jueves, 27 de junio de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, PETRÓLEO ALIMENTARIO O PRODUCCIÓN ALIMENTARIA, FORMATO DEL FUTURO…

Pareciera que éste ha sido el tema principal en estos últimos casi 15 años. Porque el desproporcionado incremento del precio internacional del petróleo en estos últimos tiempos, y la lamentable inexperiencia del gobierno de turno, condujo a cometer un rosario de errores en la planificación y dirección del destino venezolano.

La bonanza desmedida permitió un comportamiento enfermizo y embriagante del típico nuevo rico, quien, por lo general, siempre cree que con el dinero lo arregla todo. Olvida la planificación y las estrategias, mientras ignora que al gastar alegremente el premio de la lotería, no siempre se gana otro para seguir gastando. La lógica dice que hay que invertirlo, para producir y mantener el capital inicial o reproducirlo.

En el caso venezolano, una vez más, el ingreso de dinero sin mayores esfuerzos, condujo al reimplante de la sinergia histórica, distinguida por: dinero en abundancia, ejercicio enfermizo del poder, y un comportamiento altivo y despótico, atado a la ingenua creencia de que el secreto de las transformaciones colectivas sólo son posibles cuando se apela al  garrafal error de querer igualar a los ciudadanos de arriba para abajo, apoyándose, además, en la efectista  frase de " Ser rico es malo". Y si a semejante despropósito se pretende llegar acabando con los productores primarios, al comercio organizado y a los agroalimentarios, peor todavía es al considerar que dicho recetario permite  acallar las voces representativas de la sociedad.

Asumir que por la disponibilidad voluminosa de recursos y la apelación continua de la distribución de dinero entre los más desposeídos, es ignorar, además, que garantizar algunos beneficios meramente temporales y muchísimas promesas de mejoras a futuro que nunca llegan, no basta para pretender mantener el poder sin interferencias ni ruidos de protestas.

La arrogancia arengada por la prepotencia de quien se siente poderoso y eterno amo del poder sirvió, asimismo, para que se despidieran unos 18 mil técnicos y profesionales de la industria petrolera, a la vez que se dispuso la conversión de dicha corporación en una fuente financiera para alimentar el ego y llevar la nómina petrolera a más de cien mil trabajadores. ¿Y el resultado?: no podía ser otro que una grave desmejora de la fuente generadora de más del 95 % de los ingresos, al extremo de que la producción petrolera de más de 3 millones de barriles diarios, pasó a convertirse en poco más de 2 millones 500 mil barriles y con probabilidades de seguirse reduciendo. 

La industria petrolera es para producir y procesar petróleo. Pero en Venezuela es, además, la responsable de un sinfín de tareas  que no le corresponden: venta de alimentos, construcción de casas, manejo de otras industrias, entre otras tantas. Es decir, aquí esa industria ha sido desvinculada de su objetivo fundamental y convertida en víctima de la distracción de su misión, además de dispensadora de créditos a otros países, como de diversos favores que, al final, la han llevado a vivir los rigores de una severa y dramática disminución de ingresos.

Con Petróleos de Venezuela llevada al paroxismo del derroche y del gasto dispendioso, y a tener que depender de la obligación de formar recursos humanos para reemplazar al personal echado a la calle en el medio del delirio del ejercicio del poder, se llegó, además, al irracional proceso expropiador de industrias y de fincas productoras agropecuarias, para reducir, además, la capacidad de producción nacional de alimentos en más del 50 %, con la inevitable pérdida adicional y masiva de puestos de trabajo.

Razones abundan, entonces, para que hoy el petroestado venezolano se vea obligado a echar manos de la anteriormente satanizada apertura petrolera, en un casi desesperado intento por recuperar su producción de crudo. Mientras que, por otro lado, con importaciones y exaltaciones a estrategias de grandeza y potencia económica, pretende borrar el rostro acusador de un país que terminó dependiendo de la dinámica de una economía de puertos. Y, por supuesto, de una inocultable realidad: la de que su llamada soberanía y seguridad alimentaria se diseña en los despachos ministeriales  criollos, pero las convierten en realidad los países que han encontrado en Venezuela a un comprador excepcional, pagador en dólares, importador compulsivo e impulsado. Pero, además, seriamente comprometido por la necesidad de convencer a seguidores y a extraños al país, de que expropiaciones y recuperaciones de fincas e industrias productivas, no son actos de desprecio a los derechos constitucionales a la propiedad, cuando sí los son y que ahora, además, forman parte del pasivo de un modelo de economía fracasado

La nueva versión de la apertura petrolera ha servido para que el ámbito de los negocios petroleros se identifique con semejante acto de avanzada gubernamental. No obstante, es un hecho que se da a la vez que se anuncia que Estados Unidos, con su producción petrolera de "Shell Oil" esquistos, producirá suficiente petróleo, como para convertirse en exportador en pocos años, al igual que China, primero y segundo mayor consumidor de petróleo del mundo, respectivamente.

