atendiendo al llamado que en atención a dicha finalidad,
vienen haciendo algunos ministros. Sino también porque se debe impedir que se
sacrifique innecesariamente la alternativa, que, por lo demás, se ha hecho
presente en otras ocasiones, y cuando el llamado radicalismo de los factores en
disidencia ha optado por perseverar en el afianzamiento las diferencias entre
las partes comprometidas con la opción del entendimiento.
Al
Presidente en ejercicio, le corresponde salir de la sombra de su antecesor, y
construir su propia sombra con base en un encuentro con el pragmatismo del
ejercicio gubernamental, antes que las frustraciones populares y la anarquía
toquen a la puerta donde reside el ejercicio del poder. Si lo quisiera, podría
ser un unificador de venezolanos, y acabar con esa percepción general de que la
gobernabilidad del país no reside en
suelo nacional. Pero eso es ya cuestión de voluntad política; de auténtico amor
patrio; de visión de estadista en procura de espacios de gloria en la historia
de la democracia universal del actual siglo.
Todavía
es tiempo de llamar a todos los venezolanos a la unión; de erradicar el lastre
de los llamados presos políticos; de no seguir pretendiendo imponer la
posibilidad de un modelo económico históricamente fracasado, cuando lo que se
convirtió en hechos a la fuerza, hoy no pasa de ser variable de caricaturas de
un atrevimiento improvisador en procura de un acierto imposible,
definitivamente inviable.
Hay
que construir confianza en la Venezuela de hoy y la Venezuela del futuro. Y eso
sólo será posible cuando la humildad se sobreponga a la arrogancia con la que
se insiste en no admitir que se ha errado, y que la corrección es la
alternativa más conveniente para evitar que las expectativas sigan siendo las
de que esa misma Venezuela que hasta hace poco fue referencia política y
económica del mundo, hoy luzca deambulando en el Continente.
Y
nada de eso es posible si se demandan milagros, o si se multiplican ruegos a la
providencia. Porque, al final, todo gira alrededor de que es cuestión de
identidad con la verdad de lo que ha sucedido y pudiera suceder.
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