Desde luego, nada malo tendría eso dentro de un país cuyos ingresos dependen de la economía de mercado y del mercadeo del petróleo, pero que también tiene en Estados Unidos a un histórico comprador que paga de contado; todo lo contrario a lo que le sucede con China,  que le ha impuesto a Venezuela el ya cuestionado trueque de crudo por  electrodomésticos, y un conjunto de no conocidos acuerdos –o “arreglos”- de nombres y apellidos conocidos para el resto de los venezolanos ajenos a la cada vez más extraña, como curiosa manera de ser gobierno aquí.
          
Pero, para sorpresa de gente ajena al país y pleno conocimiento nacional, no obstante el derroche, Venezuela continúa teniendo enterrado gran parte del tesoro de la Abuela. De igual manera, a pesar de la expulsión y fuga de técnicos y profesionales, la nación sigue disponiendo de recursos humanos con conocimientos de avanzada, además de una infraestructura industrial con una capacidad productiva importante y recuperable. De igual manera, de tierras y productores preparados para rescatar la Soberanía y  la Seguridad Alimentaria, además de abundante agua y potenciales desarrollos acuíferos, en momentos cuando se pronostica que esa otra escasez, la del agua, sigue siendo una amenaza para la humanidad.

En otras palabras, no es aventurado afirmar que aquí sí existen posibilidades ciertas para convertir en realidad la meta de consumir venezolano y de acabar con la economía de puertos. Pero de nada sirve dicha ventaja comparativa y competitiva global, si no existe la disposición nacional de conciliar puntos de vista y de planificar estratégicamente y con visión de país, de progreso y bienestar, para que haya recursos y esfuerzos dirigidos a alcanzar dicho objetivo.

En momentos cuando la población percibe que el país entró en una fase de transición gubernamental, toma mayor fuerza la tesis de que los venezolanos están obligados a presionar para que, adicionalmente, se produzca un cambio de rumbo. Y no sólo atendiendo al llamado que en atención a dicha finalidad, vienen haciendo algunos ministros. Sino también porque se debe impedir que se sacrifique innecesariamente la alternativa, que, por lo demás, se ha hecho presente en otras ocasiones, y cuando el llamado radicalismo de los factores en disidencia ha optado por perseverar en el afianzamiento las diferencias entre las partes comprometidas con la opción del entendimiento.

Al Presidente en ejercicio, le corresponde salir de la sombra de su antecesor, y construir su propia sombra con base en un encuentro con el pragmatismo del ejercicio gubernamental, antes que las frustraciones populares y la anarquía toquen a la puerta donde reside el ejercicio del poder. Si lo quisiera, podría ser un unificador de venezolanos, y acabar con esa percepción general de que la gobernabilidad del país  no reside en suelo nacional. Pero eso es ya cuestión de voluntad política; de auténtico amor patrio; de visión de estadista en procura de espacios de gloria en la historia de la democracia universal del actual siglo.

Todavía es tiempo de llamar a todos los venezolanos a la unión; de erradicar el lastre de los llamados presos políticos; de no seguir pretendiendo imponer la posibilidad de un modelo económico históricamente fracasado, cuando lo que se convirtió en hechos a la fuerza, hoy no pasa de ser variable de caricaturas de un atrevimiento improvisador en procura de un acierto imposible, definitivamente inviable.

Hay que construir confianza en la Venezuela de hoy y la Venezuela del futuro. Y eso sólo será posible cuando la humildad se sobreponga a la arrogancia con la que se insiste en no admitir que se ha errado, y que la corrección es la alternativa más conveniente para evitar que las expectativas sigan siendo las de que esa misma Venezuela que hasta hace poco fue referencia política y económica del mundo, hoy luzca deambulando en el Continente.

Y nada de eso es posible si se demandan milagros, o si se multiplican ruegos a la providencia. Porque, al final, todo gira alrededor de que es cuestión de identidad con la verdad de lo que ha sucedido y pudiera suceder.

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